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Anatomía de la revolución



Anatomía de la Revolución (en inglés: The Anatomy of Revolution) es un libro de Crane Brinton donde esboza las uniformidades de las revoluciones inglesa, estadounidense, francesa y rusa. Brinton observa cómo estas revoluciones siguieron un ciclo de abandono del Viejo Orden a un gobierno moderado hasta llegar a otro radical y acabar en una reacción termidoriana. El libro ha sido clasificado de «clásico»,[1]​ «famoso» e «hito en el estudio de la revolución»,[2]​ siendo tan influyente como para inspirar al asesor de Seguridad Nacional del presidente de Estados Unidos Jimmy Carter, Zbigniew Brzezinski, durante la revolución iraní.[n 1]

Publicado originalmente en 1938 hubo dos nuevas ediciones revisadas por el propio autor en 1952 y 1965 y aún se imprime.

Brinton considera que el término revolución ha sido usado para referirse a tan diversos eventos que ha quedado reducido a cualquier cambio repentino.[3]​ Como otro punto a considerar, el autor expone que prácticamente todas las sociedades permanentemente viven desórdenes de forma mayor o menor.[4]

Cuando hace su comparación encuentra similitudes entre tres revoluciones (inglesa, francesa y rusa): todas tienen una base social o de clase antes que territorial o nacionalista, empiezan moderadas y prometedoras, pero llevan a periodos de terror hasta acabar en dictaduras personalistas (Oliver Cromwell, Napoleón Bonaparte y Iósif Stalin). En cambio, la revolución estadounidense no sigue ese patrón al no alcanzar el Terror.[5]​ Esta última es clasificada como «revolución territorial nacionalista», con un menor interés de sus líderes por cambios sociales y económicos.[6]​ A pesar de esto, las cuatro comparten que suceden en sociedades occidentales, post-medievales, tiene un carácter popular y en nombre de la libertad de la mayoría contra una minoría privilegiada, y acaban con los revolucionarios convirtiéndose en las nuevas autoridades.[7]

Las etapas no están claramente diferenciadas,[8]​ por lo que el autor prefire referirse a las revoluciones como fiebres. La sociedad presenta primero algunos síntomas que aumentan gradualmente hasta llegar a una primera fase moderada, después la fiebre llega lentamente a su clímax radical y finalmente vuelve progresivamente a la normalidad.[9]

Respecto del papel de los contrarrevolucionarios, Brinton sostiene que una vez son abandonados por las fuerzas armadas[10]​ los sectores más conservadores son los primeros en ser desplazados del poder.[11]​ Toda resistencia armada está casi condenada al fracaso (su éxito determina la duración de la guerra civil).[12]​ Pero, contra lo que usualmente se dice, los llamados contrarrevolucionarios no son meramente reaccionarios enemigos de las nuevas ideas. Como dijo Joseph de Maistre «La contrarrevolución no es lo contrario a la revolución, sino una revolución contrapuesta».[n 2]​ Es la revolución de los que no querían una y defienden sus valores y tradiciones. Respecto de la violencia en las guerras civiles, se da efecto Wechselwirkung de Carl von Clausewitz en que el radicalismo de un bando sólo radicaliza al contendiente.[n 3]​ Para Arno Mayer una revolución produce el colapso del Estado, que se divide en centros de poder que rivalizan sobre cómo reconstruir el país.[13]​ De ahí su violencia: todos los bandos saben que pelean sobre cómo hay que reconstruir el Estado,[14]​ y se necesita mucho odio para matar a tu compatriota;[15]​ «no hay revolución sin violencia y terror, sin guerra civil y conflicto exterior, sin iconoclastia y conflicto religioso, sin una colisión entre la ciudad y el campo».[16]

Brinton se resume el proceso revolucionario por las siguientes características. Estos procesos no empiezan por acción de los «hambrientos y miserables» sino que «gentes no carentes de prosperidad» en sociedades en «evidente auge económico».[17]​ Las sociedades prerrevolucionarias viven antagonismos de clases, especialmente entre aquellos que estaban prosperando y una antigua aristocracia privilegiada.[18]​ Hay una «deserción de los intelectuales».[19]​ Su propio éxito económico produce cambios que hacen a las instituciones de gobierno se vuelvan ineficaces.[20]​ La clase dominante empieza a considerar injustos sus privilegios y se debilita su apego a las tradiciones y costumbres, además de «políticamente inepta», lo que queda demostrado en su incapacidad de usar la fuerza que posee al controlar el aparato estatal para poner fin a los primeros levantamientos.[21]

Las sublevaciones son posibles por la quiebra financiera del Estado, la organización de los numerosos descontentos producidos por la quiebra y la incapacidad del gobierno de usar la fuerza, permitiendo la llegada al poder de los revolucionarios que parecen unidos entonces.[45]​ En un primer momento dominan «los moderados» pero lentamente se van imponiendo mediante la violencia los radicales hasta tomar el poder y suprimir a grupos aún más extremistas pero menos numerosos.[46]

El gobierno de los fanáticos es el «período de crisis», alcanzado en todas las revoluciones menos la estadounidense. Gracias a su voluntarismo, falta de escrúpulos y disciplina consiguen establecer un gobierno centralizado del que fueron incapaces de construir los moderados, especialmente necesario por las amenazas externas o internas que se viven. Este gobierno es dirigido por un concejo a las órdenes de un «hombre fuerte» que no respeta las libertades individuales, establece tribunales especiales y dispone que un grupo relativamente pequeño de adeptos monopolice la administración. Se inicia el «reinado del Terror» en que fanáticos cuasi-religioso enfrentan la crisis.[67]

Por último, las sociedades vuelven al orden previo a la crisis y el ideal de la «república de la Virtud» es abandonado, se da una reacción en la que vuelven al poder los moderados.[105]

Brinton considera que las revoluciones políticas, a pesar de sus ambiciosas metas, generan reformas sociales de poca importancia y a un gran costo.[121]​ Más importantes son los cambios graduales, como la revolución industrial,[122]​ o de arriba hacia abajo, como las reformas de Mustafa Kemal Atatürk en Turquía o la restauración Meiji y las reformas de Douglas McArthur en Japón.[123]



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