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Evaluar



La evaluación es un proceso que se usa para determinar, de manera sistemática, el mérito, el valor y el significado de un trabajo, de alguna capacidad intelectual o física, o de alguien en función de ciertos criterios respecto a un conjunto de normas. La evaluación a menudo se usa para caracterizar y apreciar temas de interés en una amplia gama de las empresas humanas, incluyendo las artes, la educación, la justicia, la salud, las fundaciones y organizaciones sin fines de lucro, los gobiernos y otros servicios humanos. De la Garza (2004) comenta que en su forma más simple, la evaluación conduce a un juicio sobre el valor de algo y se expresa mediante la opinión de que ese algo es significativo. Se llega a este juicio calificando de qué manera un objeto reúne un conjunto de estándares o criterios. Así, la evaluación es esencialmente comparativa y cuantitativa.[1]

El concepto aparece en el siglo XIX con el proceso de industrialización[2]​ que se produjo en Estados Unidos. En este marco surge el moderno discurso científico en el campo de la educación, que va a incorporar términos tales como tecnología de la educación, diseño curricular, objetivos de aprendizaje o evaluación educativa. Para otros autores, la concepción aparece con los mismos comienzos de la sociedad, la cual siempre ha buscado dar juicios de valor a las acciones y actitudes de los estudiantes. La evaluación como disciplina ha sufrido profundas transformaciones conceptuales y funcionales a lo largo de la historia y especialmente en los siglos XX y XXI.

En el contexto de los sistemas de calidad, la evaluación es necesaria para la mejora continua[3]​ de la calidad.

El enfoque tradicional o tradicionalista suele estar ligada al desarrollo de exámenes, test y pruebas. Su razón de ser es definida en función de instrumentos o técnicas. El rol fundamental de la evaluación tradicional está organizada como la fase final del proceso de enseñanza–aprendizaje, con la finalidad de determinar la cantidad de conocimiento y/o contenidos, no las capacidades, las actitudes y los valores que maneja el alumno durante un tiempo de enseñanza.[4]

Integración de los tres enfoques anteriores.

La dimensión funcionalidad se refiere al fin que pretende conseguir mediante el proceso evaluativo respecto al estudiante, determinando el uso que se hará de los resultados del mismo; generalmente, en la bibliografía se encuentra ligada a la dimensión de temporalidad. De acuerdo con la naturaleza de la evaluación como actividad proyectada sobre todos los componentes del proceso didáctico, las decisiones tanto iniciales o diagnósticas, como continuo‐formativas y finales, se proyectarán sobre la misma función docente, la metodología, los recursos y las circunstancias contextuales.

La evaluación inicial o evaluación diagnóstica proporciona información acerca de los conocimientos y las habilidades previas del sujeto. Debe considerarse siempre en términos de su utilidad para facilitar adaptaciones constructivas de los programas educativos a los individuos. En este sentido cumple con la función reguladora que asegure que las características del sistema se ajusten a las de las personas a quienes se dirige; es decir que va a servir de base para adoptar decisiones relativas a la realización de actividades de apoyo, específicamente orientadas a la superación de problemas que presente el alumno, o bien dará lugar a modificaciones específicas en otros componentes de la enseñanza en función de los problemas detectados.

La evaluación formativa o evaluación procesual cumple una función reguladora de los procesos de enseñanza y de aprendizaje lo cual nos permite llevar a cabo ajustes y adaptaciones de manera progresiva durante el curso porque se centra más que en los resultados del aprendizaje en los procesos que se ponen en juego para el logro de tales resultados. Solo centrados en los procesos podremos identificar áreas de oportunidad para poder ofrecer una retroalimentación[5]​ apropiada a los estudiantes, de manera que ellos sepan qué es aquello que deben hacer o ajustar de su proceso para alcanzar los resultados esperados.

En relación con la tipología en función de los agentes, la autoevaluación se produce cuando el sujeto evalúa sus propias actuaciones. Es un tipo de evaluación que toda persona realiza a lo largo de su vida; es de suma importancia que el alumno realice de manera continua ejercicios de valoración de su aprendizaje, de manera que le sea posible identificar aspectos que debe mejorar.[6]​ En la medida en que un alumno logre contrastar sus avances contra estándares de actuación establecidos, podrá identificar áreas de mejora, con lo cual estará en condiciones de regular su aprendizaje hacia el logro de competencias útiles para su desarrollo social y profesional.

En la autoevaluación, el alumno evaluó sus propias actividades, con pautas de seriedad y corrección fijadas por la cátedra de modo que aprendiera a valorar sus propias capacidades.

La coevaluación como evaluación mutua o conjunta de una actividad realizada entre varios permitió valorar las deficiencias o dificultades surgidas mejorando el propio aprendizaje y evaluar todo cuanto ocurre en el grupo.

La heteroevaluación, por su parte, implicó la evaluación del alumno por parte del profesor, con respecto a su trabajo, actuación y rendimiento. Detectando aciertos y errores y permitiéndole ajustar el proceso de enseñanza y el de aprendizaje.[7]

Hace referencia al proceso que permite identificar, obtener y proporcionar información con el fin de tomar decisiones sobre el objeto de la evaluación que puede ser:

Para realizar una evaluación del aprendizaje y para el aprendizaje, Sánchez Mendiola y Martínez González (2020) definen y describen una variedad de instrumentos y estrategias de evaluación: examen objetivo, quiz, lista de cotejo, rúbrica, portafolio, demostración, exposición oral, simulación, ensayo, ensayo restringido, estudio de caso, resolución de problemas, proyecto, investigación, diario de campo y ECOE. [12]



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