La Basílica del Sagrado Corazón de Jesús en un templo de la ciudad asturiana de Gijón (España) conocida popularmente como La Iglesiona y situada frente al Real Instituto Jovellanos. Fue construida en 1918 bajo estilo negótico y modernista, y fue utilizada como prisión durante la Guerra Civil española[cita requerida].
El templo fue construido entre 1918 y 1922 siguiendo dos proyectos diferentes. El primero de ellos de 1911 corresponde al arquitecto catalán Juan Rubió Bellver, influencia que se plasma en el modernismo gaudiano (era discípulo del célebre arquitecto) y diseñado para los Jesuitas. Miguel García de la Cruz siguió con el proyecto influenciado por el revival gótico. Destaca la figura del Sagrado Corazón en el campanario, obra de Serafín Basterra, y que se divisa desde diferentes puntos de la ciudad. Situada frente al Real Instituto de Jovellanos, además de sus dimensiones destacan sus impresionantes pinturas interiores realizadas por los hermanos Guillermo y Enrique Immenkamp. y sus arcos fajones parabólicos, solución adoptada debido a la estrechez de la parcela.
En 1930 es incendiada, siendo reparada por Manuel del Busto, y durante la Guerra Civil la iglesia fue utilizada como cárcel por el bando republicano[cita requerida]. En el año 2003 la Santa Sede la proclamó basílica por su importancia histórico y decoración interior. Se le conoce popularmente como La Iglesiona debido a sus proporciones.
Los jesuitas habían estado en Gijón con alguna frecuencia para realizar trabajos apostólicos, pero hasta 1882 no establecieron una residencia permanente. El 1 de julio llegó Bonifacio López Doncel con el encargo de fundar tal residencia, cosa que había rogado a los jesuitas el anterior Obispo de Oviedo, Sanz y Forés. Debió conseguirlo y cuajar la fundación pues consta que a finales de aquel año ya funcionaba bajo la dirección de Valentín Ruiz de Velasco.
La atención pastoral en Gijón mejoró al crearse otras dos parroquias en los últimos años del siglo XIX, San José y S. Lorenzo, y algunos templos llevados por otras órdenes religiosas masculinas —fue el caso de los Agustinos que abandonaron Filipinas tras la guerra hispano-estadounidense y se hicieron cargo de la capilla de las Madres Agustinas a finales de 1898—, pero, para entonces, los jesuitas ya tenían en marcha un colegio, numerosas actividades apostólicas y el apoyo de muchos benefactores.
Su propósito fundamental era crear un colegio, el actual de la Inmaculada, cuya primera piedra se colocó el 3 de febrero de 1889. En aquellos primeros años los jesuitas llevaron a cabo tareas pastorales en las iglesias de las Madres Agustinas, Colegiata de San Juan Bautista, S. Lorenzo, San José, Begoña y la propia capilla de su Colegio de la Inmaculada. Pero a principios del siglo XX ya había, tanto en los jesuitas como en colaboradores, la idea de que era conveniente tener una residencia fija y una iglesia en el centro de Gijón.
En 1901 pudieron trasladarse a la casa y jardín del número 40 de la calle del Instituto, terreno que actualmente ocupa la Basílica, cuya propiedad les ofreció Ana María Díaz en 1903. En 1904, fallecida la anterior, su hija, María del Carmen Zuláybar Díaz, les ofreció también su casa, jardín y anexos, contiguos a los de su difunta madre, completando de esa manera los terrenos que ahora ocupan la Basílica y su residencia anexa.
Los jesuitas tardaron años en aceptar las donaciones. Dudaban entre Gijón y Oviedo como su asiento definitivo en Asturias y les abrumaba la magnitud de la obra propuesta. Los decidió, entre otras cosas, el consejo del Obispo de Oviedo en favor de Gijón. A la postre, han acabado teniendo colegio, casa y templo en ambas ciudades.
En 1910, el padre jesuita Cesáreo Ibero Orendain, rector del Colegio de la Inmaculada, se decidió a firmar la escritura pública de aceptación de las fincas donde habían de levantarse templo y residencia.
Tras pedir al ayuntamiento de Gijón que fijase la alineación de las calles, firmó el proyecto en 1911 el arquitecto, de Reus y afincado en Barcelona, Juan Rubió, discípulo y colaborador de Gaudí. El proyecto se conceptúa como modernista tardío, según la moda de la época, con las soluciones arquitectónicas que imponía la estrechez del espacio disponible. No era posible la existencia de cualquier elemento que requiera cierta amplitud a lo ancho: múltiples naves, crucero o capillas laterales. También fue este el motivo para cubrir la iglesia con una bóveda de sección parabólica.
Dirigió la obra Miguel García de la Cruz, gijonés y arquitecto municipal de Gijón, que introdujo modificaciones en el proyecto original.
El papel de Alsina Bonafont para poner en marcha el proyecto y sortear las dificultades que aparecieron fue mucho más allá del ser mero maestro de obras y contratista El proyecto original sufrió variaciones, no todas suficientemente documentadas, que unos atribuyen al arquitecto Miguel García de la Cruz y otros creen que contaron con la participación del arquitecto Joan Rubió.
La mayor modificación es, sin duda, la operada en la fachada principal que pasó de las dos torres previstas a un templete coronado con la imagen del Sagrado Corazón; esta modificación es considerada de tipo más impresionista que modernista. Pero hay otras muchas modificaciones:
El mayor problema que tuvo el proyecto en el ámbito civil, de hecho se inició la construcción sin haberlo resuelto enteramente, empezó con la alineación de las calles solicitada al Ayuntamiento de Gijón el 22 de febrero de 1911. El terreno era, aproximadamente rectangular, 17,80 m por la calle Jovellanos, 67,58 por la calle del Instituto siguiendo una línea quebrada y 68,00 m por la calle Begoña, también en línea quebrada. El Ayuntamiento acordó hacer más rectos los límites intercambiando terreno con los jesuitas a razón de 180,32 pesetas el metro cuadrado en la calle Instituto y 90,16 pesetas el metro cuadrado en la calle Begoña. Por la diferencia los jesuitas tuvieron que pagar 1704,03 pesetas, aunque en el fragor de las discusiones y pleito posterior nadie, en el Ayuntamiento, se acordó de cobrar esa cantidad hasta 1916.
Sobre la base de la nueva alineación de las calles, Claudio Alsina presentó al Ayuntamiento, el 10 de mayo de 1911, el proyecto de construcción a nombre del "Arquitecto D. Juan Rubio y Bellver y bajo la dirección facultativa del Arquitecto D. Miguel G. de la Cruz." Aquí comenzaron las desavenencias entre promotores de la obra y Ayuntamiento; los primeros consideraban que la alineación de las calles recién aprobada implicaba que se podía construir en toda la superficie del solar así delimitado, supuesto que se cumpliesen las normas de edificación vigentes, mientras que el segundo consideraba que la alineación de calles era una mera delimitación de propiedades que no obligaba al Ayuntamiento a permitir su edificación.
El Ayuntamiento exigió que el edificio se retirase varios metros de la calle Jovellanos, sin especificar un número, por seguridad de los viandantes y fieles que entrasen y saliesen, alegando el peligro de aglomeraciones al lado del tranvía que pasaba ante el proyectado templo y, precisamente, por su lado de la calle. También exigía que ese espacio entre templo y calle se cerrase con zócalo de piedra y verja. Claudio Alsina rechazó la exigencia afirmando que las inquietudes sobre seguridad del público quedaban satisfechas por la existencia de un vestíbulo, accediendo a modificar el proyecto con la adición de una salida lateral a la calle Instituto, lo que finalmente se hizo.
Como el Ayuntamiento negaba la licencia de construcción, Claudio Alsina presentó recurso, el 31 de julio de 1911, ante el Gobernador civil de Oviedo que le dio la razón el 6 de agosto de 1912. Se podía edificar en todo el terreno delimitado por las alineaciones de las calles. El Ayuntamiento apeló al Ministro de Gobernación. El 30 de julio de 1913 el Ayuntamiento recibió la notificación de que el entonces Ministro, Santiago Alba Bonifaz, le había dado la razón. Tras esto el Ayuntamiento concretó en seis metros su exigencia de retirada del templo respecto a la calle Jovellanos. Los jesuitas apelaron al Tribunal Supremo, obteniendo sentencia favorable a la construcción el 8 de julio de 1914 por parte de la Sala 3ª de lo Contencioso Administrativo.
El mismo Cesáreo Ibero que aceptó la donación del terreno fue, por parte de la Compañía de Jesús, el que llevó el peso de la obra, cuidándose bien de obtener todas las licencias eclesiásticas y civiles en Gijón, Oviedo y Roma.
Los jesuitas no esperaron a terminar todos los pleitos para iniciar la construcción. El 23 de octubre de 1912 dos concejales presentaron una queja oficial porque se habían iniciado las obras de iglesia y residencia sin haber abonado los derechos correspondientes. El Celador de Policía urbana, el 4 de noviembre de 1913, denuncia que los jesuitas están levantando los muros de fachada.
A finales de 1912 se derribó el chalet en cuyo terreno había de construirse la residencia —la comunidad jesuita que allí vivía se fue al Colegio de la Inmaculada— inaugurada el 10 de diciembre de 1915.
La construcción sufrió problemas en forma de maledicencias, envidias, huelgas, los obstáculos administrativos ya mencionados y hasta algún pleito por vía canónica. No solo se opusieron "las fuerzas del progreso" sino numerosos sacerdotes. La misma denominación popular del templo como "La Iglesiona" es atribuida por unos al gusto de los gijoneses por los superlativos mientras que otros consideran que en su origen era despectivo y en oposición al término "catedralina" que también se usó.
Contra la construcción de la actual basílica se argumentaron toda clase de cosas: las Decretales del Papa Gregorio IX; la rasante de la calle; el peligro de que el tranvía, que discurría por la calle Jovellanos ante la puerta del templo, atropellase a muchos de entre la multitud atolondrada que saldría de la iglesia; el hundimiento de una estructura tan atrevida y apretada contra las aceras por la estrechez del solar. También hubo algún intento de instar a la demolición de lo ya construido.
Hubo un pleito eclesiástico que fue llevado a la Santa Sede, pero el Papa ordenó que se tramitara por los cauces ordinarios, que en aquellos momentos eran la Archidiócesis de Santiago de Compostela y el tribunal de la Rota; en ambas instancias fallaron a favor de los jesuitas.
