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Ídolos de la caverna



Novum organum scientiarum (Nuevos instrumentos de la ciencia), más conocido como Novum organum, es la obra principal del filósofo inglés Francis Bacon, publicada en 1620, quien concebía la ciencia como técnica, capaz de dar al ser humano el dominio sobre la naturaleza. El Novum organum trata sobre la lógica del procedimiento técnico-científico, una lógica contrapuesta a la aristotélica (cuyos tratados de lógica recibieron, precisamente, el nombre de Órganon), y que según Bacon resultaba buena solo para la disputa verbal.

Es necesario que la inteligencia humana se apropie de instrumentos eficaces para dominar la naturaleza. Estos instrumentos son los experimentos que interpretan y dan forma a los datos de la experiencia sensible. Es necesario librarse de los prejuicios que obstaculizan las nuevas ideas. Los prejuicios son los «ídolos», que Bacon clasifica de la siguiente manera:

La teoría de las prejuicios constituye la parte crítica y destructiva del tratado.

La parte constructiva estudia el modo en que debe ser organizada la experiencia. Es un discurso sobre el método científico. La viga maestra de este método es la inducción. Para organizar e interpretar los datos de la experiencia (y para hacer experimentos) Bacon propuso su «teoría de las tres tablas» (o tres registros):

A partir de esta investigación interviene la inducción: se comparan los diferentes casos, se interpretan, se construye una primera hipótesis y se procede a la experimentación. Tras un largo trabajo se llegará a una hipótesis crucial, que de verificarse será la causa y la naturaleza del fenómeno examinado. Bacon investigaba la naturaleza de las cosas, su sustancia y su esencia. Sin embargo, la ciencia moderna (la de Galileo) no se ocupa tanto de la naturaleza de las cosas como de las relaciones existentes entre ellas: sería una ciencia de relaciones lógico-matemáticas y no de sustancias. En las ciencias naturales es necesaria una estrategia de observación atenta y paciente.

Los ídolos de la tribu (del latín, idola tribu) son las debilidades del entendimiento humano que consisten, por una parte, en la imposibilidad de alcanzar percepciones en analogía con el universo en sí, al ser este mismo conocimiento nublado por la naturaleza del hombre que intenta conocer. Por otra parte, el entendimiento humano según Bacon parte de una percepción propia y, de acuerdo con esta, comprende los estímulos de la naturaleza a los que asigna una distinción que depende de la idea inicial.

Los ídolos de la caverna (del latín, idola specus) son las formas de prejuicio por las cuales alguien de manera inapropiada extiende las normas que se aplican a su misma cultura y grupo social, o a sus propias preferencias.

La teoría crítica, por ejemplo, habla de la insistencia positiva en la consistencia teórica, a pesar de la posible falta de la existencia de la cosa en sí misma —como en un análisis de una sociedad, la cual puede ser más bien inconsistente o hasta irracional en sus trabajos— es derivado del convencionalismo puramente impulsivo lejos de coherencia y uniformidad, haciendo de eso un «ídolo de la caverna».

Los ídolos del foro (del latín, idola fori), también llamados del mercado o de la plaza, designan una clase de falacia lógica que resulta de correspondencias imperfectas entre las definiciones de las palabras en los idiomas humanos y las cosas reales en la naturaleza que estas palabras representan. Bacon distinguió dos tipos de ídolos del foro:[3]

Los «hombres cultos», pues, debían tener cuidado con las definiciones y explicaciones, estableciendo el asunto correcto «en algunas cosas». Sin embargo, «las palabras claramente fuerzan y anulan el entendimiento y arrojan a todos a la confusión y llevan a los hombres a innumerables controversias vacías y fantasías ociosas».[4]

Que los errores provienen inevitablemente de las generalizaciones imperfectas en los lenguajes naturales, y que los filósofos o científicos deben tener cuidado con este peligro son temas antiguos en la filosofía. Eran, por ejemplo, problemas que ya apreciaron Aristóteles en el mundo clásico grecolatino y Guillermo de Ockham en la Edad Media. Pero los ídolos del foro de Bacon constituyen el ejemplo más conocido y serio entre los primeros humanistas modernos sobre los usos problemáticos del lenguaje. Después de Bacon siguieron enfatizando esta preocupación autores como Thomas Hobbes y John Locke.



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