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El castillo de los Cárpatos



El castillo de los Cárpatos (en francés Le Château des Carpathes)[1]​ es una novela de Julio Verne publicada en Le Magazin d'éducation et de récréation, revista periódica para la juventud de la editorial Hetzel, como el resto de sus obras. Se publicó entre enero de 1892 y diciembre del mismo año y como un solo volumen en octubre, con ilustraciones en color de Léon Benett. Se trata de una obra fantástica alejada de la temática "científica" de Verne, y en ella ven algunos autores una de las mejores y más románticas historias vampíricas de la literatura.

La Stilla es una gran cantante de ópera, aclamada por el público y elogiada por la crítica. Uno de sus más fervientes admiradores es el barón de Gortz.[2]​ El barón es concurrente asiduo a sus representaciones, es un enigmático personaje con medios suficientes para seguir a la artista por todo el mundo, su única pasión. El noble nunca se ha acercado a la cantante, nunca le ha escrito, nunca ha intentado verla fuera de escena, pero su voz ha llegado a ser una necesidad imperiosa en su vida. Sólo le acompaña el no menos enigmático Orphanik, un inventor tuerto y macilento que vive a expensas de su amo.

En una gira por Nápoles, el joven y aventurero conde de Télek,[3]​ de Valaquia, se enamora profundamente (incluso se podría decir que de una forma enfermiza) de Stilla y le pide su mano en matrimonio. Ella acepta y comienza a extenderse el rumor de su retirada de los escenarios, en su apogeo, quizás para librarse de su misterioso admirador.

La noticia provoca celos y odios hacia el conde de Télek, que llega a recibir amenazas a las que no da importancia. Sin embargo, el barón sufre una profunda crisis, e incluso intenta el suicidio. Deprimido, acude a la última representación de la ópera "El Orlando",[4][5]​ en la que Stilla interpreta el papel de Angélica.

En la última escena, en que la heroína muere, Stilla maravilla a los espectadores con el aria "Innamorata, mio cuore tremane, Voglio morire"... De repente, el barón de Gortz muestra su cara fuera del palco, y sus ojos brillantes en un rostro de inmaculada palidez aterrorizan de tal manera a la cantante que queda paralizada, se lleva una mano a la boca, ensangrentada, vacila y cae. Télek enloquece con la muerte de su amada, que es enterrada en Nápoles. A su tumba se acerca solitario Rodolfo de Gortz, como si esperara que la voz de la Stilla surgiese de ultratumba. Al día siguiente se marcha al extranjero, tras culpar en una carta a Franz de Télek de la muerte de su amada.

Sólo unos meses después, comienzan a ocurrir hechos extraños en el castillo de los Cárpatos, propiedad del barón de Gortz, cerca de Werst, en el desfiladero de Vulcano. Los habitantes de la zona hablan de humo, imágenes y una voz prodigiosa que surge de la fortaleza presuntamente abandonada. Un curioso vendedor de supercherías llega al pueblo, y vende un catalejo o telescopio al pastor del pueblo, Frick,[6]​ y por medio de él, ve humo saliendo del supuestamente abandonado castillo, por lo que empiezan a correr los rumores por toda la comarca mientras el doctor Patak y un joven local, Nic Deck, vuelven atemorizados de su visita al castillo.

Télek se recupera en su patria y parte de viaje turístico por los alrededores de sus posesiones, junto a su fiel sirviente Rotzco. Gracias a la indiscreción del señor Koltz y de su hija Miriota[7]​ sabe de la historia del castillo y de su dueño. Franz de Télek permanece silencioso, pero Koltz está decidido a entrar con la autoridad competente en el castillo para desentrañar la verdad de los espíritus y la voz.

Tras recorrer toda la región, Transilvania, recogiendo información sobre el barón de Gortz, presuntamente desaparecido hace algún tiempo, el conde de Télek se acerca al castillo acompañado de otras personas y queda asombrado al aparecérsele el espíritu de Stilla, con su traje de Angélica, cantando "El Orlando". Trastornado por la visión, seguro de que su amada ha resucitado gracias a las artes de su enemigo y creyéndola en poder de éste, Franz acude al castillo esa misma noche, y queda atrapado por algún sortilegio que cierra el puente levadizo antes de que pueda volver con sus amigos.

Desorientado por el interior del castillo, que, a pesar de parecer destartalado en el exterior, tiene un notable lujo en el interior, Franz es testigo de luces extrañas, de voces, susurros. Perdida la noción del espacio y el tiempo, sigue la voz de Stilla («¡Andiamo, mio cuore, andiamo!») que le guía hacia la cripta, donde queda atrapado sin salida.

