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Islas de los Bienaventurados



En la mitología griega las Islas Afortunadas o Islas de los Bienaventurados (en griego antiguo: μακάρων νῆσοι, makáron nisoi) son el lugar donde, según la mitología griega, las almas virtuosas gozaban de un reposo perfecto después de su muerte, equivalente al Paraíso de otras tradiciones escatológicas (creencias acerca del más allá o ultratumba). El lugar sagrado donde las "sombras" (almas inmortales) de los hombres y mujeres virtuosos y los guerreros heroicos han de pasar la eternidad en una existencia dichosa y feliz, en medio de paisajes verdes y siempre floridos, bajo el sol, por contraposición al Tártaro (donde los condenados sufrían eternos tormentos). Han sido a menudo identificadas con el Cielo del cristiano.

Son el marco donde se desarrollan los diálogos de los muertos, un género literario que gozó de gran desarrollo desde la Antigüedad (como Luciano en el siglo II d. C.) hasta el siglo XVIII.

Se les atribuía una realidad espacial concreta y una ubicación; aunque de muy difícil acceso, en el océano Atlántico, más allá de los confines occidentales de la Libia (nombre que en la civilización griega se da al continente africano). Se han identificado tradicionalmente con los archipiélagos del grupo denominado geográficamente Macaronesia en la actualidad (islas Azores, Madeira, islas Salvajes, islas Canarias, y Cabo Verde).

Su función y características en los relatos mitológicos griegos eran equivalentes a las de los Campos Elíseos (que son, probablemente, una evolución posterior del mismo concepto).

Hesíodo, en Trabajos y días, atribuye la creación de este lugar de paz y abundancia (tres cosechas anuales) a Zeus, quien lo habría dispuesto como recompensa a la esforzada vida y muerte de los héroes o semidioses que formaron la cuarta generación de los hombres.

Píndaro realizó una extensa descripción del lugar en sus Odas olímpicas.

alumbra el sol al bueno.

¡Cuán superior su vida

es a la del perverso!

Labrar no necesita

el ingrato terreno,

ni atravesar los mares

en busca de sustento.

·

Al lado de los dioses

que venera el Averno,

los que guardaron fieles

sus santos juramentos

sin lágrimas disfrutan

reposo sempiterno,

mientras al malo afligen

terríficos tormentos.

·

Y a los que por tres veces

cambiando mortal velo,

sin pecado en el mundo

y en el Orco vivieron,

de Júpiter les abre

el benigno decreto

camino de Saturno

hasta el alcázar regio.

·

¡Oh, cuán bella es la isla

de los santos recreo!

La bañan perfumadas

las brisas del Océano;

brillan doradas flores,

ya sobre el verde suelo,

ya en los copudos árboles,

o ya del agua en medio.

·

Guirnaldas entretejen

y sartas con sus pétalos,

con que alegres circundan

frente, manos y cuello,

los bienaventurados

que a aquel paraje ameno,

de Radamanto envía

el fallo justiciero.

·

Saturno, que disfruta

el más sublime asiento

en Olimpo, y de Rhea

el conyugal afecto,

por asesor lo tiene;

y entrambos concedieron

estancia en aquella isla

a Cadmo y a Peleo.

·

Allí condujo Tetis,

ablandando con ruegos

el corazón de Jove,

a Aquiles, cuyo acero

derribó a la columna

invicta de Ilión, Héctor,

y a Cicno, y de la Aurora

al vástago moreno.

...[2]

Según este y otros relatos, entre los Bienaventurados se encuentran Aquiles, Alcmena, Cadmo, Diomedes, Lico, Medea, Peleo, Penélope, Radamantis y Telégono. Crono es el que reina en las islas. Según otros mitos, la que gobierna las islas es Macaria, esposa de Tánatos e hija de Hades y Perséfone.

Heródoto, por su parte, ubica un lugar llamado Islas de los Bienventurados en el territorio de una ciudad de Egipto llamada Óasis.[3]

Según una tradición antigua, registrada por la Suda y Juan Tzetzes, makaron nêsos (el mismo término, pero en singular -"isla de los afortunados" o "isla de los bienaventurados") era el nombre inicial de la Cadmea (la antigua acrópolis de Tebas), el lugar donde Sémele fue fulminada por el rayo divino de Zeus (también la etimología de Elysion se puede vincular con el rayo).

Con el nombre latino de Fortunatae Insulae aparecen citadas en las fuentes romanas, que las identifican con islas reales más allá del estrecho de Gibraltar. Sertorio, en el año 82 a. C., encontró en Gades un marinero que decía haber estado en ellas. Las describía como dos islas muy próximas entre sí y muy alejadas de la costa africana (el equivalente a 1.500 o 2.000 km); su clima era espléndido: la temperatura era agradable todo el año, llovía poco y los vientos del oeste las refrescaban; espontáneamente producían manjares que permitían a sus indolentes habitantes nutrirse sin esfuerzo. A pesar del propósito de Sertorio de conquistarlas, los piratas cillicios que formaban su flota prefirieron saquear zonas más conocidas. Hay muchas otras referencias en fuentes latinas o griegas de época romana sobre islas localizadas en este entorno, pero su identificación con islas concretas de la Macaronesia o de la costa africana es muy problemática. Statius Sebosus -Estacio Seboso-[4]​ nombra cinco islas: Junonia, Planaria (Gran Canaria), Convallis (Tenerife), Capraria (Gomera) y Pluvialia (El Hierro). Las referencias a la expedición de Juba II a las Purpurariae (islas de la púrpura) incluyen descripciones y denominaciones de islas identificadas con las Canarias: Junonia Minor (Lanzarote), Junonia (Fuerteventura), Canaria (Gran Canaria), Nivaria (Tenerife), Capraria (Gomera) y Ombrios (El Hierro). Claudio Ptolomeo nombra Autolala (quizá Madeira), Aprositos (Lanzarote), Heras (Fuerteventura), Kanaria (Gran Canaria), Pintonaria o Kentouria (Tenerife), Kaspeiri (Gomera) y Plouïtala (El Hierro). La isla de La Palma no parece ser mencionada por ninguna de estas tres fuentes. Ptolomeo atribuye el nombre "Canaria" a su abundancia en perros (canis).[5]

Plinio el Viejo (en Historia Naturalis, VI, 31, 199 y ss.) recoge, citándolas, una multiplicidad de fuentes sobre las islas más o menos alejadas de la costa africana occidental (el periplo de Hannón, las referencias a la Atlántida de Platón, Jenofonte de Lámpsaco, Polibio, Cornelio Nepote, Statius Sebosus y Juba).



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