La Mazorca fue una organización policial que ejerció su acción al servicio de Juan Manuel de Rosas, gobernador de la provincia de Buenos Aires —entre 1829 a 1832 y 1835 a 1852—, que utilizó el terror como instrumento de gobierno. Estaba muy asociada a la Sociedad Popular Restauradora, pero era relativamente independiente de esta.
En 1833 era gobernador de Buenos Aires el general Juan Ramón Balcarce, miembro del Partido Federal. Éste estaba escindido en dos facciones, una liderada por el ministro Enrique Martínez, y la otra que eran dirigidos por el exgobernador Juan Manuel de Rosas, que estaba en la Patagonia, liderando una campaña contra ciertos grupos nativo-americanos en el sur. Cuando el enfrentamiento entre ambos grupos llegó a su máximo, la esposa de Rosas, Encarnación Ezcurra, agitó a las clases medias y bajas en contra del gobernador Balcarce.
Un grupo de comerciantes y otros miembros de las clases medias formaron un club político llamado la Sociedad Popular Restauradora; sus tareas habituales consistían en realizar reuniones para discutir sobre política, informar de todas las actividades opositoras a Rosas y realizar manifestaciones en contra de personajes políticos de la oposición, generalmente frente a sus casas, en una versión violenta de lo que hoy se conoce como escraches.
En octubre de 1833 estalló la Revolución de los Restauradores, en la que tuvieron papel destacado la acción de un grupo de militares, varios cuerpos de policía, varios grupos de manifestantes de clases bajas, y la Sociedad Popular Restauradora. Tras una semana de enfrentamientos, Balcarce fue obligado a renunciar y fue reemplazado por el general Juan José Viamonte.
En las semanas siguientes se produjeron ruidosas manifestaciones por parte de la Sociedad Popular Restauradora; la noche del 29 de abril de 1834, una partida policial no identificada realizó varios disparos sobre las casas del ministro Manuel José García y del diputado provincial Pedro Pablo Vidal, ambos ligados al expresidente Bernardino Rivadavia. En el tiroteo fue muerto por accidente un transeúnte, Esteban Badlam Moreno. Si bien Encarnación Ezcurra se adjudicó la autoría intelectual del atentado, esa fue la primera aparición pública de la Mazorca.
Se trataba de una fuerza de choque, formada por dos cuerpos de policías volantes con muy amplias atribuciones. Sus comandantes eran Ciriaco Cuitiño y Andrés Parra. En los meses siguientes, la Mazorca atacó las viviendas de notorios partidarios del gobierno depuesto, y hasta la del embajador francés. Antes de fin de año, muchos de los lomos negros más destacados había emigrado a Montevideo. Se pasarían a la oposición decidida a Rosas y se unirían a los unitarios en su lucha contra él a fines de esa década.
En 1835, tras una nueva crisis política, fue elegido nuevamente gobernador Juan Manuel de Rosas, y —tras un plebiscito abrumadoramente favorable— se le concedió la Suma del Poder Público.
La Mazorca continuó realizando ataques sobre los opositores; cualquier posible oposición en la ciudad pasó a ser controlada por la Mazorca y, en el campo, los comandantes pudieron actuar sin límites contra toda disidencia. El partido federal no sólo no volvió a tolerar disidencias externas, sino que consideró como traición cualquier gesto de independencia frente a Rosas.
El origen de la denominación de la organización parapolicial como la Mazorca es algo incierto, ya que mazorca es el nombre de la espiga del maíz. Algunas fuentes aseguran que se debía a que sus integrantes estaban muy unidos, como los granos de maíz. Los opositores a Rosas afirmaron que se debía a que la palabra es parecida a la expresión "más horca", argumentando que apretaban al pueblo para suprimir a la oposición unitaria.
La versión más difundida asocia su nombre a un poema amenazante publicado en las calles, escrito por el después opositor José Rivera Indarte para publicitar la acción de la Sociedad Popular Restauradora. La hoja estaba encabezada por una imagen de una espiga de maíz, y titulada:
El poema decía:
de rubia chala vestido
en los infiernos ha hundido
a la unitaria facción.