El que llevó adelante el pleito fue Ramón Piquero, párroco de S. Pedro, al parecer con más insistencia que argumentos sólidos pues en la última sentencia del caso se dice: "no es posible disculpar su notoria temeridad". Recurrió la decisión del Obispo de Oviedo de conceder autorización a los jesuitas para edificar el templo y el obispado desestimó el recurso el 17 de febrero de 1913. Apeló al tribunal metropolitano del Arzobispado de Santiago de Compostela y el 26 de abril de 1913 se dio por desistida su apelación, si bien de algún modo debió recuperarla pues el 17 de abril de 1916 el Tribunal Metropolitano sentenció contra el párroco. El 24 de mayo de 1916 apeló ante el tribunal de la Rota española que sentenció en su contra el 20 de abril de 1917. En su sentencia, la Rota española, informa sobre el contenido y argumentación del recurso pues, aunque empieza afirmando que el desistimiento en la anterior apelación hace firme la sentencia primera, luego entra a considerar una por una las alegaciones del párroco de S. Pedro: "Primero: que no es necesario dicho templo. Segundo: que su construcción y apertura al culto público causará graves daños morales y espirituales como son las relaciones de amistad y unión entre los párrocos y sus feligreses, abandonando estos las iglesias parroquiales por acudir a los cultos y funciones del nuevo templo. Tercero: como consecuencia del anterior, la pérdida o merma de las oblaciones voluntarias de los fieles tan necesarias para el sostenimiento del culto y clero parroquial."
La misma sentencia de la Rota española contiene en sus considerandos una indicación valiosa sobre el estado de la atención religiosa católica en Gijón, al parecer muy inferior a lo que se consideraba corriente en aquellos momentos en España: "Así se observa en ciudades que no cuentan con la mitad de habitantes que tiene Gijón, que se celebran las funciones religiosas con grandísimo esplendor y que el clero vive decentemente a pesar de tener doble número de parroquias, muchísimas comunidades religiosas, todas ellas con iglesia abierta al culto público y el número de sacerdotes diez veces superior al de Gijón. Resultado pues de este paralelismo que en la villa de Gijón hay mucha mies y escasez de operarios."
La ya aludida oposición por parte de los adversarios de la Iglesia católica es utilizada por la sentencia rotal como argumento a favor de la construcción del templo de los jesuitas, con el lenguaje propio de la época esa oposición se describe así: "Considerando: que constituye una prueba concluyente de la grandísima utilidad espiritual que la construcción del mencionado templo católico reporta a los habitantes de Gijón, la cruda y titánica oposición de los anticlericales o mejor dicho anticatólicos a que la dicha obra se lleve a cabo, empleando para conseguir su depravado objeto todos los recursos que la malicia humana pudo inventar, obligando a los padres Jesuitas a sostener un recurso contencioso-administrativo, que en último término fue resuelto a favor de los mismos por el más alto tribunal de justicia de nuestra nación. La impiedad no haría tamaños esfuerzos para impedir la construcción del nuevo templo, si no estuviera plenamente convencida de que cada iglesia es un baluarte de la fe, contra el cual se estrellan los furiosos ímpetus de los enemigos de nuestra sacrosanta religión." En este último punto la sentencia de la Rota española hace referencia al recurso, ya mencionado, sobre aprobación del proyecto de construcción que llegó al Tribunal Supremo de España.
El templo se construyó en una zona que, en tiempos históricos, era un tómbolo por el cual se podía pasar a pie, en bajamar, entre la antigua ciudad de Gijón, situada en el cerro de Santa Catalina, y el actual paseo de Begoña, una elevación rocosa. Un informe técnico del año 2000 ha revelado que el terreno consta de una capa superficial de 35 centímetros de pavimento, seguida de otra de 4,5 metros de arenas gruesas (indistinguibles de la arena de la vecina playa de San Lorenzo), una capa de arcilla amarilla de seis metros y, finalmente, roca calcárea. El edificio se cimentó sobre una zapata corrida de hormigón ciclópeo que descansa directamente sobre la arena, no sobre la roca calcárea. Este tipo de cimentación es muy corriente en edificios modernos de Gijón pues gran parte de la ciudad está asentada sobre antiguos arenales y pantanos costeros.
La primera piedra del templo se colocó el 7 de noviembre de 1913, oficiando José Álvarez Miranda, penitenciario de la Diócesis de Oviedo y ya preconizado Obispo de León, aunque para entonces se habían cimentado y elevado a cierta altura fachada y paredes laterales. El grueso de la construcción se llevó a cabo entre 1918 y 1922. A principios de 1919 se cerraron las bóvedas, a finales de año se concluyó el campanario, el 4 de enero de 1920 quedó colocada la estatua del Sagrado Corazón que corona el templo y en los meses siguientes se echó el tejado.
Las vidrieras se colocaron en febrero y marzo de 1920, todas ellas policromadas de estilo modernista de la Casa Maumejean Hermanos.
El interior fue decorado con pinturas de los hermanos Immenkamp, pintores alemanes que ya habían hecho otros trabajos en España, al fallecer el primer candidato que tenían en mente los jesuitas, el pintor gijonés Juan Martínez Abades y no encontrar otros pintores españoles que les pareciesen adecuados. Fueron escogidos por recomendación del constructor del órgano, que ya otras veces había coincidido con los hermanos decorando templos y era bávaro como ellos, pues el jesuita responsable de la construcción, Cesáreo Ibero Orendain, no los conocía a ellos ni a su obra. Los hermanos viajaron a Gijón para ver por sí mismos el templo el 24 de diciembre de 1920; hechos los bocetos preliminares se presentaron de nuevo el 21 de junio de 1922 para emprender definitivamente sus trabajos; el 30 de agosto del mismo año presentaron el boceto del ábside, cuya ejecución finalizaron el 2 de febrero de 1923. Invirtieron un año más en pintar las cuatro bóvedas y otros cuatro meses en la decoración de las paredes laterales, incluidos los medallones de los santos y beatos de la Compañía. Concluyeron sus trabajos a mediados de 1924. Estos mismos hermanos pintaron, en lienzos colgados de las paredes, el Viacrucis inaugurado el 10 de enero de 1926.
Acabado su trabajo en Gijón, uno de los hermanos pintores, Heinrich, decoró la iglesia del Sagrado Corazón de Jesús de Santander, también de la Compañía de Jesús, entre 1926 y 1932, por lo que puede observarse una enorme similitud entre las pinturas de ambos templos. La ventaja del templo santanderino es que sus pinturas han sufrido muchos menos daños que las del gijonés y allí se conserva el Viacrucis.
Los jesuitas deseaban inaugurar el templo en mayo de 1921, pero los últimos once meses de ese año estuvieron detenidos los trabajos por las huelgas. Les habría gustado inaugurar en 1922, tercer centenario de las canonizaciones de San Ignacio de Loyola y San Francisco Javier, santos de máxima significación para la Compañía de Jesús, pero tampoco fue posible. La consagración no llegó hasta el 30 de mayo de 1924, por parte del Obispo de Oviedo, Juan Bautista Luis Pérez, si bien la ornamentación no se concluyó hasta mediado 1925.
No hubo víctima alguna durante la construcción del edificio, aunque sí dos accidentes de mucho peligro: Un obrero se cayó desde un andamio próximo a la bóveda, pero lo hizo sobre una lechada de cal cuya consistencia pastosa amortiguó el golpe librándole de toda lesión. Se rompió el eje de una polea con cuya ayuda varios obreros elevaban una gran piedra que formaba parte de la estatua de San Pablo; aunque había muchos obstáculos y poco espacio libre lograron apartarse y la piedra cayó en medio del grupo sin dañar a nadie.
No consta que se publicase el coste de la obra. Los relatos escritos por jesuitas, todos de tono apologético, hablan de la gran generosidad de los benefactores, de la afluencia de donativos en dinero y especie para la construcción y decoración, y nada de que instancias superiores de la Compañía enviasen dinero a Gijón. Si las obras fueron avanzando al ritmo de los donativos es posible que nunca se llegase a hacer cuentas del coste total.
Consta, por ejemplo, que la imagen del Cristo de la Paz, obra muy apreciada del escultor Miguel Blay, costó veinte mil pesetas; pero fue una donación de Manuel Carvajal, por lo que nada costó a la Compañía. Se da el caso curioso de que algunos años después el escultor quiso comprar la imagen, sobre la que había trabajado durante unos diez años, por el doble de lo que había cobrado. En su momento se dijo que, sólo para la decoración pictórica, los jesuitas habían previsto cien mil pesetas; pero es difícil saber si se trata de un dato real o uno más de los bulos y maledicencias que se prodigaron alrededor de la obra. Por aquel entonces un obrero no especializado cobraba algunas pesetas al día, uno cualificado podía llegar hasta las cinco pesetas.
Sí ha quedado constancia de uno de los recursos con los que se financió la construcción del templo. El 30 de marzo de 1917 el representante de la Compañía de Jesús constituyó hipoteca voluntaria sobre la residencia a favor del Banco Hipotecario de España en garantía de un préstamo de noventa mil pesetas. El inmueble hipotecado se describe como “Edificio destinado a Casa Residencia de la Comunidad, sito en Gijón, calle del Instituto número cuarenta, de reciente construcción, que consta de sótano, planta baja, dos pisos altos y azoteas”. Este error de atribuirle dos pisos altos, en vez de los tres que siempre ha tenido, persiste en documentos posteriores.
El interés era del 5% anual más un 0,6% de comisión y gastos, el plazo de 50 años y los pagos semestrales de 2728,07 pesetas. Con estos datos y los criterios legales que rigen desde finales del siglo XX resulta que el préstamo tenía una tasa anual equivalente del 5,78%. Contenía la hipoteca una condición que, además de contradictoria en sus términos, con el tiempo ha venido a resultar chocante e imposible: “Dicho pago se hará precisamente en monedas de oro o plata precisa y no con otras monedas o papel de ninguna clase aunque su curso sea forzoso por disposición de la Ley, pues desde ahora para entonces renuncia Don José María García Ocaña, en nombre de la Comunidad de religiosos de la Compañía de Jesús residentes en Gijón al beneficio que la misma Ley pueda concederles en contrario.”
No consta si dicho préstamo se pagó o no. Si no se efectuó una amortización anticipada sería afectado por la disolución de la Compañía de Jesús durante la II República y, en todo caso, en el Registro de la propiedad figura como cancelado por caducidad, por haber transcurrido otros treinta años después de los cincuenta de plazo del crédito sin que nadie presentase reclamación de pago.
