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Cacio



Cacio (en latín, Catius, fl. C. 50s-40s a.C.) fue un filósofo epicúreo, identificado étnicamente como un celta ínsubre de Galia Transpadana. Las obras epicúreas de Amafinio, Rabirio y Cacio fueron los primeros tratados filosóficos escritos en latín.[1]​ Cacio compuso un tratado en cuatro libros sobre el mundo físico y sobre el bien supremo (De rerum natura et de summo bono). Cicerón le atribuye, junto con el estilista de prosa menor Amafinio, la escritura de textos accesibles que popularizaron la filosofía epicúrea entre la plebe, o gente común.[2]

En una carta fechada en enero del 45 a. C., Cicerón dice que Cacio murió recientemente.[3]​ La carta está dirigida a Casio Longino, uno de los futuros asesinos de Julio César y reciente converso al epicureísmo.[4]​ Cicerón empuja a Casio sobre su nueva filosofía y bromea sobre los espectros Catiana ("apariciones de Catia"), es decir, las εἴδωλα o imágenes materiales que los epicúreos suponían que se presentaban a la mente y evocaban la idea de objetos ausentes:

Aunque el propósito de Cicerón es ridículo, el pasaje es una fuente importante para comprender la teoría epicúrea de la visión.[7]​ El espectro de Cacio es equivalente al simulacro en Lucrecio,[8]​ pero el término espectro no aparece nuevamente en latín hasta el siglo XVII y debe representar el intento de Cacio de crear un vocabulario especializado.[9]

Quintiliano caracteriza a Cacio brevemente:

Los primeros comentaristas de Horacio afirman que el filósofo debería identificarse con el Cacio al que se refiere la cuarta sátira del segundo libro del poeta. Este Cacio se presenta dando una conferencia grave y sentenciosa sobre varios temas relacionados con los placeres de la mesa. Sin embargo, de las palabras de Cicerón se desprende que la sátira en cuestión no pudo haber sido escrita hasta varios años después de la muerte de Cacio. Horacio pudo haber tenido la intención de designar a algún gourmand de la corte con un apodo reconociblemente epicúreo; dadas las inclinaciones epicúreas del propio poeta, el pasaje probablemente debería leerse como una parodia del tipo de falso epicureísmo que disfraza el mero hedonismo.[11]



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