Y así con gran devoción
dirás para tu coleto:
¡Sálvame de aqueste aprieto,
oh, Santa Federaciòn!
Y tendrás cuidado
al tiempo de andar
de ver si este santo
En general se interpreta que el marlo vestido de rubia chala aludía a la persona de Rosas, que era de tez rojiza como el maíz, y de pelo rubio, como la chala de la mazorca.
Otra de las interpretaciones de este poema es que la tortura a sus víctimas incluía la introducción de una mazorca de choclo por el recto, causando un terrible dolor. Esta versión requiere cambiar los versos tercero y cuarto, de modo que fuera
La Mazorca estaba formada por dos cuerpos especiales de la policía y serenos, dirigidos por los comisarios Ciriaco Cuitiño y Andrés Parra. Entre los subordinados de estos, trascendieron nombres como los de los oficiales Silverio Badía, Manuel Troncoso, Fermín Suárez, Estanislao Porto y Leandro Antonio Alen. Este último era el padre de Leandro Alem, el cual cambió su apellido para no ser víctima de discriminaciones. También formó parte Cirilo José Moreira, padre del célebre gaucho Juan Moreira un español extremadamente feroz que fue fusilado en 1842 por orden del mismo Rosas.
Además, la Mazorca contó con la colaboración del periodismo rosista que rápidamente monopolizó la prensa. Entre sus miembros se destacó Nicolás Mariño quien, además de ser policía, fue un periodista de temer que tuvo a su cargo la compaginación del periódico La Gaceta Mercantil siguiendo los lineamientos y apuntes que le deba el propio Rosas u otros mazorqueros.
Por su parte, la Sociedad Popular Restauradora se convirtió en una sociedad respetable, al ingresar a la misma personajes notables de la sociedad, incluso millonarios como Juan Nepomuceno Terrero o Nicolás Anchorena, y generales como Agustín de Pinedo, Lucio N. Mansilla y Miguel Estanislao Soler. Si bien no ha quedado registro, se cree que entre sus fines estaba la financiación de la Mazorca, y quizá la fijación de objetivos.
La Mazorca se caracterizó por la utilización de toda una simbología que formó parte inseparable de la intimidación, la opresión y la acción violenta sobre los opositores a Rosas y que extendió a toda la sociedad. Así como su propio nombre simbolizaba la unión o unidad de sus miembros respecto de sus ideas y de sus métodos de ensañamiento, la Mazorca usó además signos externos que la identificaron. Estos símbolos pasaron rápidamente a ser empleados en toda la Confederación Argentina y fueron usados como distintivos tanto por el partido federal en general como por los incondicionales del gobernador porteño. La más extendida fue la divisa punzó, que ya era obligatoria a muchos niveles desde 1835.
La divisa punzó —una cinta o cintillo de color colorado— fue establecida como obligatoria para todos los ciudadanos, generalmente con la frase
Debía ser usada obligatoriamente por todas las personas como identificación con el régimen rosista. El no uso de la divisa punzó era penado severamente, y en los momentos de mayor violencia sirvió como causal para el asesinato de varias personas. La Mazorca forzaba a los que no la utilizaban a colocársela; incluso la pegaba con brea en el pelo de las mujeres.
Este distintivo color punzó fue complementado con el uso del color colorado por todos los miembros de la sociedad. Hombres y mujeres —incluidos los niños y los religiosos— debieron incorporar a sus vestimentas el color rojo. La Mazorca controlaba el uso del rojo tanto en la vida pública cuanto en la vida privada de las personas.
Muchos edificios fueron pintados de rojo como símbolo de adhesión al Restaurador de las leyes. La utilización del color rojo fue obligatoria inclusive en las Iglesias. El celeste, color de los unitarios, prácticamente fue dejado de usarse por temor a las represalias del gobierno. Al mismo tiempo los mazorqueros se dedicaban a investigar los interiores de las viviendas y acusaban de "inmundos unitarios" a los habitantes que utilizaban el celeste, y también el color verde.
La Mazorca también fue la encargada de vigilar que la población utilizara obligatoriamente la divisa punzó y además colaboró con la difusión de la frase, que debía ser exhibida tanto en los edificios públicos cuanto en las viviendas, comercios y oficinas particulares.
