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Caballo de Leonardo



El 22 de julio de 1489 el embajador de Florencia en Milán, Pietro Alamanni, envió una de sus habituales misivas a Lorenzo de Medici. En ella decía, entre otras cosas, lo siguiente:

Aunque expresa las dudas sobre si Leonardo sería capaz de terminar esta maravillosa obra lo cierto es que se la había encargado al toscano, lo que supone para él la culminación de sus siete años en la corte milanesa. Por fin le encargan un trabajo a su altura y la maquinaria cerebral del artista empieza a trabajar a todo vapor, teorizando, buscando, investigando y proyectando en este sentido.

Leonardo lo quiere hacer encabritado sobre sus dos patas traseras pero abandona la idea por ser técnicamente imposible dado su gran tamaño, finalmente opta por hacerlo al trote.

Leonardo dejó algunos escritos sobre cómo sería la escultura.

Tres refuerzos que sujetan el molde. Si desea hacer moldes sencillos rápidamente, hágalos en una caja de arena de río humedecida con vinagre. Una vez hecho el molde sobre el caballo, deberá hacer el grosor del metal con arcilla.
Estas piezas pertenecen al molde de la cabeza y el cuello del caballo, junto con su armazón y sus hierros (…)

Desgraciadamente Leonardo no pudo fundir el caballo, lo que sí hizo fue un molde de arcilla enorme, a tamaño real, de la estatua, media unos siete metros de altura por los mismos de largo. Según Vasari: «Todos los que vieron el gran modelo de barro aseguraron que era la más excelente y magnífica obra que habían visto nunca.»

Poco tiempo después Milán entró en guerra con Francia y para poder hacer cañones y munición se fundió todo el bronce apartado para la obra, después se destruyó el molde de arcilla perdiéndose una de las obras maestras de la escultura del Renacimiento.



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