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Aurelio Arturo



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Aurelio Arturo Martínez (La Unión, 22 de febrero de 1906-†Bogotá, D. C., 24 de noviembre de 1974) fue un poeta, traductor, profesor, abogado y magistrado colombiano de la Corte de Trabajo y de la Corte Militar. Se ha considerado el mejor poeta de Colombia en el siglo xx por la creación de su sucinta y universal obra.[1][2][3]​ Su única libro, Morada al Sur, es una selección, recopilación y edición de trece poemas de un repertorio poético de aproximadamente setenta poemas, los cuales, desde su juventud, fueron publicados en diferentes diarios de renombre como El Espectador, entre 1925 y 1970; en ella, plasma sus experiencias y recuerdos de la infancia en su tierra natal, en la que se pueden diferenciar tres temas fundamentales que son: su hogar, las interacciones y actividades del campo, y principalmente la naturaleza.

Fue hijo de Heriberto Arturo Belalcázar natural de Pasto - Nariño (Colombia), quien se destacaba como profesor de escuela y de Raquel Martínez Caycedo, natural de Almaguer - Cauca (Colombia) quien era pianista.

Hacia 1913, fue matriculado en la escuela pública de su pueblo para cumplir sus estudios de básica primaria, donde aprende a leer y a escribir con fluidez, más adelante, en 1918, viajó a Pasto para estudiar el bachillerato en el colegio San Francisco Javier, donde da un primer paso como poeta, al publicar crónicas y versos en la revista de su colegio.

Las caminatas constantes en compañía de su abuelo del colegio a la casa y de la casa al colegio le permitieron a Arturo poder apreciar constantemente la naturaleza que lo acompañaba en todo lugar, así mismo, la familia "Caycedo" por parte de mamá, quienes eran terratenientes y dueños de tres fincas, le permitió a Aurelio acercarse a los animales de granja, especialmente a los caballos, su nodriza negra que siempre estaba con el, su mamá que avivaba la casa con notas de piano celestiales y por el trabajo rudo y efectivo que se evidencia en el campo, produjo, que a una edad muy temprana logra desarrollar una gran sensibilidad para entender e interpretar su entorno majestuoso y sublime, aunque también tuvo influencia en la poesía por parte de sus tíos quienes eran declamadores, y fundamentalmente por las obras literarias que le facilitaban su padre y abuelo. Este seria el inicio de un Aurelio Arturo prematuro el cual estaba en búsqueda de un lenguaje que le permitiera condensar su mundo vital y elemental en un canto a la vida.

Estuvo tempranamente marcado por dos sucesos trágicos, el primero por la muerte de su hermano menor Luis Guillermo Arturo, el 7 de mayo de 1911, suceso que se refleja en el poema «Canción al niño que soñaba» y también en «Canción del ayer», en donde existe una dedicatoria a su hermano, quien aparece con el seudónimo de Esteban, pero el segundo seria definitivo en el rumbo de Arturo, pues fallece su madre a causa de tifus el 25 de julio de 1924, cuando el poeta en desarrollo apenas tenía 18 años, es por ello que decidió viajar a Bogotá y darle inicio a un nuevo ciclo de su vida que le daría bastantes oportunidades tanto en el ámbito académico, como en el profesional y poético, pues en ese entonces ya escribía sus primeros poemas.

Arturo gozaba del mundo rural no solo porque en él se podía encontrar tranquilidad, armonía y libertad, sino, además, por la naturaleza que era quien producía ese mundo sosegado, sublime y a la vez mágico que se podía encontrar en el entorno en diferentes tamaños, colores, formas, matices, sonidos, estados y especies que le permitía en todo caso, pensar, inspirarse y escribir. Aquello lo menciona por ejemplo, en la primera estrofa del poema principal Morada al sur que dice: En las noches mestizas que subían de la hierba, jóvenes caballos, sombras curvas, brillantes, estremecían la tierra con su casco de bronce. Negras estrellas sonreían en la sombra con dientes de oro o en la segunda parte de la séptima estrofa del del tercer verso del mismo poema que dice: Te hablo de un bosque extasiado que existe sólo para el oído, y que en el fondo de las noches pulsa violas, arpas, laúdes y lluvias sempiternas.

Aurelio Arturo inició sus estudios superiores en el año de 1926 en la Universidad Externado de Colombia. En esa etapa escribe cuentos y ya se le ve atisbos de su intención poética, sin embargo, no tiene ningún interés en compartir su poesía en eventos literarios. Con lo anterior, principia una etapa signada por la nostalgia y por la rutina urbana; una vida que se divide entre sus estudios profesionales de derecho y su ejercicio en la poesía, actividad que realiza discreta y silenciosamente, alejado de los medios de divulgación.[4]​ Escribe los poemas «Alba» (que después titulará «El alba llega»), «Veinte años» y «En azul lejano».

