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Catecumenado



El catecumenado es el período de prueba o de instrucción que se ofrece a los candidatos al bautismo en el cristianismo.

El bautismo de adultos era el más común, en los primeros siglos del cristianismo, lo cual implicaba una conversión del paganismo o de las filosofías que circulaban en el Imperio romano. A quienes deseaban ser cristianos, las comunidades los sometían a varias pruebas y períodos de discernimiento o aprendizaje. Al inicio podían participar en las reuniones de la comunidad cristiana con un miembro de ella que se convertía en una especie de padrino. El hecho de que un buen número de mártires fueran todavía catecúmenos prueba que los períodos de catecumenado podían alargarse bastante.[1]​ La situación sorprende si se compara con la facilidad con que, según los Hechos de los apóstoles, se ofrecía el bautismo a quienes escuchaban una predicación de un apóstol[2]​ o simplemente lo pedían mientras iban de camino,[3]​ pero también resulta sorprendente debido al hecho de que otras religiones no requerían estos tiempos de prueba a sus neófitos.

El catecumenado era pues una prueba y una precaución que se había juzgado necesaria para no admitir en la sociedad cristiana sujetos mal instruidos, poco firmes y capaces de abandonar su fe.

La duración de esta prueba no fue siempre la misma en todos los tiempos ni en todos los lugares. El concilio de Elvira en España, celebrado hacia el año 300, decidió que durase dos años. Justiniano mandó lo mismo para los judíos que quisieran convertirse. El concilio de Agdes del año 506, no les exigía más que ocho meses de instrucción. Las constituciones apostólicas más antiguas que este concilio, pedían tres años de preparación antes de recibir el bautismo, lib. 8, c. 32. Algunos creyeron que bastaba el tiempo de la cuaresma. En circunstancias apremiantes se abreviaba más este término.

Hablando Sócrates de Constantinopla de la conversión de los Burguiñones, dice que un obispo de las Galias se contentó con instruirlos por espacio de siete días. Si un catecúmeno se hallaba repentinamente en peligro de muerte se le bautizaba en el momento. En general, se dejaba a la prudencia de los obispos el prolongar o abreviar el tiempo de la instrucción y de las pruebas, según la necesidad y las disposiciones que veían en los catecúmenos.[4]

Según la Confesión Religiosa Cristiana, el catecumenado se prolonga o no. Así es que por ejemplo en las iglesias protestantes, en su mayoría, suele ser muy corto, dejándose en no pocos casos, el tiempo prácticamente al criterio del neófito.

Siguiendo la tradición de la iglesia antigua, el catecumenado en la Iglesia católica es un período que puede prolongarse y que cuenta con diversas etapas o «elementos esenciales»:

Se considera como un período de maduración en la conversión y en la fe aun cuando ya se habla de una cierta pertenencia a la Iglesia («unión»[6]​) y quienes mueren sin ser bautizados se les considera su deseo de recibirlo como seguro de su salvación.[7]​ Sin embargo, la extensión de la práctica del bautismo de niños, hace que en realidad sean pocos quienes reciben o toman esta preparación e incluso, hasta el Concilio Vaticano II la institución como tal se había abandonado. Se habla de «catecumenado postbautismal»[8]​ y el Catecismo de la Iglesia Católica menciona que la Constitución Sacrosanctum Concilium, núm. 64 restauró el catecumenado cuyos elementos rituales fueron normados en el Ordo initiationis christianae adultorum aprobado en 1972. Así se puede volver a hablar incluso de un «orden de los catecúmenos».[9]

Asimismo se hace más versátil permitiendo la inclusión de elementos culturales propios de las tierras de misión para enriquecer la simbología del rito.[10]​ La ceremonia de bautismo, que suele celebrarse en la vigilia pascual incluye la recepción de los demás sacramentos de la iniciación cristiana: la confirmación, comunión.[11]

Al hablar del rito del bautismo el Catecismo compara la sumersión del catecúmeno en el agua con su sepultura en la muerte de Cristo[12]​ En el número 168 del Catecismo al recordar el rito de bautismo de adultos, se menciona que el don que el neófito pide a la Iglesia es el de la fe.



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