En la mitología griega, las harpías o arpías (en griego antiguo Ἇρπυια Hárpyia, ‘que vuela y saquea’) eran inicialmente seres con apariencia de hermosas mujeres aladas, cuyo cometido principal era hacer cumplir el castigo impuesto por Zeus a Fineo: valiéndose de su capacidad de volar, robaban continuamente la comida de aquel antes de que pudiera tomarla. Esto las llevó a pelear contra los Argonautas.
En tradiciones posteriores fueron transformadas en genios maléficos con cuerpo de ave de rapiña, horrendo rostro de mujer, orejas de oso y afiladas garras, que llevaban consigo tempestades, pestes e infortunio. Esta es la forma que acabó por imponerse y que ha perdurado hasta la actualidad.
Las Harpías eran hijas de Electra y Taumante, y hermanas de Iris y de Arce. Hesíodo las describe en su Teogonía como criaturas de «adorables cabellos», lo cual entronca con su aspecto originariamente bello.
Su mito definitorio está ligado a Fineo, rey de Tracia que tenía el don de la profecía. Zeus, furioso con él por haber revelado sin consentimiento secretos de los dioses del Olimpo, le castigó confinándolo en una isla con un festín del que no podía comer nada, pues las Harpías siempre robaban la comida de sus manos justo antes de que pudiera tomarla. Este castigo se prolongó hasta la llegada de Jasón y los Argonautas, que enviaron tras las Harpías a los héroes alados Calais y Zetes, los Boréadas. Estos lograron espantarlas, pero no las mataron a petición de Iris, quien prometió que Fineo no volvería a ser molestado. Agradecido por su ayuda, Fineo contó a los Argonautas cómo superar las Simplégades para poder continuar su periplo.
A la versión básica de este mito se le fueron añadiendo nuevos detalles con el discurrir del tiempo: las Harpías ya no robaban la comida sino que la ensuciaban con sus excrementos, corrompiéndola. Pronto empezaron a ser vistas como difusoras de suciedad y enfermedad, adquiriendo así su más célebre apariencia monstruosa.
Bajo esta nueva forma fueron también impartidoras de castigo, raptando a la gente y torturándola de camino al Tártaro en un difuso solapamiento con las Erinias. Eran despiadadas, crueles y violentas, y vivían en las islas Estrófades. Se las consideraba personificaciones de la naturaleza destructiva del viento.
Según Hesíodo, las Harpías eran en principio dos: Aelo (‘viento tempestuoso’, a veces llamada Nicótoe) y Ocípete (‘vuelo rápido’). Posteriormente los romanos añadieron a Celeno (‘la oscura’), la más malvada de todas. Homero nombra en la Ilíada a otra llamada Podarge (‘pies veloces’), madre de Janto y Balio (caballos de Aquiles) tras unirse con el viento Céfiro. También se hace a las Harpías madres de Flógeo y Hárpago, caballos de los Dioscuros (Cástor y Pólux).
Eneas se topó con las Harpías cuando atracó en las Estrófades camino de Italia, robando aquellas repetidamente el banquete que los troyanos se hallaban preparando. Celeno los maldijo diciendo que acabarían tan hambrientos que devorarían sus mesas antes de que el día terminase. Los troyanos huyeron asustados.
R. D. Barnett sugiere en Influencias Orientales Antiguas en la Grecia Arcaica (un ensayo en El Egeo y Oriente Próximo, ed. Saúl S. Weinberg, Locust Valley, Nueva York, 1956) que la iconografía de las Harpías fue adaptada ab initio de los adornos de los calderos de bronce de Urartu. En ellos se puede apreciar pájaros con rostro femenino:
Inicialmente, las Harpías eran representadas bajo forma de doncellas aladas. Posteriormente, en época romana, aparecen representadas como aves con cabeza de mujer, una imagen similar a la de las sirenas. Esta última es la imagen de las Harpías que ha predominado desde entonces hasta la actualidad.
En la Edad Media, la harpía, a menudo llamada «águila virgen», se convirtió en una popular carga en la heráldica, particularmente en Frisia Oriental, apareciendo entre otros en los escudos de armas de Rietberg, Liechtenstein y de la casa Criksena.
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