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Inteligencia emocional



Inteligencia emocional (IE) es un constructo que se refiere a la capacidad de los individuos para reconocer sus propias emociones y las de los demás, discriminar entre diferentes sentimientos y etiquetarlos apropiadamente, utilizar información emocional para guiar el pensamiento y la conducta, y administrar o ajustar las emociones para adaptarse al ambiente o conseguir objetivos.[1][2]

Las definiciones populares de inteligencia hacen importantes los aspectos cognitivos, tales como la memoria y la capacidad para resolver problemas cognitivos, sin embargo Edward L. Thorndike, en 1920, utilizó el término inteligencia social para describir la habilidad de comprender y motivar a otras personas.[3]​ En 1940, David Wechsler describió la influencia de factores no intelectivos sobre el comportamiento inteligente y sostuvo, además, que los test de inteligencia no serían completos hasta que no se pudieran describir adecuadamente estos factores.[4]

El trabajo de estos autores tuvo repercusión. En 1983, Howard Gardner, en su libro Inteligencias múltiples: la teoría en la práctica,[5]​ introdujo la idea de que los indicadores de inteligencia, como el cociente intelectual, no explican plenamente la capacidad cognitiva, porque no tienen en cuenta ni la “inteligencia interpersonal” —la capacidad para comprender las intenciones, motivaciones y deseos de otras personas— ni la “inteligencia intrapersonal” —la capacidad para comprenderse uno mismo, apreciar los sentimientos, temores y motivaciones propios—.[6]

El primer uso del término inteligencia emocional se atribuye generalmente a Wayne Payne, quien lo cita en su tesis doctoral Un estudio de las emociones: el desarrollo de la inteligencia emocional (1985).[7]​ Sin embargo, esta expresión ya había aparecido antes en textos de Beldoch (1964),[8]​ y Leuner (1966).[9]Stanley Greenspan también propuso un modelo de inteligencia emocional en 1989, al igual que Peter Salovey y John D. Mayer.[10]

El interés por las repercusiones de las emociones en ámbitos como las relaciones en el trabajo impulsó la investigación sobre el tema, pero la popularización del término se debe a la obra de Daniel Goleman, Inteligencia emocional, publicada en 1995.[11]​ El libro tuvo gran repercusión, en forma de artículos en periódicos y revistas, tiras cómicas,[12]​ programas educativos, cursos de formación para empresas, juguetes,[13]​ o resúmenes divulgativos de los propios libros de Goleman.[14]

Algunos párrafos de la obra se citan a continuación:

La amígdala cerebral y el hipocampo fueron dos piezas clave del primitivo «cerebro olfativo» que, a lo largo del proceso evolutivo, terminó dando origen al córtex y posteriormente al neocórtex. La amígdala tiene forma de almendra con estructuras interconectadas asentadas sobre el tronco cerebral. Hay dos amígdalas, una a cada lado del cerebro. La nuestra es la más grande comparada con la del resto de primates.[18]​ La amígdala está especializada en las cuestiones emocionales y se considera una estructura límbica muy ligada a los procesos del aprendizaje y la memoria.[19]​ Si se separara la amígdala del cerebro no sería posible apreciar el significado emocional de diversos acontecimientos, a lo cual se conoce como ceguera afectiva. Además de la pérdida de afecto y la consecuente pérdida de memoria, la amígdala, junto con la circunvolución cingulada, permite la secreción de lágrimas y funciona como un depósito de la memoria. Por ello, quienes viven sin amígdala prácticamente pierden la memoria, ya que la amígdala guarda aquellos recuerdos que más impacto emocional tuvieron en nuestra vida, como los traumas o nuestros momentos más felices.[17]​ Constituye una especie de depósito de la memoria emocional.[20]​ Es la encargada de activar la secreción de dosis masivas de noradrenalina, que estimula los sentidos y pone al cerebro en estado de alerta.[21]

LeDoux descubrió que la octava zona cerebral por la que pasan las señales sensoriales procedentes de los ojos o de los oídos es el tálamo y, a partir de ahí y a través de una sola sinapsis, la amígdala. Otra vía procedente del tálamo lleva la señal hasta el neocórtex, permitiendo que la amígdala comience a responder antes de que el neocórtex haya ponderado la información.[22]​ Según LeDoux: «anatómicamente hablando, el sistema emocional puede actuar independientemente del neocórtex. Existen ciertas reacciones y recuerdos emocionales que tienen lugar sin la menor participación cognitiva consciente».[23]