A partir de 1839 la Mazorca aumentó sus actividades que se volvieron más violentas. Impuso su misión a través del terror, la versión más extrema y radical del rosismo, quien decidió aumentar el control político y social aprovechando la guerra civil que vivía todo el país.
Ese año se produjo la Conspiración de Maza. La conjura fue disuelta fácilmente; Manuel Maza —presidente de la Junta de Representantes provincial y amigo personal de Rosas— fue asesinado, y su hijo fusilado. A diferencia de la Sociedad Popular Restauradora, que actuaba a plena luz del día y mostrando la cara, la Mazorca actuaba de noche y a escondidas; la identidad de los asesinos de Manuel Maza permaneció anónima, aunque la mayoría de los historiadores acusa a la Mazorca. No obstante, Adolfo Saldías ha puesto en duda esta afirmación y acusado de su muerte a los propios conjurados, que lo habrían eliminado para evitar que toda la organización fuera descubierta; por su parte, el propio Rosas culpó del hecho a un tal Gaitán y a Ciriaco Moreira, dos destacados mazorqueros.
En los meses siguientes se produjo la revolución de los Libres del Sur, lo que generó mayor violencia por parte de la Mazorca.
El terror fue el método parapolicial que la Mazorca empleó para conjurar a los enemigos de Rosas que participaron tanto de la conspiración de los Maza como de la revolución de los Libres del Sur de Buenos Aires, que provenían ambos del lado federal, diferenciando a enemigos y aliados del rosismo.
El periodista mazorquero Mariño no sólo se transformó en el principal ejecutor de los asesinatos de Rosas sino que a través de la Gaceta Mercantil fue el difusor de todo tipo de diatribas y calumnias sobre los adversarios del rosismo, desbordando los límites del propio lenguaje escrito en el que el régimen impuso como costumbre el uso de frases tales como:
En mayo de 1840, un grupo de personajes identificados con la conjuración de Maza, entre ellos Francisco Lynch, José María de Riglos, Isidoro de Oliden y Carlos Mason, pretendió huir secretamente hacia Montevideo. Fueron interceptados por la Mazorca y asesinados; ese suceso es retratado al comienzo de la novela Amalia, de José Mármol.
Meses después, el ejército de Lavalle se presentó a las puertas de Buenos Aires; si bien la situación militar fue eficazmente controlada por el ejército de Rosas, la ciudad pasó varias semanas de zozobra, creyéndose al borde de una invasión.
Cuando, en septiembre, Lavalle finalmente optó por retirarse —debido al muy escaso apoyo que había encontrado— estalló la violencia en su máxima furia: la Mazorca asesinó a decenas de personas, y el propio Rosas consideró que si ordenaba detener la matanza sería desobedecido. Centenares de casas saqueadas y las calles quedaron vacías. Los antiguos partidarios de los unitarios fueron perseguidos, como así también los sospechosos por cualquier razón. Los símbolos de los unitarios, y hasta los objetos de colores identificados con los unitarios —celeste y verde— fueron destruidos. Las casas, la ropa, los uniformes, todo lo que pudiera colorearse fue pintado de color rojo. Entre las víctimas de la Mazorca se contó Avelino Viamonte, único hijo varón del general Juan José Viamonte. La partida de defunción de Avelino Viamonte, expedida en la Parroquia de San Vicente, prueba que la ejecución del joven de 22 años fue causada por el "delito" de ser unitario. Al día siguiente fue degollado y luego decapitado el Juez de Paz del lugar Paulino Barreiro, supuestamente por haber entregado un pase a Avelino Viamonte para seguir viaje a Uruguay como único crimen. También Sixto Quesada, un partidario de Lavalle, pereció degollado cerca del Cementerio del Norte; al comerciante portugués Juan Nóbrega, por haber formado parte de la conspiración de Maza y a José Pedro Varangot, amigo de Julián Segundo de Agüero. Y los crímenes continuaron sobre otros diecisiete opositores.
Tras varias semanas, finalmente Rosas dio la orden de detener la matanza: anunció que cualquiera que se descubriera violando una casa, robando o asesinando sería pasado por las armas. La violencia se detuvo ese mismo día.
