El trompo es el título de un cuento del escritor peruano José Diez Canseco. Es considerado uno de los cuentos más logrados de la narrativa peruana.
El cuento está fechado en agosto de 1940. Fue publicado en febrero de 1941, en la revista Excelsior (Lima, año VI, N.º 96). Luego apareció formando parte de la compilación de novelas y cuentos del autor, editada de manera póstuma por su viuda, con el título de Estampas mulatas (edición de 1951). Desde entonces ha aparecido en innumerables antologías de la narrativa peruana.
José Díez Canseco (1904-1949) nació en Lima. Sus padres fueron Alfredo Diez-Canseco Coloma y María Pereyra Patrón. Vivió en Barranco. Cursó sus estudios escolares en el Colegio San José de Cluny de Barranco y luego en el Colegio de la Inmaculada de Lima. Cursó sus estudios superiores en la Universidad Mayor de San Marcos (Derecho y Letras), aunque no llegó a graduarse. Se inició en el periodismo. Trabajó también como empleado en algunas casas comerciales. Como escritor, publicó sus primeros cuentos y poemas en las revistas Variedades, Mundial y Amauta, en la década de 1920. En 1927 emprendió un viaje a Europa. A comienzos de la década de 1930 empezó a militar en el aprismo. Perseguido por las autoridades políticas, viajó por segunda vez a Europa. En diciembre de 1932 se enteró en París que La Prensa de Buenos Aires había premiado su cuento “Jijuna”, lo que fue un impulso para su carrera de escritor. Ya gozando de fama y reconocimiento, fue acogido por el diario ABC de Madrid, donde se le otorgó un premio de periodismo. Regresó al Perú en 1935 y participó vehementemente en el periodismo y la política. Sus columnas periodísticas se hicieron famosas, destacando por su lenguaje criollo, llenó de picardía y colorido. En 1945 hizo un tercer y corto viaje a Europa. De vuelta en el Perú, continuó su labor periodística, en La Prensa de Lima. Obras principales: las novelas cortas El Gaviota y El kilómetro 83 (reunidas bajo el título de Estampas mulatas); la novelas Suzy y Duque; y los cuentos “Jijuna”, “Don Salustiano Merino, notario”, “El velorio” “Gaína que come güebo”, “Cariño e’ley”, “Chicha, mar y bonito” y “El trompo”.
Se desenvuelven dos historias aparentemente independientes, pero equivalentes en el sentido moral:
El enlace de ambas historias se resume en esta frase, repetida más de una vez en el relato: «Mujeres con quiñes como si fueran trompos, ¡ni de vainas!».
El cuento está dividido en cuatro partes, rotuladas con números romanos:
El relato es lineal, con la clásica secuencia: inicio (I), desarrollo (II y III), clímax y desenlace (IV). El narrador es omnisciente.
El relato empieza mencionando al Cerro San Cristóbal, que domina la ciudad de Lima, y a la Alameda de los Descalzos, donde vagabundeaban Chupitos y sus amigos pandilleros. Chupitos era un zambito de 10 años, al que pusieron ese apodo pues una vez sus amigos le vieron comprando en una farmacia y cuando le preguntaron si alguien estaba enfermo en su casa, respondió que nadie, que era él al que le habían salido unos chupitos (granitos).
La pandilla de muchachos lo conformaban el cholo Feliciano Mayta, Glicerio Carmona, el bizco Nicasio, Faustino Zapata y el gran Ricardo, que se dedicaban a vender suertes (loterías) y periódicos, no faltando alguno que se dedicaba también a los hurtos menores. El juego predilecto de la pandilla era el de los trompos. Precisamente, Chupitos aparece en el relato preocupado por recuperar su trompo predilecto, que el día anterior lo perdiera en el juego de la “cocina” ante Glicerio Carmona, juego que consistía en empujar el trompo contrario hasta un círculo trazado en el suelo llamado la “cocina”; el ganador se apropiaba del trompo.
