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Conciliarismo



Conciliarismo o teoría conciliar es la doctrina que considera al Concilio ecuménico como la suprema autoridad de la Iglesia, elevándolo (condicionalmente o por principio) por encima del Papa.

Esta doctrina argumenta que un concilio ecuménico representa a toda la Iglesia y obtiene su potestad directamente de Cristo; a esa potestad están sometidos y tienen que obedecer todos los fieles, también los miembros de la jerarquía, incluso el mismo Papa.

La teoría conciliarista tiene sus premisas en aquellos múltiples factores de índole histórica, política, canonística y sobre todo eclesiológica que, presentes en la época medieval, confluirían finalmente en la gran crisis que afectó la vida de la Iglesia en los siglos XIV-XV y que toma el nombre de Cisma de Occidente (1378-1417).

La vía conciliar pareció ser la única posible para obtener la vuelta a la unidad. El Concilio de Constanza (1414-1418) se convocó precisamente con esta finalidad. Donde en pleno Cisma con tres papas de por medio se declaró:

El mismo Papa electo por el Concilio de Constanza, Martín V rechazó, al terminar el concilio, estos cánones, manteniendo así intacta la perpetua fe católica sobre el primado de Pedro y sus sucesores. Fue un momento muy excepcional de la historia de la Iglesia cuando se aprueban estos ya que el papado era disputado por tres candidatos.

Sin embargo, las formas más radicales del conciliarismo se manifestaron a lo largo del Concilio de Basilea, cuando se declaró que era una «verdad de fe católica» la superioridad del concilio sobre el papa (sesión XXXIII, 1439). Para rectificar la decisión del anterior concilio, el papa Julio II convoca un Concilio Ecuménico en Letrán donde se define que la teoría conciliarista no se ajusta a la ortodoxia católica:

Tesis análogas a las conciliaristas sobrevivieron luego en el episcopalismo, en el galicanismo y en el febronianismo. Dentro del catolicismo, parece que quedó superado con la definición del Vaticano I sobre la naturaleza y el valor del primado del romano pontífice (1870).

Una nueva iniciativa conciliarista surge tras la condena del Sínodo de Pistoya en 1794, por medio de la bula Auctorem Fidei de papa Pío VI.[3]​ Ahora el origen no son las antiguas doctrinas condenadas sino la revitalización de estas a través de la introducción de ideas liberales e ilustradas en las enseñanzas de la Iglesia católica. A pesar de que muchos Papas combatieron esta doctrina, como el Beato Pío IX con el Concilio Vaticano I,[4]​ el peso que ganó las tesis de los católicos liberales, fue creciendo entre parte de la jerarquía católica. Tal y como relata Ralph Wiltgen S.D.V[5]​ ciertos teólogos de mucho prestigio trataron de que el concilio aprobase una declaración que fue denunciada por ambigua[6]​ y que fue acondicionada, gracias al mandato de Pablo VI, por el tomista Fray Santiago Ramírez O.P. para que resultara coherente con el magisterio anterior.



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