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Aguiluchos



Austracistas es la denominación que la historiografía española actual da a los partidarios del Archiduque Carlos de Austria como candidato a la Corona de España en el marco de la guerra de sucesión española (1701-1713). Los austracistas recibieron los apelativos de imperiales, aguiluchos, vigatans, maulets, archiduquistas, carolistas o carlistas (no deben confundirse con los carlistas del siglo XIX). Sus antagonistas, los borbónicos (angevinos, felipistas o botiflers), eran los partidarios de Felipe de Anjou o de Borbón, nieto de Luis XIV de Francia.[1]

Aunque también tuvieron presencia en la Corona de Castilla, donde constituían un partido aristocrático en torno a la reina Mariana de Neoburgo (la última esposa de Carlos II el hechizado),[2]​ los austracistas se localizaban mayoritariamente en los territorios de la Corona de Aragón: reino de Aragón, reino de Valencia, reino de Mallorca y Principado de Cataluña.

A diferencia de lo que sucedió en la Corona de Aragón donde la causa del Archiduque Carlos tuvo un amplio y diverso apoyo social, en la Corona de Castilla el austracismo se dio en una parte de la alta nobleza, del clero, de los funcionarios de tipo medio y de algunos grupos de comerciantes perjudicados por el comercio francés —mientras que fueron escasas las muestras de austracismo entre las clases populares, volcadas en favor de Felipe V, al contrario de lo que ocurrió en los estados de la Corona de Aragón—.[3]​ Por otro lado, el fuerte regalismo implantado en Francia por Luis XIV (galicanismo) también fue un factor que atrajo a una parte del clero a la causa austracista.[4]

El líder del austracismo castellano fue Juan Tomás Enríquez de Cabrera, almirante de Castilla, que ya antes de la muerte de Carlos II había encabezado, junto con la reina el "partido alemán" que intentó presionar al rey para que en su testamento nombrara como su sucesor al segundo hijo del emperador Leopoldo I, el archiduque Carlos, y que en cuanto Felipe V ocupó el trono marchó a Portugal, donde consiguió que su rey abandonara la alianza con los borbones y se integrara en la Gran Alianza. En 1703 publicó un Manifiesto en el que denunciaba que la voluntad del rey fallecido Carlos II había sido violentada cuando redactó su testamento en favor de Felipe de Anjou para satisfacer la ambición de Luis XIV de «conquistar» España y además argumentaba que no se había respetado el testamento de que Felipe V renunciara a sus derechos sucesorios a la Corona de Francia, para evitar que se pudiera producir la unión dinástica de las dos monarquías. "Por todo ello colegía que los súbditos podían sentirse libres del «contrato mutuo» del juramento de fidelidad, ya que Felipe V los sometía a la «esclavitud» de una «nación forastera»... [En ese sentido, también] denunció que a pesar de las «quiméricas» promesas, el comercio interior y el de las Indias habían sido acaparados por los franceses, del mismo modo que éstos copaban puestos decisivos en el gobierno de la monarquía".[5]

Así pues, en el ideario del austracismo castellano el elemento clave fue el factor dinástico —la legitimidad de la Casa de Austria frente a la «ilegítima» Casa de Borbón— como se puso de manifiesto en el lema que ostentaban las banderas del primer regimiento al servicio de Carlos III el Archiduque, creado por el Almirante de Castilla, y que pasó a Cataluña en 1705: Pro Lege, Rege et Patria.[6]

La razón principal de la fuerte implantación que tuvo el austracismo en los estados de Corona de Aragón fue la confianza en que la Casa de Austria preservaría sus sistemas constitucionales amenazados por la Casa borbónica (caracterizada por el absolutismo); unos sistemas forales que tenían sus raíces en la Edad media y que caracterizaron toda la modernidad política, en los que cada reino de la Monarquía Hispánica (desde Portugal hasta Flandes, pasando por Nápoles) gozaba de su propio particularismo en asuntos fiscales, monetarios, aduaneros, militares, etc., de modo que la gestión de la mayor parte de los asuntos de política interior se realizaba por las instituciones locales de forma casi independiente siguiendo la tradición hispánica,[7]​ tratándose la monarquía de España de una monarquía compuesta por la agregación de varios reinos, estados y señoríos radicados en la península itálica, ibérica y Centroeuropa unidos en la persona del monarca. Las competencias del monarca[8]​ (ejercidas desde Madrid a partir de la fijación de la corte en la época de Felipe II) se centraban en la política exterior y religiosa (por su control de la Inquisición).

