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Francisco Arias Álvarez



¿Qué día cumple años Francisco Arias Álvarez?

Francisco Arias Álvarez cumple los años el 18 de mayo.


¿Qué día nació Francisco Arias Álvarez?

Francisco Arias Álvarez nació el día 18 de mayo de 1911.


¿Cuántos años tiene Francisco Arias Álvarez?

La edad actual es 113 años. Francisco Arias Álvarez cumplió 113 años el 18 de mayo de este año.


¿De qué signo es Francisco Arias Álvarez?

Francisco Arias Álvarez es del signo de Tauro.


Francisco Arias Álvarez (Paco Arias, Madrid 18 de mayo de 1911 - Madrid 31 de mayo de 1977) fue un pintor de la Escuela de Madrid, Premio Nacional de Pintura en 1952.[1]

Francisco Arias Álvarez nació un 18 de mayo de 1911 en el número 15 de la calle Manuel Fernández y González de Madrid, en el seno de una familia de tradición artesanal de raíces madrileñas. Su abuelo, Victorio Arias, regentaba un importante taller de encuadernación en el número 82 de la calle Mayor, entre cuyos clientes se encontraba la Casa Real.

Su primer profesor de dibujo, Roberto Rodríguez Pintado, le presentó en el Centro de Hijos de Madrid para seguir clases de dibujo y de ahí pasó, en 1924, a la Escuela de Artes y Oficios, en la calle Marqués de Cubas, con los profesores Carlos Vergel y Enrique Martínez Cubells, entre otros. Mientras, aprendió el oficio de encuadernador en el taller familiar bajo la dirección de su padre y de su abuelo, antes de su ingreso en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando.

Estudió en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando entre 1926 y 1931. Allí encuentra amigos como Rafael Zabaleta, Juan Antonio Morales y los hermanos Maruja Mallo y Cristino Mallo. Con este último compartirá muchos años estudio en la calle de la Verónica. Sus profesores son Manuel Menéndez, Rafael Domenech, Marín Magallón, José Garnelo, Moreno Carbonero y Cecilio Pla.

Obtuvo las becas de El Paular (1931) y la de la Casa del Maestro de Toledo (1930), y en 1951 ganó una beca del gobierno francés y se trasladó a París.

Se inicia como pintor antes de la guerra civil. En 1932 participó por primera vez en la Exposición Nacional de Bellas Artes con su obra "Nacimiento". Después de este primer intento sin éxito, cumple su servicio militar en Marruecos.

En 1936 logra un accésit en los Concursos Nacional de Pintura, junto a Gregorio Prieto y José Frau, siendo el primer premio para Aurelio Arteta y el segundo para Ramón Gaya, con un jurado compuesto por Timoteo Pérez Rubio, José López-Rey, Ángel Vegue y Goldoni, Ricardo Fernández Balbuena, Benjamín_Palencia y Enrique Estévez.

En 1946, con 35 años, presentó su primera exposición individual en la Galería Buchholz de Madrid con cuarenta y nueve cuadros, que supuso su proyección nacional e internacional. En 1952 obtuvo el Premio Nacional de Pintura, y en 1964 la Medalla de Oro de la Exposición Nacional de Bellas Artes.

Aficionado a las tertulias en el Café_Gijón, tuvo su estudio en un ático de la calle Ríos Rosas.

Mantuvo amistad con Alberto Sánchez, con sus compañeros en la Escuela de San Fernando: Rafael Zabaleta, Juan Antonio Morales, los hermanos Conejo, Maruja Mallo y Cristino Mallo (con este compartió estudio y tertulia durante muchos años); Pancho Cossío ( con quien expuso conjuntamente en Lisboa) ; Agustín Redondela, Cirilo Martínez Novillo, Pedro Bueno.

“Conocí a Francisco Arias en la tertulia de Fernando de Milicua y Juan Antonio Gaya Nuño, primero en el Café Gijón, después en la Cervecería Correos, allá por los años cuarenta y pocos. En la nómina de aquellas tertulias se enlutan ya muchos nombres: Milicua, Gaya Nuño, Zabaleta, Pancho Cossío, Mateos, Pedro Flores, Martín Caro, Villalobos, Juan Guillermo, José María de Ucelay, Uranga, Acebal Ydígoras, Baeza, Planes, Hernández Carpe, Antonio Gómez Cano, Ceballos, Genaro Lahuerta, Leonardo Martínez Bueno, Ortega Muñoz, Perceval, Viola, ¿tantos y tantos!. Quedan, por fortuna, otros muchos: Martínez Novillo, Redondela, Guijarro, Álvaro Delgado, García-Ochoa, Vela Zanetti, Antonio de Miguel, Abuja, Mampaso, Modesto Ciruelos, Alberto Duce, Ángel Medina, Navarro Ramón, Barjola, Vargas Ruiz, Lozano, Víctor González Gil, Carlos Ferreira, Bisquert, Antonio Palacios, Cristino de Vera, Paco Alcaraz, Javier Clavo, Pepe Lapayese, Molina Sánchez, Juan Haro, Prieto Nesperéira, Julio Antonio Ortiz, Sansegundo, José Díaz, Capuleto... Nómina, nada exhaustiva que supone un capítulo muy significativo de la llamada por Sánchez Camargo "Escuela de Madrid".[2]

porque tú le condenas con tu salvamento.

La vertedera de tu arado

derrama a un lado y otro

planos inclinados que se alternan, se alejan.

Las tierras de la tierra escurren, ruedan

y se agarran briosa, desesperadamente

a la otra tierra del subsuelo que es cerebro.

Y cuánta inmensidad

de páramos y brañas, tejones y cenizas.

