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Batalla de Nájera



La batalla de Nájera, algunas veces llamada batalla de Navarrete, fue librada el sábado 3 de abril de 1367 cerca de Nájera en el camino que conducía a Navarrete. Fue un episodio de la Primera Guerra Civil Castellana que enfrentaba al rey Pedro I de Castilla con su hermanastro don Enrique de Trastámara que aspiraba al trono implicando a Castilla en el conflicto internacional de la guerra de los Cien Años.

El poder naval de Castilla —muy superior al de Francia e Inglaterra— motivaría que estas dos naciones enfrentadas en la guerra de los Cien Años decidieran tomar partido en la guerra civil castellana con el propósito de disponer de su flota. Al rey Pedro de Castilla le amparaban Inglaterra, Aquitania, Mallorca y Navarra, y contaba con los mejores mercenarios de Europa contratados por el Príncipe Negro. A su rival el conde Enrique de Trastámara le respaldaba la nobleza castellana y, a pesar de que ni Francia ni Aragón le apoyaban abiertamente, contaba con algunos nobles aragoneses y compañías libres francesas leales a su lugarteniente, el bretón Beltrán Duguesclín. Aunque la batalla terminó con una contundente derrota del bando enriquista, tendría consecuencias desastrosas para el rey don Pedro, para Inglaterra y para el príncipe de Gales.

Tras el tratado de paz favorable a Inglaterra firmado en 1360 durante la Guerra de los Cien Años, a Francia le interesaba evitar el conflicto abierto con Inglaterra y asociarse con Castilla para inclinar la balanza a su favor. Otro problema que tenía Francia eran las grandes compañías de mercenarios que la saqueaban ahora que no había guerra. A finales de 1365 Carlos V de Francia consiguió, con la ayuda del papa Urbano V, alejar temporalmente a buena parte de las grandes compañías. Bajo el pretexto de llevarlas en una cruzada contra el reino nazarí de Granada, el papa costeó una expedición. Posteriormente Francia y Aragón sufragaron a don Enrique con el fin de reclutar estas tropas para su causa librándose así de las compañías libres en Francia y respaldando la subida al poder en Castilla de su favorito.

La fuerza del ejército de don Enrique de Trastamara descansaba principalmente en estas compañías —grupos de mercenarios que habían participado en el conflicto de la Guerra de los Cien Años— compuestas por bretones, gascones, ingleses y franceses principalmente.

Eduardo de Woodstock —también conocido como el Príncipe Negro— que era príncipe de Gales y duque de Aquitania fue el principal precursor del provechoso tratado de paz de 1362 entre Inglaterra y Castilla que permitía a Castilla mantener rutas marítimas de comercio seguras e Inglaterra a su vez se mantenía a salvo de la gran flota de guerra castellana. Sin embargo no parecía interesado en prohibir la participación de sus súbditos gascones e ingleses en la guerra civil castellana del lado del pretendiente al trono don Enrique de Trastámara a pesar de que iba en contra de los intereses de Inglaterra. Aquitania atravesaba una etapa dura ya que las principales fuentes de financiación de esta región tradicionalmente pobre eran el vino cuya producción pasaba por un mal momento y la guerra. Además Aquitania ya no recibía subvenciones de Inglaterra y necesitaba fuentes económicas alternativas.

Pero Inglaterra no iba a permitir que Francia lograra una alianza con Castilla instaurando a don Enrique como nuevo rey. Así que cuando Pedro I de Castilla —que perdía la guerra frente a su hermanastro Enrique de Trastámara y sus tropas mercenarias— pidió ayuda a Eduardo III de Inglaterra, este ordenó al condestable de Aquitania sir John Chandos y a otros comisionados que los mercenarios gascones e ingleses dejaran de participar del lado de Enrique de Trastámara en Castilla. Y en febrero de 1366 Inglaterra mandó varias grandes compañías de gascones para reforzar la posición del rey Pedro I. Aunque las medidas probaron ser insuficientes: don Pedro tuvo que huir de Castilla.

Inglaterra entonces decidiría reclutar un ejército enorme de mercenarios para apoyar la causa del rey Pedro I con el incentivo de depredar las riquezas castellanas. El Príncipe Negro consiguió reunir un variopinto y colosal ejército de nobles gascones, pictones e ingleses y las más distinguidas tropas mercenarias constituidas por los más afamados capitanes de grandes compañías que habían luchado en los últimos años venidos principalmente de Gascuña, aunque también de Bretaña, Navarra, Foix, Alemania, Inglaterra, Calais, el condado de Poitou, Hainault y de otras partes, incluyendo mercenarios que habiendo servido a Enrique de Trastámara en su acceso al trono y ya de vuelta en Francia ahora se adherían a la causa de su enemigo el rey Pedro I. A este grupo había que añadir los castellanos fieles a don Pedro, unos 400 arqueros ingleses que reclutó Juan de Gante, algunos aragoneses descontentos con el actual rey de Aragón y otros de Jaime IV de Mallorca. Era un gran ejército de unos 10000 hombres.

