El encaje puede definirse como un tejido ornamental y transparente, tradicionalmente hecho a mano, que se adorna con bordados. También existen «encajes mecánicos», hechos a máquina.
Se llama encaje porque al principio, se solía hacer entre los bordes de dos tiras paralelas de lienzo, como si fuera una labor encajada entre ellas, y se denominaba asimismo randa (del alemán rand —borde u orilla—) porque suele bordear a otra pieza. Por esta misma causa, y por terminar en picos o dentellones, se conoce también con el nombre de puntas o puntilla (en francés, dentelles) aunque este nombre se aplica en España solo a los encajes pequeños y dentellados.
El encaje propiamente dicho se diferencia del bordado sobre malla o sobre cualquier tela muy transparente en que no exige un tejido previo, como lo requiere el bordado. Por eso, no deben considerarse encajes, hablando con propiedad, las labores de calados o de puntos cortados y las que se llaman a hilo sacado o tirado, ni aun las pequeñas puntas bordadas en la orilla de alguna prenda de vestir, ni el llamado por los italianos punto in aere (en el aire) cuando solo es la misma labor de aguja que se hace para llenar los orificios de los puntos cortados o las pequeñas labores puntiagudas antedichas, pues todas ellas requieren un tejido preexistente sobre el cual se trabaja. Pero muy bien pueden considerarse tales labores como de transición del bordado al encaje y, sin duda, fueron ellas las que inspiraron u ocasionaron la invención de esta artesanía.
Por consiguiente, un encaje es el propio tejido que la encajera con la aguja o los husos, va confeccionando a partir de unos hilos básicos, a modo de soporte, siguiendo el modelo dibujado en papel.
Se distinguen por lo común en los encajes dos elementos constitutivos:
Los trazos del dibujo o bordado son frecuentemente llenos y tupidos. A menudo se disponen de modo que solo el perfil aparezca firme, ya de relieve, ya llano, quedando el espesor o interior de dichos trazos hueco y relleno o nutrido con una red fina, según la escuela o taller a que pertenezca el encaje.
Los hilos preferidos para los encajes son siempre los de seda y lino por su finura y resistencia, y solo para encajes o puntillas más vulgares se hace uso del algodón o equivalente. Con ellos, se unen a veces, algunos hilillos de plata u oro para realzar el dibujo. Se llama «blonda» al encaje de seda (del francés blond, rubio), pues en los comienzos de su confección en Francia, solía tener color blanco-amarillento de la seda natural.
Por el medio o instrumento con que se elaboran los encajes se distinguen varios tipos:
Con los procedimientos mencionados pueden obtenerse las distintas clases de labores:
El origen histórico del encaje se fija por lo general a mediados del siglo XVI y se supone que nació en Venecia. Pero si se considera encaje cualquier tejido transparente y bordado, hay que remontarse a las antiguas civilizaciones de Oriente para encontrar sus primeros vestigios.
Se pudieron fabricar en la antigüedad bordados sobre telas transparentes, al igual que sobre piezas tupidas y hasta llegar a formarse mallas de pasamanería con adornos, de todo lo cual hay indicios y noticias; así la historia del encaje se confunde con la del bordado. Pero según la definición de encaje, se supone que es más reciente habiéndose disputado su paternidad venecianos y flamencos a mediados del siglo XVI. Sin embargo, en España ya se ejercitaban las labores de encaje de aguja y al bolillo medio siglo antes en varias poblaciones de España y con seguridad procedían de los conventos de monjas.
El extraordinario y creciente uso que se hacía de estas manufacturas en el siglo XVI y siglo XVII para lechuguillas o gorgueras, cuellos, vuelillos en las bocamangas, cortinajes, etc. contribuyó grandemente al desarrollo de esta industria y a que se fundaran centros muy activos de la misma, durante ese período en toda Europa, sobre todo, en Italia, Francia, estados flamencos, Inglaterra y España. En el siglo XVI, después de haber bordado sobre tela de lino, entresacado hilos y bordados, recortado la tela y rematado con bordado el troquelado, las hilanderas italianas empezaron a dejar hilos colgando al final de la tela y bordar sobre dichos hilos. Había nacido el punto in aere o punto de Venecia, descrito ya en 1528 por Antonio Tagliente en su primer libro Esempio di ricami (Ejemplo de bordados), uno de los más antiguos y conocidos en Venecia. El éxito de esta técnica llegó muy pronto a toda Europa. En el siglo XVIII la moda del encaje era inmensa. En Francia, Sully y más tarde Richelieu, lo intentaron prohibir llegando a limitar su comercio a los grandes productores de Francia y Flandes. Colbert fue el primero en darse cuenta de que la producción propia del encaje podría dar grandes beneficios para Francia. Consiguió traer de Venecia a treinta randeras a las que se encargó la formación de obreras, permitiendo un par de años después que los centros de Normandía y Borgoña pudieron competir con el extranjero.
De acuerdo con su origen fueron apareciendo gran variedad de puntos que son conocidos con nombres como:
Punto de Flandes
Punto de Alenzón
Punto de Bruselas
Punto de Venecia
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