El año 1841 fue de suma tensión, pero posiblemente no hubo asesinatos; las violencias se mantuvieron en el plano de los insultos y los golpes. Pero al año siguiente, Rosas recibió en su casa una caja cerrada, que dejó a su hija Manuelita para que abriera; se trataba de un artefacto armado con cañones de pistolas, diseñado para matar a quien lo abriera. Si bien la "máquina infernal" —como la describió el propio Rosas— no funcionó, el fallido atentado fue la señal para una segunda fase de terror: nuevamente decenas de casas fueron saqueadas, y decenas de personas asesinadas. Los mazorqueros entraban a las casas de sus enemigos, los torturaban y mataban. El método preferido era el degüello, al que llamaban "la refalosa" o " violín y violón".
Fueron degollados José Zorrilla, un comerciante de apellido Duclós, el comerciante español Martínez Eguilar —que fue introducido vivo en una barrica encendida de alquitrán. Otro comerciante, José Dupuy, también fue degollado y su cadáver colgado públicamente. La cabeza de Esteban Llanés permaneció ubicada al costado de la pirámide de la Plaza de la Victoria.
Por segunda vez, tras varias semanas de terror, Rosas ordenó detener las acciones de la Mazorca.
En los meses siguientes, la Mazorca pasó lentamente a un segundo plano. Eso no debe entenderse como que no hubo más muertes, sino que Rosas prefirió los fusilamientos a plena luz del día, ejecutados por la policía o el ejército, por orden directa suya, generalmente por escrito.
El terror de vejámenes, torturas y asesinatos logró como efecto el exilio forzoso de gran cantidad de opositores al rosismo y el silenciamiento a la prensa libre adversa a sus políticas. Debido a ello la actividad de la Mazorca y de la Sociedad decayeron rápidamente.
En 1843, desde su exilio forzoso en Montevideo, el antiguo rosista y mazorquero José Rivera Indarte escribió la obra Tablas de Sangre en la que publicó el número de asesinatos cometidos por la Mazorca: 480 fueron los muertos que contabilizó.
El 1 de junio de 1846, por orden de Rosas, la Sociedad Popular Restauradora fue disuelta oficialmente.
Desde entonces, no se volvió a tener noticias de actividades de la Mazorca; sus miembros pasaron a ejercer como simples policías, generalmente de zonas rurales o suburbanas.
No obstante, su memoria no fue dejada de lado. El poeta romántico José Mármol, opositor al régimen rosista, publicó en 1851 su novela Amalia, donde relataba:
Luego de la Batalla de Caseros, de 1852, que terminó con el régimen rosista, muchos de los integrantes de la Mazorca fueron enjuiciados durante 1853. Para eximirlos de culpa, su abogado defensor Marcelino Ugarte responsabilizó de todos sus actos a Rosas, alegando que en aquellos días nadie podía negarse a obedecer, estableciendo un antecedente a la doctrina de la obediencia debida.
Badía y Troncoso fueron los primeros en morir ahorcados, el 12 de octubre, y sus cuerpos sin vida fueron expuestos a la multitud reunida por un período de cuatro horas. A finales del mismo mes, la horca terminó con la vida de Fermín Suárez y su cadáver estuvo colgado por espacio de seis horas.
Ciriaco Cuitiño y Leandro Alén fueron ahorcados en diciembre en la Plaza de la Concepción, cerca de la Iglesia del mismo nombre y del cuartel general de la Mazorca, en la actual calle Chacabuco, en el barrio de San Telmo.
Otro autor indicó el 29 de octubre de 1853 como la fecha de ambas ejecuciones. Si bien la tradición iniciada por José Rivera Indarte agrupó la violencia durante la época de Rosas sin discriminar entre la Mazorca y las fuerzas federales y contabilizando 480 asesinatos, autores posteriores han marcado una diferencia fundamental entre ellas. Según estas investigaciones, las muertes debidas indudablemente a la Mazorca fueron aproximadamente unas 20 en 1840 y otras 20, aproximadamente, dos años más tarde. En cualquier caso, no pasaron de 50.
Ese número no niega que haya habido varias decenas de ejecutados por el ejército rosista en Buenos Aires, y muchos más en las campañas militares del interior.
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