La importancia evolutiva de ofrecer una respuesta rápida que permitiera ganar unos milisegundos críticos ante las situaciones peligrosas debió ser vital para nuestros antepasados, pues esa configuración ha quedado impresa en el cerebro de todo protomamífero, incluyendo los humanos. Para LeDoux: «El rudimentario cerebro menor de los mamíferos es el principal cerebro de los no mamíferos, un cerebro que permite una respuesta emocional muy veloz. Pero, aunque veloz, se trata también, al mismo tiempo, de una respuesta muy tosca, porque las células implicadas sólo permiten un procesamiento rápido, pero también impreciso», y estas rudimentarias confusiones emocionales —basadas en sentir antes que en pensar— son las «emociones precognitivas».[24]

Según las neurociencias contemporáneas, la amígdala prepara una reacción emocional ansiosa e impulsiva, pero otra parte del cerebro se encarga de elaborar una respuesta más adecuada. El regulador cerebral que desconecta los impulsos de la amígdala parece encontrarse en el extremo de una vía nerviosa que va al neocórtex, en el lóbulo prefrontal. El área prefrontal constituye una especie de modulador de las respuestas proporcionadas por la amígdala y otras regiones del sistema límbico, permitiendo la emisión de una respuesta más analítica y proporcionada. El lóbulo prefrontal izquierdo parece formar parte de un circuito que se encarga de desconectar —o atenuar parcialmente— los impulsos emocionales más perturbadores.[25]

Las conexiones existentes entre la amígdala (y las estructuras límbicas) y el neocórtex constituyen el centro de gestión entre los pensamientos y los sentimientos. Esta vía nerviosa explicaría el motivo por el cual la emoción es fundamental para pensar eficazmente, tomar decisiones inteligentes y permitirnos pensar con claridad. La corteza prefrontal es la región cerebral que se encarga de la «memoria de trabajo».[26]

Cuando estamos emocionalmente perturbados, solemos decir que «no podemos pensar bien» y permite explicar por qué la tensión emocional prolongada puede obstaculizar las facultades intelectuales del niño y dificultar así su capacidad de aprendizaje. Los niños impulsivos y ansiosos, a menudo desorganizados y problemáticos, parecen tener un escaso control prefrontal sobre sus impulsos límbicos. Este tipo de niños presenta un elevado riesgo de problemas de fracaso escolar, alcoholismo y delincuencia, pero no tanto porque su potencial intelectual sea bajo sino porque su control sobre su vida emocional se halla severamente restringido.[27]

Las emociones son importantes para el ejercicio de la razón. Entre el sentir y el pensar, la emoción guía nuestras decisiones, trabajando con la mente racional y capacitando —o incapacitando— al pensamiento mismo. Del mismo modo, el cerebro pensante desempeña un papel fundamental en nuestras emociones, exceptuando aquellos momentos en los que las emociones se desbordan y el cerebro emocional asume por completo el control de la situación. En cierto modo, tenemos dos cerebros y dos clases diferentes de inteligencia: la inteligencia racional y la inteligencia emocional y nuestro funcionamiento vital está determinado por ambos.[28]

El psicólogo estadounidense John Maxtell rompe el concepto de dos cerebros o distintos tipos de inteligencia. Basándose en su teoría de la evolución auto-condicionada, afirma que nuestra capa de pensamiento racional se ha desarrollado para dar cobertura a nuestro lado emocional, la razón nos proporciona el cómo. Aunque por lo general solo percibimos nuestras emociones en momentos de desbordamiento, lo cierto es que las tenemos constantemente. Todo nuestro pensamiento, comportamiento personal y social está orientado a mantenernos dentro de los límites de nuestro confort emocional y, en resumidas cuenta, vivos.

