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Cuatro años a bordo de mí mismo



Cuatro años a bordo de mí mismo (o 4 años a bordo de mí mismo) es una novela del escritor colombiano Eduardo Zalamea Borda, publicada en 1934.[1]​ Es considerada como una de las primeras y más sólidas manifestaciones de la novelística moderna colombiana.[2]​ La novela es narrada en primera persona, por un viajero de 17 años de edad oriundo de Bogotá y cuyo destino final es la península de La Guajira. El personaje narra sus experiencias y vivencias en todos los sitios a los que llega, las cuales involucran la interacción con otros personales y su percepción de los distintos paisajes que observa.

A la edad de 17 años (la misma edad del narrador viajero de la obra), Zalamea Borda intentó suicidarse mientras estaba en Barranquilla. Luego de haber intentado quitarse la vida sin éxito, vivió durante cuatro años en La Guajira, ocupando un cargo administrativo en las salinas de Manaure. A los 21 años regresó a Bogotá. Allí ingresó como reportero al periódico La Tarde, en donde publicó "Bahía Honda, puerto guajiro", un poema que escribió cuando se encontraba en La Guajira. [3]

A diferencia de otras obras en las que es utilizado el paisaje como un recurso para dilatar o suspender por un momento el hilo de la historia, en 4 años a bordo de mí mismo, el paisaje no se puede separar o aislar de la continuidad de la historia que se desarrolla, porque su presencia es lo que mantiene unida de principio a fin la novela, pues se convierte en elemento indispensable para que la trama fluya y se condense en los más extraños y únicos momentos que sazonan la obra.[4]


Por otra parte, son las percepciones del viajero lo que hace que sea posible construir el paisaje que solo él puede definir, y que el lector se arriesga a experimentar, a través de los sentidos que dibujan el paisaje y lo configuran como un compañero inseparable del viajero, pues solo a causa de ellos se da la posibilidad de comprender la lucidez de los espacios y los tiempos donde se sumerge el personaje principal de la obra. Asimismo, es reconocible que el paisaje no es estático, por cuanto cambia de acuerdo al estado de ánimo del viajero e influye de igual manera en los sentimientos del mismo, lo cual demuestra que existe una estrecha relación entre ambos, al punto de complementarse frente a la voracidad de los sentimientos que abaten en la cercanía de un lugar o una hora específica; sin embargo, es el mismo viajero el que lo hace autónomo de acompañarlo o distanciarse, de los momentos donde es posible conservar sus recuerdos e invocar lo venidero. Un ejemplo de lo anterior, son las primeras palabras de la obra, en las que el viajero describe la noche mientras espera por la goleta que abordará en Puerto Colombia para llegar a su destino:

La noche está sola. Sola como la luz. Abandonada sobre el mundo, extendida sobre muchas ciudades, muchos campos, bosques, islas, mares, aldeas

En otra descripción de la noche, esta vez en Cartagena de Indias, ciudad a la que tiene que arribar la goleta debido a una tormenta, el viajero deja ver su molestia por el retraso:

La luna también me mira, sonriente y temerosa; cree sin duda que soy loco y se admira porque no le digo versos imbéciles como los que le hacían los poetas del Bogotá de 1910.

También es compresible que el paisaje llegue a tener una cara antagónica al ser comparado en varios lugares, pues cada lugar que recorre el viajero tiene la particularidad de ser único en sus perfumes, distinto en el avanzar del tiempo, dulce o agrio en sus colores y paradisíaco a su manera, esa es una riqueza que el personaje comparte con el lector para hacerlo partícipe de sus impresiones. Sin embargo hay una característica especial en la novela, y es que el mismo paisaje se convierte en un personaje más de la obra, debido a la función que cumple su presencia en cada página, pues él no distrae, no dilata ni se separa de la obra, porque su rol real es unir, es cambiar la visión de los participantes de la historia, es influir en el rumbo de la trama y sobre todo, es convertirse en autónomo de sentir, ver, escuchar y transformar a través de las palabras del viajero.



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