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El inmortal



El inmortal es el título de un cuento del escritor argentino Jorge Luis Borges. Se publicó por primera vez en febrero 1947, en la revista Anales de Buenos Aires, y dos años después apareció de nuevo en el volumen El Aleph, de la editorial Losada. A través de múltiples referencias culturales, el relato reflexiona en torno a las paradojas de orden metafísico que tendrían que afrontar los hombres si algún día alcanzaran la inmortalidad.

El cuento está concebido según la estructura «en abismo», es decir, con distintas capas narrativas (un relato dentro de otro). Así, en El inmortal pueden advertirse tres niveles:

El primer narrador da cuenta del hallazgo de un manuscrito dentro de un ejemplar de la versión de Alexander Pope de la Ilíada de Homero. Los seis volúmenes de la obra habían sido adquiridos por una aristócrata francesa, la princesa de Lucinge, a un anticuario turco, Joseph Cartaphilus, en 1929.

La transcripción del manuscrito, escrito en primera persona, ocupa la segunda y principal parte del cuento. El narrador es ahora Marco Flaminio Rufo, un tribuno militar romano que, fascinado por la historia que un jinete desconocido le revela antes de morir, sale en busca de un río que da la inmortalidad a quien bebe de él. Lo acompañan doscientos soldados cedidos por el procónsul de Getulia junto con algunos mercenarios reclutados por él mismo. Tras perder a sus hombres en el desierto, encuentra un río de agua arenosa del que bebe sin saber que aquel era el río que buscaba, y que los trogloditas que vivían cerca de él eran los inmortales. Después de atravesar un laberinto subterráneo casi interminable, emerge a la Ciudad de los Inmortales. A diferencia de aquel, cuya arquitectura respetaba las simetrías, la ciudad era una serie caótica de construcciones carentes de sentido. Cuando consigue salir, descubre que afuera lo espera uno de los trogloditas, al que decide llamar Argos, como el perro de Ulises en la Odisea. Más adelante, el troglodita le confiesa que él, Argos, es Homero. Marco Flaminio descubre que la inmortalidad es una especie de condena. La muerte da sentido a cada acto ante la posibilidad de ser el último; la inmortalidad se lo arrebata.

Resueltos a salir de esa situación, hacia el siglo décimo, él y los demás inmortales se dispersan por la faz de la tierra para encontrar ese otro río (que por fuerza debe de existir en alguna parte) que «borraría» la inmortalidad. En 1921, viajando por el norte de África, al fin lo encuentra y descubre con júbilo que vuelve a ser mortal.

La tercera y última parte es una breve «posdata» a modo de epílogo, de estilo típicamente borgiano, que combina alusiones literarias verosímiles con referencias ficticias.



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