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Iatrogenia



La yatrogenia (popularizada como iatrogenia) es un daño no deseado ni buscado en la salud, causado o provocado, como efecto secundario inevitable, por un acto médico legítimo y avalado, destinado a curar o mejorar una patología determinada. Deriva de la palabra yatrogénesis que tiene por significado literal ‘provocado por el médico o sanador’ (iatros significa ‘médico’ en griego, y génesis: ‘crear’).[1]​ Puede ser producido por una droga o medicamento o un procedimiento médico o quirúrgico, recetado o realizado por algún profesional vinculado a las ciencias de la salud, ya sea médico, terapeuta, psicólogo, farmacéutico, enfermero, dentista, matrón etc., efectuados dentro una indicación correcta, llevados a cabo con pericia, prudencia y diligencia.[2]

Algunos ejemplos son la flebitis postcatéter, la infección urinaria leve después de un sondaje vesical, la flebitis de las piernas después de la extirpación de un apéndice gangrenado, etc.[cita requerida]

Desde un punto de vista sociológico hay tres tipos de yatrogenia: clínica, social y cultural.

Desde los albores de la civilización se han conocido los daños que pueden provocar las acciones de los médicos. Los párrafos 218, 219 y 220 del Código de Hammurabi, grabado hace casi cuatro mil años, manifiestan los conocimientos que la sociedad civil utilizaba en la antigua Mesopotamia para defenderse frente a supuestos errores, temeridades y negligencias de los médicos.

Un milenio y medio más tarde Hipócrates recomendaba en la sección undécima del libro primero de las Epidemias: Ayudar o por lo menos no dañar ("Ofeleein i mi vlaptein", en el original griego). Esta frase inspiró el conocido aforismo latino "Primum non nocere" atribuido a Galeno.[cita requerida]

La norma clásica de “ante todo no hacer daño” (primum non nocere) es una de las bases de la ética médica, y las enfermedades o muertes yatrogénicas provocadas voluntariamente por el médico o por negligencia han sido castigadas por la justicia en muchas culturas.[cita requerida]

La transferencia de bacterias patógenas desde las salas de autopsia de los hospitales a las salas de maternidad llegó a provocar altísima mortalidad por sepsis puerperal (o fiebre puerperal) en las maternidades hospitalarias en los albores del siglo XIX, y fue una de las catástrofes yatrogénicas de la época. La forma de infección fue identificada por Ignacio Felipe Semmelweis que simplemente lavándose las manos con un concentrado desinfectante redujo la mortalidad.[cita requerida]

La yatrogenia todavía tiene una alta incidencia en el siglo XXI aunque se pretendió que con el desarrollo de la medicina científica (también llamada biomedicina), supuestamente se podía esperar que los casos de enfermedades o muertes yatrogénicos se redujeran considerablemente o desaparecieran siendo fácilmente evitables. Se dijo que con el descubrimiento de los antisépticos, anestesia, antibióticos y nuevas técnicas quirúrgicas, la mortalidad yatrogénica disminuiría enormemente. No obstante, a modo de ejemplo, la yatrogenia es la tercera causa de muerte en Estados Unidos según estudios recientes.[3][cita requerida]

[cita requerida]

Se confunde su etimología con su significado, lo cual es absolutamente incorrecto, pues la palabra yatrogenia sirve para definir aquel daño que resulta inherente a la aplicación de un tratamiento, con independencia de quien lo administra o prescribe.

También deberíamos considerar aquí el caso de la amputación de un miembro gangrenado.

Entonces, debemos entender en su cabal y real dimensión la yatrogenia, que es un efecto insoslayable de la propia terapia que se aplica y que resulta inevitable ya que, como todo acto humano, tiene consecuencias, unas positivas, otras negativas. Es importante la consideración de todas ellas en la administración de los tratamientos de cualquier tipo, ya que es allí donde radica el buen aprendizaje del médico.[cita requerida]

Distinto de la yatrogenia es el caso fortuito, ya que este último es aquel que no puede ser previsto o que, previéndolo, no puede ser evitado.

Si se le administra a una persona un medicamento cualquiera y esta resulta tener lo que se denomina idiosincrasia hacia ese fármaco, entonces la persona puede sufrir un estado de afección que puede llevarla hasta la muerte. Pero el idiosincrásico no sabe que es tal, ni el médico tiene forma alguna de saber quién puede ser idiosincrásico a determinado medicamento en forma anticipada, no hay estudio de laboratorio, radiografía ni análisis que puedan determinar a priori esta condición en una persona.[cita requerida]

El ingerir un medicamento y sufrir un daño en estas condiciones, resulta en un típico caso fortuito, pues no había forma humana alguna de saber que la persona era idiosincrásica a esa molécula y, aunque el médico puede tener siempre presentes en su mente este tipo de eventualidades, muchas veces no hay alternativa terapéutica alguna pues, si todos podemos ser idiosincrásicos a cualquier sustancia, entonces, no deberíamos ingerir nunca nada en ninguna circunstancia, demostratio ab absurdum que exime de cualquier comentario adicional.[cita requerida]

La mala praxis es un concepto jurídico totalmente diferente de los anteriores y que implica a su vez la existencia de culpa jurídica, culpa que se expresa a través de la negligencia, la impericia, la imprudencia y/o la inobservancia de los deberes propios del cargo.

En este caso estamos en presencia de delitos culposos perfectamente tipificados en los códigos penales de muchas naciones; aquí existe un daño producto de una conducta culposa a expensas de un obrar displicente y sin el suficiente celo (la negligencia), de un obrar osado más allá de las exigencias de la circunstancia (la imprudencia), de un obrar sin las suficientes destrezas para concretarlo (la impericia), o de un obrar sin la observancia de las obligaciones intrínsecas a la tarea que se ejecuta (la inobservancia de los deberes inherentes al cargo).

Ciertos delitos consumados con intención de provocar daño, que puede variar desde la lesión leve, hasta el homicidio, deben ser separados de la yatrogenia, pues en esta, desde luego, está excluida la intencionalidad.

Aunque parezca obvio, debe también separarse de la yatrogenia el incumplimiento de terapéuticas en que incurren algunos pacientes, ya sea por desidia, por incomprensión, por temor o por algún fin inconfesable, tal como podría ser el obtener un rédito de alguna clase por la minusvalía o la incapacidad física que resultaría del incumplimiento del tratamiento indicado.

Es fácil comprender que en estos casos jamás podría hablarse de yatrogenia.

En este caso, algo similar al anterior, el paciente también en forma desidiosa abandona su tratamiento, con los mismos elementos de motivación o no que en el caso precedente, pero a diferencia del anterior, aquí el paciente no incumple con las medidas terapéuticas prescriptas, sino que, lisa y llanamente hace un abandono de su tratamiento sin haber recibido el alta médica. En muchos de estos casos no hay un móvil inconfesable, sino simplemente una conducta orientada por abandono de sí o el temor ante prolongar el sufrimiento, que hacen que el paciente no termine su tratamiento.

Como en el caso precedente, aquí tampoco resulta aplicable el concepto de yatrogenia pues las secuelas que el paciente podría presentar no están asociadas inherentemente al tratamiento indicado, prescripto o administrado.



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