Porque esta tierra cerebrada

está pariendo alcances, magnitudes,

fecundando el vigor de cardos y de arañas,

redimiéndose de torpes realidades

en el nocturno del lienzo dormido.

El creador del paisaje es un hombre que olvida,

es un hombre que borra al cerrar sus pestañas.

Y vuelve a abrir sus párpados. Y aquello ya no existe.

Su memoria le viene de cuando el ser no era,

y no eran la luz ni los campos. El sueño,

compañero de Dios, sí que existía,

y en ese sueño -acuérdate- ya estaba tu pintura.

A Paco Arias

Francisco (Paco) Arias es considerado, al igual que varios de sus compañeros de estudios en la Real Academia de San Fernando, como un pintor del “arte nuevo”, es decir, del proceso de vinculación de las artes plásticas española con el Movimiento Moderno internacional de las primeras décadas de siglo XX.[3]

Francisco Arias invita en sus obras a la comprensión de un clima en el que todo se enaltece por su melancólica, lírica y desgarrada entrega. Armoniza la acritud de sus materiales vivos con la ternura sensible y como dejada que envuelve en todo instante su obra.[4]

No repite, como un naturalista, la imagen en la luz de la representación, sino que es la idea plástica la que le sirve de modelo. La naturaleza de lo representado en los cuadros de Arias, su naturaleza intrínseca, es sustituida por una naturaleza pictórica; la materia supone ya un primer motivo de valor en su total entendimiento del cuadro.[5]

Ni en el paisaje ni en la figura pretende trasladar una copia exacta del natural, sino una interpretación que está condicionada a lo que le ha producido una emoción. Le interesa conseguir el ambiente que envuelve a la figura o al paisaje. De hecho indicó que ”el paisaje, siendo esencial, es casi un pretexto para pintar, para hacer ”pintura”.[6]

La temática de sus obras se concentra en el paisaje, la figuración humana, en la que destacan los desnudos, y los bodegones. Su evolución artística se refleja de distinto modo en cada motivo.

Sus paisajes de los primeros años cuarenta destacan por un claro predominio de colores intensos, incluso fauvistas, que sugieren las formas mediante su aplicación generosa y las mezclas que evitan colores puros. Se aprecia un cambio en la mitad de esta década cuando los colores en sus lienzos tienen una presencia térrea y más apagada, al tiempo que la pincelada se hace más suave (Paisaje Castellano, c1945-6).En estas obras está el germen de su posterior madurez y continuidad en lo paisajístico.

En los años cincuenta, paisajes urbanos, lejanos y de carácter más naturalista, en los que aparece una cierta recreación del detalle (Toledo, 1951; Madrid a lo lejos, c1952-3; Paisaje de Morella, 1958), se alternan con obras que muestran otras vistas de ciudad en las que la naturaleza cede su protagonismo y las imágenes anónimas de los edificios ocupan gran parte del lienzo (Paisaje Urbano, 1956).

A finales de los años cincuenta y durante los años sesenta retoma la representación de paisajes innominados, de campos castellanos, vistos en su solemne y terrosa modestia. Gradualmente su representación se va haciendo más severa y contenida; el paisaje más compacto, reduciendo su coloración.[7]​(Paisaje con tendido eléctrico. 1961). Esta interpretación de lo castellano puede considerarse la más original de la llamada Escuela de Madrid si bien algunos críticos han encuadrado a Arias dentro del expresivismo poético o neofigurativismo.[8][9]​ Inicia una ligera tendencia hacia la abstracción (Paisaje con cráter. c1962).[10]

Al fin de los años sesenta mantiene su sobrio lenguaje propio, su soledad geológica, su idealismo poético, su armonía casi mágica y sus refinados valores táctiles, aunque se manifiesta una tendencia a aclarar sus colores y profundizar en sus texturas.

En el tratamiento de la figura humana es considerado por diversos críticos como uno de los grandes retratistas del siglo XX.[11]​ Su interpretación de la figura humana siempre ha pretendido reflejar el ambiente que circunda a los personajes que pinta, con especial atención por el universo femenino. Partiendo de una representación humana canónica y realista en los años cuarenta (Carnaval.1944; Maternidad de la guerra. c1945-46) evoluciona hacia la representación de figuras femeninas, hermosas, simples y humanísimas, representadas en ambientes cotidianos y festivos (Interior del metro. c1947-48; Maternidad. 1952; Señoras en el teatro. c1952-53).

En los sesenta avanza en sus obras de desnudos femeninos, con una suavidad y mágica sutileza de pincelada que nunca abandonará, buscando una sensualidad en su sentido más noble, con una atmósfera repleta de sugerentes transparencias, de veladuras inventadas que dejan la figura como lejana, envuelta en una ensoñada neblina.[12]

Entre los retratos destacan, entre otros, los de su esposa (1953), padre (c1952-55), madre (1956), el del crítico y literato Juan Antonio Gaya Nuño y el del pintor y amigo Pancho Cossío (1976), así como su propio autorretrato (c1955-56).

Sus bodegones, habitualmente compuestos con la sobriedad de un teorema geométrico, incluyen objetos que todos hemos frecuentado desde la niñez.[13]​ Francisco Arias sabe percibir la poesía en los objetos humildes y consigue la armonía de color que es distintivo del género.[14]​ Busca sintetizar las formas mediante evanescencias y veladuras. Los bodegones de su última etapa resumen con precisión la síntesis a la que llegó su pintura, con sus coloraciones minerales sobre texturas con el mismo protagonismo, o más, que el color. En su última época la abstracción es significativamente apreciable (Vasijas. c1974-75).




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