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Concilio de Antioquía



Más de treinta Concilios o Sínodos de Antioquía fueron realizados en la antigüedad. La mayoría de ellos coincidió con las diversas fases de la controversia arriana.

Los primeros fueron sínodos reunidos en 252, 264, 268 y 269 para tratar de la herejía de Pablo de Samósata, que fue finalmente depuesto en el tercer sínodo y condenado por herejía. Bajo la protección de la reina de Palmira, Zenobia, Pablo consiguió mantenerse en actividad por algún tiempo. Fue expulsado a finales de 272 por un decreto del emperador Aureliano. El artículo de la Enciclopedia Católica sobre Pablo de Samósata dice:[1]

El Concilio de 252 fue convocado gracias a las correspondencias firmadas por Dionisio de Alejandría acerca del tema y firmado específicamente para tratar del cisma provocado por Novaciano Novato, llamado Novacianismo, y el llamado rebatismo de los herejes. Las grandes figuras de este concilio fueron Heleno de Tarso, Firmiliano de Cesarea en Capadocia y Teuteno de Cesarea en Palestina. La materia fue considerada herética por el concilio.

Convocado para 264 (o 265) este concilio contó con la participación, entre otros, de Firmiliano de Cesarea de Capadocia, Gregorio Taumaturgo y su hermano Atenodoro, Heleno de Tarso, de Cilicia, Nicomas de Iconio, Imeneo de Jerusalén, Teuteno de Cesarea, de Palestina (amigo de Orígenes), Máximo de Bostra, sacerdotes y diáconos. El obispo Dionisio de Alejandría, debido a la edad avanzada, excusó su ausencia. La materia discutida fue la herejía provocada por Pablo de Samósata. Demetrio, que tampoco pudo comparecer, escribió a la Asamblea exhortándola contra los errores doctrinarios de Pablo.

Tras quedar demostrados los errores doctrinarios, Pablo negó que los hubiera cometido y no fueron tomadas providencias ulteriores.

Convocado para tratar específicamente de la corriente teológica denominada monarquianismo dinamista, según la cual Jesús se hizo divino en el momento del bautismo y antes era una persona común. Esta fórmula había sido creada por Teódoto de Bizancio, excomulgado en 190 por el papa Víctor I. Pero este pensamiento ideológico, sobreviviendo a los tiempos, era ahora propagado por Pablo de Samósata (de donde surgiría la secta conocida como Paulanos) que encontró su condena en este concilio. Al final del Concilio, cuentan que Pablo de Samósata hubo afirmado haber sido discípulo de Artemón. Y este lo fuera de Teódoto de Bizancio, juntamente con Asclepiódoto y Teódoto el joven, entre otros.

Convocado en Antioquía para finales del año de 269, tuvo como finalidad versar nuevamente sobre los errores doctrinarios de Pablo de Samósata que había vuelto (o que nunca hubo dejado de) a profesar su doctrina. Desde los concilios anteriores de 264 y 268, Pablo ya había vuelto a sus posiciones teológicas anteriores. Su retractación en 264 había sido un embuste, tanto que aquel mismo año otra asamblea reunida (en fecha no conocida) volvió a admonestarlo. Después de incontables tentativas (todos fallidas) se dio la convocatoria de este Concilio. El número de prelados que concurrieron a la convocatoria fue de 70 (según Atanasio) o de 80 (según Hilario). El concilio fue presidido por Heleno de Tarso, pues Firmiliano había muerto poco tiempo antes. Se hicieron presentes, entre otros, Imeneo de Jerusalén (260-276), Teuteno de Cesarea (?-303) de Palestina, Máximo de Bostra, Nicomas de Iconio, según el Synodicus Libellus.

La figura destacada fue el sacerdote de Antioquía Malquión, profesor de aquella escuela. Este contestó todas las tesis de Pablo, quien al final fue condenado por su profesión de fe, fue depuesto. Para su cargo en el episcopado fue escogido Domno I, hijo del antecesor de Pablo Demetrio. El concilio aún envió una encíclica -conteniendo el sumario del concilio y lo concerniente a los errores de Pablo- a todas las provincias, al papa Dionísio, al metropólita de Alexandria y al obispo Máximo.

A estos documentos se refieren los escritores eclesiásticos Eusebio de Cesarea, Jerónimo de Estridón, Leoncio de Bizancio y Pedro el Diácono.

La mayor parte de los sínodos realizados durante el siglo IV fueron para tratar las disputas que siguieron a la controversia arriana, siendo que esta sede episcopal se mantuvo por un largo tiempo en las manos de los arrianos:

El más celebrado de todos fue realizado el año de 341, cuando la dedicación de la Basílica de oro, y es, por lo tanto, llamado de encaeniis (en griego: εν εγκαινιοις), in dedicatione. Casi un centenar de obispos estuvieron presentes, todos orientales, y sin el obispo de Roma. El emperador Constancio II estuvo allá en persona. Este concilio fue presidido por el obispo de Antioquia, Placencio de Antioquía.

Los cuatro credos adoptados, aunque no fueran heréticos, aun así eran bien diferentes de la fe de Nicea. El primero rechazó la acusación de Julio I de arrianismo. El segundo fue el oficial. El tercero fue producido bajo la batuta de Teofinio de Tiana y el cuarto, conocido como Ekthesis Makrostichos (Macrostich - "Larga fórmula"), fue presentado en el Concilio de Milán (345).

Los veinticinco cánones adoptados regulan la llamada constitución metropolitana de la Iglesia. El poder eclesiástico fue colocado principalmente en el obispo metropolitano (después llamado arzobispo) y en el semianual sínodo provincial (conforme al canon 5 de Nicea), que él convoca y preside. Consecuentemente, los poderes de los obispos nacionales (corepíscopos) fueron reducidos y el recurso directo al emperador fue prohibido. Sin previa invitación, un obispo no puede más ordenar, o de cualquier otro modo interferir con los asuntos fuera de su propio territorio, y tampoco puede designar su propio sucesor. Se fijaron penalidades para los que rechazaran celebrar la Pascua en la fecha correcta en consonancia con el decreto de Nicea, así como a los que salieran de la iglesia antes de que la Eucaristía haya terminado.

Los cánones de este concilio formaron parte del codex canonum utilizado en el Concilio de Calcedonia en 451 y así se perpetuaron en colecciones occidentales y orientales. Fueron publicados en griego y traducidos. Las cuatro fórmulas dogmáticas pueden ser encontradas en G. Ludwig Hahn.

Los sínodos de los siglos V y VI sirvieron principalmente para resolver controversias teológicas de su tiempo:

A partir de aquí, la vida eclesiástica en Antioquía se hizo inexistente, toda vez que la ciudad fue nuevamente ocupada por los musulmanes.



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