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El cristo feo



El cristo feo es una novela de la escritora ecuatoriana Alicia Yánez Cossío, publicada en Quito en 1995 por editorial Abrapalabra.[1]​ La trama de la obra sigue a Ordalisa, una trabajadora doméstica que un día escucha hablar a un viejo crucifijo de madera en su cuarto, el mismo que pronto se convierte en su compañía y principal motivador para explorar su creatividad e identidad propia.[2][3]

De acuerdo a Yánez, la protagonista de la obra es una proyección de sí misma.[1]

Ordalisa es una trabajadora doméstica que vive sola en un pequeño y humilde cuarto sin ventanas.[4]​ Una mañana empieza a escuchar una voz digiéndose a ella por su nombre. Luego de buscar por todo su cuarto el origen de la voz, descubre que venía de un viejo y feo crucifijo de madera. Ordalisa se halla extrañada por el hecho, sin saber si la voz era real o si era producto de la soledad que sentía al vivir sola y no contar con familia.

Los patrones de Ordalisa le piden que se mude con ellos a una de las habitaciones vacías de la casa y ella acepta encantada. En los días siguientes el cristo feo empieza a motivar a Ordalisa a ser más asertiva y a no avergonzarse por expresar sus deseos y arreglarse mejor. Un día en que ve a su patrón ordenando su colección de estampillas, le pregunta si no se aburría de hacer todos los días lo mismo. Él se queda meditando en la pregunta y nota que hasta entonces nunca había pensado en Ordalisa como una persona, sino como una parte más de la casa. Ambos se vuelven poco a poco amigos, lo que despierta los celos de la patrona.

Ordalisa sigue con las conversaciones diarias con el cristo feo, pero las imperfecciones de la figura no dejan de molestarla, por lo que piensa en arreglarlas ella misma. Ordalisa no tiene confianza en su habilidad para tallar la madera, pero el cristo feo le da ánimos y la convence de intentarlo. Ordalisa compra herramientas y empieza la tarea de tallar la figura, actividad que encuentra enormemente estimulante y en la que se desempeña mucho mejor de lo que había pensado, pero que sólo puede realizar en los pequeños momentos libres que le dejan las tareas domésticas.[5]​ La idea de abrir su propio taller le parece cada vez más atractiva.

El patrón enferma y Ordalisa se acerca más a él. Un día decide enseñarle al cristo feo y el patrón queda sorprendido por el talento de Ordalisa, pero luego de buscar unas herramientas lo encuentra muerto. Ordalisa queda muy triste y decide tallar la cara del cristo feo con rasgos del patrón. El cristo la motiva en este y en todo el resto de cambios que se le ocurren, como el hacerle una trenza de indígena y sacarlo de la cruz para representarlo resucitado. Pero un día la patrona entra a su cuarto y ve al cristo feo con la cara de su esposo, lo que le produce un ataque de rabia que la lleva a arrojar la figura al fuego, sin importar cuánto Ordalisa intenta detenerla.

Ordalisa recoge sus cosas y se marcha de la casa. Y aunque sabe que no volverá a escuchar al cristo feo, camina feliz al sentirse libre, pensando en todas las imágenes que viven en su mente y que ahora está decidida a tallar.

Una de las temáticas centrales en El cristo feo es la construcción de la identidad propia y la superación personal como formas de resistir las prácticas opresivas en el trabajo doméstico. Desde el principio de la novela, la vida de Ordalisa se muestra llena de privaciones a pesar de tener un trabajo estable, el mismo que además le ocupa demasiado esfuerzo como para dejarle tiempo para aspiraciones propias. La posición de sumisión social de Ordalisa es enfatizada constantemente en la novela, que habla del "distanciamiento de castas", la "obediencia sin preguntas" y pone frases como "tú solamente eres la criada de la casa" en boca de los patrones, a quienes se les hace inconcebible imaginar que una mujer como Ordalisa pudiese tener pensamientos propios.[3][2]

Cuando Ordalisa empieza a tallar la figura atrofiada del cristo feo, despierta en ella el deseo de dejar una huella en el mundo, de expresar sus pensamientos y emociones. Es así que el proceso de transformación que tiene el cristo feo pasa a reflejar el propio cambio en Ordalisa, que retirando las partes feas y atrofiadas del crucifijo descubre el potencial creador que llevaba dentro. De este modo, Yánez muestra a Ordalisa despojándose de su sumisión y docilidad a través de la creatividad y la creación artística,[3]​ lo que a la par se expresa en los cambios físicos que emprende y en preocuparse más por sus propios deseos. La transformación lleva a Ordalisa a cuestionar las relaciones de poder en el trabajo doméstico y los abusos a los que ha sido sometida, lo que al final le da la seguridad suficiente para abandonar la casa en busca de un nuevo futuro.[2]

