x
1

Hispania



Hispania (en latín: Hispania) (pronunciación en latín: /hɪsˈpaːnia/) era el nombre dado por los romanos a la península ibérica y parte de la nomenclatura oficial de las tres provincias romanas que crearon ahí: Hispania Ulterior Baetica, Hispania Citerior Tarraconensis e Hispania Ulterior Lusitania. Otras provincias formadas después fueron Carthaginensis y Gallaecia. Posteriormente el concepto evolucionó hasta incluir, en las épocas finales del imperio, a la provincia de Balearica y la provincia de Mauritania Tingitana.

El nombre de España deriva de Hispania, nombre con el que los romanos designaban al conjunto de la península ibérica, término alternativo al nombre Iberia preferido por los autores griegos para referirse al mismo espacio. Sin embargo, el hecho de que el término Hispania no es de raíz latina ha llevado a la formulación de varias teorías sobre su origen, algunas de ellas controvertidas.

Las etimologías más aceptadas ahora prefieren suponer un origen fenicio de la palabra. En 1674, el francés Samuel Bochart, basándose en un texto de Gayo Valerio Catulo donde llama a España cuniculosa ('conejera'), propuso que ahí podría estar el origen de la palabra España. De esa forma, dedujo que en hebreo (lengua semítica, emparentada con el fenicio) la palabra spʰ(a) n (שָׁפָן) podría significar 'conejo', ya que el término fenicio *i-špʰanim literalmente significaría: 'de damanes' (špʰanim es la forma plural de šapʰán, 'damán', Hyrax syriacus, unos mamíferos similares al conejo extendidos por África y el Creciente Fértil), que fue como los fenicios decidieron, a falta de un vocablo mejor, denominar al conejo Oryctolagus cuniculus, animal poco conocido por ellos y que abundaba en extremo en la península. Otra versión de esta misma etimología sería *ʾi-špʰanim 'Isla de conejos' (o, de nuevo literalmente, damanes). Esta segunda explicación se hace necesaria porque en latín clásico la H se pronunciaba aspirada, haciendo imposible derivarla de la S sorda inicial (leyes de Grimm y Verner).

Otra posibilidad respecto de la raíz fenicia span es su significado de 'oculto', que indicaría que tomaban a Hispania como un país escondido y remoto.

Por otra parte, el conejo no era el único animal que llamaba la atención por su abundancia. Los griegos llamaron a la península Ophioússa, que significa 'tierra de serpientes', que luego cambiaron por Iberia, pues iber era una palabra que oían constantemente entre los habitantes de la península. Es un término geográfico, aunque no se le puede asignar en concreto al río Ebro, ya que se oía del mismo modo por toda la Andalucía actual. Algunos lingüistas piensan que significaba simplemente 'río', pero todavía no se ha alcanzado un acuerdo sobre la palabra.

Otra posibilidad, propuesta por el sevillano Trigueros en 1767, la derivaría del fenicio *sp(a)n (norte), como era la península ibérica con respecto al norte de África, desde donde fenicios y cartagineses llegaban a ella, de manera que *I-Span-ya sería la 'isla del Norte'.

En cuanto a la citada hipótesis de que Hispania provendría del fenicio *´y-spn-y´ (pro. I-span-ia), que significaría "isla de los conejos", es importante señalar que si bien el término spn ("conejo") está documentado desde el segundo milenio antes de Cristo en ciertos textos ugaríticos,[1]​ no puede decirse lo mismo del nombre de España o Ispania con tal forma, "I-spn-ya", que de momento –cualquiera que sea su significado etimológico– es solo una suposición, pues no ha sido hallada hasta la fecha ni una sola inscripción donde pueda leerse la secuencia completa: ´y-spn-y´ (pro. I-span-ia).[cita requerida]

