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Dulce ave negra



Dulce ave negra fue una telenovela colombiana, realizada en 1993 por RTI Televisión escrita por Julio Jiménez, dirigida por Rodolfo Hoyos, protagonizada por Marcela Gallego y Fernando Allende y antagonizada por Lucero Cortés . Es una versión hecha por el mismo Julio Jiménez de otra telenovela suya, Lola calamidades.

Doña Francisquita, viuda como doña Custodia, era la madre de los cuatro varones más apetecidos del pueblo: Paco, Beto, Lucho y Quinito. Todos ellos muy valentoncitos, pero mansos corderos frente a la madre que los maneja con el dedo meñique.

Si bien, la rivalidad entre doña Francisquita y doña Custodia, se había hecho popular en todo el pueblo, también era cierto que las dos damas se respetaban, se temían y tenían sus reglas muy bien establecidas.

¿Quién era el "alma en pena?” Un espíritu vestido de blanco, que muchos aseguraban haber visto rondando por los corredores del cementerio, con una luz en la mano... El asunto no era cosa de fantasía... Y así lo comprendía Custodia y su hijo Santiago, quienes vieron el espanto, tal y como lo pintaban los alarmistas del lugar. Un buen día, Custodia tuvo noticia de que el "alma en pena" había sido capturada por las autoridades del pueblo.

La famosa "alma en pena", ni era de muerta ni producía espanto. Era simplemente una joven mujer, que al carecer de un lugar donde dormir, se había apropiado de un rincón del cementerio para construir una vivienda improvisada. Se llamaba María Ángel y era una de las innumerables ahijadas de doña Custodia.

Compadecida por la miseria de María Ángel y sabiendo que tenía una responsabilidad con ella, doña Custodia le ofreció albergue en su casa, tomándola a la vez como empleada doméstica.

La huraña María Ángel era muy buena para trabajar, pero complicada y altanera a la vez, puesto que carecía de la más elemental educación. A fuerza de cariño y buen trato, María Ángel terminó aceptando a doña Custodia y a su hijo Santiago. Pero no ocurrió lo mismo con Diva y Milady, cuñada y sobrina de Custodia quienes aseguraban que aquella mujer, inquilina del cementerio por tanto tiempo, no podía traer más que desgracias.

Intrigantes por naturaleza, madre e hija terminaron por convencer a Custodia de que debía deshacerse de María Ángel, puesto que Santiago se estaba interesando demasiado por ella y su vocación sacerdotal podría perderse de un momento a otro. Fue así como María Ángel fue a parar a casa de doña Francisquita.

El cambio, en verdad no le fue favorable, porque las labores se multiplicaron. Por otra parte, los hijos de Francisquita comenzaron a burlarse de la ingenua muchacha, haciéndola creer que los cuatro estaban enamorados de ella.

Con la llegada de María Ángel comenzaron los problemas en la hacienda. Uno de los muchachos se accidentó, todos comenzaron a pelearse entre sí por el amor de María Ángel. Estos hechos fueron aprovechados por Diva y Milady, que convencieron a Francisquita de que tantas desgracias juntas no podían provenir sino por la presencia de María Ángel.

María Ángel comenzó a buscar donde ubicarse y no tardó en emplearse como mesera en el único bar del pueblo, sitio frecuentado por los mineros, hombres rudos y malencarados, que no sentían respeto por nadie.

Pero ante la presencia de María Ángel, todos aquellos hombres comenzaron a cambiar, temerosos de que alguna desgracia les cayera encima. Nadie volvió a pelear en la taberna y tampoco se embriagaban demasiado para no perder el control. De tal suerte que el negocio se fue arruinando y María Ángel decide dejar el bar y trasladarse a vivir a la iglesia.

María Ángel atendía la sacristía, limpiaba la iglesia y adornaba los altares. Y la reacción no se hizo esperar: La gente dejó de asistir a la misa. Presionado por la falta de feligreses y de limosnas el sacerdote presiona a María Ángel para que se vaya a otro lugar.

Cuando ya todas las esperanzas parecían perdidas para María Ángel, surgió alguien que se aventuró a recibirla: Don Baltazar Parrado. Baltazar era un viejo sucio y desgreñado, cuya avaricia le impedía gastar un centavo en su presentación, a pesar de haber quedado como único heredero de una fortuna incalculable.

Al ver que María Ángel demandaba algunos gastos, el viejo avaro se ingenió la fórmula para no pagarle nada: casarse con ella. Al fin de cuentas una esposa salía más barata que una sirvienta.

Al enterarse de la noticia, los comentarios se desataron. Unos de burla y otros de compasión hacia el pobre Baltazar, a quien seguramente le lloverían rayos y centellas por unirse con aquella mujer.

María Ángel y Baltazar se casaron y nada pasó, al menos durante los primeros años de matrimonio. Más que una esposa, María Ángel era una esclava del viejo.

Un día, Baltazar enfermó gravemente. María Ángel le suplicó que se dejara atender por un médico, pero temeroso de perder unos centavos, el avaro se dejó morir. Desde luego, una vez más, la muerte de Baltazar fue atribuida al estigma que llevaba sobre sus hombros

María Ángel. Se quedó sola porque nadie volvió a acercársele. Con sorpresa descubrió que su difunto marido tenía más dinero que todos los ricos del pueblo juntos y se propuso dignificar la imagen que tanto habían pisoteado durante aquellos años. Forzada por la situación, María Ángel resolvió desaparecer del pueblo.

Regreso el día menos esperado, totalmente transformada. Los trapos viejos y negros que siempre había lucido, fueron substituidos por ropas costosas y elegantes que ella sabía llevar con insospechado donaire.

Ni corta ni perezosa, doña Francisquita, se dio a la tarea de ofrecerle uno por uno a sus cuatro hijos, mientras furiosas por la suerte de María Ángel, Diva y Milady se dispusieron a pescar al único hombre que podía ser calificado de buen partido: Santiago Banderas.

Y cuando todo dejaba entrever que Milady se casaría con Santiago, la situación dio un giro inesperado, originado por el encuentro de María Ángel con el muchacho Banderas, en el cual los dos se confesaron el gran amor que siempre habían sentido el uno por el otro.

Un domingo soleado, María Ángel hizo su entrada en el parque del pueblo. Iba vestida de novia y con la frente muy alta, avanzando hacia la iglesia del brazo de Santiago Banderas, con el cual contrajo matrimonio, dejando pasmados a todos los habitantes del pueblo. Desde entonces, María Ángel de Banderas, la feliz esposa de Santiago, fue una realidad.



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