Las descripciones y fotografías de los primeros tiempos y el templo en su estado actual indican que, acabado de construir y decorar, el aspecto debía ser magnífico e impresionante. Tras los daños, que se mencionan más adelante, nunca ha recuperado aquel esplendor, pese a lo cual muchos visitantes siguen manifestándose sorprendidos por su belleza.
La actividad del templo comenzó con unos actos de inauguración muy brillantes, organizándose a tal efecto un triduo del 30 de mayo al 1 de junio. Ya la víspera de la inauguración se produjo el viaje del Nuncio de Su Santidad, Federico Tedeschini, con recibimientos triunfales en Oviedo y Gijón. El día 30 se consagró la iglesia en una ceremonia tan solemne que duró tres horas, si bien a puerta cerrada, y solamente acabada esta consagración se tocaron las campanas, abrieron las puertas al público y celebró el Obispo la primera misa. Por la tarde hubo exposición del Santísimo, Rosario, sermón, consagración al Sagrado Corazón y bendición con el Santísimo por parte del Nuncio. Y así siguieron los otros dos días con gran solemnidad de ceremonias, celebrantes, coros de Gijón, Oviedo, Avilés y Covadonga, ornamentos, predicadores célebres... y enorme concurrencia de público que incluso hacía colas de horas para entrar en las funciones vespertinas.
La actividad en el templo era muy intensa. Además de las misas habituales en cualquier templo y una amplia disponibilidad de confesores, se celebraban numerosos cultos y actividades de formación, más o menos regulares o extraordinarios, tanto para los fieles en general como para las numerosas asociaciones pías que utilizaban el templo.
Entre las actividades hay referencias a: ejercicios espirituales, predicaciones, comuniones generales y de los primeros viernes, Viacrucis mensuales y tres veces por semana en la Cuaresma, novena de Cristo Rey, felicitación sabatina a la Virgen, los trece martes de S. Antonio, novena al Santo Cristo de la Paz, triduos con ocasión de beatificaciones y canonizaciones de jesuitas, visitas y oraciones para ganar las indulgencias del año santo 1925, jubileo sacerdotal del Papa Pío XI, Te Deum por la victoria en el Protectorado de Marruecos, Te Deum por los veinticinco años de reinado de Alfonso XIII...
Entre las asociaciones, grupos de apostolado, hermandades, etc. que realizaban sus actividades en el templo se hallaban: Apostolado de la Oración, Congregación de Sirvientas, Congregación de la Buena Muerte, Caballeros de Nuestra Señora de Covadonga y de San Ignacio, Congregación de la Inmaculada y de San Estanislao, la Congregación de San Luis Gonzaga... Algunas de estas asociaciones eran realmente numerosas, en 1925 la de la Buena Muerte tenía 980 miembros.
Estas eran actividades y asociaciones de las que consta su relación con el templo, pues las actividades que realizaban los jesuitas de la residencia anexa y las asociaciones que dirigían eran mucho más numerosas.
Gran parte de las actividades y asociaciones que dirigían los jesuitas continuaron una vez cerrado el templo y después de disuelta la Compañía de Jesús en 1932, con las limitaciones que suponía haberles incautado todos sus bienes y el tener que actuar como individuos, no ya como organización con personalidad jurídica.
Los problemas de los jesuitas en Gijón alcanzaron un nuevo nivel el 15 de diciembre de 1930. A media mañana, con ocasión de una huelga general por el fusilamiento de los sublevados en Jaca, hubo una concentración en torno al templo para quitar la placa que daba el nombre del caído dictador Miguel Primo de Rivera a la calle conocida, antes y después, como del Instituto; la placa estaba instalada en el lateral de la iglesia.
Viendo la deriva de los acontecimiento, el padre superior de la residencia, Pascual Arroyo, telefoneó al alcalde, al cual le parecía que el tumulto no pasaría a mayores. También telefoneó a la fuerza pública que se retiró, tras una carga con varios heridos, entre ellos dos guardias, dejando dueños de la situación a los revoltosos que, a eso del mediodía, tras destrozar a pedradas la placa de mármol con el nombre de la calle, apedrearon las vidrieras, forzaron la puerta lateral —tapiada años después— y entraron en turba en el templo. Ese mismo día también hubo un intento de quemar el Colegio de la Inmaculada.
Los hijos de San Ignacio, más conscientes de su deber y de la realidad que las autoridades de la ciudad, evitaron la profanación del Santísimo retirándolo poco antes del asalto, por mano del padre Pedro Fernández. También se refugiaron en el tercer piso de la casa contigua a la residencia, hasta donde llegaron algunos asaltantes, mientras otros se dedicaron al saqueo e incendio.
En poco tiempo los asaltantes causaron numerosas profanaciones y grandes daños.
Unos asaltantes hicieron una hoguera en la calle, avivada con gasolina, con bancos, confesonarios y la imagen de la Virgen de Covadonga. Otros asaltantes se dedicaron a incendiar y destrozar dentro de la iglesia, hasta que sonaron dos disparos; en concreto, uno de los disparos parecía proceder del coro y se produjo cuando una persona intentó desclavar el Cristo de la Paz; ese disparo mató a Carlos Tuero Morán, de 25 años, en el interior del templo. Nunca se determinó mediante una investigación policial y judicial fiables el origen ni autor de los disparos.
En el interior rociaron con gasolina pavimento, bancos y confesonarios, lo que dio lugar a un fuego concentrado, principalmente, bajo la primera bóveda del templo, bajo el coro, que quedó destruido junto con el órgano, cancel y tribunas, de las que cuatro quedaron completamente destruidas. Los ventanales del coro se rompieron y por allí se formó tiro evitando que el fuego se extendiese todavía más por el templo. De los ocho grandes vidrieras circulares solamente se salvaron dos, que hubo que desmontar. También fueron quemados: la imagen del Sagrado Corazón que se sacaba en las procesiones, las de San Luis Gonzaga y San Estanislao de Kostka, candelabros y paños de altar. Quedó destruido el Viacrucis, pintado en lienzos por los hermanos Immenkamp, y sufrió daños el Cristo de la Paz. El sagrario fue arrancado, arrastrado por la iglesia y algunas de sus estatuitas robadas. Se derritieron los colores de los muros laterales y los medallones, quedó muy dañada la pintura de la primera bóveda y todas las demás ahumadas y rebajadas de color. Nadie intentó evitar ni apagar el incendio.
Cuando todo el mal ya estaba hecho llegó la caballería de la Guardia Civil, avisada por el teniente de alcalde Rufino Menéndez González, bajo el mando del capitán Lisardo Doval Bravo —que en años siguientes alcanzaría bastante celebridad— dispersando a los asaltantes.
Tras el incendio los jesuitas no volvieron a tener tranquilidad en su residencia, frecuentemente rodeada por grupo amenazadores, si bien mantuvieron el culto en el salón de la misma. Se hizo una rápida reparación del templo, lo más imprescindible, bajo la dirección del arquitecto Juan Manuel del Busto González, y el 19 de marzo de 1931 se reanudó el culto en el templo, después de que la víspera el Obispo lo reconciliase.
El 13 de abril siguiente fue el último día que hubo culto en el templo en más de seis años. El 14 de abril de 1931, proclamación de la II República española, ya no fue posible abrir las puertas; ni tampoco durante el mes de mayo siguiente en que se intentó celebrar las «flores». El clima de odio y amenazas contra los jesuitas lo hizo imposible. Ese mismo clima llevó a los jesuitas que quedaban en la residencia a trasladarse al Colegio de la Inmaculada, que juzgaron más seguro.
Un Decreto de 23 de enero de 1932 disolvió la Compañía de Jesús y el día 3 de febrero se llevó a cabo la incautación formal del templo, la residencia y el colegio que los jesuitas tenían en Gijón por parte del gobernador civil de la provincia, José Alonso Mallol —más conocido años después por ser el Director General de Seguridad cuando se produjo el asesinato de José Calvo Sotelo y el golpe de estado que daría lugar a la Guerra Civil—, ante notario y testigos. La II República no registró los bienes incautados a nombre del Estado, por ello cuando la Compañía de Jesús volvió a ser reconocida legalmente y se le devolvieron sus bienes estos seguían inscritos a su nombre.
Naturalmente, la Compañía de Jesús y cada jesuita conservaron intacta su situación canónica y derechos dentro de la Iglesia, pero a partir de entonces se quedaron sin casa donde vivir, sin templos ni colegios y sin las facilidades de actuación que supone el tener personalidad jurídica reconocida por el Estado. No obstante, los jesuitas expulsados de su templo y su colegio mantuvieron muchas de sus actividades anteriores, trabajaron como profesores en academias y ayudaron pastoralmente a numerosos párrocos. En Gijón les acogieron sus bienhechores en viviendas en las calles Concepción Arenal, Marqués de Casa Valdés, Covadonga, Adosinda, Numa Guilhou, Cabrales y un chalet en la Guía; en el resto de Asturias colaboraron con los párrocos de Castropol, Luarca, Villapedre y Rozadas (concejo de Villaviciosa).
Con ocasión de la revolución de octubre de 1934 el templo fue utilizado como cárcel —por parte de un gobierno de derechas— y vuelto a convertir en prisión desde el inicio de la Guerra Civil Española —esta vez por parte de fuerzas de izquierdas—, hasta la ocupación de Gijón por el bando vencedor el 21 de octubre de 1937[cita requerida]. En 1934 la residencia de los jesuitas fue utilizada como auditoría de guerra; en 1936 como cárcel de mujeres, que después fueron trasladadas a un barco en el Musel [cita requerida]. Como dato indicativo, se sabe que el 21 de agosto de 1937 los presos en la residencia y templo eran doscientos setenta [cita requerida].
Quizás estos usos profanos evitaron que el templo terminase destruido, durante la persecución religiosa paralela a la Guerra Civil, como tantos otros miles, entre ellos los principales de Gijón: S. Pedro, S. Lorenzo y S. José, aunque no pasó este periodo sin daños.
Los del Frente Popular desmontaron la imagen del Sagrado Corazón y las otras seis de la fachada, las de San Pedro y San Pablo que remataban los laterales del arco de entrada y las de San Ignacio de Loyola, San Francisco Javier, San Luis Gonzaga y San Estanislao de Kostka que estaban a los lados del arranque del pedestal del Sagrado Corazón, así como la Cruz de la Victoria sobre el arco de entrada. Las seis estatuas de los santos y la cruz las destruyeron haciendo grava con ellas, y solamente causaron algunos daños a la del Sagrado Corazón pues tuvieron la idea de transformarla en una estatua de Lenin[cita requerida]. También arrancaron el bronce de los púlpitos y, para calentarse, hicieron en el vestíbulo astillas de las imágenes que quedaban.
