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Historia de España



La historia de España engloba el período comprendido desde la primera colonización humana en la prehistoria en la península ibérica hasta la actualidad. La formación del Estado español inicia a finales de la Edad Media con la unión o invasión (caso de Navarra y Granada) de los reinos que acabarán formando Castilla, León, Aragón, Navarra y Granada.

Los primeros homínidos llegaron al territorio de la actual España hace 1,2 millones de años aproximadamente. Se sucedieron varias especies, como Homo antecessor, los preneandertales de la Sima de los Huesos (identificados en un principio como Homo heidelbergensis) y los neandertales (Homo neanderthalensis), hasta que hace unos 35 000 años los humanos modernos (Homo sapiens) entraron en la península ibérica y fueron desplazando a estos últimos, con los que aún coexistirían durante cerca de 10 000 años. Hace unos 27 000 se extinguieron las últimas poblaciones neandertales en el sur. Durante los milenios siguientes el territorio fue lugar de asentamiento de pueblos íberos, celtas, fenicios, cartagineses, griegos y hacia el 200 a. C. la península comenzó a formar parte de la República Romana, constituyendo la Hispania romana. Tras la caída de Roma, se estableció el Reino visigodo. Dicha monarquía visigótica se inició en el siglo V y se mantuvo hasta comienzos del siglo VIII. En el año 711 se produjo la primera conquista musulmana desde el Norte de África; en pocos años el islam dominaba gran parte de la península ibérica. Durante los 750 años siguientes, el reino dominado por musulmanes sería conocido como al-Ándalus, y mientras gran parte del resto de Europa permanecía en los años oscuros, Al-Ándalus experimentaba un esplendoroso florecimiento multicultural, científico y artístico.[1]

De modo paulatino, se produjo la Reconquista, y los reinos cristianos arrebataron progresivamente el territorio a los musulmanes. Comenzada aproximadamente en 722 con la rebelión de Don Pelayo y partiendo desde el norte, avanzó durante los siglos VIII a XV culminando con la conquista de Granada en 1492. Durante este periodo los reinos cristianos se desarrollaron notablemente; la unión de los dos más importantes, Castilla y Aragón, por el matrimonio en 1469 de los Reyes Católicos, Isabel I de Castilla y Fernando II de Aragón, posibilitaría la unificación de España y el fin de la Reconquista.[2][3][4][5]

En 1492 los Reyes Católicos financiaron el proyecto del navegante Cristóbal Colón en la búsqueda de una nueva ruta comercial con Asia a través del océano Atlántico, y proclamarían la expulsión de los judíos. La llegada al Nuevo Mundo y la posterior conquista de América forjaron la creación del Imperio español. Durante los siguientes siglos España se alzaría como actor principal del mundo occidental y primera potencia de la época. Durante los siglos XVI y XVII tendría lugar también la época de mayor apogeo de la cultura y las artes hispanas conocida como Siglo de Oro.[6][7][8][9]

El Imperio español en 1580, tras la unificación de la península ibérica bajo un único rey español Felipe II, comprendía América del Sur, América Central y el Caribe, grandes áreas de América del Norte en diferentes grados de influencia o control, las islas Filipinas en Asia, así como enclaves de diversa importancia en las costas de África y la India. Incluía además numerosas posesiones en Europa, los Países Bajos españoles, el Ducado de Milán o el Reino de Nápoles, la mayoría de ellas perdidas tras la paz de Utrecht de 1713.[10][11][12][13][14]

La católica e Imperial España se vio involucrada durante este período en numerosos conflictos especialmente contra el Imperio otomano, los Países Bajos, los protestantes, Inglaterra y Francia. Con la muerte de Carlos II en 1700, la casa de Austria se extinguió para dejar paso a la de los Borbones tras la guerra de Sucesión. España fue perdiendo progresivamente su preponderancia militar y tras sucesivas crisis el país redujo paulatinamente su poder; a principios del siglo XIX ya se había convertido en una potencia de segundo orden.[15][16][17]

El Primer Imperio francés de Napoleón Bonaparte invade la península; meses después, el 2 de mayo de 1808, se inició la sublevación popular que desembocaría en la Guerra de la Independencia Española. Como principal consecuencia de la guerra y tras la expulsión de los franceses en 1814, España sufrió las Guerras de independencia hispanoamericanas. El siglo continuó caracterizándose en la metrópoli por la inestabilidad política y la puja entre liberales y partidarios del Antiguo Régimen. Entre 1873 y 1874 tuvo lugar la I República. La llegada de la Revolución Industrial y el sistema canovista a finales del siglo elevó el nivel de vida de una clase media que empezaba a consolidarse en los núcleos urbanos principales; sin embargo la Guerra hispano-estadounidense o «Desastre del 98» supuso la pérdida de la mayoría de las últimas colonias del antiguo imperio, generando una profunda conmoción en la sociedad española.[18][19][20][21]

Mientras el nivel de vida y la integración con el resto de Europa progresaban, la inestabilidad política marcaba el primer tercio del siglo XX. En abril de 1931 al conocerse en las elecciones municipales la victoria en las principales ciudades de las candidaturas republicanas, el 14 de abril se proclamó la Segunda República, abandonando el rey Alfonso XIII el país, con el fin de evitar una guerra civil, que llegaría 5 años más tarde, en 1936, con el Golpe de Estado de julio de 1936. La Guerra Civil Española se saldaría en 1939 con la victoria del bando franquista.[22][23][24]​ España fue oficialmente neutral durante la Segunda Guerra Mundial; Tras la posguerra, periodo marcado por la escasez y el aislamiento internacional, siguió un periodo de fuerte desarrollo económico y de cierto aperturismo durante las décadas de los 60 y los 70.

Tras la muerte del dictador Franco, se recuperó la tradicional Monarquía española en la figura del Jefe del Estado, el rey Juan Carlos I, y se aprobó la Constitución de 1978 durante el transcurso del periodo conocido como transición que garantizó una gradual evolución de la nación hacia la consolidación de la monarquía democrática parlamentaria.[25][26][27][28]​ España ingresó en la Comunidad Económica Europea, actual UE, en 1986, organizando importantes eventos internacionales como la Copa Mundial de Fútbol de 1982 o los Juegos Olímpicos de Barcelona 1992, y en 2002 adoptaría el euro como moneda oficial.[29][30][31][32][33][34]

El momento histórico exacto en que se hace referencia a España por primera vez no está claramente definido, existiendo escritos del siglo VI en los que ya aparece la palabra España, como el «Laus Spaniae» de la Historia de los reyes godos, vándalos y suevos de San Isidoro de Sevilla.[35][36]​ En otros países de Europa comenzó a conocerse al conjunto de reinos cristianos de la península como España, en singular, desde tiempos muy tempranos. El propio término español aparece documentado a finales del siglo XI en el Concilio de Constanza, cuando los reinos de Portugal, Aragón, Castilla y Navarra aparecen formando una sola entidad, «la nación española»[37]​ y compartiendo el mismo voto.

