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Casta divina



Casta divina es un apelativo que en el estado de Yucatán, y por extensión en México, fue usado para denominar con sarcasmo a un grupo social compuesto por la plutocracia criolla, emergida desde principios del siglo XIX y consolidada durante la Guerra de Castas. Tiene una connotación histórica y está referido a circunstancias, personajes, hechos políticos y sociales ocurridos en las postrimerías del siglo XIX y a principios del siglo XX en el contexto de la Guerra de Castas, el México porfiriano y la revolución mexicana en tal entidad federativa.[1]

Se ha atribuido la forja del apelativo al general Salvador Alvarado jefe del ejército constitucionalista en el sureste de México y gobernador preconstitucional de Yucatán de 1915 a 1917,[2]​ aunque los autores Sauri y Sierra (op cit.) señalan que el término fue acuñado desde finales del siglo XIX para denominar a la élite de élites de la plutocracia yucateca que se enseñoreo a partir de la guerra de castas, aprovechando el poderío económico que le brindó el control omnímodo de la agroindustria henequenera.

A partir de mediados del siglo XIX, Eusebio Escalante Castillo, con financiamiento de la firma norteamericana Thebaud Brothers, había logrado desarrollar la Industria henequenera en Yucatán, estableciéndola como un próspero negocio de exportación de materias primas hacía los países industrializados de Europa y América del Norte.[3]​  Siguiendo el ejemplo de Escalante, muchas de las familias tradicionales de hacendados, algunos de ellos conocidos e importantes propietarios desde épocas de la colonia, lograron concentrar la producción de sus propiedades en la exportación del henequén. Entre estas familias destacan apellidos como los Cámara, Peón, Vales, Castillo, Ponce, Regil, Barbachano, Arrigunaga, Palomeque, Zavala, entre otros. 

En la primera década del siglo XX, se llegó a afirmar que la industria del henequén produjo más millonarios per capita en Mérida que en cualquier otra parte del mundo. A fines del siglo XIX, el auge del henequén estuvo acompañado por el crecimiento de otras materias primas del Yucatán decimonónico, como son el azúcar, el caucho y el chicle. La prosperidad que se generó se concentró en un pequeño grupo de familias, todas de origen criollo, con vínculos de parentesco entre sí. Los integrantes de esta oligarquía recibieron varios apodos por parte de sus críticos, incluyendo los “cincuenta reyes del henequén” (Kenneth Turner) o la “casta divina” (Alvarado). Como señala Quezada:[4]

Cabe destacar que muchos de estos hacendados eran simpatizantes del partido conservador y no de la camarilla del gobernador Olegario Molina Solís de tendencia liberal:[5]

En 1902, recién terminada la Guerra de las Castas, el presidente Porfirio Díaz en uso de su poder político aprovechó para desechar la candidatura de Francisco Cantón (conservador) a la gubernatura de Yucatán, favoreciendo a Olegario Molina (liberal). Ese mismo año, a pesar de las protestas de diversos sectores de la población yucateca, el general Díaz ordenó la escisión de Quintana Roo del territorio yucateco. Forzado a retirarse de la vida pública, Francisco Cantón decidió retirarse también de la vida económica, vendiendo sus negocios a Eusebio Escalante Castillo.

El principal competidor de los Escalante era, precisamente, Olegario Molina Solís, un abogado e ingeniero que pese a ser nuevo rico, pues no pertenecía a las tradicionales familias de abolengo en Yucatán, logró amasar una significativa fortuna a la sombra de su cercanía con el porfiriato y con el grupo Los Científicos. Asociado con su yerno, Avelino Montes, construyó un imperio a la sombra del poder gubernamental. Cercano al régimen del general Díaz, un dictador militar que gobernó México por tres décadas, Molina Solís pudo aprovecharse del pánico financiero de 1907 que puso en aprietos a los Escalante para consolidarse como el principal exportador de henequén, aunque en realidad solo era un agente de la International Harvester Company, un conglomerado norteamericano. Como señala el mismo Kenneth Turner, Olegario Molina se convirtió en el principal oligarca yucateco:[6]

Dada su preponderancia en la vida económica y política del estado, varios hacendados de las familias tradicionales tuvieron que asociarse para enfrentar el poder de Molina que amenazaba con monopolizar la vida política y económica del Estado. Como bien señala Dulce María Sauri:[7]

La misma Sauri dice, “La relación de estos hacendados con el poder público cambió con la revolución maderista y con el ascenso de José María Pino Suárez al gobierno de Yucatán en 1911…de este grupo surgiría el gobernador Nicolás Cámara Vales.”[7]​ Por otra parte, Pacheco Bailón[8]​ señala que:

El gobierno maderista de Nicolás Cámara Vales estableció la Comisión Reguladora del Mercado del Henequén en 1912. Se trataba pues de un intento de regular los precios y permitir mayor acceso al mercado a los hacendados, reduciendo así el monopolio de la International Harvester y de Molina-Montes. No obstante, en febrero de 1913, el gobierno maderista fue derrocado en un golpe de estado que se ha conocido en la historiografía nacional como la decena trágica. Ante esta situación, el gobernador Cámara Vales fue forzado a presentar su renuncia por el nuevo régimen militar del general Victoriano Huerta. Durante este periodo, y pese a estar exiliado en La Habana, Olegario Molina seguía dominando por medio de testaferros la política y la economía de su estado natal.[9]

En 1915, colapsado el régimen Huertista, Venustiano Carranza, jefe máximo del Ejército Constitucionalista, envió al general Salvador Alvarado a Mérida con el propósito de hacer valer los postulados de la revolución en la península de Yucatán. Tras haber vencido en batalla al sublevado Abel Ortiz Argumedo, se encontró con una grave descomposición política y social producto principalmente del sojuzgamiento en que vivía una gran parte de la sociedad yucateca a manos de un grupo oligárquico integrado por comerciantes, industriales y terratenientes que dominaban no solo la industria henequenera, principal actividad económica de la región, sino en general, prácticamente todas las actividades productivas importantes del estado.

Dicen Sauri y José Luis Sierra Villarreal, en su libro La Casta Divina, por dentro y por fuera: [10]

El general Alvarado intentó terminar con el dominio de la Casta Divina no solo en lo político y económico sino hasta en los social.  Algunos de los sitios donde la plutocracia yucateca gustaba de reunirse incluían “El Liceo de Mérida”, “La Unión”, “La Lonja Meridiana”, el “Casino Español” y la “Beneficencia Española”, mismos que:



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