Al final de este periodo apenas quedaba del templo más que paredes y techo. El viento y la lluvia entraba por las vidrieras destruidas; muros y bóvedas estaban sucios y ahumados; no había estatuas en la fachada, ni imágenes en los retablos ni altares.
El día de Cristo Rey de 1937, que ese año fue el domingo 31 de octubre, previa purificación de las profanaciones sacrílegas con las preces rituales, el templo reabrió al culto con un altar improvisado. Solamente hacía diez días que las tropas franquistas habían ocupado Gijón y se había dejado de utilizar el destrozado templo como cárcel, así que poco se pudo arreglar y adecentar en ese tiempo. Todos los templos parroquiales de Gijón habían sido destruidos y la urgencia de tener algún lugar de culto, por destartalado que estuviese, era grande.
Algunos elementos valiosos se habían salvado de la destrucción y pudieron reintegrarse al templo en los meses y años siguientes. La gran estatua del Sagrado Corazón que coronaba el edificio, desmontada en diciembre de 1936, no llegó a ser transformada en estatua de Lenin[cita requerida]. Un escultor de Bilbao reparó los daños sufridos en corazón, dedos y manto y se pudo reinstalar, bendecida por el Obispo Manuel Arce Ochotorena, en el aniversario de la ocupación de la ciudad por las tropas franquistas, orlada en la base con las antiguas letras de bronce: CHRISTUS VINCIT REGNAT IMPERAT.
El sagrario, arrancado y arrastrado por los asaltantes de 1930, había sido enviado en 1931 a reparar a los talleres de Félix Granda en Madrid. Allí fue reparado y permaneció a salvo de la incautación de los bienes de los jesuitas por la II República y las destrucciones de la persecución religiosa, por lo que pudo volver a su lugar en el templo tras acabar la Guerra Civil.
La valiosa talla del Santo Cristo de la Paz, que no ardió en el incendio de 1930, si bien sufrió daños, fue sacada sigilosamente del templo una noche de mayo de 1931 y llevada a Vizcaya para restaurarlo. Los del Frente Popular se hicieron con ella, la instalaron en un museo y trataron de llevarla al extranjero. Apareció en la aduana de Bilbao tras ser ocupada esa ciudad por las tropas franquistas y retornó a Gijón en febrero de 1938.
Antes de la disolución de la Compañía de Jesús el padre Elorriaga había adquirido un Viacrucis para sustituir al destruido en el incendio de 1930. En 1938 se encontró en un comercio de Gijón y pudo instalarse en el renovado templo.
Las campanas habían sido hechas pedazos. Se refundieron en Vitoria y el 12 de octubre de 1938 volvieron a sonar.
Otros elementos no tuvieron tanta suerte, ni siquiera la de las campanas, y hubieron de hacerse nuevos: coro, púlpitos, cancela, antepechos de las tribunas, varias vidrieras... La comparación con las fotografías, en blanco y negro, publicadas a raíz de la inauguración del templo, evidencia que las vidrieras fueron reproducidas con la mayor exactitud, mientras que otros elementos nuevos como los púlpitos o los antepechos de las tribunas fueron de menor mérito artístico y calidad que los originales.
La puerta lateral fue tapiada y sobre ella, mirando a la calle se colocó una imagen de la Virgen de Covadonga en diciembre de 1939.
Diversos grupos religiosos y benefactores individuales donaron numerosos elementos para reparar y redecorar el templo. Una imagen de San Ignacio de Loyola fue regalada por las Congregaciones y bendecida el 28 de julio de 1941; un Sagrado Corazón para el retablo del altar mayor fue regalo del Apostolado de la Oración; ambas imágenes de los talleres del sacerdote asturiano Félix Granda Buylla. Las vidrieras del trascoro fueron regaladas en 1942 por Ignacia y Josefina Velasco, que en 1945 también regalaron un rico ostensorio con su custodia fija de plata, obras del tallista compostelano Parcero y del orfebre Ricard. Otra gijonesa regaló una imagen de la Virgen de Covadonga, obra del escultor Gerardo Zaragoza, natural de Cangas de Onís, y el altar lateral en que se instaló fue regalo de las Congregaciones de Covadonga inaugurándose el 8 de septiembre de 1945. De aquella época de reconstrucción es también la corona de plata, construidas en Santiago de Compostela, para esa imagen de la Virgen...
En octubre de 1939 se colocaron en el atrio del templo dos grandes lápidas con los nombres de 341 personas que, tras sufrir prisión en el edificio, fueron asesinadas. Previamente, el 21 de octubre de 1938, se colocó una lista más sencilla en la parte izquierda del atrio, a la espera de estas dos lápidas, compuesta cada una de varias placas de piedra caliza con letras de bronce. Fueron fruto de una iniciativa encabezada por Carmen Molas, viuda de Enrique Gaviñaí, uno de los prisioneros fusilados. Andado el tiempo estas lápidas, con los encabezamientos típicos de la época darían ocasión a cierta polémica.
No todos los que sufrieron prisión en el templo ni todos los muertos que figuraban en las lápidas fueron mártires de la fe católica. Hubo mártires en el más estricto sentido, seguramente hubo decididos enemigos políticos del Frente Popular y otros que, como se dice en alguna películas, estaban en el lugar equivocado en el momento equivocado. La Iglesia católica ha reconocido formalmente el martirio de diez de los prisioneros asesinados: un dominico beatificado en el año 2007, seis capuchinos y dos paules en 2013, y un seminarista, ya subdiácono, en 2019. La fiesta de todos ellos se celebra el 6 de noviembre.
Los jesuitas volvieron a tener una actividad muy grande en su templo y fuera de él, alcanzando un nivel análogo al del periodo anterior.
Tras tanta agitación el templo experimentó un largo periodo tranquilo y de fecunda actividad. Los padres jesuitas instauraron un amplio horario de misas y confesiones, atendieron con esmero la adoración del Santísimo, a diversas asociaciones católicas, ejercicios espirituales, novenas... y cosecharon el agradecimiento de gran número de fieles, cuyo afecto mantiene la ahora basílica. Quizás lo más destacado fue la intensa dedicación al ministerio de la reconciliación, el gran número de excelentes sacerdotes que dedicaban muchas horas al mismo.
Parte de las asociaciones existentes antes de la persecución religiosa reanudaron su presencia y actividad en el templo una vez acabada esta, otras no. Constan retiros y cultos diversos del Apostolado de la Oración, de las congregaciones de Caballeros de Covadonga, Damas de Covadonga y señoritas llamadas, popularmente, «Covadonguinas»...
En los primeros años de este periodo hubo numerosos actos de culto excepcionales de reparación por profanaciones, celebración de victorias, recepción de imágenes de gran devoción que habían sido robadas o escondidas, traslado de restos de mártires, etc. En el capítulo de actividades de culto continuadas, y no meramente coyunturales, aparte de lo ya dicho de misas y confesiones, hay referencias a: exposición diaria del Santísimo durante las últimas horas de la tarde, ejercicios espirituales por Cuaresma, cultos anuales en reparación por el incendio de 1930 y también en el aniversario de la entrada de las tropas franquistas en Gijón, triduo a la Reina de los Mártires en octubre, novena a la Virgen de Covadonga, fiestas de mayo (las flores)...
Con el tiempo se produjo una decadencia de las asociaciones y sus actividades y la decadencia de la misma Compañía tras la crisis posconciliar, que dejó de disponer de sujetos y efectivos suficientes, de convicción y de ánimos para seguir haciendo lo que había hecho.
El 18 de agosto de 1998 la Archidiócesis de Oviedo y sus sacerdotes se hicieron cargo de «La Iglesiona». En ese día se firmó la escritura por la que la Compañía de Jesús donaba el templo a la Diócesis de Oviedo y le vendía la residencia en cincuenta millones de pesetas. El precio de la residencia fue muy bajo —por aquel entonces muchas viviendas de los alrededores costaban la mitad de esa cantidad o más—, si bien hay que tener en cuenta que el edificio estaba muy necesitados de mejoras. La venta no incluyó el ajuar del templo.
El 28 de octubre de 2003 la Santa Sede concedió al templo el título de Basílica Menor, a petición del entonces Arzobispo de Oviedo Carlos Osoro Sierra. Los trámites se habían iniciado el año anterior preparando un informe sobre los méritos del templo; la solicitud a la Santa Sede recibió el visto bueno de la Conferencia Episcopal Española. Por su parte el Arzobispo de Oviedo ha declarado el templo «Santuario del Sagrado Corazón de Jesús».
Desde su paso a la Archidiócesis de Oviedo el templo ha estado atendido por cuatro rectores, el obispo auxiliar Atilano Rodríguez Martínez de 1998 a 2002, Julián Herrojo Rodríguez de 2002 a 2012, Álvaro Iglesias Fueyo de 2012 a 2016, Víctor Manuel Cedrón Castaño de 2016 a 2018 y Manuel Robles Freire desde 2018, y por diversos sacerdotes, adscritos formalmente los unos y colaboradores voluntarios los otros, varios de ellos ancianos ya retirados de todo cargo pastoral, pero deseosos de seguir haciendo un servicio a la Iglesia.
Inmediatamente tras su adquisición la Archidiócesis de Oviedo reparó a fondo la residencia de los jesuitas acondicionándola para su actual papel de Casa Diocesana y Residencia Sacerdotal. El templo tuvo que esperar al periodo 2006-2009, durante el que permaneció cerrado y el culto se mantuvo en un salón de la Casa Diocesana, la anteriormente residencia de los jesuitas.
La restauración del templo requirió refuerzo de los cimientos, reparación de los daños estructurales, reparación de la cubierta y restauración y limpieza de las pinturas; además de los desvelos de su entonces rector, Julián Herrojo Rodríguez, que llevó por parte de la Iglesia todo el peso del allegar fondos, seguir las obras y decidir hasta donde se podía llegar en la restauración —hasta donde llegase el dinero—.