Los fenicios constituyeron la primera civilización no ibérica que llegó a la península para expandir su comercio y que fundó, entre otras, Málaga (Malaka) o Cádiz (Gádir).[2][3]​ Los romanos tomaron la denominación de los vencidos cartagineses, cuya principal capital estaba situada en Qart Hadasht (actual Cartagena), interpretando el inicio ʔi- como 'costa, isla; o tierra',[4]​ con -ya con el significado de 'región'. Los romanos le habrían dado a Hispania el significado de 'tierra abundante en conejos', un uso recogido por Cicerón, César, Plinio el Viejo, Catón, Tito Livio y, en particular, Catulo, que se refiere a Hispania como península cuniculosa (en algunas monedas acuñadas en la época de Adriano figuraban personificaciones de Hispania como una dama sentada y con un conejo a sus pies). Abundando en el origen fenicio del término, Isidoro de Sevilla, en sus Etimologías, postula que tiene su origen en Ispani, el topónimo fenicio-púnico de Sevilla, ciudad a la que los romanos denominaron Hispalis.

Sobre el origen fenicio del término, el historiador y hebraísta Cándido María Trigueros propuso en la Real Academia de las Buenas Letras de Barcelona en 1767 una teoría diferente, basada en el hecho de que el alfabeto fenicio (al igual que el hebreo) carecía de vocales. Así spn (sphan en hebreo y arameo) significaría en fenicio 'el Norte', una denominación que habrían tomado los fenicios al llegar a la península ibérica bordeando la costa africana, viéndola al norte de su ruta, por lo que i-spn-ya sería la 'tierra del Norte'.

La teoría más reciente proviene de Jesús Luis Cunchillos y José Ángel Zamora, expertos en filología semita del CSIC, quienes tras analizar todas las hipótesis y realizar un estudio filológico comparativo entre varias lenguas semitas, han llegado a la conclusión de que la hipótesis más probable sería *I-span-ya, 'isla/costa de los forjadores o forjas (de metales)', o sea, 'isla/costa donde se baten o forjan metales', hecho que además estaría justificado por la intensa actividad minera y metalúrgica que existía en las costas de Andalucía, o reino de Tartessos, en los tiempos de la llegada de los fenicios, quienes entre otras razones establecieron sus colonias en estas tierras precisamente atraídos por su gran riqueza minera, célebre en toda la antigüedad.[5][6]

Aparte de la teoría de origen fenicio, la más aceptada (si bien el significado preciso del término sigue siendo objeto de discusiones), a lo largo de la historia propusieron diversas hipótesis, basadas en similitudes aparentes y significados más o menos relacionados. A principios de la Edad Moderna, Antonio de Nebrija, en la línea de Isidoro de Sevilla, propuso su origen autóctono como deformación de la palabra ibérica Hispalis que significaría la ciudad de occidente[7]​ y que, al ser Hispalis la ciudad principal de la península, los fenicios y posteriormente los romanos dieron su nombre a todo su territorio.[8]​ Posteriormente, Juan Antonio Moguel propuso en el siglo XIX que el término Hispania podría provenir de la palabra eúscara Izpania que vendría a significar que parte el mar al estar compuesta por las voces iz y pania o bania que significa 'dividir' o 'partir'.[9]​ A este respecto, Miguel de Unamuno declaró en 1902: «La única dificultad que encuentro [...] es que, según algunos paisanos míos, el nombre España deriva del vascuence ezpaña, labio, aludiendo a la posición que tiene nuestra península en Europa».[10]

Durante los siglos XVIII y XIX, estudiosos como el padre Larramendi o el padre Isla[9]​ aventuraron un origen autóctono de la palabra: unos lo suponen relacionado con el vocablo vasco ezpaina ‘labio’, pero que podría también interpretarse como ‘borde, confín’. Juan Antonio Moguel defendía que la palabra «España» procede de la corrupción del vocablo Izpania, el cual, a la luz del euskera tiene dos etimologías. La voz iz puede significar ‘mar’ o ‘palabra’ o ‘lenguaje’.

