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Intercesión



Según el Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica, la intercesión "consiste en pedir en favor de otro. Ella nos conforma y nos une a la oración de Jesús que intercede junto de Dios Padre por todos los hombres, en especial por los pecadores. La intercesión debe extenderse también a los enemigos".[1]​ Por lo tanto, cualquier creyente puede hacer oración por el bien de otra persona o comunidad, crea o no en Dios.

A pesar de que toda la oración tiene como destino final la Santísima Trinidad, esto no impide que los católicos crean que la Virgen María, los ángeles y los santos oren en el Cielo a favor de los hombres y de sus pedidos y súplicas. Esta intercesión celestial, fundada en el dogma de la comunión de los santos, puede ser a favor de los pedidos del propio creyente o a favor de la intercesión que el creyente hace a favor del otro. De ahí la gran devoción popular de los católicos, laicos o clérigos, a la Virgen María y a los demás Santos, expresada en oraciones, en procesiones o en peregrinaciones.

Es importante resaltar que dentro de la fe católica cuando ocurren favores concedidos y milagros, estos son una intervención divina y no un acto milagroso efectuado por mortales, pues estos últimos, de estar su alma en el cielo, únicamente solicitan a Dios su intervención. La intercesión de los santos, como se mencionó anteriormente, forma parte de la comunión eclesial entre el cielo y la tierra, es decir los estados de la Iglesia peregrina y la Iglesia triunfante. Según la fe, los creyentes que gozan de la gloria del cielo se encuentran en estrecha relación con Dios y fortalecen a la Iglesia en la santidad, interceden por los vivos ante Dios Padre por medio de Cristo ofreciéndole los méritos adquiridos en la tierra como muestra de haberle sido fiel, por ende su solicitud contribuye en pro de remediar las debilidades terrenales.[2][3]



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