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Batalla de Simancas



La batalla de Simancas fue un enfrentamiento bélico entre las tropas de una coalición cristiana encabezada por el rey de León, Ramiro II, y los musulmanes asentados en Córdoba del califa Abd al-Rahman III junto a los muros de la ciudad de Simancas, en la que se afianzó el dominio sobre las tierras del río Duero por los reinos cristianos del norte, en el año 939.

En el año de 939, el rey Ramiro II de León actuó en apoyo de Muhámmad ibn Háshim, gobernador de Zaragoza (también conocido por Abu Yahya o Abohaia), a quien el califa acusaba de traidor y culpable principal del desastre de Osma, ocurrido 3 años antes. El cronista Sampiro abrevia así los hechos:

Sampiro omite que el monarca leonés dejó guarniciones navarras en estos castillos, pues Ramiro contaba con el concurso y alianza del rey de Pamplona.

Después de la pérdida de la estratégica Zaragoza, es fácil comprender la airada reacción del envanecido Abd al-Rahman III. Tras cercar y conquistar Calatayud, Abderramán se apoderó uno tras otro de todos los castillos de la zona. Al llegar a las puertas de Zaragoza, Abu Yahya capituló, acción que el califa aprovechó para emplearlo en una ofensiva contra Navarra que concluyó en la capitulación de la reina Toda, que se declaró vasalla del califa.

El califa omeya, para acabar de una vez por todas con el reino leonés, concibió entonces un proyecto gigantesco, al que denominó gazat al-kudra, Campaña del Supremo Poder o de la Omnipotencia. El omeya reunió un gran ejército alentado por la llamada a la yihad. Desde la salida de Córdoba se dispuso que todos los días se entonase en la mezquita mayor la oración de la campaña, no con sentido deprecatorio, sino como anticipado agradecimiento de lo que no podía menos de ser un éxito incontrovertible.

El califa levantó, con la ayuda del gobernador musulmán de Zaragoza (Abu Yahya), un gran ejército de casi 100.000 hombres, formado por mercenarios andalusíes, militares profesionales, tribus bereberes, soldados de las provincias militarizadas (yunds), contingentes de las Marcas y un buen número de voluntarios. Bien armada y pertrechada, esta heterogénea masa de combatientes emprendió la marcha a fines de junio de 939. Dejando atrás Toledo, el ejército atravesó el Sistema Central por Guadarrama (puerto de Tablada), internándose a continuación en la "Tierra de nadie" -políticamente hablando- situada al sur del Duero. Después de saquear y destruir los lugares que encontraban en su camino (Olmedo, Íscar, Alcazarén), los contingentes califales acamparon cerca del Cega y se instalaron en el Castillo de Portillo a principios de agosto.

Entre tanto, el rey leonés Ramiro II había reunido a su lado, además de a sus propias tropas, las de los condes castellanos Fernán González y Ansur Fernández, las del reino de Pamplona de García Sánchez I, así como fuerzas gallegas y asturianas.

La batalla, que se libró en la margen derecha del Pisuerga, al noreste de Simancas, fue muy violenta y se prolongó durante varios días. Comenzó el 6 de agosto y concluyó con la grave derrota califal cuatro días después.[3]​ Las crónicas cristianas cuentan que se apareció San Millán. Y además, según relatan las crónicas, tanto árabes como cristianas, hubo un eclipse de sol unos días antes de la batalla:

Basándose en este dato, el eclipse previo a los días de batalla, este sucedió el 19 de julio de 939. El combate duró algunas jornadas, decidiéndose del lado de los cristianos, que hicieron huir a las tropas musulmanas, que no pudieron tomar la fortaleza de Simancas. Abu Yahya fue apresado al término de la contienda.

Los musulmanes sufrieron unas tres mil bajas, si bien también fueron abundantes las de los vencedores.[3]​ Estos apresaron al gobernador tuyibí de Zaragoza, que combatía en las filas cordobesas.[3]​ Abderramán, que tuvo que huir apresuradamente para salvarse del descalabro, hubo de abandonar tras de sí su campamento.[3]

Después de la batalla de Simancas aconteció otro desastre para los musulmanes en tierras sorianas, en lo que se denomina la jornada de Alhándega o del Barranco.[nota 1]​ Los musulmanes, que en su retirada de Simancas habían arrasado la zona del río Aza (actual río Riaza) en su camino hacia Atienza, en dicha jornada sufrieron una emboscada en un barranco, donde fueron derrotados y puestos en fuga, consiguiendo los cristianos un gran botín.

Como consecuencia de la batalla, la línea de repoblación del reino de León avanzó hasta el río Tormes, rebasando el límite del río Duero. Es decir, se inicia la repoblación del sur del Duero que será diferente a la que hubo en el norte. No obstante, aunque Abd al-Rahman III no volvió a dirigir personalmente sus ejércitos en combate,[4]​ estos siguieron haciendo incursiones más allá de los límites cristianos (como las aceifas del caudillo árabe Almanzor [al-Mansur]; una de ellas desembocó supuestamente en la batalla de Rueda en el año 981).

La importancia fundamental (y por la que se recuerda esta batalla) no es tanto la ganancia territorial de los reinos cristianos, sino el valor simbólico de ser la primera gran victoria que se obtiene contra Al-Andalus.[5]​ Para Abderramán III la derrota fue un importante contratiempo pero no alteró su gobierno, puesto que los territorios perdidos entre el sur del río Duero y el río Tormes se encontraban lejos de su capital en Córdoba, sin poner en peligro grave sus dominios.[6]​ Aun así, tras el regreso a Córdoba después de la derrota, ordenó ejecutar a numerosos oficiales de su ejército por incompetencia y nunca más volvió a encabezar una expedición de guerra.[2]

La batalla tuvo amplia repercusión en el resto de Europa por la magnitud de la derrota musulmana.[2]



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