En agosto de 1366 el rey don Pedro, el Príncipe de Gales y el rey Carlos II de Navarra se reúnen en Bayona para pactar los términos de una invasión. El rey de Navarra permitiría que el ejército invasor atravesara desde Aquitania a Castilla por lo cual sería bien remunerado. Pedro I —que estaba dispuesto a aceptar todas las condiciones— además de pagar estos costes reembolsaría los gastos del ejército reclutado por el príncipe de Gales y le ofrecería territorios castellanos que serían anexionados a su ducado de Aquitania.

Enrique de Trastámara debido al tremendo gasto que le supuso mantener su ejército mercenario en el ascenso al poder había despedido casi todas sus tropas que ahora vagaban por Castilla cometiendo atropellos o se unían a las filas de su enemigo. Así que a cambio de recompensarle pactó con Carlos II de Navarra bloquear el paso pirenaico de Francia a Castilla —lo cual podía hacer fácilmente con pocos hombres— quien aceptó ya sea porque jugaba a dos bandas o porque temía enfrentarse a Castilla y Aragón.

Sin embargo en febrero de 1367 las tropas mercenarias inglesas de Hugo Calveley que aún quedaban en la península y trabajaban para don Enrique cambiaron de bando e invadieron en un ataque relámpago diversas villas de Navarra desde el sur. Esto obligó a Carlos II a abrir el paso al ejército del Príncipe Negro y a proporcionarle 300 hombres de armas —una cantidad mínima para aparentar que estaba de su parte—. Para eludir personalmente la batalla finge su propia captura durante una cacería confabulado con el capitán Olivier de Mauny primo de Beltrán Duguesclín, el lugarteniente de don Enrique.

Cuando don Enrique tuvo noticias de la entrada del ejército pedrista en la península reclutó las tropas que pudo y mandó volver a Castilla inmediatamente a Duguesclín desde Zaragoza con sus mejores capitanes, aunque la mayoría de sus fuerzas tuvieron que quedarse protegiendo Aragón de la marcha del Príncipe Negro. Al final no vinieron más de 1000 hombres de armas franceses a los que se sumaron algunos nobles aragoneses.

Durante el mes de marzo don Enrique con las enormes limitaciones con las que contaba tuvo un gran éxito utilizando la guerra de guerrillas y escaramuzas sobre el célebre ejército del Príncipe Negro ya que las tropas castellanas tenían gran poder ofensivo y tenían mayor movilidad gracias a su armamento más ligero lo que les hacía ideales para este tipo de acciones al contrario del lento y acorazado ejército pedrista compuesto principalmente por infantería y caballería pesada. Era un experimentado militar habiendo luchado él mismo en Francia como jefe de compañía contra los ingleses y sabía que la mejor estrategia militar a adoptar sobre el ingente ejército del Príncipe Negro era el desgaste y dejar que las duras tierras castellanas, el hambre y las escaramuzas hicieran su trabajo. También era lo recomendado por el rey de Francia y Duguesclín.

La caballería ligera era de vieja tradición en los sistemas militares castellanos, y estaba concebida para las frecuentes escaramuzas con los árabes, a pesar de que la idea había sido abandonada por los demás ejércitos europeos de esa época.

En la pequeña batalla de Ariñez o de Inglesmendi —que significa en vascuence monte de los ingleses— sucedida en la tercera semana de marzo de 1367 una vanguardia de jinetes o ginetes castellanos enriquistas dirigidos por don Tello y de caballeros aragoneses y franceses dirigidos por d'Audrehem, Villaines y don Juan Ramírez de Arellano exterminaron un destacamento de reconocimiento del príncipe de Gales. Ocurrió que tras derrotar fácilmente mediante escaramuzas a grupos adelantados al grueso del ejército del Príncipe Negro y ya de regreso a la base enriquista, se encontraron con el citado destacamento de exploración dirigido por el senescal de Aquitania Thomas Felton (o Feleton) que contaba con 200 hombres de armas y arqueros de la Compañía del Príncipe Negro. Tras sufrir muchas bajas el destacamento del príncipe de Gales se atrincheró en la montaña de Inglesmendi donde los arqueros ingleses opusieron gran resistencia a la caballería ligera castellana. Sin embargo los franceses y aragoneses desmontaron y les atacaron como infantería derrotándolos. Allí murió entre otros William Felton senescal de Poitou y capitán de gran compañía y fueron capturados los ingleses Thomas Felton, el capitán de gran compañía Richard Táunton, el caballero Hugh de Hastings, el militar barón John Neville, el capitán de gran compañía Aghorises y el mercenario gascón Gaillard Vighier (o Beguer) capitán de gran compañía entre otros.[1][2]

El ejército del Príncipe Negro que hasta entonces había sido considerado invencible había sufrido su primera derrota y aunque las perdidas sufridas no eran cuantiosas en comparación con el gran ejército sus tropas comenzaban a desmoralizarse. Así que movilizó sus tropas para aproximarse a Burgos —su objetivo— desde Vitoria pero don Enrique se adelantó y bloqueó el paso lo que obligaba al ejército pedrista a retirarse nuevamente. Lo mismo hizo en Logroño el 1 de abril de 1367 controlando el puente del río Najerilla que bloqueaba el paso del ejército del príncipe de Gales.