El mismo informe técnico, ya mencionado a propósito de la naturaleza del terreno sobre el que se asienta el templo, supone que variaciones bruscas del nivel freático provocaron un arrastre de finos, es decir pérdidas de arena, en la base del edificio y con ello un hundimiento de varios centímetros, mayor en la parte izquierda de la fachada dando lugar a numerosas grietas y fisuras; a la vez descarta que los daños se debiesen al peso de la estatua del Sagrado Corazón, el campanario donde se asienta o un cálculo erróneo de la estructura.
Fue necesario inyectar hormigón entre las zapatas del templo y la roca situada más abajo (170 perforaciones de una media de 13,2 m) para dejarlo definitivamente bien cimentado. Tras esto fue posible sellar la mayor y más claramente visible de las grietas, la que desde el arco del atrio se extiende por la fachada y la primera bóveda.
La cubierta presentaba deficiencias y el clima de Gijón no es indulgente con los edificios que fallan en ese aspecto. Las filtraciones de agua habían dañado alguna pinturas del interior del templo y existían embolsamientos de agua. Por ello la segunda prioridad en la restauración del templo fue reparar la cubierta.
La limpieza y restauración de las pinturas, así como la sustitución de dos medallones hasta entonces vacíos fue la tercera y última parte de la obra, ya que todas las pinturas estaban dañadas y algunas muy gravemente.
Uno de los sitios por los que entraba agua en el templo con daño de las pinturas eran las vidrieras. En las seis vidrieras circulares posteriores fue necesario sellar la junta de la emplomadura con el cristal mediante aceite de linaza crudo, albayalde y secativo de cobalto. Las tres vidrieras del coro necesitaron rejunteo entre ventana y pared con mortero de cal y arena.
La ocasión fue aprovechada para otras reparaciones menores en la estatua del Sagrado Corazón, sustituir la imagen exterior de la Virgen de Covadonga, limpiar la fachada, reparar la verja, nueva iluminación interior, reparación de la parte baja del coro... Lo habitual cuando se inician reparaciones y se ve que hay mucho más que arreglar de lo inicialmente pensado.
Entre las cosas que no fue posible restaurar por falta de tiempo y dinero se halla el zócalo inferior de la nave. Desde décadas atrás estaba recubierto por paneles de madera y al retirarlos se descubrieron restos de policromía muy dañados por el trato que se dio al templo entre 1930 y 1937. Bajo los paneles se encontró la inscripción consacracional, a la izquierda de la entrada. Todo el zócalo fue cubierto por nuevos paneles de madera a fin de preservar los restos encontrados para un futuro en que se disponga de medios.
Todas estas obras ascendieron a unos tres millones de euros. Contaron con la aportación de los devotos (unos 670000 euros), la del Arzobispado de Oviedo (unos 900000 euros), del Ayuntamiento de Gijón (438081 euros), Principado de Asturias (438081 euros) y Fundación Cajamadrid (491919 euros).
La financiación de las obras empezó de forma algo accidentada. El Gobierno de la Nación, a través de la Comisión Mixta del 1% Cultural, decidió subvencionar totalmente la restauración estructural, no la del interior del templo, el 18 de febrero de 2004. Pero el siguiente Gobierno suprimió esa ayuda al revisar la misma Comisión los proyectos para los que se había previsto subvención.
Ante la importancia de la Basílica, el Presidente del Gobierno del Principado de Asturias, Vicente Álvarez Areces, propuso un acuerdo con el Ayuntamiento de Gijón y el Arzobispado de Oviedo para financiar el proyecto a partes iguales. El acuerdo se firmó el 11 de octubre de 2005, habiendo contado con la aprobación unánime de los concejales gijoneses.
Durante la restauración del templo hubo polémica sobre si mantener o retirar las lápidas, situadas a los dos lados del atrio, que recordaban a las 341 personas que estuvieron prisioneras en el templo durante el periodo 1936-1937 y luego fueron asesinadas. Finalmente las lápidas de piedra con letras de bronce en el atrio fueron ocultadas y se colocaron los nombres en paneles de plástico en la girola.
Finalizada la restauración, la Basílica se reabrió el 22 de noviembre de 2009, solemnidad de Jesucristo Rey del Universo, con una misa cantada en la que concelebraron los obispos Raúl Berzosa Martínez y Atilano Rodríguez Martínez y el lleno de fieles obligó a cerrar las puertas del templo. Muchas personas manifestaron su alegría y sorpresa por la belleza del templo restaurado.
Como colofón, en el año 2011 se reparó el órgano, construido más de 50 años antes, que llevaba varios años inutilizado.
Dentro de la restauración del templo tuvo un especial interés la de las pinturas murales, que se llevó a cabo entre 2008 y el 25 de septiembre de 2009, fecha en que el interior de la Basílica se vio libre de andamiajes. Aunque lo más urgente era consolidar los cimientos del edificio y reparar su cubierta para evitar nuevos daños por el agua, el mayor valor artístico se hallaba en sus muy deterioradas pinturas y la mayor complejidad técnica en los trabajos necesarios para restaurarlas.
En primer lugar se procedió a un estudio de la técnica de ejecución de las pinturas, las intervenciones posteriores y los males de las mismas.
El soporte son los muros de piedra, los arcos y bóvedas de ladrillo macizo de barro cocido y el yeso en los nervios. En la decoración de los relieves de los nervios, la preparación es de yeso fino de muy elevada pureza, impregnado con cola animal en superficie. Muros y bóvedas están enfoscados con mortero de cal —calcita, yesos y silicatos de calcio— y arena bastardo, esto es, arena —cuarzo y calcita— con algo de cemento Portland. De una intervención anterior se encontró un mortero de cal y arena; cal bastante pura, con pequeñas cantidades de feldespatos y arcillas, y cuarzo en forma de granos redondeados como árido. También se halló mortero de inyección, un mortero con calcita, yeso, arcillas y cuarzo con cantidades importantes de sales como sulfatos de sodio, calcio o magnesio; es posible que este mortero incorpore algo de cemento Portland en la mezcla a juzgar por la presencia de sales sódicas.
Toda la decoración pictórica tiene una estructura muy similar. Sobre la preparación hay siempre una imprimación blanca de calcita, albayalde y litopón, con trazas de tierras, al temple de cola animal como aglutinante. Sobre ella hay una base de color claro, calcita, albayalde, litopón y algo de color correspondiente más cola animal como aglutinante. Sobre ellas hay una o dos capas de color intenso a base de pigmentos como negro carbón de humo, negro carbón de hueso, azul ultramar, azul cerúleo, laca roja, tierra roja, tierra amarilla, amarillo de cromo y tierra ocre con cola animal como aglutinante. En el ábside existen trazos superficiales oleosos con pigmentos a base de negro carbón, tierra roja o laca roja y aceite como aglutinante.
En casi todas partes existen trazas de aceite de linaza y de resina de conífera, que pueden pertenecer a algún fijativo, quizás aplicado por los autores originales. Actualmente, en el primer tramo de la bóveda, según se entra, hay poco aglutinante y se ha mineralizado parcialmente dando lugar a oxalatos; está fue la bóveda más afectada por el incendio de 1930. En las pinturas abundan los colores con lacas orgánicas, en particular lacas rojas, sensibles a los cambios de pH que producen los tratamientos químicos y la acción biológica.
Hay dos tipos de dorados, ambos en la modalidad de mixtión o dorado al aceite, el aceite como aglutinante. Uno es el que tiene mixtión amarillo o anaranjado, rico en amarillo de cromo y lámina de oro. Otro es un mixtión más tradicional con tierra ocre al óleo como asiento y lámina de oro. En zonas doradas del primer tramo de la entrada se aplicó oro sobre tierra de color marrón oscuro, rica en arcillas, óxido de hierro y cuarzo.
En el estudio se localizaron repintes al temple de cola con calcita, tierras y amarillo de cromo e incluso un repinte de purpurina acrílico sobre un dorado. También se encontraron sustancias no originales como un recubrimiento ocre parcialmente soluble en agua que es una goma formada por polisacáridos. En los dos primero tramos de la entrada se encontró un recubrimiento de resina acrílica ennegrecido por la acción de microorganismos y los humos del ambiente.
En diversos lugares había costras de sales, fundamentalmente yeso, duras e insolubles, ennegrecidas por el humo y la acción biológica. Y lo que se encontró en todas partes fue una capa negra de carbonilla.
Como causas del deterioro de las pinturas se identificaron: los defectos técnicos de cimentación, la acción directa del agua y la acción humana.
Los defectos de cimentación dieron lugar a grietas, fisuras y filtraciones. Aunque la técnica de ejecución de las pinturas era de calidad suficiente para perdurar, una pintura no presenta resistencia alguna frente a un agrietamiento de la bóveda sobre la que está aplicada.
El agua, que no solo entró por las grietas debidas a la cimentación inestable, sino también por filtraciones en los ventanales y bajantes en mal estado, alteró las pinturas por filtración y migración de sales. El agua filtrada por la cubierta, al atravesar los materiales de construcción disuelve algunas sales y al secarse el agua tales sales cristalizan en sitios diferentes de donde se hallaban inicialmente y formando cristales de mayor tamaño. Las propiedades de los materiales se alteran y el soporte de las pinturas se debilita. Un listado de problemas debidos a la acción del agua es: pérdida de policromía —manchas oscuras, velos blanquecinos—, escorrentías, reacciones químicas, decohesión de mortero, oquedades, descamaciones, abombamientos, ataque biológico —hongos, líquenes y algas—.
La acción humana ha dañado las pinturas, ante todo y sobre todo, por el asalto seguido de incendio en 1930, pero también por acciones bien intencionadas en forma de limpiezas inadecuadas o aplicación de sustancias para paliar o evitar daños.
En la restauración de las pinturas se buscó un equilibrio entre el criterio «dejar la obra como si se hubiese preservado en buenas condiciones no como si estuviese nueva» y el hecho de que las obras religiosas en uso tienen una función que no es cultural e historicista; tienen un uso cultual y catequético que requiere el buen estado de las obras, que no evidencien excesivamente los daños que obligaron a su restauración.
Los tratamientos de restauración constaron de cinco etapas, cada una de las cuales requirió múltiples subtareas y técnicas: limpieza, consolidación, reintegración volumétrica, reintegración cromática y protección.
La limpieza consiste en retirar los productos no originales sin atacar la obra, en este caso: polvo superficial, residuos de humos, sustancias proteicas aplicadas sobre los oros, polvo carbonatado de cornisas, sales minerales, repintes en los dorados y sustancias no originales aplicadas para refrescar —goma arábiga—. Se buscó un grado de limpieza no excesivo considerando que la conservación de las superficies pintadas no era homogénea y necesariamente quedarían zonas más oscuras; se realizaron ensayos de limpieza en diferentes superficies y con diferentes productos para escoger la técnica idónea en cada caso y para cada material a eliminar. No se eliminó el repintado de la primera bóveda de la entrada, la más dañada por el incendio, debido a que no se disponía de un original que sirviese de guía.