En la península ibérica se hablaría de los reinos de León, Navarra, Castilla, Aragón y de Portugal como reinos hispanos, de Hispania (España en latín) por tanto;[38]​ y cuando por razones dinásticas o de conquista uno de ellos conseguía tener bajo su cetro la mayor parte de la España cristiana, se autotitulaba Emperador de España, como Alfonso VI y Alfonso VII de León.[38]​ Los Reyes Católicos eran conocidos como Reyes de España (o de las Españas). El historiador Hernando del Pulgar comenta cómo en 1479 se planteó en el Consejo Real si designar a los Reyes Católicos como Reyes de España;[39]​ finalmente se acordó no usar dicha titulación. En 1493 el gobierno municipal de Barcelona se refirió a don Fernando como el «rey de Spanya, nostre senyor».[40]Nicolás Maquiavelo en su obra más reconocida El Príncipe (1513) hace referencia al Rey de España,[41]​ así como Lope de Vega cita a Carlos I como Rey de España.[42]

A partir de Carlos I, todos los reyes son llamados Rey de España (o de las Españas), aunque utilizan todos sus títulos, desde Rey de Castilla hasta Señor de Vizcaya y de Molina. Hasta el siglo XIX, las monedas españolas solían llevar junto al nombre del Rey la leyenda «Hispaniarum (et Indiarum) Rex».[43]​ Igualmente, monarcas como Fernando VII de España e Isabel II de España usaron el título de Rey o Reina de las Españas en las menciones constitucionales.[44][45]

La presencia de homininos en la península ibérica se remonta al menos a 1,3 o 1,2 millones de años, datación de la mandíbula encontrada en la Sima del elefante, uno de los yacimientos de la Sierra de Atapuerca (provincia de Burgos). Corresponde a un Homo aún por determinar, próximo a los más primitivos Homo africanos y al hombre de Dmanisi pero con algunas características derivadas propias.[46][47]​ De esta edad sería también el yacimiento con industria lítica propia del Paleolítico inferior arcaico (Pre-Achelense) de Fuente Nueva 3, en la cuenca de Guadix-Baza (provincia de Granada).[48]

De hace unos 900 000 años son los restos del yacimiento de la Gran Dolina, también en Atapuerca, que definen una especie clave para entender la evolución humana, bautizada como Homo antecessor.[49][50]​ El siguiente hallazgo, datado en unos 430 000 años,[51]​ es la ingente cantidad de restos de Homo heidelbergensis (especie precursora del Homo neanderthalensis) hallados en la Sima de los huesos de Atapuerca,[52]​ yacimiento que ha proporcionado, entre una variedad ósea excepcional, numerosos cráneos muy bien conservados.[53]​ Son numerosos los yacimientos con industria lítica Achelense de esta época en la península, como los de Torralba y Ambrona (provincia de Soria) o los de las terrazas del Manzanares (provincia de Madrid).[cita requerida]

En el Paleolítico medio se sitúa la presencia del hombre de Neanderthal, asociado a la cultura Musteriense, datando en unos 60 000 años sus primeros restos en Gibraltar. En la Cueva de Nerja (Málaga), se han datado en 42 000 años de antigüedad algunos restos orgánicos asociados a unas pinturas de focas que podrían ser la primera obra de arte conocida de la historia de la humanidad.[54]

En el Paleolítico superior se sitúa la llegada a la península del Homo sapiens, el hombre «moderno», hace unos 35 000 años, manifestada por los restos de la cultura Gravetiense hallados en Cantabria.[55]​ Cohabitan la península durante varios millares de años con los neandertales, hasta la extinción de las últimas poblaciones de neandertales en el sur hace unos 27 000 años.[56]​ Hace unos 16 000 años, la cultura Magdaleniense estaba presente en Asturias, Cantabria y parte del País Vasco, cuya aportación más notable lo representan las pinturas rupestres de las Cuevas de Altamira.[57]

El arte rupestre se desarrolló en dos zonas estilística y cronológicamente bien diferenciadas: el arte franco-cantábrico y el arte levantino.[58]

La revolución neolítica, que la teoría difusionista entiende como una difusión cultural a partir de su inicio en el Creciente Fértil de Oriente Próximo, apoyándose en la difusión simultánea de la cerámica cardial, alcanza la costa mediterránea en torno al 6000 a. C., provocando el abandono del tradicional modo de vida cazador-recolector por un estilo de vida sedentario, enfocado en la agricultura y la ganadería, extendido al resto de la península durante los siguientes dos milenios. En torno al 5000 a. C. aparece la cultura megalítica en el tercio occidental de la península.

Las culturas que usaron los metales (Edad de los Metales) aparecieron en la península ibérica en torno a los años 3000 a 2500 a. C. Su distribución geográfica es mayor y se considera que la búsqueda de los metales trajo flujos migratorios importantes, destacando Los Millares en Almería, con una gran fortificación, y en el curso del río Tajo en la zona portuguesa actual.[59]

La Edad del Hierro se inicia en la península ibérica con la penetración de población e influencia cultural indoeuropea desde el comienzo del I milenio a. C.; determinando la identidad étnica y lingüística celta de la mayor parte de los pueblos indígenas de las zonas norte, oeste y centro, con alguna excepción: lusitanos y vetones, también indoeuropeos, se califican de «precélticos», mientras que los vascones se califican de «preindoeuropeos». A pesar de la similitud de su forma de vida a la de otros pueblos de la zona norte (galaicos, astures y cántabros), su lengua (el «protoeuskera») se supone similar a las habladas en la zona oriental peninsular; las del grupo de pueblos denominados iberos, de mayor desarrollo económico. Las fuentes clásicas denominaron celtíberos al grupo de pueblos situados en una posición intermedia (geográficamente).

La costa peninsular meridional y el área tartésica (con centro en el valle del Guadalquivir -la Turdetania- y con proyección hasta zonas muy lejanas, de la desembocadura del Tajo a la del Segura), la más rica en metales y de mayor desarrollo económico y social (una verdadera civilización), fue profundamente influenciada por la colonización fenicia. La fundación mítica de Gadir (Cádiz) se data en el 1104 a. C.,[60][61][62]​ aunque no hay base arqueológica para sustentar semejante cronología hasta varios siglos más tarde. En el siglo VIII a. C. ya hay pruebas de la presencia de un abundante grupo de factorías y colonias fenicias, como Malaka (Málaga), Sexi (Almuñécar) y Abdera (Adra).

Las colonias griegas se instalaron más al norte, en Akra Leuké (Alicante), Hemeroskopion (Denia), Emporion (Ampurias) y Rhodes (Rosas). Su contacto con los iberos les hizo dar las primeras referencias escritas de estos pueblos. Las mismas fuentes griegas señalan que los navegantes griegos habían establecido contactos con el «reino» de Tartessos y con su «rey» Argantonio, que les habría dado suficiente plata como para construir murallas contra los ataques persas. Tales contactos no fructificaron, precisamente por el dominio fenicio de esta ruta, y no ha podido constatarse arqueológicamente la presencia griega en la costa mediterránea malacitana, en una colonia que habría llevado el nombre de Mainake.