Al menos desde principios de la Edad Moderna hasta 1927 se defendió la teoría de que Hispania es una deformación de Hispalis, palabra de origen íbero que significaría 'la ciudad de Occidente',[11]​ y que, al ser Hispalis la ciudad principal de la península, los fenicios y, posteriormente, los romanos dieron su nombre a todo su territorio.

Otras hipótesis suponían que tanto Hispalis como Hispania eran derivaciones de los nombres de dos reyes legendarios de la península ibérica, Hispalo y su hijo Hispano o Hispan, hijo y nieto, respectivamente, de Hércules.[13]

Los escritores antiguos optaban por un origen griego de la palabra: esperos era el nombre de la primera estrella que se observaba tras el crepúsculo en el occidente. Los griegos llamaron (H)Esperia a Italia y a España, ya que se encontraban a su occidente; por una mutación de fonemas es posible que Hesperia pasara a ser Hispania. Otros creían que la palabra procedía de alguna manera del dios Pan.

En sentido estricto, no se puede diferenciar de manera tajante entre hipótesis fenicia e hipótesis legendaria. Roberto Matesanz Gascón ha formulado una teoría que explicaría la presencia en fuentes latinas y griegas, así como en las obras históricas medievales, de un héroe epónimo denominado Hispan, Espan, Hispano o Hispalo. Este historiador integra la hipótesis fenicia y la legendaria. Hispano o Espan sería la forma latinizada de una divinidad semita importada por los fenicios a sus colonias occidentales: Baal Sapanu (B'l Spn), cuyo nombre significa 'Señor del Sapanu'. El Sapanu es un monte mítico radicado en un norte ubicuo, en el cual, según la mitología de los semitas occidentales, se desarrollan diversos episodios divinos. Espan o Hispano era el señor o dios de esta montaña. Y en Gades, la principal fundación fenicia en Hispania, donde diversas fuentes ubican las andanzas de Hispano, existía un lugar que era denominado así. Matesanz Gascón concluye que en origen el término Hispania era aplicado a ese hinterland gaditano, y con el transcurso del tiempo, según fue extendiéndose el conocimiento del territorio, también se fue extendiendo el ámbito de aplicación del término hasta abarcar a toda la península.[14]

El término Hispania es latino, el término Iberia es exclusivamente griego. Decir español por iber o por hispanus es cometer una falta de pertenencia, pues lleva consigo diferencias de época y de ambiente. En los textos que se conservan de los romanos estos emplean siempre el nombre de Hispania (citada por primera vez hacia el 200 a. C. por el poeta Quinto Ennio), mientras que en los textos conservados de los griegos estos usan siempre el nombre de Iberia.

Gran parte del conflicto entre cartagineses (fenicios) y romanos tuvo como escenario las tierras de Iberia, la península. El conflicto se manifestó en lo que se llamaron Guerras púnicas y que terminaron con el triunfo de Roma. Entonces los romanos tomaron contacto con Iberia, pero para denominarla eligieron el nombre que ellos oían a los cartagineses, Ispania, al cual más tarde añadieron una H, como también añadieron una H a Hiberia. Además de la h utilizaron el plural, Hispanias, como utilizaron el plural en las Galias. Fue la primera provincia donde los romanos entraron y la última acabada de dominar por Augusto.

Los romanos dividieron al principio las Hispanias en dos provincias (197 a. C.), regidas por dos pretores, la Citerior y la Ulterior. Las largas guerras de conquista duraron dos siglos; es lo que se conoce como romanización. Con la conquista se cortó el curso de la civilización indígena que fue sustituida por la heleno-latina. A través de estos dos siglos hubo muchos conflictos:

Estrabón habla de Iberia en su libro III de Geografía, y comenta:

Trogo construye toda una imagen sobre sus habitantes:

Otro historiador romano llamado Tito Livio (59 a. C. a 17 d. C.) escribe también sobre el carácter del hombre hispano, tal y como él lo veía:[cita requerida]

Lucio Anneo Floro (entre los siglos I y II), historiador amigo del emperador Adriano, también hace sus observaciones:[cita requerida]

Valerio Máximo la llamó fides celtiberica. Según esta fides, el íbero consagraba el alma a su caudillo y no creía lícito sobrevivirle en la batalla. Es la conocida devotio o dedicación íbera de los comienzos del imperio romano. (En la Edad Media tuvieron muy en cuenta esta fidelidad de los celtíberos a la que llamaron para sí lealtad española).