La consolidación está encaminada a devolver la consistencia física de la obra, mediante un fijativo que refuerce su estructura y aporte cohesión. En el muro se inyectaron consolidante orgánico silícico y mortero aéreo con aditivo y carga. Para la capa pictórica se utilizó un fijativo orgánico estabilizado con fungicida. En todos los casos fueron criterios para elegir el fijativo su adecuada penetración y el que permita la transpiración del muro, además de otros más específicos según el caso.
La reintegración volumétrica pretende reponer los elementos volumétricos perdidos, necesarios para facilitar la lectura de la obra. En los muros se utilizaron morteros de cal y arena de sílice de diferentes granulometrías; en la piedra de las ventanas los mismos morteros con refuerzo de varilla de fibra de vidrio; en las ménsulas resina epoxi, araldit madera y endurecedor; en los arcos los mismos productos de las ménsulas con refuerzo de varilla de fibra de vidrio. En todos los casos se buscaron materiales, y formas de aplicación, que mantuviesen la estabilidad dimensional en el fraguado o catálisis; añadir poco peso; y eficacia probada y buen envejecimiento.
La reintegración cromática es un proceso puramente estético, utilizado para facilitar la comprensión de la obra. Las faltas de policromía se reintegraron mediante acuarelas muy estables. Las lagunas de las zonas doradas mediante un pigmento estable aglutinado con goma arábiga para asegurar la reversibilidad del proceso. Las lagunas de pequeño tamaño se reintegraron de forma imitativa y las de mayor tamaño de formas diferentes según los casos: mediante rigatino las consideradas de gran importancia e interés; mediante rayado de líneas paralelas separadas un centímetro la decoración de paredes que responde a plantillas; la bóveda del primer tramo de la entrada, debido a sus mayores daños, se reintegró de forma más evidente utilizando tonos más bajos que los originales.
La protección se aplica para mitigar futuras alteraciones. Se aplicó fungicida preventivo en las zonas que habían sufrido ataque biológico y una capa de protección a toda la superficie limpia, pulverizando mediante compresor resina acrílica de etil metacrilato al 5% en xileno. Este protector no altera el aspecto mate de la pintura al seco, si bien se sabe que envejece a largo plazo.
Todo el templo fue concebido con vistas a simbolizar diversos aspectos de la doctrina católica y suscitar la devoción de los fieles, así fue en la intención e interpretación que le dieron los jesuitas. Hay muchos símbolos evidentes para cualquiera con conocimientos básicos del catolicismo; pero otros no son tan fáciles de captar, aunque solamente sea por el paso del tiempo que ha hecho caer en desuso algunos. Otra dificultad práctica para captar el simbolismo es la existencia de numerosas inscripciones de grafía nada clara; bastantes de ellas requieren sentarse con calma a la vista de una buena fotografía y ayudarse de la Vulgata, de donde están tomados la mayoría de los textos latinos.
En los siguientes textos se siguen, fundamentalmente, las interpretaciones dadas por jesuitas contemporáneos de la construcción y sus sucesores próximos que consideraban que apenas hay elemento importante en el templo que no esté ordenado a expresar, simbólicamente, la estrecha relación entre Jesucristo y su Iglesia.
Se trata de una construcción sólida, la mayor parte de piedra rosácea de la cantera del monte Naranco, como la utilizada en la Basílica de Covadonga.
Templo de una sola nave con atrio antepuesto y girola en que se ubica el presbiterio. La nave consta de cuatro bóvedas más el casquete absidal, sostenido por diez columnas pareadas, detrás de las cuales corre la girola. Los arcos transversales que separan las bóvedas son de forma ovalada y medio punto. Sobre los arcos formeros bajos discurren las tribunas, cuatro a cada lado, que inicialmente eran de nogal tallado y fueron destruidas.
El maestro de obras y contratista Claudio Alsina Bonafont nos ha dejado los siguientes datos sobre las dimensiones definitivas del templo: longitud por la calle de Begoña (lado izquierdo) 45,90 m; longitud por la calle del Instituto (lado derecho) 45,60 m; anchura de la fachada 17,45 m; anchura en la cabecera junto a la residencia 16,55 m; grosor de los muros 0,75 m; anchura interior media 15,15 m; longitud 41,50 m incluyendo unos 15 m de presbiterio y trasaltar y sin incluir unos 4 m del atrio; altura de 27 m desde el pavimento hasta lo más alto del intradós de las bóvedas; éstas tienen 11 x 10 m. Las tribunas corridas sobre los arcos laterales bajos, reminiscencias del triforio, se hallan a mitad de la altura de la iglesia.
En el Catastro
se atribuye al templo una superficie de 775 m² y a la residencia ocupar un terreno de 319 m² con un total construido, entre sus varias plantas de 1365 m². En total, entre templo y residencia, el Catastro atribuye al terreno una superficie algo menor que las medidas efectuadas en la época de la construcción.La inscripción consacracional, situada en el primer lienzo de muro de la izquierda, unos dos metros sobre el suelo, bastante deteriorada y ahora cubierta por paneles de madera, dice, en una lectura y traducción tentativas:
La fachada en su conjunto no armoniza, no se corresponden las líneas de las partes inferior y media con el remate. La estatua del Sagrado Corazón, junto con el templete que la sostiene y en cuyo interior se hallan las campanas, descansan directamente sobre vanos de gran luz, los ventanales del coro, mientras los grandes pilares laterales no sostienen nada. Todo ello es consecuencia de haber cambiado las dos torres del proyecto original por el monumento del Sagrado Corazón.
La fachada principal consta de tres zonas distintas: la inferior que configura la entrada al templo, una parte media dedicada a vidrieras y arranque de las torres que no se construyeron, y una coronación a modo de monumento al Sagrado Corazón.
En la parte baja de la fachada se adelanta el cuerpo de la puerta principal. Estaba coronado por la Cruz de la Victoria y, en ménsulas, a ambos lados, las estatuas de San Pedro y San Pablo, significando que velan por la Iglesia y muestran su entrada a todas las gentes, de cinco metros de altura y talladas en piedra de Ondárroa. Cruz y estatuas fueron destruidas. El arco de entrada, de 9,12 m de luz, tiene una verja de hierro de amplia malla, un excelente trabajo de rejería modernista, que, desde el principio, ha contado con un motor eléctrico para correrla. Aunque algo dañada por el tiempo, esta reja sigue siendo magnífica en su clase.
En el fondo del arco de entrada aparece la puerta interior del segundo muro partida en ajimez y coronado por un rosetón con una reja de fusas de hierro forjado. Esta reja es otro trabajo primoroso de rejería en que destacan, como elementos simbólicos, el cristograma JHS y la corona de espinas rodeándolo. También contiene abundantes motivos vegetales. Es una reja tan tupida, de tanto trabajo como tiene, que es difícil ver que tras ella hay una vidriera.
La parte media de la fachada, ligeramente retranqueada respecto a la baja, tiene tres ventanales, de nueve metros de altura el central y siete los otros dos, que dan luz al coro. A los dos lados, limitando el ancho de estas ventanas, hay unos pilares gigantes que hubiesen sido el arranque de dos torres de haberse seguido el proyecto primitivo.
Cuatro estatuas de santos jesuitas: San Ignacio de Loyola y San Luis Gonzaga a un lado; San Francisco Javier y San Estanislao de Kostka al otro, situadas en ménsulas al pie del monumento del Sagrado Corazón, representaban a los fieles de esa iglesia edificada sobre el fundamento de los Apóstoles. También fueron destruidas. Eran de cuatro metros de altura y siete toneladas cada una.
En el centro de la fachada, entre los cuatro santos mencionados y sobre los vanos de las tres vidrieras, estaba escrito lo siguiente: «COR IESV ADVENIAT REGNVM TVVM» (Corazón de Jesús, venga tu reino); esta inscripción desapareció en algún momento entre el incendio de 1930 y el restablecimiento del culto en 1937.
La parte superior de la fachada es el monumento del Sagrado Corazón de Jesús coronado por su estatua de 7,75 m de altura y 32 toneladas, cuya cabeza se eleva 49,5 m sobre la calle, esculpida en diecinueve bloques mármol de Carrara. En esa estatua Jesucristo señala con una mano al corazón mientras con la otra bendice a la ciudad. Está colocada sobre un gran cuerpo o pedestal cuadrangular sostenido por doce columnas a las que se atribuye el simbolismo de los Apóstoles, que son a su vez fundamento inmediato de la Iglesia según el texto de Ef 2,20 «Estáis edificados sobre el cimientos de los apóstoles y profetas, y el mismo Cristo Jesús es la piedra angular».
Lo primero que se divisa del templo es la estatua del Sagrado Corazón, en su momento el segundo en tamaño de España tras el del Cerro de los Ángeles, que lo corona y da fundamento a todo el edificio recordando el texto de 1 Cor 3,11 «Nadie puede poner otro cimiento fuera del ya puesto, que es Jesucristo». Esta imagen destaca y ha sido puesta para destacar, incluso sigue siendo visible desde diversos puntos de Gijón y lo era mucho más cuando se construyó la iglesia y los edificios de la ciudad eran mucho más bajos que en la actualidad. Inicialmente se iluminaba de noche mediante un proyector situado en la torreta del Colegio de la Inmaculada, a más de 850 metros. Esta imagen ha sido denominada muchas veces como «El Santón» por su gran tamaño y hace que a veces se mencione al templo como «Iglesia del Santo».
El simbolismo de esa parte superior de la fachada se refuerza con la inscripción al pie de la imagen del Sagrado Corazón, en los cuatro lados del entablamiento, en letras de bronce, «CHRISTUS VINCIT REGNAT IMPERAT». Esta inscripción venía a ser la respuesta al ruego de la inscripción, ya mencionada y actualmente desaparecida, situada algo más abajo «COR IESV ADVENIAT REGNVM TVVM». En conjunto ambas inscripciones hablaban del reinado de Cristo sobre los hombres y tenían un carácter programático en cuanto al propósito del templo.
Todas las estatuas de la fachada, Sagrado Corazón y seis santos, fueron obra del escultor bilbaíno Serafín Basterra Eguiluz.
