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Huella ecológica



La huella ecológica (del inglés ecological footprint) es un concepto creado por William Rees y su entonces alumno Mathis Wackernagel[2]​ en 1996, que analiza los patrones de consumo de recursos y la producción de desechos de una población determinada; ambos se expresan en áreas biológicamente productivas necesarias para mantener tales servicios. La huella muestra el cálculo de recursos específicos y suma los efectos por la falta de recursos. Es una herramienta que ayuda a analizar la demanda de naturaleza por parte de la humanidad.[3]

Mide la superficie necesaria (calculada en hectáreas) para producir los recursos consumidos por un ciudadano, una actividad, país, ciudad o región, etc, así como la necesaria para absorber los residuos que genera, independientemente de donde estén localizadas estas áreas. [4]

Se trata de un indicador para conocer la sostenibilidad[5]​ de las actividades humanas. La ventaja que presenta es la posibilidad de realizar comparaciones.[3]

El cálculo de la huella ecológica es complejo, y en algunos casos imposible, lo que conforma su principal limitación como indicador[3]​. Traduce a hectáreas de tierra biológicamente productiva la cantidad de recursos necesarios y desechos que se generan en la actividad analizada.

Existen cinco dimensiones básicas para calcularla:[6]

a) Superficie artificializada: cantidad de hectáreas utilizadas para urbanización, infraestructuras o centros de trabajo.

b) Superficie necesaria para proporcionar alimento vegetal

c) Superficie necesaria para pastos que alimentan ganado.

d) Superficie marina necesaria para la pesca.

e) Superficie de bosque necesaria para servir de sumidero del CO2 que arroja nuestro consumo energético.

Aunque este indicador integra múltiples impactos, hay que tener en cuenta entre otros, los siguientes aspectos que subestiman el impacto ambiental real:


Los territorios que se toman en cuenta para calcular la huella ecológica son los cultivos (superficies con actividad agrícola y que constituyen la tierra más productiva ecológicamente hablando pues es donde hay una mayor producción neta de biomasa utilizable por las comunidades humanas.); pastos (espacios utilizados para el pastoreo de ganado, y en general considerablemente menos productivos que los agrícolas; bosques (superficies forestales ya sean naturales o repobladas, pero siempre que se encuentren en explotación); mar productivo (superficies marinas en las que existe una producción biológica mínima para que pueda ser aprovechada por la sociedad humana; terreno construido (Considera las áreas urbanizadas o ocupadas por infraestructuras; y área de absorción de CO2 (superficies de bosque necesarias para la absorción de la emisión de dióxido de carbono). [6]

Desde un punto de vista global, se ha estimado en 1,8 ha[7]​ la biocapacidad del planeta por cada habitante, o lo que es lo mismo, si tuviéramos que repartir el terreno productivo de la tierra en partes iguales, a cada uno de los más de seis mil millones de habitantes en el planeta, corresponden 1,8 hectáreas para satisfacer todas sus necesidades durante un año. Con los datos de 2005, el consumo medio por habitante y año es de 2,7 hectáreas, por lo que, a nivel global, estamos consumiendo más recursos y generando más residuos de los que el planeta puede generar y admitir.

El análisis de la Huella ecológica ha sido aplicado a varios niveles, desde la escala global,[8]​ hasta el nivel hogareño.[9]​ En este estudio, el componente huella ecológica de Guernsey ha sido calculado y luego usado como una herramienta para explorar la toma de decisiones. Esto ha sido hecho considerando la huella ecológica de pasajeros de viaje, observando datos sobre series de tiempo y el desarrollo de escenarios.

La aproximación componente base, primero documentada por Simmons y Chambers en 1998 y luego por Simmons et al., en 2000 es un acercamiento diferente a la huella ecológica. En lugar de considerar el consumo de materias primas, este considera el efecto de transporte, energía, agua y desecho. Esta resultó una estructura más simplificada y educativa con mayor significado a nivel regional. Esto es principalmente porque está construido en torno a actividades que las personas pueden razonar y en las cuales ellas participan (tal como la producción de desechos y consumo de electricidad). Simmons y Chambers (1998) calcularon la primera serie de algoritmos capaces de convertir “Uso de Recursos” a “Área de Tierra Equivalente”, titulado “Metodología Eco–pionero. En el modelo Componente Base, el valor de la huella ecológica para ciertas actividades son precalculadas usando datos de la región estudiada (Simmons et al.,2000). Con el acercamiento Wackernagel, conocido como la Huella Ecológica Compuesta, seis principales tipos de tierra de espacio productivo son usados: tierra de energía fósil, tierra arable, pastura, forestal, tierra construible y espacio de mar. El acercamiento Compuesto considera la demanda humana sobre cada uno de esos tipos de tierra, para una población dada, donde quiera que esta tierra pueda estar.

Según este mismo informe, para el año 2005 se estimó el número de hectáreas globales (o hectáreas) por persona en 2,1. Sin embargo, para todo el mundo, el consumo se sitúa en 2,7. Por lo tanto, al menos para este año (y la tendencia es creciente, pues en 2003 la huella ecológica mundial se estimó en 2.23), estuvimos sobre-consumiendo respecto de la capacidad del planeta: estamos destruyendo los recursos a una velocidad superior a su ritmo de regeneración natural.

Aunque la huella ecológica aspira a ser sobre todo un indicador cuantitativo y preciso, sus principales frutos los ha dado como marco conceptual que permite comparar sociedades completamente dispares y evaluar su impacto sobre el medio ambiente planetario.

En una vida básicamente agraria bien organizada y sin monocultivos extensivos, se estima que entre 1 y 2 ha son aproximadamente el terreno necesario para atender a las necesidades de una familia de forma autosuficiente.

Por otra parte, se ha llegado a la conclusión de que serían necesarios otros dos planetas como este para que los 6.000 millones de seres humanos actuales pudieran vivir todos de la manera en que, por ejemplo, vive un ciudadano francés medio, es decir, en una sociedad industrial basada en la disponibilidad de combustibles fósiles.

Estas primeras conclusiones hacen necesario distinguir dos elementos fundamentales:

El valor didáctico del concepto de huella ecológica reside en que hace evidentes dos realidades ligadas que quedan fuera del alcance de la intuición. Primero, que el modo de vida característico de los países más ricos del planeta no puede extenderse al conjunto de sus habitantes. Segundo, que una economía planetaria sostenible exige de esa misma minoría acomodada una reducción de sus consumos; y también de su nivel de vida, en la medida en que no pueda compensarse con un aumento equivalente en la eficiencia de los procesos productivos.

Al calcular la huella ecológica es posible conocer la magnitud con que las actividades humanas contribuyen al tamaño total. Es importante recordar que la huella ecológica se refiere, en parte, a la superficie necesaria para absorber los residuos generados, es por ello que la quema de combustibles fósiles figura como la actividad más significativa, tal y como se muestra a continuación:[13]



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