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Juan de Velasco



Juan de Velasco y Pérez Petroche, sacerdote jesuita nacido en Riobamba el 6 de enero de 1727. Falleció en Faenza, en la actual Italia, el 29 de junio de 1792. Hijo de Juan de Velasco y López de Moncayo, riobambeño, y de María Pérez Petroche. Realizó sus estudios primarios en el colegio de los jesuitas de Riobamba. En 1743, ingresó en el Seminario de San Luis de Quito, al año siguiente pasó al noviciado de la compañía de Jesús de Latacunga, donde hizo sus votos religiosos el 23 de julio de 1746. Después del terremoto de 1747 que afectó gravemente a esa ciudad, se dirigió a Quito para estudiar filosofía en el Colegio Máximo y finalmente teología en la Universidad de San Gregorio donde obtuvo su doctorado, para luego ser ordenado sacerdote en 1753.

Inició su labor sacerdotal y docente en Cuenca, de allí pasó a Ibarra y luego a Popayán, que entonces también pertenecía a la Real Audiencia de Quito. Mientras cumplía con sus deberes religiosos dedicó grandes esfuerzos a la investigación y recolección de informaciones, datos, personajes, idiomas, leyendas, costumbres y tradiciones sobre el Reino de Quito. Entre las universidades donde impartió cátedra destaca la Universidad de San Marcos durante el Virreinato del Perú.

Federico González Suárez, en su Historia general de la República del Ecuador, tomo séptimo, nos comenta de Velasco:

En medio de esas dificultades y con gran muestra de talento y fuerza de voluntad emprendió su mayor obra titulada: "Historia del Reino de Quito en la América y crónica de la provincia de la Compañía de Jesús del mismo Reino". Veinte años de paciente labor de investigación, sistematización y consulta de sus innumerables notas ocupó la estructuración y redacción de su monumental trabajo, cuyos dos primeros tomos los remitió, para su autorización y publicación, a Antonio Porlier del Consejo del rey de España, el 15 de marzo de 1789, y el tercero el 1º de agosto del mismo año.

Como destaca Juan Valdano, el padre Juan de Velasco, junto a Pedro Vicente Maldonado (1704-1748) y a Eugenio de Santa Cruz y Espejo (1747-1795), constituyen esa tríada de vigorosas individualidades del siglo XVIII, que con sabiduría y entereza proyectaron en el horizonte universal el nítido perfil del actual país de Ecuador. Los tres fueron los visionarios que estudiaron y comprendieron las raíces profundas de nuestra identidad.

El padre Juan de Velasco fue categórico al expresar la razón por la que escribió la Historia del Reino de Quito. Conforme a sus propias palabras, lo hizo no tanto para complacer a otros, cuanto por hacer ese corto obsequio a la nación, y a la Patria, ultrajada por algunas plumas rivales que pretenden obscurecer sus glorias.

Debemos recordar que en el siglo XVIII, Quito (hoy en día, Ecuador) formaba parte del enorme dominio español bajo la figura administrativa, territorial y política de Real Audiencia, pero ya se diferenciaba nítidamente de sus vecinos. En medio de aquella coyuntura histórica y a pesar de la distancia que le separaba de su tierra natal, el genio del padre Velasco fue capaz de reconocer esta identidad y profundizar su estudio a través de las evidencias y los vestigios, para reconstruir los puntos fundamentales de nuestro trayecto histórico.

Es fundamental reconocer que esa aguda inteligencia del padre Juan de Velasco se adelantó en dos siglos, a quienes ahora reconocen el trascendente valor de los mitos, para reconocer a través de ellos un aspecto básico de la conciencia colectiva de los pueblos, así como el contendido de las grandes lecciones de sabiduría consignadas por los ancestros a las nuevas generaciones mediante el simbolismo.

La obra del padre Juan de Velasco no se limita a la crónica de los hechos inmediatos, ni las informaciones secuenciales sobre los acontecimientos. Atraviesa lo superficial y se adentra en la esencia vital a la que la reconoce como una identidad histórica que se desarrolla a través del tiempo en su propio espacio geográfico.

A partir de 1788, soportó lamentablemente el avance de la arterioesclerosis que, junto a la sordera común entre algunos miembros de su familia, le aisló del mundo y minó su vida.

Entre numerosas obras se cuentan:




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