Todo el interior del templo fue decorado con pinturas por los hermanos bávaros Wilhelm y Heinrich Immenkamp, si bien la única firma que aparece visible actualmente, en la escena del triunfo de los justos, es «W. IMMENKAMP». Tardaron casi dos años en la ejecución de las pinturas, utilizando temples y óleo, tras examen del templo y elaboración de bocetos. Se conserva toda lo sustantivo de su obra salvo los cuadros del Viacrucis, que quedaron destruidos totalmente en el incendio de 1930.
Entre la decoración pictórica hay desde motivos geométricos hasta la grandiosa escena del triunfo de los justos en el Juicio Final, que cubre los ciento veinte metros cuadrados del ábside.
La principal decoración de las paredes laterales son cenefas florales repetitivas, destacando los medallones de las enjutas de los arcos formeros bajos.
Las pinturas del techo, las cuatro bóvedas y el ábside, junto con las inscripciones del intradós de los arcos, decorados con volúmenes florales, siguen una progresión doctrinal, responden a un programa religioso con intención doctrinal y catequética. Expresan el camino de salvación del cristiano en el seno de la Iglesia a través del ejercicio de las virtudes y la práctica de los sacramentos, en especial Eucaristía, que culmina en el triunfo final: la resurrección de los justos. Las cuatro bóvedas también simbolizan cada una de las cuatro partes en que, de ordinario, están distribuidos los catecismos católicos.
La primera bóveda representa la fe, por la que se entra en el seno de la Iglesia, y está dominada por el tono rojo. Se representa la fachada de San Pedro del Vaticano como centro de las irradiaciones de la fe. Un ángel señala esa irradiación mientras que otro ángel aparece en actitud sumisa representando la aceptación de la Iglesia a la revelación divina. Los cuatro evangelistas, autores de los libros culminantes de la revelación, aparecen representados en medallones bajo la fachada. A los lados hay dos escudos representativos de la jerarquía sagrada. La pintura de esta primera bóveda está muy dañada por el incendio de 1930 ya que una hoguera y el incendio del coro se formaron bajo esta bóveda.
Tras la primera bóveda, en el arco se halla la inscripción «CREDERE OPORTET ACCEDENTEM AD DEVM» (quien se acerca a Dios tiene que creer Hb 11,6). Refuerza el simbolismo de la bóveda precedente sobre la fe como entrada en la Iglesia.
La segunda bóveda representa algunas de las virtudes que ha de practicar el cristiano. La reina de las virtudes, la caridad, se representa como una figura femenina coronada en el centro, y a sus pies cuatro matronas que representan las virtudes cardinales, de izquierda a derecha: prudencia, fortaleza, justicia y templanza. En los ángulos hay cuatro ángeles con sus respectivos bandas que ponen «PRUDENTIA», «JUSTITIA», «FORTITUDO» y «TEMPERANTIA»; en cambio no hay rótulo alguno referente a las virtudes teologales.
A esta segunda bóveda se le atribuye una clara intención de simbolizar la doctrina católica en lo referente a fe y obras en oposición a la protestante, tanto que en algún texto a esta bóveda se le da por título «las obras».
El segundo arco contiene la inscripción «MANDATA MEA SERVATE» (guarda mis mandamientos, Jn 14,15), en correspondencia con la bóveda precedente y su exigencia de obrar en congruencia con lo que se cree.
La tercera bóveda está dedicada al tema de la gracia a través de los sacramentos. Aparece la representación del Cordero Místico sobre el libro de los siete sellos que solamente podía abrir el Cordero, visión contenida en el capítulo 5 del Apocalipsis. Brota un torrente alusivo al agua viva —que en terminología catequética suele denominarse gracia santificante— de la que Cristo habló a la Samaritana (Jn 4) y también a un pasaje de Isaías que figura en una banda a ambos lados del torrente «HAURIETIS AQUAS IN GAUDIO DE FONTIBUS SALVATORIS IS 12.3» (sacaréis aguas con gozo de las fuentes de la salvación Is 12,3); Haurietis Aquas es además el título de la encíclica de Pío XII sobre el sagrado Corazón de Jesús). El simbolismo continúa pues el agua se reparte en siete caños que representan los sacramentos a los que acuden sedientas las almas representadas por dos ciervos, simbolismo inspirado en el inicio del Salmo 41 (numeración litúrgica) «Como busca la cierva corrientes de agua, así mi alma te busca a ti, Dios mío». Los peces de los laterales aluden al símbolo usado por los primitivos cristianos.
El tercer arco tiene la inscripción «ACCIPITE SPIRITVM SANCTVM» (recibid el Espíritu Santo Jn 20,22), que hace referencia a la acción del Espíritu Santo en la difusión de la gracia representada en la bóveda precedente.
La cuarta bóveda está dedicada al tema de la oración. Muestra al Santísimo Sacramento en el centro, expuesto en custodia sobre el altar, y más arriba el busto superior del Señor en el Cielo. A los lados del altar dos ángeles con incensarios de oro y a los lados del Santísimo hay otros incensarios. El humo del incienso, las oraciones de los justos, llega hasta el Cielo. Hay una clara inspiración en Apocalipsis 8,3 en que un ángel, con un incensario de oro lleno del incienso de las oraciones de los santos, incensa el altar de oro que está ante el trono de Dios. En esta bóveda domina el color verde como símbolo de esperanza en la eficacia de las oraciones de los santos.
En el cuarto arco se halla la inscripción «PETITE ET DABITVR VOBIS» (pedid y se os dará Mt 7,7 Lc 11,9), concordante con lo que la bóveda precedente simboliza sobre las oraciones de los santos y su eficacia.
Con lo representado en las cuatro bóvedas el cristiano ha cumplido la voluntad de Jesucristo dentro de su Iglesia, idea de seguimiento de Cristo que se refuerza en un quinto arco, próximo al cuarto, con la inscripción «EGO SVM VIA VERITAS ET VITA» (Yo soy el camino, la verdad y la vida Jn 14,6).
Tras el seguimiento de Cristo, representado en los elementos precedentes, solamente resta el triunfo final, que se vuelve completo el día de la resurrección de la carne, tema al que está dedicada la decoración del ábside.
Un último arco sirve de apoyo a la bóveda del ábside y enmarca su pintura. Contiene en el intradós la inscripción «VENITE BENEDICTI PATRIS MEI» (venid, benditos de mi Padre Mt 25,34) y en su cara visible desde la entrada está coronado por las letras alfa y omega, uno de los nombres de Cristo en Ap 1,8, seguidas a media altura por las figuras de los profetas Isaías y Joel y, en el arranque, de las figuras de dos ángeles; el resto contiene decoración vegetal. La elección de estos profetas se debe a sus textos alusivos a la resurrección. Al lado izquierdo un medallón representa una figura humana con una cinta que pone «ISAIA 26.19» y en la mano un libro abierto en el que se lee «Vivent mortui tui interfecti mei resurgent expergiscimini et laudate qui habitatis in pulvere» (Revivirán tus muertos, mis cadáveres se levantarán; despertad y cantad los que yacéis en el polvo Is 26,19). Al lado derecho un medallón presenta una figura humana con una cinta que pone «JOEL 3.2» y en la mano un libro abierto en el que se lee «Congregabo omnes gentes et deducam eas in valle Josaphat et disceptabo cum eis ibi super populo meo» (Reuniré a todas las naciones y las haré descender al valle de Josafat, y entraré en juicio con ellas a causa de mi pueblo Jl 3,2).
La bóveda del ábside, unos 120 metros cuadrados, está ocupada por la gran composición del triunfo de los justos en el Juicio Final. En esta pintura pasan de 200 las figuras de cabezas completas y de 600 las figuras o cabezas indicadas. La pintura está llena de detalles significativos en lo referente al Señor y a los santos escogidos para ser representados. Como es habitual en estos cuadros con multitud de personajes su elección va de acuerdo con las preferencias de quienes los encargan más alguna licencia que se toman los artistas, de ahí la lógica abundancia de santos jesuitas y la presencia del fundador de la residencia e iglesia, Cesáreo Ibero.
En el estudio realizado para la restauración no se observaron señales de arrepentimientos ni dibujo subyacente, únicamente las marcas rojas y negras que bordean las figuras y sirven como recurso para situar las figuras en primer o segundo término, con mayor o menor importancia. Hay líneas negras aplicadas sobre los contornos de las figuras importantes, a veces estas líneas están aplicadas sobre otras rojas; las líneas rojas definen detalles y rasgos del dibujo. Las figura que carecen de líneas son las dispuestas como fondo de la composición.
En este Juicio Final los pintores prescindieron de la condenación de los réprobos para representar el momento en que los predestinados, a la voz del Salvador que los bendice, se congregan en torno a Él y comienzan a gozar los gozos celestiales y sobre los diversos coros de bienaventurados se extienden chorros de luz que salen del trono de la divinidad.
En la parte superior de la pintura, y como centro de toda la composición, está Jesucristo, juez de vivos y muertos, que abre los brazos para recibir a los bienaventurados; más arriba aparecen el Padre y el Espíritu Santo en forma de paloma. Cristo está rodeado por la mandorla mística y tras ella, y los resplandores que de ella emanan, está insinuada una cruz formada por rayos luminosos, el brazo vertical, y visibles los extremos, tono madera, del brazo horizontal. La presencia de esta cruz abona a los autores a la interpretación de que ese es el estandarte del Hijo del hombre a que se refiere Mt 24,30.
Los posiciones más destacadas y próximas a Nuestro Señor se han asignado a las máximas figuras de la Iglesia, personajes neotestamentarios.
A la derecha de Cristo se hallan la Virgen y San José; tras ellos un grupo de apóstoles empezando por San Juan y Santiago el Menor, pariente de Jesús cuyo parentesco expresaron los artistas con la semejanza de sus rostros, y terminando por San Andrés de semblante venerable. A la izquierda están San Juan Bautista y otro grupo de apóstoles, el primero de ellos Santo Tomás en actitud de exclamar «¡Señor mío y Dios mío!» (Jn 20,28). Entre los demás está San Pablo con sus manos apoyadas en la espada.
Detrás de los grupos de apóstoles se divisan las legiones angélicas que, incontables, se pierden a lo lejos.