El enfrentamiento entre las tendencias centralista y particularista se había producido ya en los siglos anteriores, jurisdiccionalmente (pleito del virrey extranjero) o incluso violentamente de forma esporádica (Alteraciones de Aragón, 1590, sublevación de Cataluña, 1640-1659, guerra de Restauración portuguesa, 1640-1688). No obstante, territorios de marcado foralismo como el reino de Navarra, las provincias vascas y el valle de Arán estuvieron en el bando borbónico y Felipe V les recompensó manteniéndoles su particularismo (derechos históricos).

Un felipista, Agustín López de Mendoza, conde de Robres, ya señaló en su obra Historia de las guerras civiles de España publicada durante la guerra que una de las causas de que los estados de la Corona se hubiera pasado a la causa del Archiduque fue que «juzgasen poco seguras sus exenciones bajo el cetro de un monarca criado en una corte sumamente absoluta».[9]

En el ideario del austracismo de la Corona de Aragón, especialmente el de Cataluña, el factor dinástico no fue el elemento determinante como en el austracismo castellano sino el sentimiento antifrancés y, sobre todo, la defensa del modelo pactista y "constitucionalista" de las relaciones entre el soberano y sus súbditos, que anteponía la fidelidad a la "patria" a la fidelidad al rey si este violaba las leyes e instituciones propias que la caracterizaban y definían.[10]​ Que la defensa de las «libertades, leyes y derechos de la patria» fue el elemento esencial del austracismo catalán lo demuestra el texto del Pacto de Génova firmado en junio de 1705 entre el representante de la reina Ana de Inglaterra y dos enviados de los vigatans —que habían iniciado la sublevación austracista en Cataluña— en el que se alude 17 veces a las Constituciones catalanas y a su defensa frente a la política represiva llevada a a cabo por los virreyes nombrados por Felipe V —que por otro lado se quejaban de «lo que estrechan sus Constituciones», refiriéndose al poder efectivo que tenían en el Principado—. De forma más radical lo expresó un jurista austracista exiliado en Viena tras la guerra: «Cataluña en calidad de libre, no está sujeta al derecho de nada ni de nadie, sino que está sujeta al propio derecho».[11]

Esta concepción "constitucionalista" del poder político conllevaba una idea plural de la Monarquía Hispánica como lo puso de manifiesto Francesc de Castellví en sus Narraciones históricas escritas en el exilio tras la derrota austracista:[12]

En cuanto al sentimiento antifrancés son numerosos los impresos y folletos austracistas que lo utilizan para socavar los apoyos al "felipismo". En uno de ellos se decía:[13]

Tras la caída de Barcelona en septiembre de 1714, cerca de 30 000 austracistas marcharon al exilio, y varios miles fueron a Viena, donde se encontraba la nueva corte del Archiduque Carlos que desde diciembre de 1711 era el emperador Carlos VI del Sacro Imperio Romano Germánico. Allí algunos de ellos ocuparon puestos muy importantes en la corte imperial hasta el punto de que se hablaba de la existencia de un "partido español" enfrentado al "partido alemán".

En 1725 se firmó el Tratado de Viena que puso fin diplomáticamente a la guerra de sucesión española, ya que según lo estipulado en el mismo el emperador Carlos VI renunciaba a sus derechos a la Corona de España y reconocía como rey de España y de las Indias a Felipe V, mientras que este reconocía al emperador la soberanía sobre las posesiones de Italia y de los Países Bajos que habían correspondido a la Monarquía Hispánica antes de la guerra. En uno de los documentos del Tratado Felipe V otorgaba la amnistía a los austracistas y se comprometía a devolverles sus bienes que habían sido confiscados durante la guerra y en la inmediata posguerra. Asimismo se les reconocían los títulos que les hubiera otorgado Carlos III el Archiduque, pero al plantear de nuevo el emperador el «caso de los catalanes» —que ya había surgido durante las negociaciones de los Tratados de Utrecht-Rastatt— Felipe V volvió a negarse a restablecer las instituciones y leyes propias de los Estados de la Corona de Aragón, y el emperador acabó cediendo, lo que suscitó las críticas entre ciertos sectores austracistas.[14]

