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E Supremi



E supremi (en español, Desde lo Alto) es el título de la primera encíclica del papa Pío X, publicada el 4 de octubre de 1903.

Se trata de la primera encíclica del Pontífice, que había sido elegido papa dos meses antes (4 de agosto de 1903); la comienza expresando su profundo sentimiento de indignidad para el servicio al que ha sido llamado; cita en este sentido la oración de san Anselmo de Canterbury cuando, a pesar de su oposición fue elegido arzobispo.

El papa ve que ha sido llamado para regir la Iglesia en un momento especialmente grave, pues

Ante esta situación, el papa se acoge a Aquel que puede confortarlo y declara que "en el ejercicio del Pontificado, Nos tendremos un solo propósito de 'instaurar todas las cosas en Cristo',[1]​ a fin de que 'Cristo sea todo y en todos'[2]​'".

Este camino que lleva a Cristo pasa a través de la Iglesia, por eso recuerda, con palabras de San Juan Crisóstomo "tu esperanza, tu salvación y tu refugio es la Iglesia"; es necesario para ello conducir a los cristianos a la antigua dignidad de las leyes y de la enseñanza del evangelio.

Para alcanzar este objetivo ha de ponerse todo empeño en formar a Cristo en los sacerdotes[a]​, que están llamados formar a Cristo en todos los fieles; corresponde pues a los obispos conducir al clero a la santidad, y esto exige que abandonen todas las ocupaciones mundanas; cuidar la formación que se da en los seminarios; y elegir con cuidado los candidatos al sacerdocio, "no olvidando lo que Pablo escribe a Timoteo: 'no tengas prisa para imponer las manos a alguno',[3]​ considerando atentamente que con frecuencia los fieles serán como aquells que destinaste al sacerdocio" (n. 11).

La labor pastoral del clero debe tener en cuenta la necesidad de formar a todos los fieles:

Es esta una tarea -la formación religiosa de los fieles- en la que los sacerdotes deben contar con la colaboración de todos los fieles, pues Dios ha encomendado a cada uno el cuidado de su prójimo,[6]​ debiéndose empeñar en esta labor bajo la guía y la dirección de los obispos (n. 14).

Concluye el papa la encíclica invocando el copioso socorro de la gracia divina, e impartiendo a los obispos, a quien dirige esta encíclica, al clero y su pueblo la Bendición Apostólica (n. 16).




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