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El vuelo de los cóndores



El vuelo de los cóndores es un cuento del escritor peruano Abraham Valdelomar, famoso escritor peruano que forma parte del grupo de los llamados «cuentos criollos». Escrito en 1913, fue publicada por primera vez el 28 de junio de 1914 en el diario limeño La Opinión Nacional. Es una «bella historia de ternura de hogar, de solidaridad social, de indignación y del despertar adolescente a nuevos sentimientos».[1]

Abraham Valdelomar debió tener ya en mente el proyecto del cuento antes de partir a Italia como diplomático en 1913. En la ciudad de Roma lo escribió, con la idea de que formaría parte de un proyectado libro de cuentos de «sabor peruano». Todo estos datos se desprende de la correspondencia que el escritor sostuvo entonces con su amigo, el poeta Enrique Bustamante y Ballivián, y con su madre, la Sra. Carolina Pinto de Valdelomar en el cerro de Pisco.

En una de las cartas que envía a su madre, dice textualmente lo siguiente:

Es decir, el escritor le pedía a su madre datos de referencia destinados a ambientar su cuento y a fijar verosímilmente al personaje principal: Miss Orquídea. Conviene aclarar que era uso común suyo llamar «novelas» o «novelitas» a lo que propiamente no eran sino cuentos, y que su proyectado libro de «novelitas», del que hablaba con entusiasmo a su madre, no pudo editarse entonces. El cuento apareció, como ya dijimos, publicado el 28 de junio de 1914 en el diario limeño La Opinión Nacional. Luego fue incluido en el libro de cuentos de carácter misceláneo, del mismo autor: El caballero Carmelo (Lima, 1918).

La historia se desenvuelve en el puerto de Pisco, en la costa desértica peruana, a fines del siglo XIX. El autor narra una experiencia inolvidable que tuvo siendo niño: su encuentro con el mundo del circo (una de las pocas distracciones de los niños en ese entonces), y su amor platónico por una hermosa niña que actuaba de trapecista en dicho circo. Aunque hay que señalar que su relato no es estrictamente autobiográfico, sino que está recreado e idealizado, usando las licencias permitidas a los creadores literarios. El mismo escritor lo explica en la ya citada carta que dirige a su madre: “Naturalmente, hay mucho de fantasía, pero mucho de verdad, sobre todo en la descripción de ciertas cosas”.

Veamos el argumento. El niño Abraham, entonces de 9 años de edad, se entusiasmó sobremanera con la llegada del circo a su pueblo. A la salida de la escuela se fue al muelle a contemplar el desembarco de los artistas. Entre ellos vio a una niña rubia que le llamó mucho la atención. Tanta fue su impresión que el circo devino para él en una idea fija. Entre sueños, vio a todos los artistas desfilando delante de él, entre ellos a la niña rubia, que la miraba sonriente. De vuelta a la vida real, recibió una sorpresiva y grata noticia: su padre había comprado entradas para que toda la familia fuera al circo a gozar con el espectáculo. Leyendo el programa, Abraham se enteró que uno de los números más emocionantes y peligrosos, denominado “el Vuelo de los Cóndores” sería realizado por una niña trapecista, apodada Miss Orquídea, que no podía ser otra que la misma criatura bella que viera en el muelle. Muy emocionado Abraham asistió al espectáculo. Ante sus ojos desfilaron el barrista que daba el salto mortal, el caballo que respondía los problemas de aritmética con movimientos de cabeza, el oso bailarín, el mono que hacía formidables piruetas y los graciosos payasos. Sin embargo, el número central era "El Vuelo de los Cóndores" cuya magnificencia se plasmaba en el ritmo gimnástico del movimiento y el suspenso generado en los asistentes. Se trataba de que Miss Orquídea cambiase de trapecio desde una altura muy elevada. La osadía de la prueba fue tan impactante que de lejos fue el acto más aplaudido. El clamor del público hizo que el dueño del circo ordenara la repetición del acto, pese a su peligrosidad. Pero esta vez la niña se soltó antes de tiempo y cayó, salvándole de una muerte segura la red protectora, aunque resultó muy herida. Abraham quedó muy apesadumbrado por este terrible accidente. El circo continuó sus funciones aunque ya no dieron más la acrobacia. Luego, en uno de sus paseos habituales cerca al muelle, Abraham vio a Miss Orquídea postrada en un sillón, en la terraza de una casa situada frente a la playa. La vio muy pálida y delgada. Ocho días seguidos fue a contemplarla desde cierta distancia. La niña solo le sonreía. Al noveno día, Abraham ya no la encontró y entonces recordó que el circo estaba a punto de partir. Corrió entonces hacia el muelle, y llegó justo antes de que los artistas empezaran a embarcarse. Entre ellos divisó a la tierna artista, que tosía repetidamente; avanzando entre la muchedumbre logró alcanzarla. La niña lo miró e hizo un esfuerzo para brindarle una última sonrisa, diciéndole "adiós", que él correspondió de igual modo. Luego ya en el bote pequeño que la conducía al vapor, la niña sacó su pañuelo y de lejos lo flameó como último gesto de despedida. Abraham la contempló, moviendo la mano, hasta que la vio perderse definitivamente en el horizonte. El adiós de Miss Orquídea fue triste pero, no obstante, la dulzura de su espíritu quedó eternamente grabada en la memoria de Abraham.

Este cuento está dividido en siete secciones o capítulos cortos.

