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El coronel no tiene quién le escriba



El coronel no tiene quien le escriba es una novela corta publicada por el escritor colombiano Gabriel García Márquez en 1961. Es una de las más célebres de las escritas por el autor, y su protagonista, un viejo coronel que espera la pensión que nunca llega, es considerado como uno de los personajes más entrañables de la literatura hispanoamericana del siglo XX. Fue incluida en la lista de las 100 mejores novelas en español del siglo XX del periódico español El Mundo.[1]

El propio García Márquez reconoció tras escribirla que era la más simple de las novelas que había escrito hasta la fecha. En ella no se detectan muchas de las facetas características de este autor, como son los frecuentes saltos en la trama, la combinación entre fenómenos fantásticos y situaciones reales, y algunos otros detalles que suelen resaltar en la lectura. La novela pretende reflejar el sentimiento de desasosiego ante la espera, tal y como el autor lo expresó.

García Márquez lo consideró su mejor libro: "Yo creo que es mi mejor libro, sin lugar a dudas. Además, y esto no es una boutade, tuve que escribir Cien años de soledad para que leyeran El coronel no tiene quien le escriba."[2]

Muchos años después de publicarse la novela, en 1999, el director mexicano Arturo Ripstein llevó al cine la obra, con el mismo título que el original.[3]​ También fue adaptada al teatro en varias ocasiones como en 1989 dirigida por Carlos Giménez o en 2019 dirigida por Carlos Saura y protagonizada por Imanol Arias.[4][5]

El coronel es un veterano de la Guerra de los Mil Días que malvive en una casa de una villa en la costa atlántica colombiana junto a su esposa, la cual sufre de asma . La acción se desarrolla en 1956.

La historia comienza una mañana de octubre en la que el coronel se prepara para asistir a un funeral y dar el pésame a la familia que acaba de perder un hijo.

Durante 15 años, el coronel baja cada viernes a la oficina de correos del puerto con la esperanza de recibir una confirmación con una pensión de veterano de la guerra civil. Sin ninguna fuente de ingresos, la única esperanza de ganancia es un gallo de pelea, heredado de su difunto hijo, que el coronel ha estado criando en su casa durante varios meses, con la intención de hacerlo pelear en enero y obtener un beneficio de las apuestas.

El coronel y su esposa discuten sobre la conveniencia de invertir los pocos ahorros restantes en la compra de maíz para la manutención del gallo de pelea.

Tras cambiar de abogado, el coronel escribe una carta al gobierno demandando nuevamente su pensión. Justo ese día se acaba el maíz para la cría del gallo, y comienza a alimentarlo con habichuelas viejas. Su esposa argumenta que debería vender un viejo reloj que tienen a Álvaro, el sastre del pueblo. Al encaminarse hacia la sastrería, se encuentra con varios compañeros de su difunto hijo Agustín, entre ellos a Germán, a quienes ofrece regalarles el gallo. En cambio, estos se ofrecen a alimentarlo hasta las peleas de Enero.

Durante una visita a su compadre Don Sabas, éste le sugiere que si vendiera el gallo se lo comprarían fácilmente a 900 pesos. Tras descubrir que su esposa había tenido que empeñar sus alianzas de boda, decide venderlo a don Sabas, aunque este le responde que tiene un cliente que está dispuesto a comprárselo por 400$ pesos. El médico aconseja al coronel que no se lo venda, pues don Sabas lo vendería posteriormente a 900$ pesos.

Don Sabas sale de viaje, y cerrarían el trato al volver. El viernes como de costumbre el coronel acude al puerto donde las lanchas paraban, y de camino recuerda que ese día comenzarían los entrenamientos del gallo para la pelea, y al pasar por la gallera el coronel descubre que tienen a su gallo. Entonces, el coronel va a recogerlo y ve cómo el emocionado público ovaciona al gallo, y en medio de una gran confusión y motivación, se lleva al gallo a su casa, decidiendo que no lo vendería. Durante la conversación final, discute con su esposa, la cual le reprocha la total carencia de dinero y su idealismo, ya que carecen de dinero. La novela termina con la célebre escena final en la que la esposa pregunta al coronel por la posibilidad de que el gallo pierda: "Dime, ¿qué comemos?" a lo que este, liberado, se arma de valor y le responde: "Mierda".[6]​ Esta, sin más detalles, fue una obra inspirada en hechos reales.



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