Sus publicaciones iniciaron en 1927 en el diario el El Espectador con «La Balada de Juan de la Cruz». En 1928 en la revista Universidad con «La voz del pequeño», «Noche oscura» entre otras y finalmente en el El Gráfico con el cuento «Desiderio Landínez», uno de los pocos escritos en prosa.

En 1932 se daría a conocer en el medio literario con la aparición de tres de sus poemas «Canción del ayer», «Silencio» y «Vinieron mis hermanos» en «Crónica Literaria», suplemento dominical dirigido por Rafael Maya y perteneciente al periódico El País de Bogotá. En ellos se comienza a vislumbrar los elementos épicos e hímnicos en una poesía de alto grado de elaboración musical. En ese mismo periódico publicaban la generación intelectual del piedracielismo, sin embargo, Arturo poco se relacionaba con este movimiento pues escribía con un estilo inclasificable y totalmente diferente al piedracielista, además de que no publicó obra alguna en los cuadernos de Piedra y cielo pero que le permitió conocer a algunos de sus miembros como Tomás Vargas Osorio, a quien catalogó como el mejor piedracielista, y por cuya muerte sufriría en 1941.Autores como Graciela Maglia lo observan como una figura solitaria en cuanto a estilo poético colombiano; una figura que intenta recuperar el modernismo de José Asunción Silva.[5]

En 1941 agregó una nueva dedicación a su vida tranquila, al contraer matrimonio con María Esther Lucio. Entre 1942 y 1948 nacieron sus cinco hijos, lo que completa el cuadro de un abogado, esposo y padre de familia que ejerce la literatura un poco en los intersticios y desde su refugio de la biblioteca casera.[6]

1945 seria el año definitivo en en la configuración del rostro poético de «Morada al sur», pues se publica el extenso poema en la revista de la Universidad Nacional por mediación del poeta Jaime Ibáñez quien era secretario de redacción, además publica 13 poemas en forma de cuadernillo en la revista Cántico. Desde 1932 hasta el 1963 fueron siendo publicados casi todos los poemas que conforman Morada al Sur, de manera que la publicación del poemario en 1963, 18 años de haber publicado Morada al sur, apenas vino a darle un rostro bibliográfico a una coherencia poética que ya era visible desde hacía décadas. Los trece poemas que integran Morada al Sur, publicado al fin por el Ministerio de Educación, le valieron en 1963 el Premio Nacional de Poesía Guillermo Valencia. A partir de ese momento su nombre pasó a ser pieza fundamental de antologías e historias literarias colombianas, sin que su actividad como escritor se modificara un ápice, y sin que se produjera como reflejo un movimiento personal tendiente a publicar otro libro. Su vida y su obra siguieron el mismo rumbo, discreto y paulatino, que él mismo les imprimió desde su llegada a Bogotá.

En cuanto al ejercicio de su profesión como abogado, Arturo desempeñó destacados cargos: fue Adjunto Cultural de la Embajada de Colombia en Estados Unidos, Viceministro de Trabajo, Jefe de la Sección de Extensión Cultural del Ministerio de Educación, catedrático de Derecho administrativo y de idiomas en la Universidad de Nariño.[7]​ Fue, así mismo, funcionario cultural de Colombia y de la Embajada de los Estados Unidos y fundó y dirigió la radio-revista literaria Voces del Mundo, donde estimuló generosamente a los jóvenes. Viajó a Estados Unidos y tradujo poesía especialmente de contemporáneos de habla inglesa.

El cantor del sur tradujo a varios autores, algunos de ellos son: Constantino Cavafis, quien fue un poeta griego, una de las figuras literarias más importantes del siglo XX y uno de los mayores exponentes del renacimiento de la lengua griega moderna. De él hizo quince traducciones de entre poemas y textos, como es el caso de los poemas «Esperando a los bárbaros», «Murallas» o «Los pasos». De igual forma tradujo a Barry Cole con el poema Persona desaparecida, Anselm Hollo con Primera oda para una damita, Peter Levi con Para hablar del alma, Anthony Thwaite con Cartas de sinesio, Matthew Mead con Identidades y finalmente Kanen Gershon con En el cementerio judío que fueron publicadas en la revista Eco de la librería Bucholz en diciembre de 1974, un mes después de su muerte.

