El don Tancredo, o la suerte de don Tancredo, era un lance taurino con cierta afición en la primera mitad del siglo XX.
El individuo que hacía el don Tancredo, esperaba al toro a la salida de chiqueros, subido sobre un pedestal situado en mitad del coso taurino. El ejecutante iba vestido con ropas generalmente de época o cómicas, y pintado íntegramente de blanco. El mérito consistía en quedarse quieto, ya que el saber de la tauromaquia afirmaba que al quedarse inmóvil, el toro creía que la figura blanca era de mármol y no la embestía, convencido de su dureza.
El origen de esta práctica es incierto, si bien hay varias fuentes que afirman que un torero español, natural de Valencia, de poca fortuna y nombre Tancredo López, comenzó este espectáculo como un medio desesperado de ganar dinero en las postrimerías del siglo XIX. El público acogió con entusiasmo la actuación, que poco a poco fue extendiéndose. Normalmente el Tancredo era interpretado por personas desesperadas a la búsqueda de ganar dinero fácil y con poco que perder, ya que eran numerosas las cogidas que se producían. Así las cosas, el Tancredo fue prohibiéndose por las autoridades, y ya a mediados del siglo XX se realizaron las últimas representaciones.
Una de las apariciones más populares del don Tancredo es el interpretado por Fernando Fernán Gómez en la película El inquilino. También es muy conocida la descripción que hace el novelista Pío Baroja en su novela La busca.
En la década de los 90 y principios del siglo XXI en el programa televisivo "El Grand Prix del verano" era habitual que se realizara una prueba de "Don Tancredo" en el que los concursantes, debidamente protegidos y disfrazados como bolos, tenían que aguantar en un pequeño foso unos minutos a una vaquilla y ganaban los que no eran derribados de su pedestal por esta.
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