Cartago y Roma entrarán finalmente en una serie de guerras (guerras púnicas) por la hegemonía en el Mediterráneo occidental. Tras la derrota en la primera guerra púnica, Cartago intenta resarcirse de sus pérdidas de Sicilia, Cerdeña y Córcega, incrementando su dominio en Iberia.

Amílcar Barca, Aníbal y otros generales cartagineses sitúan las antiguas colonias fenicias de Andalucía y el Levante bajo su control y proceden después a la conquista o extensión de su área de influencia sobre los pueblos indígenas. A finales del siglo III a. C., la mayor parte de las ciudades y pueblos al sur de los ríos Duero y Ebro, así como las islas Baleares, reconocen el dominio cartaginés. Fundan Qart Hadasht (Cartagena), que se convierte rápidamente en una importante base naval, debido al interés por controlar la riqueza generada por las minas de plata de Cartagena.[63]​ Esto último se desprende de las palabras del arqueólogo Adolf Schulten.

En el año 219 a. C. se produce la ofensiva de Aníbal contra Roma, tomando la península ibérica como base de operaciones e incluyendo un gran porcentaje de hispanos en su ejército.

Es en este proceso cuando intentarán someter a la colonia griega de Sagunto, situada al sur de la frontera pactada del Ebro pero aliada de Roma, dando lugar a la segunda guerra púnica, que culminará con la incorporación de la parte civilizada (íbera) de la península a la República Romana.

Tras la segunda guerra púnica entre el 218 a. C. y el 201 a. C., se puede considerar la península ibérica sometida al poder de Roma. La campaña de ocupación, tras la expulsión cartaginesa, fue rápida, excepto en el interior (Numancia) y el pueblo cántabro que resistió hasta la llegada de Augusto en los inicios del Imperio romano.[66][67][68]

En el 197 a. C., los romanos dividen el territorio ibérico en dos zonas: la Hispania Citerior y la Hispania Ulterior.[69]

El sometimiento total de la península tiene lugar en el año 19 a. C. (tras finalizar las guerras cántabras), tras lo cual se divide en tres provincias: Bética, Tarraconense y Lusitania, organización que perduró hasta el Bajo Imperio, cuando el territorio se divide en Bética, Carthaginense, Gallaecia, Lusitania y Tarraconensis.[70]

El proceso de romanización entendido como la incorporación de la lengua, las costumbres y la economía romana se inició aproximadamente hacia el 110 a. C. y duraría con toda su fuerza hasta mediados del siglo III a. C.

En esta época, los hispanos se configuraron como parte muy destacada del Imperio romano, aportando notables figuras durante el periodo histórico como los emperadores Trajano, Adriano, Marco Aurelio y Teodosio, el filósofo Séneca, los teólogos Paulo Orosio o Prisciliano, el retórico Quintiliano, los poetas Marcial, Lucano o Prudencio, el agrónomo Columela, el geógrafo Pomponio Mela o políticos como Marco Annio Vero o Lucio Cornelio Balbo, entre otros.[71]

En la península ibérica, como en otras provincias, el Imperio cayó gradualmente, con los procesos casi simultáneos de la «desromanización» del Imperio romano en Hispania, es decir, una debilitación de la autoridad central en los siglos III, IV y V, y de la «romanización» de las tribus germánicas, por ejemplo, la adopción de la ley romana que es evidente en la Lex Gothorum (Ley de los godos), la conversión al cristianismo, y la afinidad que algunos reyes tenían por el latín, hasta componer poesía en esta lengua.[72][73]

A pesar de todo esto, entre los siglos VI y VII y gracias a la búsqueda de Justiniano I el Grande de restablecer el poder del Imperio romano de Occidente hizo que se estableciese en la franja meridional de la península ibérica la Provincia de Spania. Este territorio visigodo fue donado al Imperio Bizantino al ser llamado en auxilio por una de las partes en la contienda civil del Reino Visigodo que estaba existiendo entre Agila y Atanagildo y había sido asolado por el desaparecido pueblo vándalo. Su capital se estableció en Carthago Spartaria, actual Cartagena.[74]

En el invierno del año 406, aprovechando la congelación del Rin, los vándalos, suevos, y alanos invadieron el imperio con gran pujanza. Al cabo de tres años, cruzaron los Pirineos y llegaron a la península ibérica, y dividieron entre sí las partes occidentales, que correspondían aproximadamente al Portugal moderno y España occidental hasta Madrid. Mientras tanto, los visigodos, que habían tomado Roma hacía dos años, llegaron a la región en el 412, fundando el reino de Tolosa (Toulouse, en el sur de Francia), y extendieron su influencia gradualmente en la península, desplazando a los vándalos y alanos al norte de África, sin que estos dejasen mucha huella en la cultura ibérica. Luego, tras la conquista de Tolosa por los francos y la pérdida de gran parte de los territorios en lo que hoy es Francia, trasladaron la capital del reino visigodo a Toledo.[75]

No se conoce con exactitud el número de visigodos que migraron a la península pero posiblemente estuvieron en torno al 5% de la población de la península.[cita requerida] Esto implica que los visigodos básicamente fueron una élite dominante que no supuso nunca una parte importante de la población. Esta es una de las razones por la cual su religión arriana y su lengua visigótica no tuvieron un efecto preponderante sobre la población.

A pesar de que la nobleza visigoda practicaba el arrianismo, este gozó de muy poca popularidad entre la población hispanorromana de la península, fiel en su mayoría a la doctrina católica. Desde la corona visigoda, específicamente en el año 587, el rey Recaredo I, ya convertido al catolicismo, trató de conciliar así mismo a la jerarquía religiosa arriana con la católica, pero con poco éxito. Finalmente, se impuso la opción católica por la fuerza, desposeyendo a la iglesia arriana de sus bienes en favor de su antagonista.[76][77]

La conquista musulmana de España puede resumirse en una cronología breve:

Roderico, que estaba por entonces luchando contra un levantamiento de los vascones, al enterarse de la invasión árabe acude con su ejército. Pierde en la batalla de Guadalete debido a deslealtad de los witizanos. Con su muerte, y con el grueso del ejército godo derrotado, los árabes se animan a continuar con la lucha.

Táriq ibn Ziyad conquistó Toledo y llegó hasta León; Muza ibn Nusair conquistó Sevilla y llegó hasta Mérida (712). Posteriormente unirían sus fuerzas para tomar Zaragoza. El hijo de Muza completará la conquista de la península, a excepción de las zonas montañosas cantábricas y pirenaicas (716), pasando a territorio franco. Carlos Martel detuvo el avance musulmán en Poitiers en 732, por lo que a partir de ahí los musulmanes básicamente se concentrarán en la península ibérica.