En relación a la búsqueda creadora de la mujer artista, Yánez pone atención en las desventajas que sufre en relación al varón debido a los roles de género. Acerca de ello expresa, en palabras de Ordalisa:[2]

Otro tema presente en la novela es la reconsideración de las nociones de la espiritualidad y lo divino, que es explorada al mostrar una imagen distorsionada de la idea clásica de deidad. Desde las primeras conversaciones que Ordalisa tiene con el cristo feo, ella se encuentra extrañada, primero por la fealdad de la imagen, luego por la personalidad misma del cristo, que la trata de una forma muy personal en que impera la camaradería y el humor, al contrario de lo que ella suponía. Esta confusión respecto a cómo piensa Ordalisa que debería comportarse una deidad, se ejemplifica en el siguiente fragmento:[1]

Este tipo de críticas a concepciones religiosas tradicionales continúan a lo largo de la novela, como cuando Ordalisa consigue dinero luego de vender un ropero y se siente confundida al ver que el cristo la empuja a comprarse algo para sí misma en lugar de donarlo a la iglesia, a lo que le responde que él jamás pensaría en quitarle el poco dinero que ella tenía, y menos para que un párroco comprara velas o alguna otra cosa que "a Dios ni le va ni le viene".[1]​ Más tarde, Ordalisa reflexiona entre lágrimas sobre las tragedias que le han ocurrido, y que la llevan a rechazar la idea de que deben ser consideradas como "pruebas del cielo", haciendo énfasis en que una madre jamás pondría pruebas semejantes a un hijo. Hacia el final de la novela, esta idea de maternidad es retomada por Ordalisa y termina identificando su nueva concepción de divinidad, expresándole al cristo feo: "me recuerdas a mi madre, porque siendo quien eres, si es que en realidad eres el que quiero imaginar, te preocupa mi cuerpo al igual que mi alma".[2]

De acuerdo a la autora, El cristo feo fue reescrita en dos ocasiones antes de llegar a su versión final. El primer borrador contaba con una protagonista inspirada por una persona de su entorno, pero la posibilidad de que resultara obvio quién era la persona retratada en la novela llevó a Yánez a desechar esta idea. La trama de esta versión seguía a una mujer con aspiraciones creativas y trataba los conflictos que le generaba el tener un esposo artista. Para la versión final, Yánez decidió usar la figura del crucifijo de madera, pues en la versión anterior el papel del cristo lo ocupaba un cuadro de la Crucifixición de Matthias Grünewald.[7]

La novela está contada en tercera persona a través de un narrador omnisciente.[5]

El cristo feo ganó el Premio Joaquín Gallegos Lara a la mejor novela ecuatoriana del año, otorgado por el municipio de Quito. También ganó el Premio Indigo Coté Femmes de París,[8]​ que le fue otorgado en 1996 luego de un conflicto en la entrega del Premio Sor Juana Inés de la Cruz en que el jurado francés eligió como ganadora a Yánez y el jurado mexicano eligió a Elena Garro. Para salir del impase, se decidió que Garro se llevaría el Premio Sor Juana y Yánez el Indigo Coté Femmes.[7]

El crítico estadounidense Seymour Menton calificó a El cristo feo como "una de las mejores novelas latimoamericanas del periodo postrevolucionario". Entre los aspectos positivos destacó la autenticidad y evolución de los personajes de Ordalisa y el patrón, además del carácter optimista de la obra y el enfoque con el que presenta la crítica social en comparación con las novelas clásicas de protesta.[4]​ La catedrática Miriam Merchán también destacó el personaje de Ordalisa, refiriéndose a ella como "símbolo de la situación de marginalidad de la mujer y de los posibles caminos que se abren para conseguir su reivindicación como ser humano".[6]

El crítico literario Antonio Sacoto tildó la obra de "amena" y aseveró que la crítica a las condiciones laborales de las trabajadoras domésticas estaba desarrollada "sobriamente" y que era un tema "muy bien delineado".[5]



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