El autor hace una retrospección en el relato y cuenta la historia de Chupitos, que desde su nacimiento fue marcado por la desdicha y el dolor. El día en que nació, un incendio se desató en el callejón donde vivía, siendo rescatado del avance de las llamas. Su madre tenía fama de ser una “volantusa” (aventurera) y cierta vez llegó a casa con el cabello revuelto y una oreja enrojecida. Su esposo, Demetrio Velásquez, sospechó una traición y salió furioso a averiguar a la calle, enterándose de la existencia de un amante y hasta de otro pretendiente, a quienes dio una tremenda paliza, a consecuencia de lo cual estuvo en prisión quince días. La madre desapareció, y una tía, la hermana de Demetrio, se encargó de cuidar a Chupitos.
Retomando el hilo del relato, el autor nos relata cómo Chupitos logra que su padre le de dinero para comprarse otro trompo, con el que planea mantenerse en el juego para recuperar su anterior juguete. Al igual que los gallos que su padre entrenaba para las peleas de coliseo, Chupitos acicala su juguete hasta convertirlo en un arma formidable: le quita la perilla de su cabeza y le cambia su punta roma por un clavo afilado.
Dispuesto a recuperar su antiguo trompo, Chupitos va al encuentro de sus amigos. Todos se dirigen al camino que conduce a la Pampa de Amancaes y empiezan el juego. Desgraciadamente para Chupitos, es Ricardo quien gana y somete al antiguo trompo de Chupitos a los quiñes, que consistían en dar al trompo inmóvil golpes con las púas de otros trompos. Todos los participantes arrojan sucesivamente sus juguetes sobre el antiguo trompo de Chupitos; uno le saca una lonja y otro le quiña doblemente. El último es Chupitos, quien al ver a su antiguo juguete tan maltrecho, considera que ya no podría ser suyo pues «los trompos con quiñes, como las mujeres, ni de vainas y arroja con toda fuerza su trompo, acabándolo por partir al antiguo. Luego se aleja dejando los dos trompos, ante la extrañeza de sus amigos.
El cuento se desarrolla en Lima. Los protagonistas viven en una barriada que se puede ubicar en el distrito del Rímac (Abajo el Puente). El callejón donde vivía Chupitos y su familia se llamaba Nuestra Señora del Perpetuo Socorro. Los niños juegan en los descampados cercanos a la Alameda de los Descalzos.
Los críticos coinciden en que este cuento es 1 de los más logrados de la narrativa peruana, que se puede ubicar en la corriente precursora del realismo urbano.
Su primer acierto está en mostrar, aparentemente, dos historias independientes: la historia del niño Chupitos, que pierde su trompo predilecto y luego venga la afrenta, aunque a costa de destrozar su antiguo trompo; y la historia del padre de Chupitos, que es engañado por su esposa y luego se cobra venganza. Pero se trata en el fondo de una misma historia, tratada en dos niveles, uno infantil y otro adulto. Ambos conflictos, el del hijo y el del padre, se solucionan radicalmente, aunque no de manera abrupta sino premeditada: prefieren perder definitivamente trompo y mujer, respectivamente, que cargar con una vergüenza que mellase su orgullo varonil. Todo ello se resume en una frase que podría ser tachada ahora de machista: «Mujeres con quiñes como si fueran trompos, ¡ni de vainas!». El mismo autor lo explica así:
Se trata a la vez de una historia de aprendizaje, de «fin de infancia»: el protagonista, Chupitos «se fue haciendo hombre, es decir, fue aprendiendo a luchar solo, a enfrentarse a sus propios conflictos, a resolverlos sin ayuda de nadie». Cuando Chupitos se aleja del juego dejando los 2 trompos que son suyos, implica también su abandono de la vida infantil.
En cuanto al lenguaje, la narración esta matizada con giros del habla criolla de Lima (replana), que le dan un sabor y un ritmo particulares.
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