Más loco que cuerdo, sigue la voz hasta la capilla, donde están enterrados los antepasados de Gortz; apenas abre un hueco en la desvencijada puerta para observar a Orphanik y la inconfundible figura de Rodolfo, Barón de Gortz, por el que parece no haber pasado ni un día desde Nápoles, con una larga melena gris peinada hacia atrás. Maestro y sirviente colocan unos extraños cilindros[8]​ a lo largo de la estancia y hablan de matar a Télek, ajenos a su presencia, pues sus espías les han informado de que el conde acudiría al amanecer. Orphanik viaja a Bistritz, y el malvado barón queda en el castillo «para oír su voz».

Convencido de que las artes de Gortz habían mantenido al espíritu de Stilla prisionero de su castillo, Télek escapa de su escondrijo forzoso y se dirige a las dependencias particulares del Barón. Allí lo encuentra, inmóvil, sentado con una caja en las manos. Cuando lo ataca, la voz y la imagen de Stilla inundan la sala, y Gortz despierta mientras Franz cae al suelo repitiendo que su amada está viva, tendiendo los brazos a su imagen. El barón coge un cuchillo y, proclamando que la voz de la bella artista sólo es suya, ataca a la imagen de Stilla, que se rompe en mil pedazos de cristal. Escapa de la sala ante la desolación de Franz, y recibe un disparo de Rotzko que no le impide llegar al desfiladero de Vulcano cuando una gran explosión reduce a cenizas el gran torreón del castillo.

El sirviente y Nic Deck rescatan el cuerpo del conde de Télek, quien, sin embargo, no está muerto, sino que ha enloquecido y sólo repite «innamorata, voglio morire».

Tras capturar a Orphanik, se descubre que todo ha sido obra de un maniático melómano, el barón de Gortz, que, lejos de ser un brujo, encargó a su inventor que grabase en unos cilindros la voz de Stilla, incluyendo su última obra, para oírlos en su castillo. Así mismo, el ingenioso inventor creó un sistema de espejos para que la imagen de Stilla, reflejada desde un retrato propiedad de su señor, pudiera verse en toda la casa. El disparo contra el barón destruyó la caja donde guardaba las grabaciones, y, loco de desesperación, se sepultó con su castillo, cayendo en la trampa que tenía preparada para su rival.

Franz de Télek pierde la razón y sólo puede arrancarle una sonrisa oír la voz de Stilla que amablemente le servía su amigo Rotzko con los cilindros del Barón. A pesar de descubrirse el misterio, en la zona los niños siguen aprendiendo las leyendas del castillo, habitado... por la mejor voz del mundo.

Este libro se aleja de la temática habitual de Julio Verne para acercarse a un estilo fantástico y romántico. Él mismo dice, al comienzo de la obra:

El propio autor se queja de que a finales del «pragmático siglo XIX» ya no hay nadie que invente leyendas en ninguna de las zonas mágicas (nombra Bretaña, Escocia, Noruega...)

Para algunos autores, Verne pertenecía a alguna de las corrientes iniciáticas de la época.[10]​ Las historias de inmortalidad, muerte, no muerte y la recuperación de leyendas, junto a una explosión científica sin precedentes creaban un caldo de cultivo ideal para la creación o adaptación de historias fantásticas.

La muerte vencida, verdadero ideal de Verne, se ve en esta obra claramente: Stilla está muerta, pero sigue viva por su voz. Es el caso contrario al de Myra, protagonista de El secreto de Wilhelm Storitz,[11]​ a la que un alquimista despechado convierte en invisible, y queda viva pero sin poder comunicarse con su amado.

En esta obra pueden encontrarse algunos de los habituales personajes y situaciones de las novelas de temática vampírica clásica, como Drácula, de Bram Stoker:

En la obra de Julio Verne no se ven otros elementos importantes de la leyenda vampírica, como el inmenso poder del vampiro o el importante arquetipo del cazavampiros-iniciador (el Van Helsing de Bram Stoker). En "El castillo de los Cárpatos", la iniciadora es la propia Stilla y el "cazavampiros" es Telek.

La novela El castillo de los Cárpatos fue publicada cinco años antes que el Drácula de Bram Stoker. No se puede hablar de influencias de Verne en el inglés, y las similitudes existentes no dejan de ser anecdóticas: la ubicación del castillo, la personalidad del barón, mucho menos poderoso y malvado que Drácula, pero muy similar a varios personajes de Verne (el Capitán Nemo, Robur el conquistador, Matías Sandorf...), la historia romántica tan al uso de la época y el enamoramiento por parte del ser malvado hacia la protagonista.

Otros autores relacionan El castillo de los Cárpatos con Consuelo, de George Sand, amiga de Julio Verne y presuntamente quien le acompañó a los círculos iniciáticos de la época. Los estudiosos relacionan a Stilla con Porporina, la protagonista de la obra de George Sand, pues algunas descripciones son muy similares.[13]

El tema de la no-muerte es recurrente en muchas obras del propio Julio Verne, como en El testamento de un excéntrico, Mistress Branican, La esfinge de los hielos y Matías Sandorf.



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