En la parte inferior de la composición se representa la multitud de la visión de San Juan (Ap 7,9), gentes de todas las razas, de todas las lenguas, de todas las edades que probados por la tribulación blanquearon sus vestiduras en la sangre del Cordero. Hay unas ochenta figuras o cabezas completas a cada lado, detrás de las cuales se ve una multitud cuyos contornos se van esfumando hasta perderse de vista. Entre los dos grupos destaca la figura de un ángel que parece animar con su derecha a acercarse al trono de la divinidad, que se divisa en la altura, mientras con su izquierda eleva al cielo a unos resucitados.
Los rostros de los predestinados reflejan los efectos sobrenaturales de la Parusía. Unos como San Ignacio de Loyola, Santo Tomás de Aquino o Santa Cecilia se abisman en la contemplación de la divinidad; otros como San Carlos Borromeo o San Francisco de Asís expresan su amor a Jesucristo al que se sienten poderosamente atraídos.
Alrededor de San Ignacio de Loyola se representan algunos de sus primeros compañeros, como San Francisco Javier, tras el cual se representa a los esposos San Enrique y Santa Cunegunda, emperadores de Alemania; a su lado, delante, están los cuatro doctores de la Iglesia latina: el traje de San Jerónimo de color rojo vivo; los mantos de San Gregorio Magno y San Agustín, lujosísimos y representados con mucho detalle.
Más allá un grupo de monjas dan luz al conjunto con sus blancas tocas; delante de ellas un grupo más oscuro de cuatro religiosos entre los que se halla San Francisco de Asís.
Al lado derecho destaca Santa Cecilia con la corona de mártir, rico manto y collares de perlas. Y hacia el centro de las figuras los pintores retrataron, por inspiración propia y apartándose del boceto, al fundador del templo, el padre Cesáreo Ibero. A su derecha Santo Tomás de Aquino y a su izquierda y algo debajo San Carlos Borromeo con traje rojo vivo extiendo los brazos hacia el Señor. También aparece San Alonso Rodríguez como anciano venerable con el rosario en la mano y junto a él otros jesuitas, entre ellos San Luis Gonzaga con roquete y arrodillado. Más arriba San Fernando III, rey de Castilla y León, con las manos juntas, corona y manto real.
En total hay unos 50 personajes históricos, casi todos canonizados, pintados en la parte inferior.
En contraste con los demás personajes de esta gran pintura que, mirando a Jesucristo o de otras maneras, están atentos a lo que ocurre en la escena, al lado izquierdo, oculto parcialmente por el ala de un ángel, hay un personaje que parece estar totalmente ajeno, ocupado en otra cosa que incluso podría ser pintar; se trata de un autorretrato del pintor Wilhelm Immenkamp que, además de dejar su firma en el ángulo inferior derecho de la pintura, ha dejado también su imagen.
Inmediatamente bajo la pintura del Juicio Final hay un friso ocupado, en su mayor parte, por decoración vegetal. En el centro tiene una cinta con la inscripción «EXSULTABUNT SANCTI IN GLORIA» (Alégrense los fieles por su gloria Sal 149,5), indudable alusión a la pintura de la bóveda, y a los lados dos pinturas alusivas a la resurrección: la resurrección de Lázaro y la visión de Ezequiel sobre los huesos secos que se cubren de carne y vuelven a la vida.
La escena de la resurrección de Lázaro lleva como pie «Lazare veni foras. Et statim prodiit qui... Joan 11» (Lázaro, sal fuera. Y al instante salió... Jn 11,43-44) y está a la izquierda por representar un pasaje evangélico. Al lado derecho se halla la representación del pasaje de los huesos secos con el pie «Vaticinare de ossibus istis et dices eis: Ossa... Ez. 37» (Profetiza sobre estos huesos y diles: huesos... Ez 37,4). Esta disposición se debe a un detalle de la celebración tradicional de la Misa (la actualmente denominada Forma Extraordinaria del Rito Romano y que era la celebrada ordinariamente cuando el templo se decoró): el sacerdote lee la Epístola (que puede ser un texto profético como el de Ezequiel) al lado derecho, denominado tradicionalmente lado de la Epístola, y el Evangelio, que podría ser el de la resurrección de Lázaro, al lado izquierdo, denominado lado del Evangelio.
Bajo el mencionado friso todavía hay un pequeño espacio sobre las columnas con decoración vegetal y doce pequeños medallones; de ellos siete están dedicados a representaciones simbólicas de los sacramentos, otro representa el Corazón de Jesús y los cuatro restantes contienen cristogramas JHS.
Además de las pinturas de la capilla del Cristo y la capilla de la Virgen, que se mencionarán en los apartado de las correspondientes capillas, las pinturas más notables de las paredes laterales son los medallones de las enjutas. El resto son algunos monogramas, cielos estrellados, motivos vegetales y geométricos y, sin haber sido estudiadas ni descritas, algunas pinturas muy dañadas que se hallan ocultas —o protegidas, según se mire— por el zócalo de madera que rodea toda la nave del templo.
En las paredes laterales hay dieciséis medallones, catorce de ellos pintados por los hermanos Immenkamp, en su mayor parte dedicados a santos jesuitas —algunos eran beatos cuando se decoró el templo y fueron canonizados con posterioridad—. Se hallan inmediatamente debajo de las tribunas laterales corridas, en las enjutas entre estas y los arcos formeros que las sustentan.
Los del lado izquierdo, empezando por atrás, tienen:
Los del lado derecho, empezando por atrás, tienen:
El templo contiene ocho grandes vidrieras circulares en lo alto de sus paredes laterales, otros ocho conjuntos de pequeñas vidrieras en la parte baja de las misma paredes, las tres de los grandes ventanales del coro y la vidriera del ojo de buey de la entrada. Responden a un programa catequético.
Todas son vidrieras policromadas de estilo modernista de la Casa Maumejean Hermanos, gran parte de las originales fueron destruidas por el asalto e incendio de 1930. Esa misma casa hizo las que, durante la reconstrucción, sustituyeron a las destruidas.
Las ocho vidrieras superiores, de diámetro próximo a los cinco metros, las mayores de Asturias, representan episodios de la vida del Señor. En orden cronológico empiezan por la de la entrada a la izquierda. Su ubicación, tema e inscripciones de la parte inferior son:
Natividad
Vida oculta
Bautismo de Jesús
Predicación
Institución de la Eucaristía
Oración del huerto
Crucifixión
Ascensión
En las paredes laterales hay otras ocho vidrieras en la parte inferior de los muros. Cada una consta de siete pequeñas ventanas dispuestas radialmente en semicírculo y otras cuatro en posición vertical bajo las anteriores.
Las cuatro primeras vidrieras, según se entra en el templo, simbolizan las cuatro partes que suelen contener los catecismos católicos: fe, moral, sacramentos, oración.
La primera de la izquierda representa la primera parte del catecismo: saber lo que se ha de creer. Los cuatro ventanales inferiores muestras a los padres de la fe en ambos Testamentos, contienen los personajes e inscripciones siguientes:
En los siete ventanales dispuestos radialmente siete ángeles despliegan una divisa que dice: «QUI CREDIDERIT ET BAPTIZATUS FUERIT SALVUS ERIT» (El que creyere y fuera bautizado será salvo Mc 16,16).
La segunda vidriera de la izquierda corresponde a la parte del catecismo dedicada a lo que se ha de obrar. En la parte inferior representa la cuatro virtudes cardinales en el orden: prudencia «PRUDENTIA», justicia «JUSTITIA» (a sus pies hay un libro abierto que pone «LEX» y los numerales del Decálogo), fortaleza «FORTITUDO» y templanza «TEMPERANTIA».
En los siete paneles radiales se representa a las tres virtudes teologales en el centro y otras cuatro virtudes en los laterales, cada una de ellas con su inscripción al pie. El orden es, de izquierda a derecha: oración «ORATIO», penitencia «PENITENTIA», esperanza «SPES», fe «FIDES», caridad «CHARITAS», paciencia «PATIENTIA», y obediencia «OBEDENTIA».
Enfrente de la anterior, la segunda vidriera de la derecha está dedicada a la siguiente parte del catecismo, lo que se ha de recibir. Los siete ventanales superiores representan los siete sacramentos en el orden:
Las cuatro ventanas inferiores representan también, de manera simbólica, los siete sacramentos por la repetida aparición del número siete en los dibujos y los textos que los acompañan:
La primera vidriera de la derecha reproduce la parte del catecismo relativa a lo que se ha de pedir. Las siete ventanas superiores reproducen el texto latino, el de uso litúrgico, del Padrenuestro con omisiones, lo omitido en cursiva pequeña: «PATER NOSTER QVI ES IN COELIS SANCTIFICETVR NOMEN TVVM ADVENIAT REGNVM TVVM FIAT VOLVNTAS TVA SICVT IN COELO ET IN TERRA PANEM NOSTRVM QVOTIDIANVM DA NOBIS HODIE ET DIMITTE NOBIS DEBITA NOSTRA SICVT ET NOS DIMITTIMVS DEBITORIBVS NOSTRIS ET NE NOS INDVCAS IN TENTATIONEM SED LIBERA NOS A MALO». Las cuatro ventanas inferiores representan a otros tantos ancianos, con incensario y copas llenas de perfume, que probablemente representan a los veinticuatro ancianos que tenían «copas de oro llenas de perfume, que son las oraciones de los santos» Ap 5,8.
Las otras cuatro vidrieras inferiores no siguen una sistemática como las cuatro primeras, cada una está dedicada a un tema independiente.
La tercera vidriera de la izquierda está dedicada a San José. Las cuatro ventanas inferiores representan a los patriarcas: Abraham, Isaac, Jacob y el patriarca José (el hijo de Jacob), como figuras que fueron de San José; cada una lleva inscrito el nombre al pie. Las siete ventanas superiores representan los siete dolores y gozos de San José, en orden cronológico de izquierda a derecha, salvo la segunda y la tercera que parecen haber sufrido una inversión del orden. Los gozos y dolores representados son:
La tercera vidriera de la derecha está dedicado a San Ignacio de Loyola. En las cuatro ventanas interiores se le ve herido, al escribir los Ejercicios Espirituales, al escribir las Constituciones de la Compañía de Jesús y al recibir del Papa Pablo III la aprobación para su orden. Los siete ventanales superiores desarrollan el texto «FIDELIS DEUS PER QUEM VOCATI ESTIS IN SOCIETATEM FILII EJUS JESU» (Fiel es Dios, por el cual fuisteis llamados a la comunión con su Hijo Jesús 1 Cor 1,9) sostenido por el ángel tutelar de la Compañía, que lleva el emblema IHS, en medio y otros seis ángeles a los lados.
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