Sin embargo la situación política era bien distinta. A cada momento más poblaciones se adherían a la causa de don Pedro que ganaba fuerza mientras sus alianzas se debilitaban, ya que eludir la confrontación directa era visto como un signo de debilidad por la nobleza castellana. El tiempo jugaba en contra del ambicioso don Enrique que avanzó con sus fuerzas dejando atrás la protección del río Najerilla. Debía enfrentarse con lo que tenía de ejército en inferioridad numérica contra las huestes mercenarias más destacadas de Europa en una batalla en campo abierto a pesar de la oposición de Beltrán Duguesclín y del resto de sus comandantes para evitar el desastre político.

La versión comúnmente aceptada entre los historiadores es la versión de las crónicas de Pedro López de Ayala en la que el ejército del Príncipe Negro estaría compuesto por más de 10000 hombres siendo el grueso los mejores mercenarios de Europa, y el de Enrique de Trastámara por unos 4500 efectivos de los cuales 1000 eran los mejores mercenarios de Francia.[1]

Otra fuente, utilizada a menudo como fuente única o principal por historiadores y novelistas británicos sin ningún escrúpulo, son las poco fiables crónicas de Jean Froissart, conocido por su indiscutible anglofilia y en segundo término francofilia, que gozan de cierta calidad como novela de caballerías pero cuyas cifras y hechos no deben ser tomados demasiado en serio en lo referente a esta batalla.[2]​ Según Froissart había 57 000 hombres en el ejército castellano-francés.[2]​ Algunos historiadores británicos lo llegan a cifrar en 86 000 hombres.[3]​ Según Froissart había 24000 hombres en el ejército anglo-castellano.[2]

Ambos bandos dispusieron sus efectivos en vanguardia, ala derecha, ala izquierda y cuerpo principal.

Según Jonathan Sumption las tropas del Príncipe Negro debieron marchar desde Navarrete hasta Nájera dando un rodeo durante la noche y con las primeras luces del alba sorprendieron silenciosamente tras una colina al ejército de don Enrique que miraba hacia Navarrete —en el este— desde el nordeste.

La vanguardia de Enrique dirigida por Duguesclín maniobró rápidamente para confrontar al enemigo, pero entre la confusión y el miedo otras líneas se rompieron y algunos jinetes castellanos desertaron al enemigo seguidos por un grupo mayor de la infantería.

Esto apremió a Duguesclín a abandonar la ventaja defensiva y a embestir con la vanguardia —compuesta por las mejores tropas castellanas y las compañías francesas— para así evitar que la situación empeorara. La carga obligó a las compañías inglesas de la vanguardia del Príncipe Negro dirigidas por el duque de Láncaster y por John Chandos a recular. Tan apretados estaban que ambos bandos soltaron las lanzas y comenzaron a utilizar hachas y dagas.

Mientras tanto la élite de las compañías de mercenarios gascones que se encontraban en las bandas derecha e izquierda flanqueaban la vanguardia comandada por Duguesclín. La caballería ligera castellana de Don Tello se acercó al ala opuesta del enemigo para evitar que flanquearan a la vanguardia de Duguesclín pero debió sufrir terribles pérdidas a causa de la lluvia de flechas de los arqueros ingleses en cuanto se acercaron ya que no disponían de las protecciones adecuadas y se vieron obligados a huir.

El propio don Enrique trató de socorrer a la vanguardia cargando contra los mercenarios gascones desde un lateral con similares resultados ya que los caballos eran abatidos fácilmente por los arqueros ingleses y la caballería castellana consideraba una humillación luchar a pie.

Una vez la flor y nata de los mercenarios gascones flanquearon la vanguardia del ejército enriquista, esta fue aplastada rápidamente y la mayoría del cuerpo principal que ni siquiera había participado en la batalla huyó precipitadamente en dirección al puente de Nájera al verse atacado desde dos frentes haciendo caso omiso de las arengas de Don Enrique. La caballería aragonesa de Jaime IV de Mallorca que estaba de reserva les persiguió dando muerte a la mayoría que quedó atrapada ante el gran río y en el estrecho puente.

El ejército enriquista debió sufrir la inmensa mayoría de sus bajas —que debieron de ser en total más de la mitad del ejército— en los últimos minutos de la batalla. Después rematarían a los que quedaron escondidos en Nájera saqueando la ciudad por completo.

Acabada la batalla el príncipe de Gales preguntó si Don Enrique había sido muerto o preso. Tras la negativa manifestó: "Non ay res fait", nada está hecho.[7]​ A pesar de capturar o matar a la mayoría del ejército rival sin sufrir apenas bajas las consecuencias de esta batalla fueron catastróficas para Don Pedro, para el Príncipe Negro, para Aquitania y para Inglaterra ya que habían errado el verdadero objetivo que era Don Enrique:



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