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Kítezh



Kítezh (en ruso: «Ки́теж»[1]​) o Gran Kítezh[2]​ es una mítica y sagrada ciudad del siglo XIII en el Principado de Vladímir-Súzdal en el lago Svetloyar (óblast de Nizhni Nóvgorod), en la actual Rusia. Según recoge el folclore, la ciudad desapareció protegida por las aguas del lago ante la invasión mongola. La leyenda, de importante influencia cristiana, fue especialmente popular a principios del siglo XX y una versión de la historia se hizo popular con la ópera La ciudad invisible de Kítezh.

Según la etimología popular el nombre de la ciudad procede de la residencia real de Kídeksha que fue saqueada durante la invasión de los mongoles, cerca de Súzdal, mientras que el lingüista Max Vasmer califica el topónimo de «dudoso».[3]

Durante la edad media, los mongoles habían cruzado los montes Urales en 1206, e irrumpieron en la Europa Oriental en 1223 con la victoria en la batalla del río Kalka de Gengis Kan. Entre 1237 y 1240, los mongoles junto a los pueblos tártaros y liderados por el nieto de Gengis, Batú Kan, impondrían su dominio a los pueblos eslavos, acabando con la Rus de Kiev o sometiendo a la República de Nóvgorod.

La primera mención conocida de Kítezh aparece en el libro anónimo de Crónica de Kítezh («Китежский летописец»), una copia manuscrita del siglo XVIII donde se describen diversas leyendas populares de los siglos XIII y XVI, en uno de ellos se describe a la ciudad santa de Kítezh. Se cree que libro fue escrito por algún miembro de la secta conocida como viejos creyentes que utiliza y versiona el relato tradicional posiblemente de origen pagano. Para esta secta, el relato simboliza como los impuros o pecaminosos caen y los puros o santos son perdonados por Dios y llegan a la inmortalidad.[4]

Otra de las primeras referencias escritas es en Un cuento y una pena en la ciudad secreta de Kitezh («Повестъ и взыскание о граде сокровенном Китеже») una obra apócrifa que asocia la ciudad al concepto de paraíso. La leyenda se dio a conocer en los círculos educados de Rusia gracias a la novela épica En los bosques de Pavel Ivánovich Mélnikov publicada por primera vez en 1874.[5]

Otra versión de la historia la recoge la ópera La ciudad invisible de Kítezh de 1907. En esta versión de la historia, es una espesa niebla la que oculta y protege la ciudad del ataque de los mongoles que huyen asustados al ver solo el reflejo de la ciudad en la superficie del lago.

La leyenda tiene diferentes versiones, la Crónica de Kítezh cuenta que el príncipe George Vsevolodovich (al que se asocia con el Gran Príncipe de la ciudad de Vladímir, Yuri II) mandó construir una primera ciudad con el nombre de «pequeña Kítezh» («Малый Китеж», Maly Kítezh) en una parte del río Volga. En ocasiones se identifica con la ciudad de Gorodéts.

Tiempo después el príncipe cruzó los ríos Uzola, Sanda y Kérzhenets buscando un lugar especial para fundar una nueva ciudad. Encontró un hermoso paraje a orillas del lago Svetloyar donde decidió fundar la «Gran Kítez» («Большо́й Ки́теж», Bolshói Kítezh). La Gran Kítezh o Kítezh acogió a una mayoría de habitantes monjes y curas cristianos, dedicados a la oración, y se erigió como un punto de interés espiritual y religioso para la comunidad eslava, que la consideraba sagrada. La imagen de la urbe amurallada destacaba por sus construcciones de piedra blanca y las cúpulas doradas de las iglesias.[6]


La versión recogida por el escritor Pavel Ivánovich Mélnikov dice:

Los mongoles liderados por Batú Kan, ya habían sometido a vasallaje o destruido numerosas ciudades y pueblos en 1238, y rápidamente capturaron la ciudad conocida como pequeña Kítezh sin dificultad. El príncipe que se había refugiado en la ciudad huyó y se internó en el bosque en dirección a Kítezh. Batú hizo prisioneros a parte de las tropas del príncipe e intentó con torturas averiguar como llegar a la ciudad pero sin éxito. Sin embargo, los mongoles descubrieron a un traidor el cual les guió a través de sendas o caminos secretos para llegar al lago Svetloyar a través del bosque, donde se encontraba la mítica ciudad.

El ejército mongol alcanzó a las puertas de la ciudad donde no encontraron resistencia ni defensa alguna. En Kítezh al ver al enemigo llegar comenzaron a realizar fervientes oraciones en las que pedían a Dios que los salvara del enemigo. Los mongoles se lanzaron al ataque pero se detuvieron al brotar del suelo alrededor de la ciudad incontables fuentes de agua. Los atacantes retrocedieron y observaron como la ciudad a orillas del lago, comenzaba a hundirse bajo el agua. Lo último que vieron de la ciudad fue la resplandeciente cúpula de una catedral con una cruz en lo alto. Pronto no quedó ningún resto y solo quedó el lago.[6]

Sin embargo otras versiones de la popular leyenda, como recoge la ópera La ciudad invisible de Kítezh, hablan de que se hizo invisible tras las brumas del lago gracias a las plegarias para evitar así ser conquistada. El libro Crónica de Kítezh solo hace mención a la desaparición de la ciudad bajo las aguas del lago después de ser asesinados todos sus habitantes y la destrucción de la ciudad.[8][5]

Una expedición arqueológica en 1968 liderada por Mark Barinov y Tatiana Makarovay investigó el área y solo encontró restos del siglo XIX. En verano de 2011 otra expedición por Evgeny Chetvertakov investigó una colina cercana donde encontraron restos de un asentamiento abandonado tras la invasión mongola que pudo dar en parte, origen a la leyenda.[8]

El mito dio origen a numerosos rumores que han sobrevivido hasta la actualidad. Para algunas personas, especialmente creyentes ortodoxos, es un lugar de significado religioso, peregrinaje, para algunos de los cuales el agua tiene además, propiedades especiales.[6][9]​ Se dice que solo aquellos elegidos encontrarán el camino hasta Kítezh y la carretera hasta el lago aún recibe el nombre de «Camino de Batú» («Батыева тропа»).

La tradición popular dice que con el buen tiempo, es posible oír el sonido de las campanas de la ciudad y el sonido de himnos o ruegos religiosos surgiendo de las aguas del lago, luces de procesiones religiosas («крестный ход») entre las brumas o incluso los restos de la ciudad en el fondo del lago, lo que ha llevado a que en ocasiones el lago reciba el apodo «la Atlántida rusa».



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