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Bagley



Melville Sewell Bagley (Bangor, Estados Unidos, 10 de julio de 1838-Buenos Aires, Argentina, 14 de julio de 1880) fue un empresario estadounidense, creador del licor Hesperidina, y titular de la primera marca registrada y la primera patente de ese producto en Argentina.

Melville Bagley nació en 1838 en la ciudad de Bangor, estado de Maine. Los miembros de su familia también vivieron en Durham. Se mudó primero a Nueva Orleans, Louisiana, donde trabajó en una tienda de telas. Un año después del estallido de la guerra civil estadounidense, Bagley emigró a Buenos Aires, como representante de una editorial. Tenía 24 años y viviría gran parte de su vida en la Argentina.[1][2]

Bagley trabajó un tiempo como ayudante en la reconocida farmacia “La Estrella”, de los hermanos Demarchi, que se encuentra en una esquina de las calles Defensa y Alsina. Fue justamente allí, entre los tubos de ensayos y los yuyos curativos, donde nació la idea de crear un tónico para venderlo como “remedio salvador de todos los males”.

Melville experimentó con diferentes fórmulas, pero se centró en una en particular a base de la corteza de naranjas amargas o agrias que crecían como arbustos ornamentales en su casona de Bernal (la cual se mantiene en pie hasta la actualidad).[3]

Se cree que el joven inventor tenía ciertos conocimientos en química. Él sabía que en las cortezas de las naranjas amargas se hallaban los flavonoides, que tienen múltiples propiedades no solamente digestivas, sino también curativas.

En la península ibérica, se utilizaban diversos cítricos como antídotos contra venenos, como así también para reactivar la circulación sanguínea, mejorar la digestión y contra la inflamación muscular.

Hoy en día, se cuenta con mayor información sobre los “bioflavonoides”. Son sustancias químicas que se encuentran naturalmente en ciertas plantas y alimentos, y que han demostrado disminuir la incidencia de enfermedades como el cáncer, las enfermedades cardiovasculares y las alteraciones inmunológicas y se han identificado más de 6.000 flavonoides diferentes en plantas, pero generalmente ocupan una porción insignificante en la dieta diaria.

Cuando supo que su tónico iba a dar resultado, Bagley ideó una inusual campaña publicitaria para dar a conocer su producto, manteniendo la intriga y el suspenso.

Dos meses antes de lanzarlo a la venta, mandó a pintar las aceras de los empedrados de Buenos Aires con el nombre de “Hesperidina” en letras negras. En ese entonces, esto era toda una novedad y la gente se preguntaba “qué sería aquello que se anunciaba”. También se publicaron llamativos avisos, con la frase “La Hesperidina vendrá”.

El 24 de diciembre de 1864, un nuevo anuncio apareció en los diarios: la bebida ya estaba en venta en cafés, bares, boticas y droguerías.[4][5]

Melville Sewell Bagley empezó a fabricar la Hesperidina con los frutos amargos de su casona de Bernal, ubicada en la intersección de las calles Dorrego y Zapiola. La bebida tuvo tanto éxito que realizó una extensa plantación de naranjos en su propia casa y requirió los frutos de localidades vecinas, como Florencio Varela y Adrogué, que tenían en sus calles árboles de naranjos amargos como ornamento.

El producto que inventó Bagley logró revolucionar el mercado argentino de las bebidas, sólo ocupado por las aguardientes, como la grappa o la ginebra.

Según el presidente de la Academia Argentina de Letras, Pedro Luis Barcia, el nombre de la bebida salió de la mitología griega, que cuenta que “cuando los griegos navegaban por las costas de Valencia las naranjas en medio de las hojas verdes parecían frutos de oro”, “frutos de oro del jardín de las Hespérides”, de allí el nombre de Hesperidina.[6]

Rápidamente, la bebida se hizo muy famosa y se impuso como moda, no sólo entre los gauchos (hombres de campo), sino además en las grandes ciudades y también, entre las mujeres, que en aquel tiempo no bebían en público, pero el licor de Bagley era considerado de baja graduación alcohólica comparado con las aguardientes y otras tragos populares.

En 1866, a dos años de su lanzamiento, la Hesperidina se encontraba azotada por una ola de imitadores que, aprovechándose de la falta de una legislación que protegiera las marcas, intentaban conseguir un importante lugar en este nuevo mercado.

Al comienzo, Bagley sólo podía defenderse mediante piezas publicitarias. Por ejemplo, un curioso volante repartido en las calles que alertaba al público: “A elegir sólo las botellas que tengan los rótulos con mi nombre y firma al pie, que sean vendidos por los respetables depositarios de mi Hesperidina anunciados por los diarios, que su precio no sea inferior a 300 pesos la docena o 30 pesos la botella, debiendo desconfiarse de todo artículo que se ofrezca a precio menor, y que no procedan de venta en público porque mi Hesperidina nunca se ha vendido ni se venderá en remates”. [cita requerida]

Si bien las botellas fabricadas por Cristalería Rigolleau eran muy características y constituían un gran reto para los obreros sopladores de vidrio, ya que eran rayadas y llevaba su nombre en relieve, las falsificaciones reiteradas llevaron a Melville Bagley a encargar etiquetas a la Bank Note Company de New York, imprenta a cargo de los dólares estadounidenses.

No contento con eso, emprendió una campaña para lograr un registro único de marcas y patentes en el país de origen de su invento. En 1876, convenció al presidente Nicolás Avellaneda de su creación. De esta manera, Hesperidina se convirtió en la primera patente y marca registrada, con licencia N° 1 en la Argentina.[2]

La Hesperidina es sinónimo de “argentinidad” y fue homenajeada con un tango y nombrada en tres cuentos de Julio Cortázar e incluida en las obras de otros autores, así como también fue dibujada en almanaques tradicionales y muy recordados, por Florencio Molina Campos.[7]

El gran explorador Francisco Pascasio Moreno, más conocido como Perito Moreno, llevaba siempre consigo a la Hesperidina en sus largas y crudas excursiones, como fiel compañera para atenuar la rudeza del clima. Asimismo, fue el aperitivo favorito de Roberto Goyeneche, destacado cantante del tango argentino.

Por otra parte, la bebida fue utilizada como “tónico curativo” en la Guerra de la Triple Alianza (1864- 1870), más precisamente, en las tiendas de campaña para “revitalizar a los heridos” por sus propiedades terapéuticas, que contrarrestaban los problemas estomacales originados principalmente por la poca potabilidad del agua.[3]

Además de su famoso y popular invento, Melville Bagley emprendió otros proyectos. Fue uno de los primeros que se preocupó por el transporte en la zona sur, inaugurando en 1873 el tranvía a caballo en Quilmes.[8][9]​ También fue pionero en la fabricación de galletitas en la Argentina (las cuales se importaban hasta entonces del Reino Unido), localizando su planta primero en la calle Maipú. Unos años después de su fallecimiento, en 1892, la empresa se trasladó a la emblemática sede de General Hornos 256, en el barrio de Barracas, de la ciudad de Buenos Aires.[10]

Melville Sewell Bagley se casó en segundas nupcias con Mary Jane Hamilton, ciudadana inglesa. Tuvieron ocho hijos.

Bagley murió el 14 de julio de 1880, a los 42 años de edad, sin poder disfrutar demasiado de sus logros.[1]​ Está enterrado en el Cementerio Británico de Buenos Aires.[11]

Los productos y la fábrica de Bagley, resultados claros de 18 años de arduo trabajo, lo sobrevivieron por más de un siglo y su nombre continúa siendo sinónimo de desarrollo y de progreso en el país.[12]



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