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Batalla de Pavía (271)



La batalla de Pavía fue un enfrentamiento militar librado entre las legiones del Imperio romano y una fuerza invasora de tribus germánicas en el año 271, finalizando con la completa victoria de las primeras.

En 270 el emperador Marco Aurelio Valerio Claudio acababa de vencer[1]​ una gran invasión de godos, carpos, hérulos, gépidos y bastarnos,[2]​ pero los generales del Imperio de Palmira, Saba y Timágenes,[3]​ conquistaron Egipto.[4]​ Entre tanto, el monarca estaba visitando su natal Dalmacia, premiando a los jinetes locales, cuyas unidades habían sido claves en su victoria.[5]

Fue entonces que se enteró que los bárbaros atacaron Creta y Chipre, pero la peste y las tropas romanas los habían derrotado.[6]​ El emperador, tras dejar las tropas de los Balcanes[7]​ a su magister equitum[8]Lucio Domicio Aureliano[9]​ para que enfrentara a los hérulos[10]​ y godos que se agrupaban en los montes Balcanes para saquear Tracia,[11]​ fue a su cuartel general de Sirmio,[12]​ donde falleció debido a la misma peste que afectaba a sus soldados.[13][14]

Claudio había dejado una guarnición en Aquilea a cargo de su hermano Marco Aurelio Claudio Quintilo, quien tenía órdenes de ayudar a Aureliano.[7]​ Fue proclamado por el Senado como nuevo emperador[15]​ por ser considerado un hombre justo y competente.[16]​ Sin embargo, a los 17 días[17]​ o pocos meses[18]​ de reinado fue asesinado[17]​ o se suicidó porque se sabía sin apoyos,[12]​ ya que el general Aureliano fue proclamado sucesor de Claudio[19]​ por unánime decisión de las legiones.[20]​ Inmediatamente, el nuevo monarca se apoderó de las minas de Siscia para comprar la lealtad de sus soldados.[21]

Aprovechando el caos, varias partidas bárbaras se lanzaron al ataque, como los «suevos y sármatas», según la Historia Augusta,[22]​ o los «escitas», según Zósimo,[23]​ sin embargo, las fuentes se refieren a la misma operación militar y solamente nombran de forma distinta al enemigo,[24]​ al que historiadores modernos identifican como asdingos y yázigas.[25]​ Los bárbaros cruzaron el Danubio cerca de Aquincum[26]​ para atacar Recia[22]​ o Pannonia,[23]​ mientras Aureliano se trasladaba de Roma a Aquilea y organizaba a su ejército a la vez que ordenaba una política de tierra arrasada para negarles todo suministro a los invasores y atrincherarse en las ciudades.[23]​ Al saber que el ejército imperial se aproximaba los bárbaros intentaron retirarse por Panonia pero fueron interceptados y vencidos por la caballería dálmata.[22]​ Los sobrevivientes cruzaron el río y acordaron la paz,[27]​ entregando 2.000 jinetes para servir como auxiliares en el ejército imperial.[21][28]

Poco después, algo similar sucedió con unos invasores que habían atacado la zona de Mediolanum.[29]​ No existe acuerdo sobre la identidad de estos atacantes. Cada fuente los nombra de forma diferente porque los nombres que los grecorromanos daban a las tribus bárbaras solían superponerse, independiente si eran grupos étnicos distintos o no.[30]​ Vopisco se refiere a ellos como marcomanos,[31]​ Zósimo como «alamanes y sus vecinos»[32]​ y Dexipo como jutungos[33]​ pero los autores modernos consideran que eran los mismos.[24]​ Algunos autores han pensado que podría tratarse de distintas campañas, pero la opinión más aceptada actualmente es que fue una sola.[30]

El emperador volvió a Italia, dejando una «adecuada» guarnición en Panonia, y en el camino de vuelta, a orillas del Danubio derrotó una partida de bárbaros, matando a miles de ellos.[32]​Su ejército de campaña, el mismo que el de su predecesor, ha sido estimado por el historiador británico John White en unos 30.000 soldados aproximadamente.[34]​ Reunió todas sus fuerzas cerca de Placentia[35]​ y ofreció tierras a los bárbaros para que se instalaran,[30]​ pero al anochecer los germanos lo atacaron desde un bosque cercano,[36]​ infringiéndole tal derrota que casi se condenó al imperio.[35]​ Estas incursiones generaron terror y revueltas en Roma,[37]​ así que sus líderes consultaron los libros sibilinos a petición de Aureliano.[38]​ Se hicieron ceremonias para purificar la ciudad[39]​ y conseguir el favor divino en la batalla.[40]

Aureliano no se amilanó, reconcentró sus fuerzas, siguió la estela de devastación que dejaba el enemigo a medida que avanzaba por la Vía Emilia, cruzaba los Apeninos hacia la costa adriática y saqueaba las indefensas villas de Pisaurum y Fanum Fortunae. Luego empezaron a seguir la Vía Flaminia para atacar la Italia central y la propia Roma.[41]​ Se sabe que el emperador consiguió vencerlos en Fanum y a orillas del río Metauro.[42][43][44]​ Los bárbaros fueron inmovilizados con el río a sus espaldas y a medida que su línea retrocedió muchos acabaron en sus aguas y se ahogaron.[41]

Tras esto los germanos ofrecieron negociar pero intentaron hacerlo desde una posición de fuerza porque sabían que todavía conservaban parte importante de su tropa,[41]​ puesto que, según Dexipo, los jutungos podían movilizar en tiempos de Aureliano 40.000 jinetes y 80.000 infantes,[33]​ cifra sin duda exagerada,[45]​ pero, dado que Aureliano seguía preocupado por aniquilarlos, demuestra que seguían siendo una amenaza temible.[41]

Sin embargo, los bárbaros no se quedaron quietos, se reagruparon y volvieron a la lucha,[30]​ pero decidieron no continuar su avance y empezaron a retroceder por la Vía Emilia y Aureliano los siguió esperando el momento para atacar. Deseaba una victoria decisiva que limpiara su reputación tras el fiasco inicial y recuperar el botín tomado por los invasores. En la planicie cercana a Ticinum se dio el combate donde los bárbaros fueron destrozados, salvándose sólo pequeños grupos de sobrevivientes que fueron eliminados uno por uno al poco tiempo.[46]

Tras la victoria el emperador recibió el título de Germanicus Maximus[46]​ y se preocupó de construir un nuevo sistema de murallas para la capital,[47]​ las murallas aurelianas.

La amplia movilidad de los ejércitos bárbaros influenciaría las reformas militares romanas durante la siguiente centuria.[48]​ Al no servir a un Estado, eran más impredecibles en sus objetivos, el tamaño y organización de sus huestes variaba constantemente y a los romanos sólo les quedaba rastrear sus partidas de saqueo y discernir cuáles eran los más peligrosos en cada momento.[47]



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