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Devociones marianas



Las devociones marianas son costumbres y prácticas de veneración hacia la virgen María, incentivadas con el Concilio de Trento,[1]​ que se desarrolló entre 1545 y el 1563, cuando se generó un renacimiento de la vida

religiosa en la Iglesia católica. Durante la Reforma protestante, la Iglesia había defendido sus creencias marianas frente a los criterios de los protestantes. Al mismo tiempo, el mundo católico se dedicaba a enfrentarse a las continuas guerras otomanas en Europa desde Turquía, que se libraron y se ganaron "bajo los auspicios de la Virgen María". La victoria en la batalla de Lepanto (1571) fue acreditada a Ella "y significó el inicio de un fuerte resurgimiento de las devociones marianas, centrándose especialmente en María, la Reina del Cielo y de la Tierra y su poderoso papel como mediadora de muchas gracias".

El papa Paulo V y el papa Gregorio XV, entre 1617 y 1622, promovieron la creencia de que la Virgen fue concebida sin pecado original, a través de la protección prevista de la gracia de Dios, también conocida como la Inmaculada Concepción. El papa Alejandro VII declaró en 1661 que el alma de María estaba libre de pecado original. El papa Clemente XI ordenó la fiesta de la Inmaculada para toda la Iglesia en 1708. La fiesta del Rosario fue introducida en 1716, la fiesta de los Siete Dolores en 1727. La oración del Angelus fue fuertemente apoyada por el papa Benedicto XIII en 1724 y por el papa Benedicto XIV en 1742. La piedad popular mariana era aún más colorida y variada que nunca: numerosas peregrinaciones marianas, rezos como la Salve, nuevas letanías marianas, obras de teatro, himnos marianos, procesiones marianas. Las fraternidades marianas tenían millones de miembros.



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