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Alarifes mudéjares



Alarife (del árabe hispánico العَرِيف‎ «alʿaríf», a su vez del árabe clásico عريف «ʿarīf», experto[1]​) y alarifazgo son términos en desuso que denominaron en la península ibérica al maestro de albañilería mudéjar,[2]​ en la herencia cultural del periodo islámico en ese territorio. Entre los oficios relacionados con la construcción fue sinónimo del arquitecto o el maestro de obras y de forma general del albañil.[3][4]​ Su figura histórica y trabajo aparecen glosados y descritos en antiguos tratados como el Libro del Peso de los alarifes y Balanza de Menestrales, o el Breve compendio de la carpintería de lo blanco y tratado de alarifes de Diego López de Arenas, o su referencia en las Ordenanzas de Madrid, redactadas por Teodoro de Ardemans.[5]​ Entre los estudios lingüísticos de la jerga de este oficio es de destacar el Léxico de alarifes de los Siglos de Oro reunido por el cervantista Fernando García Salinero y publicado por la Real Academia Española, en 1968.[6]

Todo parece indicar que en el antiguo territorio de Al-Ándalus, el oficio y cargo de alarife era concedido y vigilado por el Concejo musulmán. Así se deduce de lo recogido en el Libro del peso de los alarifes y balanza de los menestrales otorgado a los moriscos por Alfonso X el Sabio, tras la toma de Sevilla.[7][8]

Ya en la segunda mitad del siglo xiii, en el texto de las Siete Partidas, Alfonso X marca al gremio de alarifes las instrucciones para el cuidado y conservación de las murallas de Alcalá de Henares,[9]​ y se describen sus habilidades en «fazer ingenios y otras sotilezas», a fin de poder «fazer... derribar... reparar... y mantener» los edificios, como «hombres sabidores que son puestos por mandato del rey para mandar hazer derecho acuciosamente y con gran bemencia... que sean leales y de buena fama y sin mala codicia...» También se le exigen conocimientos de Geometría,[10]​ Si de todo ello se desprende la actividad del alarife como primitivo técnico municipal en materia de construcción e ingeniería, la atenta lectura del referido Libro del Peso de los alarifes y Balanza de Menestrales (cuya primera edición es del siglo xiv con una ampliación datada en el xvi) permite construir una definición de la amplitud de aquel oficio a partir del conjunto de funciones que desempeñaron los alarifes, funciones orientadas a la regulación de las obras públicas y a la preservación de los «bienes del común», llegando además a ser designados «maestros del arte de la construcción».[10]

De la nutrida y variopinta lista de alarifes habidos y documentados en la península ibérica y la América hispana,[11]​ podrían citarse como ejemplos casi al azar, a Juan de Valencia en el siglo xvi, y ya en el xvii a Diego López de Arenas (alcalde alarife de Sevilla en 1622), Diego Maroto o Juan de Torija.

Por su valor documental descriptivo, puede añadirse el nombre de Mateo Villajos, personaje cuyo quehacer describe Diego de Torres Villarroel en su novelada autobiografía Vida, ascendencia, nacimiento, crianza y aventuras del Doctor Don Diego de Torres Villarroel, catedrático de prima de matemáticas en la Universidad de Salamanca, escrita por él mismo:[12]

Además del ejemplo descrito por Torres Villarroel, Pedro Álvarez de Miranda, en su ensayo-prólogo a la edición conmemorativa de la RAE y la ASALE de la novela de Camilo José Cela La colmena, comenta el uso que el nobel gallego hizo del término «alarifazgo» en su libro Judíos, moros y cristianos (1956), al parecer recuperando el uso que del término, casi perdido, hiciera Gabriel Miró en su Libro de Sigüenza.[13]​ Más uso ha conservado la voz alarife en los países iberoamericanos (aunque en ocasiones cambiando su significado original), así como en la nomenclatura de las actividades relacionadas con la arquitectura y la construcción, dando nombre a estudios profesionales y publicaciones asociadas a las artes decorativas.[14][a][15]



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