Un ejemplo práctico sería el siguiente: Un peatón que deambule por una ciudad abarrotada de coches, optará por cruzar las avenidas por los pasos de cebra y cuando el semáforo esté en verde para los peatones. Sin ser un caso de desbordamiento emocional, el miedo que siente a ser atropellado genera la necesidad de buscar alternativas seguras para cruzar la calle, usar su capa racional para interpretar los símbolos dispuestos para este propósito es la opción más segura, la razón nos proporciona el cómo. Si no tuviésemos el mismo miedo a ser atropellados, las ciudades no podrían tener el diseño que actualmente tienen, ¿qué nos impediría cruzar por cualquier parte?[29]

Las características de la llamada inteligencia emocional son: la capacidad de motivarnos a nosotros mismos, de perseverar en el empeño a pesar de las posibles frustraciones, de controlar los impulsos, de diferir las gratificaciones, de regular nuestros propios estados de ánimo, de evitar que la angustia interfiera con nuestras facultades racionales y la capacidad de empatizar y confiar en los demás.[30][31]

No existía un test capaz de determinar el «grado de inteligencia emocional», a diferencia de lo que ocurre con los test que miden el cociente intelectual (CI). Jack Block, psicólogo de la universidad de Berkeley, ha utilizado una medida similar a la inteligencia emocional que él denomina «capacidad adaptativa del ego», estableciendo dos o más tipos teóricamente puros, aunque los rasgos más sobresalientes difieren ligeramente entre mujeres y hombres:[32]

Estos retratos, obviamente, resultan caricaturescos pues toda persona es el resultado de la combinación entre el CI y la inteligencia emocional en distintas proporciones, pero ofrecen una visión muy instructiva del tipo de aptitudes específicas que ambas dimensiones pueden aportar al conjunto de cualidades que constituye una persona. [33]

Actualmente existe un instrumento psicométrico para medir la Inteligencia Emocional. Se trata del TMMS-24 [34]​el cual es autoadministrable y solo requiere honestidad y espontaneidad del que lo utilice. Cuenta con tres dimensiones de evaluación : "percepción emocional", "comprensión de sentimientos" y "regulación emocional".


Daniel Goleman también recoge el pensamiento de numerosos científicos del comportamiento humano que cuestionan el valor de la inteligencia racional como predictor de éxito en las tareas concretas de la vida, en los diversos ámbitos de la familia, los negocios, la toma de decisiones o el desempeño profesional. Citando numerosos estudios Goleman concluye que el Coeficiente Intelectual no es un buen predictor del desempeño exitoso. La inteligencia pura no garantiza un buen manejo de las vicisitudes que se presentan y que es necesario enfrentar para tener éxito en la vida.

Según Goleman la inteligencia emocional puede dividirse en dos áreas:

Regular las respuestas emocionales se puede aprender. Al mismo tiempo es un signo de madurez y de inteligencia. En la primera infancia, habitualmente no regulamos nuestra respuesta emocional, simplemente la expresamos o explota. Socialmente se acepta y se perdona este tipo de "sinceridad" en las respuestas emocionales de los niños más pequeños. A medida que se van haciendo mayores, la tolerancia ante esta inmediatez en las respuestas va disminuyendo hasta llegar a la madurez, cuando socialmente se exige la regulación emocional. Con su aprendizaje conseguimos equilibrar dos fuerzas opuestas. Por un lado, la necesidad biológica de la respuesta emocional, y por el otro, la necesidad de respetar determinadas normas de convivencia.

Manel Güell Barceló sostiene que no existen emociones positivas ni negativas, simplemente existen emociones como consecuencia de la respuesta de la persona ante una situación. Determinadas emociones son útiles y traen un beneficio al individuo y otras no. Una respuesta emocional (alegría, ira, vergüenza) será útil en función del contexto. Si la respuesta nos ayuda a relacionarnos con el mundo que nos rodea, con los demás y con nosotros mismos, es adaptativa y será una emoción efectiva. Para este autor, todas las respuestas emocionales son positivas siempre que sus consecuencias lo sean.[35]

Daniel Goleman defiende que el autocontrol emocional no es equivalente a la represión de los sentimientos. El "mal" humor, por ejemplo, también tiene su utilidad; el enojo, la melancolía y el miedo pueden llegar a ser fuentes de creatividad, energía y comunicación; el enfado puede constituir una intensa fuente de motivación, por ejemplo, cuando se dirige a la necesidad de reparar una injusticia o un abuso; el hecho de compartir la tristeza puede hacer que las personas se sientan más unidas y la urgencia nacida de la ansiedad —siempre que no llegue a atribularnos— puede alentar la creatividad. La extinción de todo sentimiento espontáneo tiene un costo físico y mental. La gente que sofoca sus sentimientos —especialmente cuando son muy negativos— eleva su ritmo cardíaco, un signo de estrés que puede abocar a la hipertensión. La competencia emocional implica que las personas saben elegir cómo expresar los sentimientos.