La firma del Tratado de Viena provocó la división del austracismo en dos tendencias: una oficialista y dinasticista (radicada en Viena), que consideraba que se había obtenido lo máximo que se podía conseguir de Felipe V: la amnistía y la devolución de los bienes y dignidades de los austracistas; y otra "constitucionalista" (radicada en Cataluña) que consideraba que se había renunciado a lo esencial —la restitución de las leyes e instituciones propias del Principado— y que aún confiaba en un cambio político.[15]

Buena parte de los austracistas de Viena, especialmente los que ocupaban cargos en la corte imperial, no volvieron a España, y allí mantuvieron una destacada actividad política e intelectual y mantuvieron contactos, como el conde de Cervellón o el jurista Domènec Aguirre, con destacados eruditos residentes en España como los valencianos Gregorio Mayans, de familia austracista, y Manuel Martí.[17]

La actividad publicística de estos exiliados se intensificó durante la crisis internacional abierta por la guerra de sucesión polaca (1734-1738) y en la que el «caso de los catalanes» volvió a plantearse. En aquellos años aparecieron diversas obras como Record de l'Aliança, atribuida al antiguo conseller en cap Rafael Casanova y en la que se denunciaban los compromisos incumplidos por los británicos; La voz precursora de la verdad, en la que se propugnaba la formación de una gran alianza antiborbónica; o Via fora els adormits, que defendía la vuelta a la Monarquía de los Austrias y si no era posible que los británicos impusieran una «república libre del Principado». Aunque el texto más importante de este «austracismo persistente», como lo llamó el historiador y economista catalán Ernest Lluch, fue la Enfermedad crónica y peligrosa de los reinos de España y de Indias (1741) del aragonés de origen navarro Juan Amor de Soria —que años antes había escrito otro texto que quedó inédito titulado Addiziones y notas históricas desde el año 1715 hasta el 1736—.

En la Enfermedad crónica... Juan Amor de Soria defendió un austracismo renovado que propugnaba un modelo de monarquía "federal" para España cercano al de la Monarquía Constitucional por oposición a la centralista y uniformista Monarquía absoluta borbónica, y en el que desempeñarían un papel fundamental las Cortes de cada reino —para Amor de Soria la razón de la decadencia de la Monarquía de los Austrias había sido la no convocatoria de las Cortes, «y de esta omisión han nacido los mayores males de los reinos y la peligrosa enfermedad que hoy padecen»—. Además propugnaba «hermanar y concordar las dos coronas [la de Castilla y la de Aragón] y sus naciones, deshaciendo y destruyendo una de las causas de la enfermedad de la monarquía por la discordia y antipatía que entre ellas ha reinado». Para conseguirlo las Cortes de Castilla, Aragón, Valencia y Cataluña deberían reunirse cada siete años y que se formara una asamblea fija formada por 11 diputados territoriales (2 de Castilla, 1 de Andalucía, 1 de Granada, 1 de Murcia, 1 de Galicia, 1 de Navarra y los territorios vascos y 4 de la Corona de Aragón). Finalmente defendía el establecimiento de un parlamento de la monarquía que sería convocado cada diez años y en el que estarían integrados los diputados de los reinos, dos consejeros de cada Consejo Supremo y un secretario de Estado nombrado por el rey. "En suma, la tendencia al fortalecimiento del poder de la monarquía y de las estructuras de gobierno en el camino de la construcción del Estado moderno, Amor de Soria la hacía compatible con un esquema constitucionalista y territorialmente plural, en las antípodas del modelo felipista", afirma Joaquim Albareda.

Un ejemplo representativo del «austracismo persistente» puede ser un escrito anónimo publicado en 1732 con el título de Remedios necesarios, justos y convenientes para restablecer la salud de Europa, en el que queda claro, como en otros textos, que el «caso de los catalanes» no se refería exclusivamente a las "libertades" del Principado de Cataluña sino a las de todos los «reinos y dominios» de la Monarquía de España. Así en el opúsculo se propugnaba la formación de una gran alianza en Europa para restablecer el equilibrio europeo y para liberar a los españoles que «gimen baxo la más dura servidumbre del despotismo de la Casa de Borbón» y restaurar[18]



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