En 756, Abderramán I proclamó el emirato de Córdoba, independizando políticamente a la península del resto del Mundo islámico aunque siguieron los contactos culturales y comerciales. En 929 Abderramán III proclama el califato de Córdoba, lo que supone la separación definitiva del califato de Bagdad. En el año 1031 se fragmenta el califato cordobés, formándose numerosos reinos de taifas frecuentemente enemistados entre sí.

Al-Andalus coincidió con la «Convivencia», una época de relativa tolerancia religiosa, y con la edad de oro de la cultura judía en la península ibérica. (Ver: el emir Abd al-Rahmán III, 912; Masacre de Granada de 1066).

El interés musulmán en la península volvió con fuerza alrededor del año 1000, cuando Al-Mansur (conocido como Almanzor), saqueó Barcelona (985). Según su hijo, otras ciudades cristianas fueron objeto de numerosas incursiones.

Después de la muerte de su hijo, el califato se hundió en una guerra civil y se dividió en los llamados «Reinos de Taifas». Los reyes de las taifas compitieron entre sí no solo en la guerra, sino también en la protección de las artes y la cultura, que disfrutaron de una recuperación breve. Los reinos de taifas habían perdido terreno frente a los reinos cristianos del norte y, después de la pérdida de Toledo en 1085, los gobernantes musulmanes a regañadientes invitaron a los almorávides, que invadieron Al-Andalus desde el norte de África y establecieron un nuevo imperio. En el siglo XII el Imperio almorávide se rompió de nuevo, solo para ser tomado por la invasión almohade, que fueron derrotados en la decisiva batalla de las Navas de Tolosa en 1212.

La España medieval fue escenario de guerra casi constante entre musulmanes y cristianos. Los almohades, que habían tomado el control de los magrebíes, de los almorávides y de los territorios andaluces por el 1147, superaron con creces a los almorávides en la perspectiva fundamentalista, y trataron a los Dhimmis con dureza. El trato hacia los judíos en este momento en la península ibérica había variado mucho entre los distintos reinos musulmanes y cristianos. El emirato de Granada de mediados del siglo XIII fue el único reino independiente musulmán en España, que duraría hasta 1492.

En este tiempo, los reyes de Aragón gobernaron territorios que consistían no solo en el Reino de Aragón, sino también en el Principado de Cataluña, y más tarde de las Islas Baleares, el Reino de Valencia, Sicilia, Nápoles y Cerdeña (véase Corona de Aragón). La Compañía catalana procedió a ocupar el ducado de Atenas, que se coloca bajo la protección de un príncipe de la Casa de Aragón, que lo gobernó hasta 1379.

Hacia 722 un destacamento musulmán es vencido por un grupo de cristianos refugiados en los bosques de Covadonga (Asturias) en la batalla homónima. Don Pelayo, probablemente noble godo, es nombrado rey. La primera corte se establece en Cangas de Onís. Pelayo muere en 737. Dos años después (739), su yerno Alfonso I, hijo de Pedro de Cantabria, aprovechando las luchas entre árabes y bereberes, da nuevo impulso a la reconquista llegando hasta la Rioja y el Duero. Pero no tiene posibilidad de repoblar, por lo que queda un amplio desierto estratégico, tierra de nadie en la meseta norte.

Etapas de la reconquista:

Entre los años 718 y 1230 se forman los principales núcleos cristianos en la península en los reinos de Asturias, Navarra, León, Galicia, Portugal, Aragón y Castilla.

En el siglo XIII, se produce un gran avance cristiano, la expansión de la Corona de Aragón por el Mediterráneo y la unión de Castilla con León.

En el año 1037 muere Bermudo III, rey de León, en el campo de batalla contra su cuñado, Fernando I. Al no tener descendencia Bermudo III, su cuñado considera que es el sucesor y por lo tanto unifica el Reino de León y el Condado de Castilla. En el año 1054 Fernando I lucha contra su hermano García Sánchez III de Nájera, rey de Navarra, en la batalla de Atapuerca, muriendo también el monarca navarro y anexionándose entre otras la comarca de los montes de Oca, cerca de la ciudad de Burgos.

A la muerte de Fernando I, ocurrida en 1065, el Condado de Castilla se convierte en reino, que hereda el primogénito Sancho II; Alfonso VI hereda el de León. Sancho II es asesinado en 1072 y su hermano accede al trono de Castilla, siendo el primer monarca de ambos reinos.

A su muerte le sucedió en el trono su hija Urraca. Esta se casó, en segundas nupcias, con Alfonso I de Aragón, pero al no lograr la unificación de los reinos y debido a los grandes enfrentamientos de clases entre los dos reinos, Alfonso I repudió a Urraca en 1114, lo que agudizó los enfrentamientos entre los reinos. Si bien el papa Pascual II había anulado el matrimonio anteriormente, habían seguido juntos hasta esa fecha. Urraca también tuvo que enfrentarse a su hijo, Rey de Galicia, fruto de su primer matrimonio, para hacer valer sus derechos sobre ese reino, y a su muerte este le sucede como Alfonso VII. Alfonso VII consigue anexionarse territorios de los reinos de Navarra y Aragón (aprovechando la debilidad de estos reinos desde que se escindieron a la muerte de Alfonso I de Aragón). Renuncia su derecho a la conquista de la costa mediterránea a favor de la nueva unión de Aragón y el Condado de Barcelona (que se produce con el matrimonio de Petronila y Ramón Berenguer IV). En su testamento vuelve a la tradición real de la división de sus reinos entre sus hijos. Otra vez se rompe la unión entre León y Castilla, siendo Fernando II rey de León y Sancho III rey de Castilla.

En 1230 se produce la definitiva unión entre León y Castilla (con algún paréntesis posterior de poca relevancia), cuando Fernando III el Santo recibe de su madre Berenguela en 1217 el Reino de Castilla y, tras la muerte de su padre Alfonso IX en 1230, acuerda con las herederas de este, Sancha y Dulce, la transferencia de León en la Concordia de Benavente.

La confluencia de varios factores adversos hicieron del siglo XIV una época de crisis generalizada, no solo en España sino en toda Europa. Entre esos factores cabe destacar un empeoramiento general del clima —con sus consecuencias para la agricultura—, la aparición de la peste negra en 1348, y el estallido de numerosos conflictos bélicos.