I.- Luego de salir de la escuela, a las 5 de la tarde, Abraham se detiene en el muelle, para ver el desembarco del circo. Observa a varios de los recién llegados, entre quienes la muchedumbre identifica al barrista, al domador y al payaso; ve también a una niña rubia y sonriente, que iba llevada de la mano de un hombre viejo y adusto. Esta distracción le costó a Abraham llegar tarde a su casa, ante la preocupación de su madre y sus hermanos. Lo castigan: sin dejarlo cenar lo mandan a su habitación. Su pequeña hermanita trata de consolarlo regalándole sus pequeños bienes: unas galletas, un trompo y unos centavos. A ella le cuenta sobre la llegada del circo y sus integrantes. Luego la madre sube a verle y le riñe blandamente, para finalmente perdonarle.

II.- Aquella noche, Abraham sueña con el circo. Ve a todos los artistas, a los volantineros, incluyendo a la niña rubia que le sonríe. Llega el día sábado y durante el almuerzo el padre da una grata sorpresa a sus hijos: saca de su bolsillo un sobre que contenía entradas del circo, para toda la familia. Leyendo el programa Abraham se entera que uno de los actos más temerarios y emocionantes, denominado el “Vuelo de los cóndores”, será realizado por una niña trapecista, que no podría ser otra sino la misma que había visto en el muelle: Miss Orquídea.

III.- Otro día se oye ruidos en la calle, y Abraham y sus hermanos salen a ver lo que ocurría. Era el desfile de los artistas y volantineros del circo. Precedidos por una orquesta de músicos, iban montados en sendos caballos la hermosísima miss Blutner, el musculoso barrista Mester Kendall y la niña trapecista Miss Orquídea, “una bellísima criatura, que sonreía tristemente”. Más atrás iba el mono, montado en un pequeño asno, y el payaso Confitico, que deleita a la muchachada con sus coplas burlescas. El cortejo se pierde al finalizar la calle, tras una inmensa polvareda.

IV.- Llega el día tan esperado. Toda la familia asiste al circo. Abraham contempla emocionado el espectáculo. Ante sus ojos desfilan el barrista que daba el salto mortal, el caballo que respondía los problemas de aritmética con movimientos de cabeza, el oso bailarín, el mono que hacía formidables piruetas y los graciosos payasos. Luego se anuncia el número más esperado: el “Vuelo de los Cóndores.”

V.- El acto de acrobacia llamado el “Vuelo de los Cóndores” lo realiza Miss Orquídea una chica sencilla. La prueba consistía en que la niña tomara el trapecio y, colgada de él, atravesara el espacio donde otro trapecio lo esperaba, debiendo en la gran altura cambiar de trapecio. Ante un público silencioso e inmóvil, la niña logra con éxito la riesgosa prueba. Se escuchan aplausos delirantes del público sorpresivamente del acto, lo que empuja al dueño del circo a ordenar la repetición del acto. Pero en esta segunda oportunidad "Miss Orquídea" se suelta del trapecio, cae en la red y rebota repetidamente, golpeándose de mala manera. Abraham ve con espanto cómo el pañuelo de la delicada niña se mancha de sangre, al momento en que la auxilian.

VI.- Pasan algunos días. Abraham recuerda aún con tristeza a la pobre niña humilde. El padre de Abraham ya no quería que sus hijos fueran al circo, a pesar de que ya no daba el “Vuelo de los cóndores”. El sábado siguiente vuelve a pasar por la calle el cortejo del circo, pero "Miss Orquídea" ya no figura en él. Solo iba su caballo, con un listón negro.

VII.- Algunos días después, cuando iba a la escuela por el camino de la playa, Abraham descubre de lejos a "Miss Orquídea" postrada en un sillón en la terraza de una casa frente al mar. La ve muy pálida y delgada. Ocho días seguidos repite el ritual de contemplarla a la distancia. No cruzan palabras y solo se sonríen mutuamente. Al noveno día, Abraham ya no la encuentra y entonces recuerda que el circo estaba a punto de partir. Corre entonces hacia el muelle, y justo llega cuando "Miss Orquídea" se disponía a subir al botecillo que la llevaría al vapor en que se marcha el circo. Se cruzan las miradas. Musitan el adiós. A la distancia el pañuelo que "Mis Orquídea" agita despidiéndose semeja un ala rota, una paloma agonizante .

"EL Barrista" un hombre de baja estatura con mirada rara y penosa

También habría que mencionar a la gente de Pisco, los granujas o chiquillos vagabundos, los ayudantes y trabajadores del circo, etc.

La acción transcurre en el puerto de Pisco. Los escenarios son:

Evidentemente se trata de una historia muy sencilla y hasta podría decirse dulzona, pero con su habitual maestría Valdelomar construye alrededor de ella un mundo rico de sutiles emociones, donde podemos reconocernos, de algún modo, los seres humanos de cualquier latitud.[1]

En este relato se reconocen muchas de las características propias de los celebrados cuentos criollos del autor, de los que forma parte también El caballero Carmelo. Entre esas características están:

Algunos ven en el relato una denuncia contra el abuso de los mayores hacia los menores de edad, ejemplarizado en el caso de la niña trapecista obligada por sus promotores a repetir una peligrosa acrobacia, y cómo un alma pura e inocente como la del niño Abraham descubre entonces en todo su magnitud la maldad humana: “por primera vez comprendí entonces que había hombres muy malos”, dice candorosamente. Es como un despertar brutal a la realidad prosaica del mundo. Asimismo, el relato nos muestra el despertar del amor de un niño (ya casi en la pubertad) hacia una niña, aunque todavía de forma platónica. Sin duda, ese contraste entre la inocencia infantil y la maldad de algunos hombres es lo que hace tan cautivante el relato.



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