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Hundimiento



En náutica, el naufragio o hundimiento es el proceso por el cual una embarcación se hunde mientras navega por el mar, río, lago, laguna o cualquier otro cuerpo de agua.

En ocasiones el término «naufragio» se utiliza también para designar los restos de un barco hundido totalmente o parcialmente en el fondo del océano, aunque el término apropiado para ello es pecio.

Entre los griegos y los romanos era habitual representar en un cuadro la escena del naufragio del que se habían salvado. Cuando en él habían perdido todos sus bienes, se servían del mismo cuadro o pintura para excitar la compasión de aquellos a quienes contaban sus desgracias. Solían colgarse el cuadro del cuello y explicaban sus aventuras y lo que aquel representaba por medio de canciones que expresaban su miseria. Por lo común, todo aquel que se había salvado de un naufragio, al llegar a la tierra se hacía cortar el cabello y otros, en el acto mismo del naufragio y lo sacrificaban al mar. Además, solían colgar sus vestidos húmedos en un templo de Neptuno con otro cuadro a manera de exvoto que representaba el naufragio. Aquellos cuyas desgracias habían sido tantas que no les quedaba ni para procurarse un cuadro, se contentaban con llevar un palo adornado de banderola e iban con él por los pueblos contando su historia. En escritos de Petronio, se lee que aquellos que estaban en peligro inminente de naufragar se cortaban los cabellos y colgaban de su cuello algunas piezas de oro o algún otro objeto precioso a fin de excitar y recompensar la piedad de aquellos que les dieran sepultura. Los romanos legislaron con gran espíritu de justicia castigando el latrocinio de los que saqueaban y mataban a los náufragos.[1]

En tiempo de los visigodos, según Montesquieu, se estableció el derecho bárbaro e insensato de naufragio. Los hombres, según el autor, pensaron que los extranjeros no les estaban unidos por ningún lazo ni comunicación del derecho civil y, creyendo no deberles ninguna especie de justicia, no tenían tampoco con ellos ninguna clase de piedad. Así, pueblos bárbaros inmolaban a sus dioses o su avaricia, los extranjeros que un naufragio arrojaba a su costa.[2]

Las causas pueden ser muy variadas, por lo general son por efectos de tormentas o huracanes; o bien por efecto de guerras.

Un barco que se encalla en la costa no es considerado naufragio hasta cuando es desguazado en el sitio, siendo dado por pérdida total por sus dueños o compañías de seguros.

Los lugares de naufragios muchas veces son motivo de atracción turística como es el caso del SS America frente a Fuerteventura en las Islas Canarias, el naufragio del Napo en las costas de Chile o el SMS Dresden en isla Juan Fernández del mismo país.

En ocasiones algunas aeronaves, principalmente aviones, se estrellan en el mar. Esto puede deberse a varios motivos; un accidente de aviación civil en pleno océano como el vuelo 447 de Air France o un fallo de un hidroavión en el momento de intentar amerizar. En el caso de la aviación militar hay muchos motivos, el más típico un derribo en una guerra pero también otros menos obvios, por ejemplo en la Segunda Guerra Mundial, en el escenario de la Guerra del Pacífico entre japoneses y estadounidenses a menudo cazas intactos que regresaban a su portaaviones después de un ataque naufragaban en el mar debido a que su portaaviones había sido hundido previamente por el enemigo.

En ocasiones los vehículos acaban en el mar debido a que se pierden como parte de la carga de una nave o aeronave, también se arrojan intencionadamente para crear arrecifes, vehículos militares para evitar que sean capturados por los enemigos en una guerra o son arrastrados por las olas, especialmente en los tsunamis.

Es habitual que debido a la gran cantidad de contenedores y otros recipientes que son transportados por buques cargueros todos los días durante el año debido a la mala sujeción, olas, golpes de viento, se pierdan algunos de ellos y acaben en el fondo marino. Es el caso del naufragio de los patitos de goma en 1992, en el que una embarcación que trasladaba diversos cargamentos perdió uno de estos contenedores y se abrió lanzando al mar 29 000 juguetes plásticos para bañeras, en su mayoría patos. Las corrientes oceánicas llevaron estos juguetes a playas de todo el mundo.

El tópico del naufragio y de la supervivencia de los náufragos tiene una presencia prominente en la literatura, tanto en descripciones de sucesos reales como en narraciones imaginarias. Algunos ejemplos famosos son:

Los naufragios han inspirado a multitud de artistas, bien sea por el valor simbólico del hundimiento de un barco, bien por la angustiosa situación que puede suponer para la tripulación. Es un motivo especialmente recurrente en el Romanticismo pictórico del siglo XIX. Así, entre las obras más destacadas del periodo, se encuentran La Balsa de la Medusa de Géricault, el Naufragio de J. M. W. Turner, o El mar helado de Caspar David Friedrich. Cada uno de estos autores hace especial hincapié en los distintos aspectos del naufragio, de manera que la La Balsa de la Medusa refleja la situación subjetiva del náufrago, el Naufragio de Turner se centra en el caos y destrucción del momento de hundimiento, y El mar helado de Friedrich muestra el poder de la naturaleza sobre las obras humanas.

El mar helado o naufragio del Esperanza, Friedrich, 1824.

La balsa de la Medusa, Géricault, 1819.

Naufragio, Vernet, 1759.

Naufragio, Goya, 1794.

Naufragio, J. M. W. Turner, 1805.

La novena ola, Iván Aivazovski, 1850

Episodio de la batalla de Trafalgar o Náufragos de Trafalgar, Francisco Sans y Cabot, 1862.



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