Desde finales del siglo XIII los conflictos internos, expresados en disputas sucesorias, llevaron a constantes guerras civiles en todos los reinos peninsulares, tanto en el musulmán como en los cristianos, especialmente en Navarra (guerra de la Navarrería, guerra civil de Navarra), y en la corona de Castilla (entre los partidarios de Alfonso X el Sabio y los de su hijo Sancho, entre los partidarios de los infantes de la Cerda y los de Fernando IV el Emplazado, entre los de Pedro I el Cruel y Enrique II el Fratricida —de la nueva dinastía Trastamara—, entre los de Juana la Beltraneja y los de Isabel la Católica). Muchos de ellos se inscribieron en conflictos de dimensión europea, como la guerra de los Cien Años, o entre reinos cristianos peninsulares, como la Guerra de los Dos Pedros (1356-1369, entre Castilla y Aragón) y la batalla de Aljubarrota (1385, entre Castilla y Portugal). La alianza anglo-portuguesa (1373) demostró tener una extraordinaria proyección (se ha prolongado, bajo distintas formas, hasta el día de hoy). En la Corona de Aragón, la ausencia de heredero directo llevó a las Cortes a elegir como rey a Fernando el de Antequera, emparentado con los Trastámara castellanos (compromiso de Caspe de 1412).

Paralelamente, los últimos siglos de la Edad Media supusieron un verdadero florecimiento de la vida intelectual, multiplicándose las instituciones educativas, con presencia competitiva de las órdenes religiosas (especialmente dominicos, franciscanos y agustinos). Universidades y colegios mayores fueron convirtiéndose en un mecanismo de formación de las élites eclesiásticas y burocráticas, a través de las que se establecían redes clientelares. A las ya existentes en Salamanca, Valladolid y Murcia, y a las instituciones conocidas como studium arabicum et hebraicum (Toledo, Murcia, Sevilla, Barcelona); se sumaron la Universidad de Lérida (1300), la Universidad de Coímbra (1308, trasladada desde Lisboa), la Universidad de Perpiñán (1350), la Universidad Sertoriana de Huesca (1353), la Universidad de Valencia (1414), la Universidad de Barcelona (1450) y la Universidad de Santiago de Compostela (1495).

Hasta el siglo XIII, se hablaban muchas lenguas en los territorios que hoy forman España, entre ellas el castellano, árabe, aragonés, catalán, vasco, gallego, ladino, aranés y asturleonés. Además, en los territorios cristianos el latín era la lengua oficial de la iglesia y de la administración. A lo largo de dicho siglo, el castellano (que también se conoce hoy como español) ganó cada vez más prominencia en el Reino de Castilla como lengua de cultura y comunicación. Un ejemplo de esto es la composición de grandes epopeyas como Cantar de mio Cid. En los últimos años del reinado de Fernando III de Castilla, el castellano empezó a usarse para ciertos tipos de documentos administrativos y durante el reinado de su sucesor Alfonso X se convirtió en el idioma oficial del reino de Castilla (junto con el latín que siguió usándose para numerosos propósitos religiosos y seculares).

A partir del siglo XIII gran parte de los documentos públicos fueron escritos en castellano, y las traducciones se realizaron preferentemente al castellano en lugar del latín. Por otra parte, en el siglo XIII se fundaron muchas universidades en los reinos de León y Castilla; algunas, como las de Salamanca y Palencia se encontraban entre las primeras universidades de Europa. En 1492, durante el reinado de los Reyes Católicos, se publicó la primera edición de la Gramática de la Lengua Castellana de Antonio de Nebrija.[78]​ Fuera de Castilla se siguieron usando ampliamente las lenguas romances autóctonas, aunque a menudo coexistían con el castellano. Hacia 1600 el castellano era la lengua dominante en Zaragoza y gran parte de Aragón oriental, y un desplazamiento similar se observó en las regiones orientales del antiguo Reino de León. Sin embargo, en Galicia, Asturias, País Vasco, Valencia, Cataluña y Baleares el castellano no penetraría de manera importante hasta dos o tres siglos más tarde, dependiendo de la región.[cita requerida] Por otra parte el árabe andalusí siguió siendo la lengua dominante de muchas regiones hasta la expulsión de los moriscos a principios del siglo XVII.

En 1469, con el matrimonio de Isabel y Fernando, príncipe heredero de Aragón se consuma la unión dinástica de los reinos de Castilla y Aragón en 1479, aunque ambos territorios mantendrían sus leyes e instituciones propias hasta 1707 (ver Decretos de Nueva Planta), eso sí, bajo el mandato del mismo monarca.[79]

Antes de ello, entre 1474, año de la muerte de Enrique IV, y 1479 empezó una guerra civil por la sucesión de la corona de Castilla entre partidarios de Isabel y partidarios de Juana la Beltraneja, hermanastra e hija legítima de Enrique IV, respectivamente, casada con el rey de Portugal, que de haber ganado los partidarios de Juana hubiera producido la unión de Castilla con Portugal.[80]

La reconquista finaliza en 1492 con la toma de Granada por los Reyes Católicos. En este mismo año se produce la expulsión de los judíos y el descubrimiento de América; la expedición de La Pinta, La Niña y La Santa María comandada por el navegante Cristóbal Colón y sufragada por la corona española, arribaría a una isla llamada Guanahani el viernes 12 de octubre de 1492.

En los siglos XV y XVI, la población de la península ibérica se concentraba en los territorios de la corona de Castilla, principalmente el valle del Duero, Andalucía y la Mancha. La población de la Corona de Castilla creció de unos 3,4 millones de habitantes en 1400 a 4,5 millones en 1530 y 6,5 millones en 1590.[81]​ Desde principios del siglo XV se produjo el boom de la lana merina castellana, que gracias al desarrollo de nuevas técnicas de hilatura alcanzó gran difusión internacional y se convirtió en la materia prima principal de los tejidos hechos en Flandes. Mercaderes castellanos se establecieron en las principales ciudades de Europa Occidental e introdujeron técnicas comerciales como las letras de cambio y los seguros marítimos.[81]

La conquista de las islas Canarias por parte de la Corona de Castilla se llevó a cabo entre 1402 (con la conquista de Lanzarote) y 1496 (con la conquista de Tenerife). Se pueden distinguir dos periodos en este proceso: la Conquista señorial, llevada a cabo por la nobleza a cambio de un pacto de vasallaje, y la Conquista realenga, llevada a cabo directamente por la Corona, durante el reinado de los Reyes Católicos.

No fue una empresa sencilla en lo militar, dada la resistencia aborigen en algunas islas. Tampoco lo fue en lo político, puesto que confluyeron los intereses particulares de la nobleza (empeñada en fortalecer su poder económico y político mediante la adquisición de las islas) y los estados, particularmente Castilla, en plena fase de expansión territorial y en un proceso de fortalecimiento de la Corona frente a la nobleza.

Para su estudio, los historiadores distinguen dos periodos en la conquista de Canarias:

El Imperio español fue uno de los primeros imperios mundiales modernos y uno de los mayores imperios de la historia, siendo considerado el primer imperio global, ya que por primera vez un imperio abarcaba posesiones en todos los continentes (menos Antártida), las cuales, a diferencia de lo que ocurría en el Imperio romano, en el Imperio carolingio o en el mongol, no se comunicaban por tierra las unas con las otras.