Más tarde, en el siglo IV, surge otro escritor, un retórico galo llamado Pacato[cita requerida] que dedica parte de su obra a describir esta península, Hispania, su geografía, clima, habitantes, soldados, etc., y todo ello con grandes alabanzas y admiración. Pacato escribe:[cita requerida]

En su época sale a la luz una obra que se llama Expositio totius mundi en que se describe a Hispania como Spania, terra lata et máxima, et dives viris doctis (Spania, tierra ancha y vasta, y con abundantes hombres sabios). En estos momentos es cuando el nombre de Hispania alterna ya con Spania.

Pablo Orosio (390-418), historiador, discípulo de San Agustín y autor de Historiae adversus paganus, la primera historia universal cristiana, comenta al referirse a la acción reprobable de un pretor:

Para Orosio, Hispania es una tierra con una vida colectiva con valores propios.

Con el tiempo este topónimo va a derivar en la voz España, que designará la unidad geográfica de la península, más las conquistas de Baleares y Canarias a su debido tiempo. También ocurrirá a lo largo de la Historia que una pequeña extensión del oeste peninsular se convertirá en un nuevo reino llamado Portugal, de manera que a partir de ese momento decir España no será decir exactamente el territorio de la península ibérica.

Poco después de derrotar a los cartagineses en la península, Roma decidió incorporar a sus dominios los territorios entonces bajo su control militar, que por entonces incluía todo el levante desde Ampurias a Cartago Nova y la casi totalidad de Andalucía, tanto el valle del Guadalquivir como la zona de las cordilleras béticas y Sierra Morena al norte. Dicho territorio fue dividido en dos provincias separadas por una frontera que discurriría desde el oeste de Cartago Nova hacia el norte, debiéndose repartir los territorios conquistados desde entonces entre ambas provincias. A una provincia la llamaron Ulterior (la más alejada de Roma) y a la otra, Citerior (la más cercana a Roma). El territorio que cada una de estas englobaba fue variando con el tiempo, a medida que Roma conquistaba nuevos territorios ibéricos.

Así durante los primeros sesenta años del dominio republicano sobre las provincias hispanas, desde la división de 197 a. C. hasta el fin de las guerras lusitanas y celtibéricas 137-133 a. C. aproximadamente, las provincias se mantuvieron más o menos estables englobando cada una:

Al finalizar las guerras Celtibéricas y Lusitanas, el dominio romano sobre Hispania fue ampliado sustancialmente: Extremadura y la mayor parte de Portugal (al sur del Duero) fueron incorporados a la Ulterior, con lo que quedaban conformados los territorios de las dos hispanias ulteriores que se crearon en época augustea, la Baetica en los territorios más antiguos y romanizados de Andalucía y la Lusitania en los recién incorporados territorios de Extremadura y el Portugal al sur del Duero, y a la Citerior se le incorporó buena parte de la submeseta norte.

En los siguientes cien años de dominio romano, hasta las Guerras cántabras conducidas por el emperador César Augusto, la frontera solo fue ampliada de manera muy limitada, añadiéndose al dominio romano tan solo los territorios que quedaban por incorporar al sur de la cornisa cantábrica.

En el año 27 a. C., el general y político Agripa hizo un cambio. Dividió Hispania en tres partes, añadiendo la provincia de Lusitania que comprendía casi todo lo que hoy es Portugal (excepto la faja al norte del río Duero) y casi toda Extremadura y Salamanca (actuales).

