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Epístolas de Pablo



Las epístolas paulinas son un conjunto de trece cartas (epístolas) escritas o atribuidas a san Pablo y redactadas en el siglo I. Se trata de un corpus de escritos representativos del llamado cristianismo paulino, una de las cuatro corrientes básicas del cristianismo primitivo que terminaron por integrar el canon bíblico.[1]​ De las epístolas paulinas nos han llegado copias tan antiguas como el papiro 46 datado de los años 175-225.[2]​ Las epístolas paulinas fueron aceptadas unánimemente por todas las Iglesias y son para el cristianismo, ya desde sus primeros tiempos, una fuente ineludible de pensamiento y de espiritualidad.

Suelen distinguirse las llamadas epístolas paulinas auténticas, que tienen en Pablo de Tarso su autor prácticamente indiscutido, de las epístolas paulinas pseudoepigráficas —también llamadas deuteropaulinas—, un conjunto de escritos epistolares que se presentan como suyos pero que la crítica moderna, conocedora del fenómeno de la pseudoepigrafía típico de las obras antiguas orientales y griegas, atribuye en grado diverso a otros autores asociados con Pablo.[3]

Las llamadas epístolas auténticas (Epístola a los romanos, Primera y Segunda epístola a los corintios, Epístola a los gálatas, Epístola a los filipenses, Primera epístola a los tesalonicenses —probablemente la más antigua—, y Epístola a Filemón), dirigidas a creyentes cristianos de las iglesias que el Apóstol fundó durante sus viajes misioneros después de su conversión, conforman la sección más antigua del corpus del Nuevo Testamento: la crítica textual moderna sostiene de forma prácticamente unánime que fueron escritas por la mano del Apóstol apenas 20-25 años después de la muerte de Jesús de Nazaret.[4]

En el decir de Raymond Edward Brown:

Dichas cartas, con su correspondientes abreviaturas bíblicas son las siguientes:

De estas epístolas cuatro son personales (a Filemón, a Tito, Primera y Segunda a Timoteo), mientras que el resto son colectivas (Primera y Segunda a los Tesalonicenses, a los Gálatas, Primera y Segunda a los Corintios, a los Romanos, a los Filipenses, a los Colosenses y a los Efesios), esto es, no dirigidas a una persona en particular sino a la comunidad eclesiástica de manera colectiva.

Con respecto a la Epístola a los Hebreos, aunque tradicionalmente se la ha considerado paulina y por tanto se la enmarca en esa categoría, la crítica bíblica actual señala que el autor no es propiamente Pablo. De hecho, en su texto no se indica ni el remitente ni los destinatarios y, en el siglo III, Orígenes dijo que la mentalidad era de Pablo pero que la pluma solo Dios lo sabe.

El objetivo de estas cartas es dar instrucciones a los cristianos sobre el modo de comportarse y responder a sus inquietudes. En general el autor da ánimos a sus lectores y responde a sus preguntas o preocupaciones (Tesalonicenses y Corintios), en ocasiones los reprende (Gálatas y 2 Corintios) y a veces les escribe como muestra de agradecimiento por su comportamiento (Filipenses). En las llamadas epístolas pastorales (1 y 2 Timoteo y Tito) el tema central es la organización interna de la iglesia (obispos, presbíteros, diáconos, etc.)

Además de estas cartas, se cree que Pablo hizo otros escritos que se acabaron perdiendo. Por ejemplo, en la Primera Epístola a los Corintios Pablo parece que alude a una carta anterior (1 Corintios 5:9)

Las cartas auténticas de Pablo son un conjunto de escritos neotestamentarios conformado por las siguientes obras:[6]

Este corpus de epístolas auténticas es único en más de un sentido:

Aunque las cartas tuvieron por función inmediata abordar problemas resultantes de situaciones concretas, es muy verosímil que las comunidades a las cuales estas cartas estuvieron dirigidas las hayan atesorado, y que prontamente las compartieran con otras comunidades paulinas.[12]​ Así, resulta altamente probable que hacia fines del siglo I estos escritos ya existieran como corpus, resultante del trabajo de una escuela paulina que recopiló sus cartas para conformar el legado escrito del Apóstol.[13]

