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Americanismo (herejía)



Americanismo, también denominada herejía de las obras, es el nombre con el que la Iglesia católica designa como herejía unas opiniones propagadas principalmente por el libro Vida del Padre Hecker. Su fundamento era que para atraer más fácilmente hacia la verdad católica a los disidentes, era preciso que la Iglesia se adapte antes a la civilización de un mundo que ha llegado a la mayor edad, cediendo de su antiguo rigor, mostrándose conciliadora, con arreglo a las aspiraciones y exigencias de los pueblos modernos.[1]

Fue condenado en una carta del papa León XIII en respuesta a los planteamientos del cardenal James Gibbons y el obispo John Ireland conciliadores con las doctrinas del liberalismo político, que ya habían sido condenadas en el famoso Syllabus de su predecesor Pío IX.[2]

Apareció en 1897 como consecuencia de la lectura de la versión francesa de biografía de Isaac Thomas Hecker, fundador en 1858 en Roma y en Nueva York de los Padres paulistas, una sociedad de vida apostólica de misioneros.[3]

En el prólogo de este libro presentaba como modelo a imitar el sistema americano de catolicismo, entendido como intento de conjunción entre católicos franceses y norteamericanos para una apertura a la modernidad democrática de inspiración revolucionaria.

Los americanistas planteaban la marginación de los dogmas incomprensibles, la crítica del autoritarismo del magisterio, la preferencia de la acción sobre la contemplación, el rechazo a los votos religiosos.

Para el historiador español Ricardo de la Cierva, el americanismo

Fue definida por León XIII el 22 de enero de 1899 en la carta (Testem benevolentiae) al arzobispo de Baltimore, James Gibbons.[4]

En 1898 León XIII, se lamentó de un Estados Unidos donde Iglesia y Estado están divorciados, y escribió sobre la preferencia de una relación más estrecha entre la Iglesia católica y el Estado, en la misma línea europea de entonces.

Pío XII la redefinió como «herejía de la acción».

Con el fin de sintetizar la condena de León XIII al americanismo y facilitar su difusión, Charles Maigneu, redactor del periódico católico de París La Verité, publicó un artículo titulado «un breve Syllabus» enumerando una serie de proposiciones erróneas condenadas, que recordaban al Syllabus de Pío IX.[5]

Esta proposición reproducía, bajo distinta forma, la 30.ª y última de las condenas en el Syllabus.[1]

Para León XIII, este método debía ser condenado. Ese silencio no estaba exento de pecado. Con eso se conseguiría separar a los católicos de la Iglesia, en vez de atraer a los disidentes.[1]

El papa realizaba una censura teológica de estas proposiciones, calificándolas como más dañosas y más opuestas a la doctrina de la Iglesia que la setenta y ocho del Sínodo de Pistoya, calificada por Pío VI de injuriosa para la Iglesia y para el Espíritu Santo que la rige. Iban dirigidas contra los designios de la Providencia de Dios.[1]

Para el papa, la opinión anterior era muy temeraria, en ella se pretendía poner límites a la voluntad de Dios, por la cual quiso comunicarse con los hombres, y negaba la necesidad de la dirección exterior, cosa completamente opuesta a la unánime enseñanza de los doctores.[1]

Según el papa, dicha opinión era inconcebible por parte de los hombres que tienen fe.[1]

Esa era una opinión falsa para León XIII, pues no había ni podía haber virtud verdaderamente pasiva. Para el papa, se trataba de una opinión contraria a la revelación divina, por la cual se pretende que existen, virtudes cristianas más a propósito para unas épocas que para otras. Jesucristo, modelo y regla de toda santidad, no cambia según los tiempos.[1]

Estas eran, para el papa, opiniones que derivaban de esa especie de menosprecio de las virtudes evangélicas, llamadas torcidamente pasivas y que sembraban en los espíritus el desdén hacia la vida religiosa. Se trataba de opiniones falsas y ofensivas para las órdenes religiosas.[1]

Esta era una opinión imprudente, en la cual no se tenía cuenta de la experiencia adquirida, de las aprobaciones apostólicas y de la jerarquía.[1]

El papa condenaba finalmente de manera colectiva todas las proposiciones arriba enumeradas con el nombre genérico de «americanismo».[1]

Una parte de la jerarquía católica estadounidense continuó demostrando posiciones próximas al americanismo, como el arzobispo de Nueva York, cardenal Francis J. Spellman, que publicó en 1945 su obra Acción ahora mismo.[6]



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