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Abel Rodríguez



Abel Rodríguez (Rosario, 1893[1]​ - Buenos Aires, 6 de junio de 1961)[2]​ fue un escritor, poeta y periodista argentino, integrante del Grupo Boedo ―que estuvo conformado por artistas de vanguardia de Argentina durante los años veinte―.[3][4]​ En los años cincuenta fue jefe de redacción del diario La Capital (de Rosario) y publicó varios libros.[5]

Nació en la ciudad de Rosario (provincia de Santa Fe). Vivió en Buenos Aires y Montevideo, donde se hizo amigo del pintor santafesino Gustavo Cochet (1894-1979).[2]​ En Buenos Aires trabajó como albañil. Fue amigo del escritor y editor Elías Castelnuovo (1893-1982), quien lo introdujo en el grupo de escritores de Boedo.[6]

En 1918 regresó a Rosario, donde editó la revista literaria La Pluma.[2]

A lo largo de 1921, su amigo, el escultor Erminio Blotta (1892-1976), le pidió que fuera el modelo para realizar el busto de Dante Alighieri. El 11 de noviembre de 1921 se instaló oficialmente en el Rosedal del Parque Independencia;[7]​ y desde mayo de 1965, en el cantero central del bulevar Oroño frente a la escuela homónima, al 1160.

También dirigió el periódico Tribuna Obrera.[2]​ cuya dirección compartió con Domingo Fontanarrosa, y donde también colaboraba Antonio Robertaccio, luego director de La Tribuna.

El editor Elías Castelnuovo (1893-1982) les solicitó a dos amigos ―el escultor Erminio Blotta (1892-1976) y el escritor Abel Rodríguez― que verificaran el domicilio y la existencia de la invisible poetisa Clara Beter, que había escrito el libro de poemas Versos de una… desde una «pensión» en el barrio Pichincha (de la ciudad de Rosario). En realidad la poetisa prostituta no existía: era una creación del poeta César Tiempo. En el domicilio rosarino les informaron que allí no se alojaba ninguna tal. En sus caminatas por la zona de prostíbulos sorprendieron a una «pupila» (eufemismo por prostituta) francesa escribiendo un epitafio rimado para un hijo que acababa de perder.[8]

En 1930, la editorial Claridad publicó su primer libro de relatos, Los bestias.[2]

En 1944, el Círculo de Prensa de Rosario publicó su antología de cuentos La barranca y el río,[1][9]​ que sería premiada por la Municipalidad de Buenos Aires.[10]

Con Camalotes en el río obtuvo el premio municipal de narrativa Manuel Musto.[2]

Fue colaborador de la revista Bohemia.[2]

Más tarde Rodríguez fue redactor cultural del diario La Capital (de Rosario),[11]​ donde alcanzó el puesto de subsecretario de redacción.[2]

Falleció en Buenos Aires el 6 de junio de 1961,[2]​ a los 67 o 68 años.

Su nieto es Abel Rodríguez, psicólogo, escritor y poeta rosarino.[5][12]


Sin ninguna boya encendida en las aguas del pasado. Habiendo renunciado a la búsqueda de lazos con la herencia merecida.

Navegando en la abundancia de otros ríos. Apenas abierta la mañana, se asoma Agustín, sin temor a las olas que arrastran palabras por los desiertos del sentido.

Casi sin consciencia, va despertando animales orilleros sin nombre que esta ciudad olvidó; como nos va a olvidar a cada uno. Y que la muerte, prolija, los fue atendiendo más temprano que tarde. Escondiéndolos en una foto o abandonándolos para siempre en el silencio de algún cuento o de su historia familiar que quizá nadie vuelva a leer. Sus merecimientos y el azar los fueron ubicando sin clemencia.

Confieso que si no hubiera estado bien agarrado a la boca azul de mi virgen sablista, disfrutando el perfume cerca de su tallo; y a nuestras hadas sonrientes y pelionas que le disputan la alegría a la alegría, hubiera sido difícil soportar el envión y no ser arrastrado.

Cuenta la historia, que como todo cuento pinta los hechos con los colores del mito, que cien años atrás dos jóvenes anarquistas, obreros y sensibles compartieron amistad con la bohemia y la intelectualidad local en un “clan” de próceres de rebeliones ínfimas.

Suenan extraños apellidos. Sobre todo para mí que los desconozco y que siempre esperé un mensaje más allá de los genes. Además de estos dos, Aguilar, Caggiano, Cochet, Minturn Zerva, Lenzoni, Ouvrard, Sartori. Parecieran sólo hombres que, como a todos, el corazón les latió en un lugar imposible.

De los dos amigos, el primero fue escultor y vistió con caricias esta desnuda ciudad portuaria, desparramando con generosidad monumentos, estatuas y bustos. El segundo fue poeta y periodista y dejó algunos libros en los que pintó cuentos con el horror del hambre y la locura cotidiana.

Ambos, arrobados por algunas cinturas imposibles, acercaron sus orígenes. El primero agregó una hache y españolizo su nombre de origen italiano. El segundo le prestó su imagen española al amigo para que, con el mármol, forjara la estatua del sumo poeta italiano.

El primero fue el escultor (H)Erminio Blotta, el segundo el poeta (Avelino) Abel Rodríguez.

Al primero, además de agradecerle su obra, debo agradecerle acercarme la imagen de este otro Abel, de este otro poeta, mi abuelo.

No sé mucho más de ellos.

En cuanto al segundo que jamás me hizo un guiño cada vez que bareé mi ignorancia en las cercanías de su imagen de Carrara debo decir que, a pesar de estos largos cincuenta años, no va a tener que esperar mucho más porque, por primera vez una mañana de éstas, nos vamos a ver cara a cara.

Ahora, las tormentas que tengo para contarle, como caballeros, serán desatadas en la intimidad de una mañana del Boulevard Oroño.

Solos, con los pájaros.



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