La autoría de algunas de estas epístolas es discutida, creyéndose que algunas de ellas fueron escritas por discípulos de Pablo que las firmaron con el nombre de su maestro (pseudoepigrafía). La pseudoepigrafía en nada desmerece esos escritos, tal lo señalado por Günther Bornkamm, uno de los discípulos de Bultmann:

Los argumentos que se utilizan para cuestionar la autoría paulina de algunos de estos escritos hacen referencia al estilo literario, al vocabulario empleado y a la doctrina, pues existen matices entre algunas de ellas. Se trata de las siguientes obras:

Según Raymond Edward Brown, el 80-90 % de la crítica considera pseudónimas la Epístola a Tito, la Primera epístola a Timoteo y la Segunda epístola a Timoteo.[15]​ También señala que el 80 % más o menos de la crítica considera pseudónima la Epístola a los efesios;[16]​ el 60 % de la crítica considera pseudónima la Epístola a los colosenses;[17]​ y aproximadamente el 50 % de la crítica considera pseudónima la Segunda epístola a los tesalonicenses,[18]​ aunque esta última opinión va en aumento.

En el mismo sentido se expresa Antonio Piñero en su obra Guía para entender el Nuevo Testamento: que existe un amplio consenso, aunque no unanimidad, en que las llamadas epístolas pastorales (1 y 2 Timoteo y Tito) no son auténticas sino obra de algún discípulo suyo y que esta opinión no solo se da entre los críticos, sino que es asumida cada vez más por muchos teólogos; y que respecto a la autoría de la Epístola a los efesios y de la Epístola a los colosenses, las opiniones están más divididas, aunque cada vez hay más acuerdo, incluso entre los teólogos, en que no son obra de Pablo sino de algún discípulo suyo.[19]​ Vidal García también se expresó en el mismo sentido: «Se trata, sin duda, de escritos pseudoepigráficos, en los que sus autores se presentan como «Pablo», dando a entender así que recurren a la autoridad de la tradición paulina; pero tanto su vocabulario y estilo como su concepción demuestran que ellos no son el Pablo auténtico».[20]

Con todo algunos autores, como los miembros de la Escuela bíblica y arqueológica francesa de Jerusalén, sostienen la autoría paulina de estas cartas, en particular de la Epístola a los colosenses, argumentando que las variaciones en el estilo y en la temática se pueden justificar por el cambio del marco histórico en que se escribieron.[21]

Por último, en el libro de Antonio Piñero titulado Los Apocalipsis, el autor dice que los especialistas están divididos casi al 50 % con relación a si la Segunda Epístola a los Tesaloniceses es o no paulina.

El hecho de que se sugiera que estos escritos canónicos pueden ser pseudoepigráficos o deuteropaulinos, lejos de quitarle notoriedad a Pablo de Tarso, se interpretan como resultante de la autoridad del Apóstol.[22][23]​ En efecto, significa que una «escuela», quizá ya establecida en torno al mismo Pablo y depositaria de su legado, recurrió a la autoridad del Apóstol para validar sus escritos.[24]

Pablo de Tarso fue ante todo un apóstol, un misionero y un predicador. Dirigió sus cartas a diferentes comunidades y personas con intención de llevar adelante su propósito de edificar la Iglesia, y se sirvió del género epistolar como medio para difundir su conocimiento del mensaje cristiano y, sobre todo, para aplicarlo a problemas concretos surgidos en las zonas que no podía visitar personalmente. Estos problemas le servían frecuentemente como punto de inicio para tratar de manera más amplia y trascendente las verdades fundamentales de la fe y la conducta cristianas.[25]​ Con todo, las epístolas paulinas perduraron mucho más allá de la ocasión en que fueron escritas, e hicieron de su autor una de las personalidades más influyentes de la Historia de la cristiandad.[26][27]



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