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Conjura bahiana



La conjura Bahiana, también denominada como revuelta de los alfaiates («alfaiate», en portugués, significa 'sastre', oficio que ejercían los conjurados), fue un movimiento independentista, ocurrido al final del siglo XVIII, en la entonces Capitanía de Bahía, en Brasil.

Fue la revuelta colonial más importante tras la Inconfidência Mineira, producida en Minas Gerais en 1789, diferenciándose de ésta en que tuvo un carácter más popular.

Estando la entonces Capitanía de Bahía gobernada por D. Fernando José de Portugal (1788-1801), en la capital, Salvador, bullían las quejas contra el gobierno, cuya política elevaba los precios de las materias más esenciales, causando la falta de alimentos y llegando el pueblo incluos a robar en las carnicerías, ante la ausencia de carne. El clima de insubordinación se propagó rápidamente, especialmente entre las clases más humildes llegando a alcanzar a los cuarteles militares.

A todos inflía el ejemplo de independencia de los Estados Unidos de América, y las ideas republicanas e independistas eran propagadas también por una parte de la élite culta, reunida en asociaciones como la logia masónica «Cavaleiros da Luz».

Los revolucionarios propugnaban la liberación de todos los esclavos, un gobierno igualitario en el que las personas fueran promocionadas socialmente en función de su capacidad y mérito personales, además de un régimen político republicano. Tales ideas eran divulgadas sobre todo por los escritos del soldado Luiz Gonzaga das Virgens y los panfletos de Cipriano Barata. Los cinco puntos reivindicados por la conjuración bahiana eran:

En el 12 de agosto de 1798, los acontecimientos se precipitaron cuando algunos de los miembros de este movimiento revolucionario fueron detenidos mientras se hallaban repartiendo panfletos. Tras un interrogatorio por parte de las autoridades, acabaron delatando al resto de los conjurados.

Durante la fase de represión, centenares de personas fueron denunciadas, incluyendo militares, clérigos, funcionarios públicos y personas de todas las clases sociales. De ellas, cuarenta y nueve fueron detenidas. Finalmente, el 8 de noviembre de 1799 se procedió a la ejecución de los condenados a pena capital en el siguiente orden.

El quinto condenado a muerte, Luís Pires, fugitivo de la justicia, jamás fue encontrado. Según la sentencia, se consideraban los nombres de los conjurados y su memoria «malditos» hasta la tercera generación y se ordenaba exhibir la cabeza a vista de la población a modo de ejemplo.



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