En 1970 escribió sus cuatro últimos poemas, los más celebrados de una presumible «segunda etapa»: «Sequía», «Tambores», «Lluvias» y «Yerba». En 1971, tras una gripe mal cuidada fue enviado al Hospital Militar, le diagnosticaron erróneamente cáncer y, por ende, lo operaron, lo que lo condujo a una muerte clínica. Sin embargo, su muerte no sería sino tres años después, el 23 de noviembre de 1974 en Bogotá, a causa de un aneurisma, meses después de haber recibido el doctorado honoris causa en Filosofía y Letras por la Universidad de Nariño y de haber dejado lista la segunda edición de Morada al Sur para Monte Avila de Caracas.

El poeta del sur decidió concentrar todas sus capacidades en compilar, pulir y corregir sus mejores poemas pues, asegura su hijo Gilberto Arturo, deseaba forjar una obra de calidad y así mismo poder lograr que sus versos transmitan lo más esencial de su universo.

En gran parte de su poesía, Arturo evoca un pasado intimo de su niñez en estrofas cortas pero precisas, es decir, que le bastan cuatro a cinco versos para inmortalizar una experiencia que en ocasiones es ambigua y en otras poseedora de figuras literarias "Y aquí principia, en este torso de árbol, en este umbral pulido por tantos pasos muertos", y que en definitiva la hacen rica en escenarios e interpretaciones. De igual forma, su obra, a pesar de que los estándares estéticos que determinan que una épica debe ser extensa, en narración de tercera persona y narrando las hazañas de los héroes locales, Aurelio la transfigura a estrofas breves con cuerpo de poema y representando hechos simbólicos de su vida, el campo y la naturaleza que son inherentes a su pueblo, al departamento, sin ser ajeno a otros países, es decir, que el gran poeta en su ingenio inmortalizo su vida, la atmósfera de su morada, la trasforma en algo indecible, inimaginable, comparándolo por ejemplo con el Edén pero, al mismo tiempo, universaliza al sur con sucesos que pueden efectuarse en la zona rural de otros países, como por ejemplo: "el viento viene, viene vestidos de follajes, y se detiene y duda ante las puertas grandes".

El libro está compuesto por trece poemas que son:

La crítica sobre la obra de Aurelio Arturo es bastante cuantiosa. El primer ensayo en torno a ella fue realizado dos meses después de la publicación de Morada al Sur por Eduardo Guizado Camacho y desde entonces esta ha sido objeto de varios críticos de poesía colombiana, a tal punto que los estudios críticos respecto de la obra de Arturo, llegan, incluso, a superar la cantidad de ciento cincuenta.[8]​ Aunque en su gran mayoría estos coinciden en que la obra de Arturo es breve, única y de excelente calidad, es posible identificar tres períodos diferentes en cuanto a crítica: el primero, de 1945 a 1963, se caracteriza por una crítica subjetiva, centrada en el autor, en la que se enaltece al mismo Aurelio Arturo y no tanto a su poesía. El segundo momento, de 1963 a 1974, se caracteriza por ser un momento de transición de la subjetividad dada en el primer período, al ensayo de análisis textual más característico del último; no obstante, en esta etapa no desaparecen las menciones y halagos al poeta mismo. Y, por último, el tercer momento que se enmarca de 1974 en adelante, se caracteriza por la emergencia de conceptos basados en escuelas críticas, y también por la presencia de ensayos de carácter personal.[9]

Aunque en ocasiones se compara Aurelio Arturo con José Asunción Silva o con la figura de Porfirio Barba Jacob, los críticos exaltan la singularidad del autor y su poesía, puesto que su melodía y armonía no se asemejan a la tradición hispánica de finales del siglo xx.[5]

El fondo Aurelio Arturo es una colección de impresos de la Biblioteca Nacional de Colombia y se conforma por 2032 libros, la mayoría de ellos sobre literatura francesa, inglesa y norteamericana, aunque también cuenta con clásicos griegos y latinos. La colección refleja su amor por la lengua inglesa, lo que condujo a Arturo a traducir acertadamente a algunos poetas angloparlantes.

La colección es rica en antologías, crítica poética y teoría poética; tiene versos de escritores como Teófilo Albán Ramos, Gerardo Andrade González, Guillaume Apollinaire, Diógenes Arrieta, Percy Bysshe Shelley, Porfirio Barba Jacob, Charles Pierre Baudelaire, Giosue Carducci, Aimé Césaire, Luis Cernuda, Luis Felipe de la Rosa, Rainer Maria Rilke, Rubén Darío, Ezra Pound, Guillermo Valencia, Walt Whitman, entre otros. De las obras en prosa se destacan las de Azorín, Víctor Aragón, Balzac, Pio Baroja, Henry Bergson, Joseph Conrad, Gabriele D'Annunzio, Aldous Huxley, André Gide, David Herbert Lawrence, Doris Lessing y Baldomero Sanín Cano.

Por su profesión de abogado tiene algunos libros de derecho, en su mayoría administrativo. [17]



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