En el siglo XV, la corona española buscaba la apertura de nuevas rutas comerciales a través de los mares y océanos. En 1492 los Reyes Católicos financiaron el proyecto del navegante Cristóbal Colón en la búsqueda de una nueva ruta comercial con Asia a través del océano Atlántico. La llegada al Nuevo Mundo y la posterior conquista de América forjaron la creación del Imperio.

Durante el siglo siguiente España sería la principal potencia del mundo occidental y primera potencia de la época, si bien hacia 1650 estaría en decadencia siendo superada por otras potencias europeas. Los conquistadores españoles llegaron a numerosos territorios pertenecientes a diferentes culturas en América y otros territorios de Asia, África y Oceanía. La incorporación del Reino de Portugal en 1580 supuso el momento de máxima extensión formal del Imperio hispano.

El área de influencia de España se expandió, constituyéndose en la mayor potencia económica del mundo durante el siglo XVI, el comercio floreció a través del Atlántico entre la península ibérica y las Américas, y en el Pacífico desde Asia del Este y las Filipinas hasta México, y en el aspecto militar, durante varios siglos el Imperio español dominaría los mares y océanos con la armada y los campos de batallas con la infantería de los tercios. Aunque a partir del siglo XVII su poder e influencia en el centro de Europa e Italia se vio ampliamente contestado.

Durante su apogeo económico, el imperio tuvo gran prestigio cultural e influencia militar. Muchas cosas que provenían de España era a menudo imitadas. Las expresiones artísticas más cultivadas en España fueron la literatura, las artes plásticas, la música y la arquitectura, mientras el saber se acumulaba y se enseñaba desde prestigiosas universidades como las de Salamanca o Alcalá de Henares. Sin embargo, a diferencia de lo que pasó en otros países de Europa la ciencia no tuvo un resurgir tan vigoroso.

El Siglo de Oro español fue un período floreciente en las artes y las letras hispanas que abarca cronológicamente desde la publicación de la Gramática castellana de Nebrija en 1492 hasta la muerte de Calderón en 1681.

La literatura española con Miguel de Cervantes Saavedra alumbró la considerada primera novela moderna, el Don Quijote de la Mancha, el libro más editado y traducido de la historia universal; así como el género de la picaresca cuya obra iniciática fue el Lazarillo de Tormes. Entre la interminable nómina de poetas, dramaturgos y prosistas destacables durante el Siglo de Oro español podríamos destacar a Quevedo, Góngora, Lope, Calderón, Tirso de Molina, Fernando de Rojas, San Juan de la Cruz, Fray Luis de León, Santa Teresa de Ávila, Mateo Alemán, etc. o a humanistas, teólogos o filósofos como Baltasar Gracián, Antonio de Nebrija, Juan Luis Vives, Fray Bartolomé de las Casas o Miguel Servet.

Diego Velázquez, considerado como uno de los pintores más influyentes de la historia, cultivó una relación con el rey Felipe IV y su primer ministro, el conde-duque de Olivares, que legó varios retratos que demuestran su extraordinaria maestría y habilidad. El Greco tras establecerse en España realizaría sus más importantes obras Manieristas. Y de este periodo son hijos otros grandes pintores como Murillo, Ribera o el tenebrista Zurbarán. En escultura cabría destacar figuras como Alonso Berruguete, Gregorio Fernández, Francisco Salzillo, Alonso Cano o Pedro de Mena.

Los Habsburgo, tanto en España como en Austria, fueron los grandes mecenas del arte en sus países. El Escorial, el gran palacio y monasterio real construido por el arquitecto Juan Bautista de Toledo por mandato de Felipe II, y en el que posteriormente colaboraron Juan de Herrera, Juan de Minjares o Giovanni Battista Castello, provocó la admiración de algunos de los más grandes arquitectos europeos. Otros arquitectos destacables serían Pedro Machuca o Diego de Siloé.

Algunos músicos del periodo como Tomás Luis de Victoria, Luis de Milán y Alonso Lobo ayudaron a dar forma a la música del Renacimiento y de los estilos del contrapunto y la música policoral, y su influencia se prolongó hasta bien entrada la época barroca.

Con Carlos I comienza el reinado de la dinastía de los Habsburgo, o Casa de Austria, con la que España conocerá su mayor expansión territorial gracias a la conquista de extensos territorios en América y otras colonias de ultramar. Además, el rey Carlos I fue coronado Emperador del Sacro Imperio como Carlos V, lo que añadió extensos territorios europeos a la Corona; posteriormente, Felipe II, aumenta sus territorios en América y ciñe la corona de Portugal con sus territorios de Ultramar, iniciando un periodo (1580-1640) en el que los dominios del Monarca Católico pasaron a ser la mayor potencia económica y militar del mundo.

Tras la guerra de Sucesión perdió la preponderancia militar en Europa, aunque siguió siendo la mayor potencia económica del mundo y conservó el dominio de los mares hasta fines del siglo XVIII.

Podemos dividir este periodo según los monarcas reinantes en:

La Casa de Borbón empezó a reinar en España el año 1700, con la coronación de Felipe V. Poco después, en 1702 empieza la Guerra de Sucesión Española en la que participó Aragón, pero no los de las provincias vascas y de Navarra que, como parte de Castilla, permanecieron fieles. También hizo amplias reformas administrativas para aproximar su nuevo reino al modo centralizado de su país de origen.

Se conoce como periodo de la Ilustración política en España al que abarca los reinados de los borbones desde Felipe V en 1700 hasta Carlos IV que finaliza su reinado abruptamente en 1808, recogiendo el movimiento del siglo de las luces que se inicia en Francia y es la antesala de la Revolución francesa.

Felipe V firmó varios Decretos de Nueva Planta entre 1707 y 1715, unas nuevas leyes que revocaron la mayoría de los derechos históricos y privilegios de los diferentes reinos que formaban la Corona española, especialmente de la Corona de Aragón, unificándolos bajo las leyes de Castilla, donde las Cortes habían sido más receptivas a la voluntad real. España se convirtió cultural y políticamente en un seguidor de la Francia absolutista. Felipe V hizo reformas en el gobierno y fortaleció la autoridad central en relación a las provincias. Las reformas iniciadas por el primer borbón culminaron con otras mucho más importantes de Carlos III. La economía, en general, fue mejorando en el siglo XVIII respecto de la depresión de la segunda mitad del siglo XVII, con una mayor productividad y un menor número de hambrunas y epidemias.

Se conoce por Sexenio Democrático el periodo de la historia de España transcurrido desde el triunfo de la revolución de septiembre de 1868 hasta el pronunciamiento de diciembre de 1874 que supuso el inicio de la etapa conocida como Restauración.

Tras la revolución de 1868 en España se proclama una monarquía constitucional. Hay una dificultad inherente al cambio de régimen y es encontrar un rey que acepte el cargo. Finalmente el 16 de noviembre de 1870 con el apoyo del sector progresista de las Cortes Amadeo de Saboya es elegido rey como Amadeo I de España, sucediendo a Isabel II.