Se crearon varios modelos principales para explicar la Inteligencia Emocional (Trujillo y Rivas, 2005[36]​), algunos centrados en habilidades como el Modelo de las Cuatro Ramas de Salovey y Mayer (1990),que se centra en las habilidades o capacidades cognitivas que están involucradas en el procesamiento de la información emocional y otros modelos mixtos, es decir, que no solo se centran en habilidades cognitivas, si no que agregan factores afectivos, emocionales, personales y sociales que ayudan en nuestras habilidades de adaptación y éxito en la vida, entre ellos están el Modelo de Competencias de Goleman (1995)[37]​ y el Modelo Multifactorial o de Inteligencias no cognitivas de Bar-On (1997). Mientras que el modelo de Goleman define la Inteligencia emocional como conjunto de habilidades conformadas por auto conocimiento, auto control, entusiasmo, capacidad de auto motivarse, tener empatía, resolver conflictos y colaborar con los demás (Goleman,1995)[37]​, el modelo de Bar-On define la Inteligencia Emocional como “competencias emocionales y sociales interrelacionadas, habilidades y facilitadores que determinan la eficacia con que entendemos y expresamos, comprendemos a los demás y nos relacionamos con ellos, y enfrentamos las demandas diarias” (Bar-On, 2006[38]​).

     

Se ha criticado el trabajo de Goleman, sobre todo sus primeras obras, por asumir la existencia de un tipo de inteligencia asociada a las emociones. Eysenck señala que la obra de Goleman contiene conceptos errados sobre qué es la inteligencia, yendo incluso a contramano del consenso científico en la materia.

Del mismo modo, Locke afirma que el concepto de la IE es en sí una mala interpretación del concepto de inteligencia, y ofrece una interpretación alternativa: no es otra forma o tipo de inteligencia, sino que es la inteligencia (entendida como la capacidad de comprender abstracciones) aplicada a un dominio particular de la vida: las emociones. Sugiere que el concepto debe ser re-etiquetado como una habilidad.[39]

La esencia de esta crítica es que la investigación científica depende de la utilización válida y consistente de constructos, y que antes de la introducción del término de la IE, muchos psicólogos ya habían establecido distinciones teóricas entre factores tales como las habilidades y logros, habilidades y hábitos, actitudes y valores, rasgos de personalidad y estados emocionales. Por lo tanto, algunos expertos creen que el término de la IE confunde conceptos y definiciones aceptadas.[40]

Adam Grant advirtió de la percepción común pero errónea de la IE como una cualidad moral deseable en lugar de una habilidad. Grant afirma que una IE bien desarrollada no sólo es una herramienta fundamental para el cumplimiento de metas, sino que tiene un lado oscuro como un arma para manipular a los demás robándoles su capacidad de razonar.[41]

Landy afirma que los pocos estudios de validez incremental realizados en la IE han demostrado que añade poco o nada a la explicación o predicción de algunos resultados comunes (principalmente éxitos académicos y laborales). Landy sugirió que la razón por la que algunos estudios han encontrado un pequeño aumento en la validez predictiva es una falacia metodológica, a saber, que las explicaciones alternativas no han sido totalmente consideradas:

Del mismo modo, otros investigadores han expresado su preocupación por el grado en que las medidas de auto-informe de la IE se correlacionan con dimensiones de la personalidad establecidas. En general, se dice que mediciones autorreportadas de IE y mediciones de personalidad tienden a converger, ya que ambas pretenden medir los rasgos de personalidad.[42]​ En concreto, parece haber dos dimensiones del "Big Five" que se destacan como las más relacionadas con el autorreporte de la IE: neuroticismo y extraversión. En particular, el neuroticismo se ha dicho que se relaciona con la emocionalidad negativa y la ansiedad. Intuitivamente, las personas que puntúan alto en neuroticismo tienden a baja calificación en los autorreportes de IE.

Las interpretaciones de las correlaciones entre los cuestionarios y la personalidad de la IE han sido variadas. La visión predominante en la literatura científica es la opinión de que debe reinterpretarse la IE como un conjunto de rasgos de personalidad.[43]

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Goleman, Daniel: Inteligencia Emocional. Editorial Kairós. (2001) ISBN 84-7245-371-5

Lynn, Adele B. (2000). 50 actividades para desarrollar la inteligencia emocional. Madrid: Centro de Estudios Ramón Areces. 185 p.

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Ficha técnica del libro INTELIGENCIA EMOCIONAL Qué es, cómo medir y cómo aumentar la inteligencia emocional



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