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Bernardina



La bernardina es un género jocoso oral que se utilizaba sobre todo entre los estudiantes del Siglo de Oro español para burlarse de los palurdos e ignorantes, y consiste en proferir con aire solemne una frase disparatada o absurda, de lenguaje enmarañado, pronunciándola con tono perfectamente serio como si fuera algo crucial o muy importante, siendo solo un galimatías o una logorrea.[1]

Se trata de uno de los géneros jocosos catalogados por el hispanista Maurice Chevalier dentro de la agudeza verbal barroca,[2]​ y su equivalente en francés es la amphigouri. El lexicógrafo Sebastián de Covarrubias la definía así en su Tesoro (1611):

Su verdadera etimología permanece hoy en día todavía muy discutida. En los textos más antiguos, se mencionan berlandinas (Romancero General, Andrés Rey de Artieda, Carlos García) o bernaldinas (Juan de la Cueva). En una loa de Agustín de Rojas (1603) se estabiliza ya como bernardinas. Los contextos en los que aparece la expresión tienen que ver con otros géneros jocosos orales populares, como las chanzas, chilindrinas, chiculíos, entretenidas, imposibles, desatinos, rodomontadas o bravatas, embelecos, bachillerías, dislates y cuentos chinos.

Gonzalo Sobejano define así la intención a que responde este género jocoso barroco:

Distingue Sobejano entre dos tipos fundamentales de bernardina:

La primera confunde al oyente con palabras que no existen dentro del idioma o que son oscuras, y aun ininteligibles, para él. La bernardina conceptual suspende al oyente con razones que, carentes de sentido, no violan sin embargo la materia misma de la lengua.

Miguel de Cervantes las usa mucho en su teatro y en sus Novelas ejemplares como recurso cómico. Por ejemplo, en Rinconete y Cortadillo:



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