Amadeo tuvo serias dificultades debido a la inestabilidad de los políticos españoles, las conspiraciones republicanas, los alzamientos carlistas, el separatismo de Cuba, las disputas entre sus propios aliados y algún que otro intento de asesinato. Abdicó por iniciativa propia el 11 de febrero de 1873. A su marcha se proclamó la Primera República Española.

La Primera República Española fue proclamada el 11 de febrero de 1873 por las Cortes Generales, sumiendo a la nación en una profunda inestabilidad en la que se sucedieron cuatro presidentes, Figueras, Pi y Margall, Salmerón y Castelar, en once meses. La debilidad con la que nació provocó la inmediata restauración borbónica debido a varios factores, incluidos los levantamientos carlistas y la carencia de una burguesía, base social y tradición que la sustentase.

Se conoce como Restauración borbónica al periodo que abarca desde el pronunciamiento del general Martínez Campos en 1874 hasta la proclamación de la Segunda República en 1931. El periodo se caracteriza por la estabilidad institucional, la conformación de un modelo liberal del Estado y la incorporación de los movimientos sociales y políticos, fruto de la revolución industrial, que comienza su decadencia con la dictadura de Miguel Primo de Rivera en 1923.

Aunque la exreina, Isabel II seguía con vida, ella reconoció que era demasiado divisiva como líder, y abdicó en 1870 en favor de su hijo, Alfonso XII. Después del fracaso de la Primera República Española, los españoles estaban dispuestos a aceptar un retorno a la estabilidad gubernamental bajo el dominio Borbón. Los ejércitos republicanos que se resisten a una insurrección carlista, declararon su lealtad al nuevo Rey en el invierno de 1874-1875. La República se disolvió y Antonio Cánovas del Castillo, político e intelectual de confianza del rey, fue nombrado primer ministro en la víspera de Año Nuevo de 1874, promulgándose el 30 de junio de 1876 la nueva Constitución.

La insurrección carlista fue reprimida enérgicamente por el nuevo rey, que tuvo un papel activo en la guerra y rápidamente se ganó el apoyo de la mayoría de los españoles. Un sistema de turnos se estableció en España en la que los liberales, encabezados por Práxedes Mateo Sagasta y los conservadores, liderados por Antonio Cánovas del Castillo, se alternaron en el control del gobierno. La estabilidad y el progreso económico se restableció en España durante el reinado de Alfonso XII.

Cabe destacar la redacción de los proyectos de gobierno autonómico para Cuba y Puerto Rico llevados a buen fin por los políticos Maura, Abárzuza y Cánovas, que cristalizaron durante el gobierno de Sagasta, con Segismundo Moret en el Ministerio de Ultramar, otorgando a la isla autonomía plena con la sola reserva del cargo de Gobernador General, más los reales decretos por los que se establecía la igualdad de derechos políticos de los españoles residentes en las Antillas y los peninsulares, haciendo extensivo a Cuba y Puerto Rico el sufragio universal masculino.

En 1885 muere Alfonso XII de tuberculosis dando paso al reinado de Alfonso XIII precedido de la regencia de María Cristina de Habsburgo-Lorena, pero sobre todo, sería el asesinato de Cánovas del Castillo en 1897, el que conmocionaría a la nación, debido a las funestas consecuencias inmediatas derivadas de la Guerra hispano-estadounidense de 1898.

España pierde Cuba, Filipinas y Puerto Rico: Cuba se rebeló contra España en el comienzo la Guerra de los Diez Años en 1868, dando como resultado la abolición de la esclavitud en las colonias españolas en el Nuevo Mundo. Los intereses estadounidenses en la isla, junto con la preocupación por el pueblo de Cuba, empeoraron las relaciones entre los dos países. La explosión del USS Maine lanzó la guerra de Cuba en 1898, en el que España sufrió un descalabro. Cuba obtuvo su independencia y España perdió sus últimas colonias del Nuevo Mundo: Puerto Rico, junto con Guam y las Filipinas fueron cedidas a los Estados Unidos por 20 millones de dólares. En 1899, España vendió su participación restante de las islas del Pacífico, las Islas Marianas del Norte, Islas Carolinas y Palaos, a Alemania y las posesiones coloniales españolas se redujeron al Marruecos español, Sahara Español y Guinea española, todo en África. El «desastre» de 1898 creó la Generación del 98, un grupo de estadistas e intelectuales que exigían el cambio liberal del nuevo gobierno.

La neutralidad de España en la Primera Guerra Mundial le permitió convertirse en un proveedor de material para los contendientes, lo que provocó una burbuja económica durante los años de la contienda. La Guerra del Rif, el brote de la gripe española en España y en otros lugares, junto con una desaceleración económica importante en el período de posguerra, llegó a España particularmente difícil, y el país entró en crisis. Como intento por superar dicha situación, el rey Alfonso XIII decidió apoyar a la dictadura del general Miguel Primo de Rivera.

A partir de 1917, se constata una descomposición interna del régimen político canovista de la restauración, caracterizado por la atomización en bandos personalista de los partidos políticos, el alza de los movimientos subversivos desde las juntas militares, el pistolerismo a sueldo y los comités revolucionarios y por último el descontento generalizado de la población.[82]

El 13 de septiembre de 1923 el capitán general de Cataluña, Miguel Primo de Rivera se subleva contra el Gobierno y da un golpe de Estado con el apoyo de la mayoría de las unidades militares. La reunión prevista de las Cortes Generales para fechas inmediatamente posteriores con el objetivo de analizar el problema de Marruecos y el papel del ejército en la contienda fue el detonante último de la sublevación. A esta situación se une una grave crisis del sistema monárquico que no acaba de encajar en un siglo XX marcado por la revolución industrial acelerada, un papel no reconocido a la burguesía, tensiones nacionalistas y unos partidos políticos tradicionales incapaces de afrontar un régimen democrático pleno.

Tras la crisis económica de 1927 acentuada en 1929, la violenta represión de obreros e intelectuales y la falta de sintonía entre la burguesía y la dictadura, la monarquía, cómplice, será el objeto en cuestión a partir de la unión de toda la oposición en agosto de 1930 en el llamado Pacto de San Sebastián. Los gobiernos de Dámaso Berenguer, denominado la «dictablanda», y de Juan Bautista Aznar-Cabañas, no harán otra cosa que alargar la decadencia. Tras las elecciones municipales de 1931, el 14 de abril se proclama la Segunda República, dando así fin a la restauración borbónica en España.

La victoria electoral de los republicanos en las ciudades trajo consigo la caída de la monarquía. El cambio de régimen se realizó sin derramamiento de sangre el 14 de abril de 1931, tras la proclamación de la República en Madrid, Barcelona y otras capitales españolas. Convencidos de que las elecciones municipales habían sido una manifestación nacional contra la monarquía, el conde de Romanones, ministro de Estado, recomendó al rey abandonar España y negoció con el comité revolucionario el traspaso del gobierno. Cuando el general Sanjurjo, jefe de la Guardia Civil, hizo saber que sus hombres no lucharían por la monarquía, Alfonso XIII tomó el camino del exilio.

