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Erik Pontoppidan



Erik Pontoppidan, nacido el 24 de agosto de 1698 Århus y fallecido el 20 de diciembre de 1764 en Copenhague), fue un teólogo y ornitólogo danés.

Estudió Teología en la Universidad de Copenhague. Fue tutor de diversos nobles, lo que le permitió viajar por Europa. Posteriormente, pasó a ser uno de los profesores del rey.

En 1738 comenzó a dar clases de Teología en Copenhague y se convirtió en obispo de Bergen en 1745.

Aunque gran parte de su obra fue sobre Teología, publicó numerosas obras sobre Zoología. Fue amigo de Morten Thrane Brünnich (1737-1827), considerado el fundador de la zoología danesa.

En su Historia natural de Noruega habla notablemente del legendario Kraken.

Aunque en la Natural History of Norway el autor trata de numerosas cuestiones relacionadas con la geología, la geografía, la botánica o la zoología del país, es el capítulo 8 de la segunda parte, dedicado a los monstruos marinos, el que siempre ha sido más leído y consultado. Aquí nos encontramos con criaturas ya conocidas por la Historia Natural del momento, como las sirenas o las serpientes marinas, así como la referencia a un nuevo ser extraído de los mitos escandinavos, a saber, el kraken, y todo ello ha hecho hasta la actualidad las delicias de los criptozoólogos, que con frecuencia acuden a la obra de Pontoppidan para fundamentar sus teorías, sin olvidar las muy conocidas alusiones que encontramos en la literatura del siglo XIX, como el poema del mismo título (1830) de Alfred Tennyson (y que contribuyó a popularizar la imagen de esta criatura en el mundo anglosajón), Moby Dick (1851) de Herman Melville, o Veinte mil leguas de viaje submarino (1869) de Julio Verne, o las incesantes ocasiones en las que sus observaciones fueron copiadas impunemente por la prensa decimonónica. Incluso en España la obra de Pontoppidan fue conocida muy pronto, por cuanto en 1800 ya encontramos una referencia a sus monstruos marinos en El viajero universal. Pero Pontoppidan no es un autor crédulo ni acrítico. Una lectura detenida nos revela una gran preocupación por la veracidad de las fuentes, así como la búsqueda continua de testigos cualificados que puedan proporcionar noticias de primera mano y que hayan observado los fenómenos directamente, distinguiendo con frecuencia entre lo que considera posible y lo que define como una mera fábula. Se muestra además como un autor muy leído, buen conocedor de la Biblia, dado su condición de pastor luterano, de los autores clásicos, especialmente el inefable Plinio, de la erudición escandinava, comenzando por el Speculum Regale del siglo XIII y por Olao Magno (a quien considera demasiado crédulo), y culminando con los académicos nórdicos de los siglos XVII y XVIII, y, por supuesto, de la producción europea, como revelan las referencias a Konrad Gesner, Guillaume Rondelet, Athanasius Kircher, o Kaspar Schott, si bien esta erudición libresca no impedirá, aunque ello no sea ni mucho menos una contradicción, continuas referencias a la divinidad, a la diversidad de su obra, y a su continua providencia (A. Morgado y J. Ritoré, “Los monstruos marinos de Erik Pontoppidan”).



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