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Humildad



El término humildad (deriva del latín hŭmĭlĭtas,[1]ātis, f. humilis,[2]​) tiene varias acepciones como: virtud que consiste en el conocimiento de las propias debilidades, como «bajeza de nacimiento»[1]​ —de clase baja u origen pobre—, y como sumisión, se aplica a la persona que tiene la capacidad de restar importancia a los propios logros y virtudes y de reconocer sus defectos y errores.

El término no solamente se traduce como humildad sino también como bajo o de la tierra y humus, ya que en el pasado se pensaba que las emociones, deseos y depresiones eran causadas por irregularidades en las masas de agua.[3]​ Debido a que el concepto alberga un sentido intrínseco, se enfatiza en el caso de algunas prácticas éticas y religiosas donde la noción se hace más precisa.

Miguel de Cervantes dice en Coloquio de los perros que:

Opina así el príncipe de los ingenios que la modestia y la discreción mejoran las demás virtudes y enriquece la personalidad.

Desde el punto de vista virtuoso, consiste en aceptarnos con nuestras habilidades y nuestros defectos, sin vanagloriarnos por ellos. Del mismo modo, la humildad es opuesta a la soberbia. Una persona humilde no es pretenciosa, interesada, ni egoísta como lo es una persona soberbia, quien se siente autosuficiente y generalmente hace las cosas por conveniencia.



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