El fervor republicano había salido de la marginación y había conquistado amplios sectores moderados de las clases medias urbanas, que eran las que venían contando en política hasta entonces. En la mayoría de las capitales, el resultado electoral fue celebrado con jubilosas manifestaciones pacíficas.

La historia de la Segunda República se suele dividir en tres etapas:

La guerra civil española (17 de julio de 19361 de abril de 1939) ha sido considerada, junto a la Segunda Guerra Chino-Japonesa, como preámbulo de la II Guerra Mundial, puesto que supuso una confrontación bélica entre las diferentes ideologías totalitaristas presentes en aquel momento en el mundo, el fascismo y el nacionalsocialismo frente al comunismo, el socialismo, al que puede sumarse el anarquismo.

El 17 de julio de 1936, el general Francisco Franco dirigió el Ejército Español de África hacia la península, mientras que otro ejército desde el norte al mando del general Mola se trasladó al sur de Navarra. Las unidades militares se movilizaron también en otros lugares para hacerse cargo de las instituciones gubernamentales. El movimiento de Franco tenía la intención de hacerse con el poder de inmediato, pero la exitosa resistencia de los republicanos en lugares como Madrid, Barcelona, Valencia, Málaga y el País Vasco, significó el comienzo de una guerra civil cruel, fratricida y prolongada. En poco tiempo, gran parte del sur y el oeste estaba bajo el control del ejército nacional, cuyas fuerzas de África constituían la tropa más profesional del conflicto. Ambas partes recibieron la ayuda militar extranjera, los Nacionales de la Alemania nazi, la Italia fascista y de la Dictadura de Portugal, mientras que el ejército popular republicano fue ayudado por la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), México liderado por Lázaro Cárdenas del Río presidente del Partido de la Revolución Mexicana, y las Brigadas internacionales, constituidas por socialistas, comunistas y anarquistas llegados desde diferentes países del mundo.

El asedio del Alcázar de Toledo en los comienzos de la guerra supuso un punto de inflexión. Los republicanos consiguieron resistir en Madrid, a pesar del asalto nacional en noviembre de 1936, y frustraron ofensivas posteriores como en las batallas del Jarama y Guadalajara en 1937.

Pronto, sin embargo, los nacionales comenzaron a penetrar en el territorio republicano, haciendo incursiones en el este. El norte peninsular fue ocupado a finales de 1937 y el frente de Aragón republicano se derrumbó poco después. El bombardeo de Guernica supuso el ataque aéreo a civiles más cruel de la guerra, siendo perpetrado por la Legión Cóndor de la Luftwaffe alemana.

La batalla del Ebro en julio y noviembre de 1938 fue el último intento desesperado de los republicanos para cambiar el rumbo de la guerra. Cuando cayó Barcelona en manos de los nacionales a principios de 1939, la guerra quedó decidida. Los frentes republicanos restantes se derrumbaron y Madrid fue tomada en marzo de 1939. La guerra, que costó entre 300 000 y 1 000 000 de vidas, puso fin a la República dando paso a la Dictadura de Francisco Franco.

La conducción de la guerra fue encarnizada en ambos bandos, con asesinatos y fusilamientos sumarios de civiles, eclesiásticos y prisioneros por nacionales y republicanos. Tras la guerra, miles de republicanos fueron represaliados o encarcelados en campos de concentración, y muchos otros partieron hacia el exilio.

Francisco Franco Bahamonde fue jefe de Estado en régimen de dictadura, conocido como franquismo, desde 1939 hasta 1975.

Más de 400 000 presos políticos fueron utilizados como mano de obra esclava. Según el historiador Javier Rodrigo:

Durante el régimen de Franco, España buscó activamente la devolución de Gibraltar por el Reino Unido, y ganó algo de apoyo para su causa en las Naciones Unidas. Durante la década de 1960, España comenzó a imponer restricciones sobre Gibraltar, que culminó con el cierre de la frontera en 1969. No se volvió a abrir por completo hasta 1985. El dominio español en Marruecos terminó en 1967. A pesar de la victoria militar en la invasión marroquí de 1957-1958 al África Occidental Española, España poco a poco renunció a sus colonias africanas restantes. Se concedió la independencia a Guinea Española, que se convertiría en Guinea Ecuatorial en 1968 y con la que se desarrollaría una aguda crisis diplomática apenas un año más tarde, mientras que el enclave marroquí de Ifni había sido cedido a Marruecos en 1969. Ese mismo año se iniciaría el cierre de la Verja de Gibraltar, quedando cerrada la frontera hispano-británica en Gibraltar durante décadas.

Los últimos años del régimen de Franco vio una cierta liberalización económica y política, el llamado milagro español, incluyendo el nacimiento de una industria turística. España empezó a ponerse al día económicamente con sus vecinos europeos. Franco gobernó hasta su muerte, el 20 de noviembre de 1975, cuando el control se le dio al rey Juan Carlos I. En los últimos meses antes de la muerte de Franco, el Estado español entró en una parálisis. Esto fue capitalizado por el rey Hassan II de Marruecos, que ordenó la marcha verde en el Sáhara Occidental, última posesión colonial de España.

La transición española a la democracia marca una nueva era en la que España pasó de la dictadura de Francisco Franco a un estado democrático y de derecho. La transición se suele decir que comenzó con la muerte de Franco el 20 de noviembre de 1975, mientras que su finalización está marcada por la victoria electoral del PSOE el 28 de octubre de 1982. Entre 1978 y 1981, España fue liderada por el gobierno de Adolfo Suárez, primer presidente del gobierno, en el partido Unión del Centro Democrático. En 1981, hubo un intento de golpe de Estado, el llamado 23-F.[85]

El 23 de febrero Antonio Tejero, con los miembros de la Guardia Civil, entró en el Congreso de los Diputados, y se detuvo la sesión, donde Leopoldo Calvo-Sotelo estaba a punto de ser nombrado presidente del gobierno. Oficialmente, el golpe de Estado fracasó gracias a la intervención del rey Juan Carlos I.[86]

España se adhirió a la OTAN antes de que Calvo-Sotelo dejara el cargo. Junto con el cambio político se produjo un cambio en la sociedad que dio mayoría absoluta a un gobierno socialdemócrata, liderado por Felipe González, que duraría cuatro legislaturas. La sociedad española fue extremadamente conservadora bajo el franquismo, pero la transición a la democracia también se inició la liberalización de los valores y las costumbres de la sociedad.[87]

Artículos principales: II Legislatura de España, III Legislatura de España, IV Legislatura de España, V Legislatura de España, VI Legislatura de España, VII Legislatura de España, VIII Legislatura de España, IX Legislatura de España, X Legislatura de España, XI legislatura de España y XII legislatura de España.




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