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Intercesión de Cristo



La intercesión de Cristo es la creencia cristiana en la intercesión constante de Jesús y su defensa en nombre de la humanidad, incluso después de dejar la tierra.[1]

En las enseñanzas cristianas, la intercesión de Cristo delante de Dios se relaciona con la anamnesis de Jesús ante Dios durante la Última Cena y la naturaleza memorial permanente de la ofrenda eucarística.[2]

Desde la perspectiva cristológica, la intercesión de Cristo se distingue de la intercesión del Espíritu.[3]​ En el primer caso, Cristo toma peticiones al Padre en el Cielo, en el segundo caso el Consolador (el Espíritu) fluye desde el cielo hacia el corazón de los creyentes.[3]

La base teológica de la creencia en la intercesión de Cristo se presenta en el Nuevo Testamento. En la Epístola a los Romanos (Romanos 8:34), Pablo afirma:[1]

¿Quién es el que condenará? Cristo es el que murió; más aún, el que también resucitó, el que además está a la diestra de Dios, el que también intercede por nosotros.

Esta intercesión resuena en Juan 17:22, que se refiere a la «comunión celestial» entre Cristo y Dios Padre.[1]​ La Primera Epístola de Juan (1 Juan 2:1-2) declara:[1]

y si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo. Y él es la propiciación por nuestros pecados; y no solamente por los nuestros, sino también por los de todo el mundo.

En la Epístola a los Hebreos (Hebreos 7:25), el autor escribió acerca de la «salvación hasta el extremo» a través de la intercesión continua de Cristo:[4]

por lo cual puede también salvar perpetuamente a los que por él se acercan a Dios, viviendo siempre para interceder por ellos.

La intercesión de Cristo en el Cielo es vista como una continuación de las oraciones y peticiones que realizó por la humanidad en la tierra, por ejemplo, como en Lucas 23:34: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen».[4]

En la cristología paulina, la intercesión de Cristo tiene dos componentes: en el presente y en el Juicio Final.[5]​ Esto se expresa en Romanos 8:33-34, en términos de «¿Quién acusará a los escogidos de Dios?» y «¿Quién es el que condenará?», y luego en Hebreos 7:25, en términos de las actividades de Cristo como Sumo Sacerdote.[5]

En las enseñanzas cristianas, la intercesión de Cristo delante de Dios se relaciona con la anamnesis de Jesús ante Dios durante la Última Cena y la naturaleza memorial permanente de la ofrenda eucarística.[2]​ En la cristología de la salvación, el ofrecimiento único de Cristo a través de su sacrificio voluntario en el Calvario se distingue, pero se refiere a su continua intercesión del Cielo en su papel como el Sumo Sacerdote, y su papel en el Juicio Final.[6]​ La noción de intercesión por Cristo como el Cordero de Dios se relaciona con la imagen del Cordero en Apocalipsis 14:1-5, donde los que se salvan primero «fueron redimidos de entre los hombres» a través del sacrificio del cordero:[6]

Estos son los que siguen al Cordero por dondequiera que va. Estos fueron redimidos de entre los hombres como primicias para Dios y para el Cordero

Desde la perspectiva cristológica, la intercesión de Cristo se distingue la intercesión del Espíritu.[3]​ Mientras que 1 Juan 2:1 dice «abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo», Juan 14:16-17 incluye la declaración:[3]

Y yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre: el Espíritu de verdad, al cual el mundo no puede recibir, porque no le ve, ni le conoce; pero vosotros le conocéis, porque mora con vosotros, y estará en vosotros.

La distinción entre las dos formas de la defensa puede interpretarse en términos de la dirección del flujo: en el primer caso, Cristo toma peticiones al Padre en el Cielo; en el segundo caso, el Consolador (el Espíritu) fluye desde el cielo hacia el corazón de los creyentes.[3]



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