El emperador Augusto vuelve a hacer en ese mismo año una nueva división que queda así:

Llegando el siglo III de nuestra Era, el emperador Caracalla hace una nueva división que dura muy poco tiempo. Divide la Citerior otra vez en dos creando la nueva Provincia Hispania Nova Citerior con Gallaecia (aproximadamente Galicia y norte de Portugal) y Asturia (aproximadamente las provincias de León, Zamora y Asturias). Esta nueva provincia, cuya creación se relaciona con la intensificación en la explotación de las minas de oro del noroeste peninsular, duró poco tiempo y en 238 quedó restablecida la Citerior Tarraconensis en su unidad.

Posteriormente, con la reforma administrativa del Imperio que lleva a cabo Diocleciano (284-305), se dividió la antigua Tarraconense en tres provincias: Gallaecia, Cartaginensis y Tarraconensis, cuyos límites exactos se desconocen, pues no constan en ninguno de los documentos conservados. Sin embargo, la innovación más importante fue la creación de las llamadas diócesis. Una de ellas fue Hispania, cuya capital estaría probablemente en Augusta Emerita. Las cinco provincias antes citadas (Lusitania y Baetica más las tres en las que se había dividido Tarraconensis) fueron integradas en la diócesis, junto con Mauretania Tingitana, al otro lado del estrecho. A finales del siglo IV, concretamente entre el 365 y 385 d. C. las Islas Baleares (Balearica) conforman una nueva provincia, desgajándose de la Carthaginense, con capital en Carthago Nova.

En los últimos años del imperio romano, supusieron su desgaje en estados romanos enfrentados entre sí constantemente. En Hispania, Maximus se proclamó emperador de Hispania, independizándola de Rávena (formando el Imperio Hispanorromano); con su muerte el imperio hispano no desapareció, pasó a manos del rey de Tolosa Eurico. Y con el tiempo, se comenzó a utilizar una forma secundaria de Hispania: Spania y de ahí se derivaría el nombre que conocemos hoy como España. Según cuenta San Isidoro, con la dominación de los visigodos se empieza a acariciar la idea de la unidad peninsular y se habla por primera vez de la «madre España». Hasta la fecha se habían servido del nombre Hispania para designar todos los territorios de la península. En su obra Historia Gothorum, Suintila aparece como el primer rey de totius Spaniae. Esta Historia de los godos, vándalos y suevos incluye una preciosa alabanza de España Laus Spaniae y en ella trata a España como nación goda.

Con la guerra civil del Reino Visigodo y la colaboración de los witizanos con el islam, para derrotar en la batalla de Guadalete al ejército de Rodrigo,y la posterior invasión de la península ibérica, el nombre de Spania o España se transformó en اسبانيا, Isbāniyā. Así, Alfonso I el Batallador (1104-1134) dice en sus documentos que «él reina en Pamplona, Aragón, Sobrarbe y Ribagorza», y cuando en 1126 hace una expedición hasta Málaga nos dice que «fue a las tierras de España». Sin embargo, tampoco faltó la identificación temprana de España con la herencia previa a la guerra civil, como ocurre por ejemplo con el lamento por la pérdida de España que se puede encontrar en la Crónica mozárabe o Crónica de 754 (en latín, Continuatio Hispanica), que muestra la continuidad de la idea de España anterior al 711.

Pero ya a partir de los últimos años del siglo XII se designa a toda la península, sea de musulmanes o de cristianos, con el nombre de España. Así se habla de los «cinco reinos de España»: León, Castilla, Navarra, Portugal y Aragón (cristianos), con el territorio bajo dominio musulmán como territorio de España; Alfonso VI, al ser rey de musulmanes y cristianos, se proclamó emperador de España.



Escribe un comentario o lo que quieras sobre Hispania (directo, no tienes que registrarte)


Comentarios
(de más nuevos a más antiguos)


Aún no hay comentarios, ¡deja el primero!